Capítulo 27

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Hicimos juntada en Noly's, todos menos Freya.

—¿Alguien sabe qué pasa con Freya?

Ninguno me escuchó, estaban muy ocupados hablando del auto que pensaba comprarse Jaden. Will le estaba recomendando. Eran como niños con juguete nuevo. Sophie en cambio revisaba su celular, yo hice lo mismo. Solo tenía el mismo mensaje de Freya que me había enviado en la mañana diciéndome que todo estaba bien y que pronto me vería. Todo sonaba muy raro.

—¡Ey! —los corté golpeando la mesa y todos me miraron —¿qué pasa con Freya? ¿Por qué no aparece?

Ellos se miraron cómplices, no comprendí.

—¿Qué está sucediendo? —repetí.

—Bueno— empezó Jaden —al señor Harmon a veces se le va la mano.

—¿Qué quieres decir?

—Ya sabes— movía la cabeza como si así explicara algo.

—No te entiendo nada. ¿Se supone que eso quiere decir que le pega? —Will asintió. Me quedé pensativo. Conocía de primera mano lo que era eso —¿Qué hora es?

—¿Todavía no te compraste reloj? Que tacaño eres— dijo Jaden —son las quince horas.

Me levanté de la silla, saludé a todos con la mano y salí de Noly's. El sol pegaba fuerte sobre la acera. Caminé lo más rápido que pude hasta su casa. Esperaba encontrarla allí. Con suerte su padre estaría trabajando a esa hora. Sentí muchísima impotencia y pena. No iba a dejar que esto se repitiera.

Doblé la calle y llegué. Me paré en la puerta principal y toqué timbre. Era una casa muy bonita, sus padres tenían dinero.

Se escucharon ruidos de pasos dentro y luego abrieron la puerta. Apenas un poco.

—¿Qué haces aquí? —dijo sin que llegara a verla, se estaba ocultando. No quería que la viera. Tomé la iniciativa y empujé la puerta abriéndola del todo. Ella retrocedió y la vi. Tenía toda la cara amoratada. Tragué saliva y me acerqué a ella.

—Podrías haber pedido ayuda.

—No es tan fácil.

—Lo sé, créeme que lo sé. Pero yo podía ayudarte.

Ella me miraba y sus ojos se bañaban en lágrimas, me acerqué y la abracé.

—Ya, no llores. Yo hablaré con tu padre.

—¡No! —se alejó— no puedes intervenir, él podría hacerte daño.

—No me da miedo, tranquila. Además ¿No querías que viniera a tu casa? Aquí me tienes. —Ella sonrió y me llevó a su habitación.

Era una habitación bastante sobria con una linda biblioteca repleta de libros, me detuve allí a mirarlos. Había de todos los géneros. Muchos clásicos y de fantasía. Tenía a Crepúsculo. Cerré los ojos y miré el siguiente estante. La mayoría eran conocidos, otros no tanto.

—¿Te gusta lo que ves? —me preguntó.

—Si, no sabía que te gustaba leer.

—Hay mucho que no sabes de mi.

—Ya veo.

Me acerqué al escritorio, había un cuaderno con tapa dura, todo escrito. Lo abrí y al instante me lo quitó de las manos.

—Es un diario— aclaró.

—¿Y voy a encontrar mi nombre en eso? —sonreí.

—Que presumido. —se alejó hasta la ventana —fuiste tú ¿verdad? Digo, el del piedrazo.

—Si— reí bajito— que bueno que no te maté.

—No estaba en la cama, pero tuve que limpiar todos los vidrios luego.

—¿Por qué no respondías?

—Porque no se suponía que debía hablar con nadie.

—Ya eres grande, tú decides.

—Bueno— bajó la mirada— en esta casa, no siempre es así.

—¿Tienes hielo? ¿Para tu cara?

Freya fue por hielo y lo envolvió en una tela, me senté a su lado y lo presioné sobre su ojo que era el que peor estaba, aún estaba muy inflamado.

Me abrazó de lado y la oí sollozar. Acaricié su espalda tratando de darle aliento. Conocía el sentimiento, entendía por lo que pasaba. Hubiera deseado que nada de eso ocurriera. No se lo merecía, Freya era una buena chica.

Me fue empujando suavemente y cuando me di cuenta estaba recostado a su lado en su cama. Se inclinó sobre mí y tocó la punta de mi nariz con el dedo.

—Me gusta tu nariz— ¿qué? ¿Escuché bien?

—Okay— no supe qué contestar y luego le dió un besito. ¡Un besito! ¡Esta mujer está demente!

—También me gusta tu boca— ¡oh no! ¡Ya se viene! Tragué saliva y vi como se acercaba despacio. Ella siempre pensaba que yo estaba dispuesto, tal vez debería haber cambiado mi cara de tonto. Me besó y lo único que pude hacer fue devolverle el beso. Ella lo intensificó y tiró de mi ropa, la detuve. Se quedó viéndome, avergonzada.

—Lo siento— dije— no puedo— y quité su mano de encima mío. Se recostó a mi lado.

—¿Por qué?

—Ya sabes porqué.

—A ella ya no le importas— me dió el golpe, fuerte y certero.

—Eso no lo sabes.

—¿Dónde está? Aquí no la veo.

—Tal vez no es su destino estar conmigo— ¿por qué estoy diciendo esto?

—¿Entonces por qué la esperas?

—No la espero— mentí— trató de vivir sin ella.

—Yo estoy aquí, Ewan. Yo te quiero y no me iré— giré la cabeza para verla. Pensar que antes me gustaba tanto, ahora era incapaz de sentir algo por ella.

Era bonita, inteligente. A muchos les gustaría estar con ella, menos a mi. Y se daba cuenta, lo sabía. Pero aún así seguía a mi lado. No sabía por qué lo hacía, pero ahí estaba ella, cuidándome.

Me agarró la mano y descubrió mi nuevo tatuaje en el dedo.

—¿Una L? ¿De qué? — no sabía que la apodaba Loki, siempre me había dirigido a ella como Emma en frente de todos.

—Es la inicial de mi madre— mentí— Lucy—volví a mentir, pero no tenía porqué enterarse.

—Qué tierno— dijo y yo le sonreí.

—Sabes, tuve noticias de mi padre. Yo creía que estaba preso.

—¿Y no?

—No, luego de matar a mi madre, se pegó un tiro en la boca.

—Que horrible, ¿cómo supiste?

—¿Horrible? Me alegró el día. Internet, encuentras de todo.

—Bueno, pero era una persona.

—Eso ya no era una persona.

Pasamos el resto de la tarde hablando de cualquier cosa. Freya resultó ser muy buena escuchando. Ella era, además, la única que conocía mi historia, por lo que podía ser completamente sincero.

Me contó sus historias, lo que pasaba con su papá. No era siempre violento, pero odiaba verla perder el tiempo. Siempre le decía que trabajara y se fuera de casa. Su mamá era muy buena, en ese momento estaba regresando de una clase de yoga.

—Deberías irte, llegará en cualquier momento.

—No me da miedo tu mamá, la saludaré.

—Pero ¿qué pensará?

—Freya, ¿eres adolescente o qué?

La puerta de entrada se abrió y entró una mujer de unos cuarenta y cinco años más o menos. Su mamá era muy joven, rubia como ella y se parecían muchísimo. Llevaba ropa deportiva y un físico escultural, amaba el deporte.

Freya bajó las escaleras primero y yo la seguí.

—Mamá...

—Freya, te compré unas... —-se quedó en silencio al verme.

—Buenos días, señora— sonreí simpáticamente. Menos mal que ese día estaba bien vestido.

—¿Tú quién eres?

Y si, no tuve mejor idea, no me culpen.

—Soy el novio de Freya. —Esta me miró con cara de ¿Qué, queeé?

—No me dijiste que tenías novio— dijo la mamá mirándola— y que era tan bien parecido— me miró a mi.

Una bien, te creen bonito.

—Es que— dijo Freya— es reciente.

—Ya veo ¿quieres quedarte a cenar? Silvana hará lasaña. —La madre te invita y además te sonríe, dí que sí.

—Claro, ¿cómo no? —le dediqué una bonita sonrisa con dientes, ella se acercó y me agarró de un cachete.

—Tienes que contarme Freya cuando sales con alguien, mira que lindo y educado chico. ¡Y casi no me entero! —se alejó por el pasillo tarareando una canción y me quedé en silencio mirando a Freya, vaya madre.

Nos quedamos en el living, sentados en los sillones. Silvana, la cocinera preparó unos tentempiés. Fuimos comiendo hasta que la cena estuviera lista y entonces llegó el padre. El mismo señor que yo había conocido en la playa. De traje, pelo canoso y expresión severa.

—Tenemos un invitado, cariño— le dijo la madre—Freya trajo a su novio. —El señor me dirigió una horrible mirada que poco me importó y yo le sonreí.

Nos sentamos a la mesa, él se sentó a la cabecera y me dijeron que me sentara en la otra punta.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó cuando sirvieron la comida.

—Ewan, señor— dije simpáticamente.

—¿A qué te dedicas, Ewan? —le dió un mordisco a su lasaña y se le resbaló la salsa por los lados.

—Escribo artículos a distancia.

—¿Cómo es eso?

—Escribo un artículo, lo envío por email y mi socio los entrega a los clientes.

—Ajam. Tú eras uno de los que estaba en la playa el otro día ¿verdad?

—¿Qué tal si viene el postre? —dijo disimuladamente la madre aunque aún estábamos comiendo.

—No, Diana. Que me responda.

—Si, yo estaba. ¿Algún problema? —dije tranquilamente y noté como le temblaba el ojo. Se puso de pie y señaló la puerta.

—No quiero vagos en esta casa.

—Pero Michael— se acercó Diana a él—ellos son jóvenes y ya ves que tiene un buen trabajo.

—¡Fuera! —insistió y me puse de pie sonriendo, caminé despacio y tomé de la mano a Freya que ya se había levantado también.

—¿No aceptan vagos? ¿Golpeadores si?

—¿Perdón? —me miró con furia —vienes a mi casa y ¿tienes el descaro de insultarme?

—Solo digo la verdad. Ah, y Freya se viene conmigo— ella me miraba no entendiendo nada pero aún así me seguía. Estábamos a un paso de la puerta cuando Michael terminó por estallar y arremetió contra mi. Logré esquivar su golpe y de un puñetazo se golpeó contra una mesita junto a la escalera y cayó al suelo. Diana fue a su auxilio y me hizo señas de que me fuera.

Salimos caminando aunque al doblar la esquina corrimos un tramo.

—No entiendo nada, por favor explícame— me rogó Freya.

—Que te vienes a casa conmigo. No puedes vivir ahí.

—¿Y Jack está al tanto de todo esto?

—Ya se lo explicaré cuando lleguemos.


—¡Ewan! No puedes estar salvando a todo el mundo. Esta es mi casa, mierda.

—Lo sé, pero ya te expliqué. No lo haría si no fuera por eso. Necesito que me des una mano, es solo por esta vez.

—Ya te di una mano con la otra chica y mira en qué terminó.

—Es diferente, te lo juro.

—¿No que es tu novia?

—No lo es, solo pretendo.

—¿Cómo es eso?

—No me interesa ¿vale? Solo es un juego.

—Y ¿ella está al tanto que es solo un juego?

—Supongo.

—Supones, supones demasiado. Aclara las cosas y déjate de jueguitos. —Suspiró —que se quede. Pero no quiero nada raro ¿me oíste?

—Tranquilo— asentí y llamé a Freya que esperaba fuera del bungalow.

Jack la recibió muy bien, podía ser muy simpático cuando quería. Preparamos espaguetis, lo único que sabíamos hacer, y nos preparamos para dormir.

Puse las sábanas en el suelo y estuve tentado de hacer una barrera con almohadones pero luego pensé que ella podría sentirse mal. Asi que solo me recosté.

—Asi que siempre dormiste aquí—dijo— es duro.

—Si, lo siento.

—Descuida, me puedo acostumbrar.

—Buenas noches, Freya.

—Buenas noches, Ewan.

Cerré los ojos y esperé que todo el mundo se deshiciese. Pero no pasó, me vi envuelto en horribles sueños, entre los cuales Loki me llamaba y pedía ayuda, yo no podía ayudarla porque estaba lejos y nunca llegaba a alcanzarla. Mi desesperación fue tanta que me desperté de golpe, sentado y todo transpirado. Tenía que encontrarla, me necesitaba. Me levanté de la cama, me vestí. Dejé una nota diciendo que más tarde volvía y corrí a lo de Will.

—¿Tú estás loco? Es solo un sueño, no te voy a dar el auto a esta hora— se negó.

—Te lo suplico, te lo imploro ¡por favor! Mañana te lo devuelvo. —me puse de rodillas y le pedí con las manos.

—Ya, no seas ridículo— entró a su casa y salió con las llaves— aquí están. Como le hagas algo al auto, te juro que...

—No va a pasar nada, te lo juro. —Las tomé y salí corriendo al auto.

Las carreteras estaban vacías, fue fácil conducir. Tenía seis a siete horas por delante pero no me importó. Me puse algo de música y seguí adelante. Miraba la hora de a ratos, aún faltaba para llegar. El amanecer me sorprendió aún en la ruta. Tenía los ojos rojos de cansancio, pero estaba alerta. Necesitaba llegar y saber que todo estaba bien, luego me iría de nuevo. No pensaba irrumpir en su vida, rogarle nada. Solo estaba preocupado.

Pasé por una gasolinera a cargar combustible y no me demoré más de lo necesario. Me preguntaba a dónde la buscaría. Por el horario, de seguro tendría que esperarla en el instituto.

A eso de las ocho estacioné el auto frente al instituto. Baje del auto y esperé. La mayoría de chicos estaba en la entrada y muchos ya habían entrado. Esperaba que ella no. Los minutos pasaban y no aparecía. Miré el celular, había pasado un cuarto de hora.

Una chica de campera roja empezó a subir las escaleras.

—¡Ey, Lucy! —esa voz hizo que levantara la mirada. Allí estaba ella, saliendo de dentro, llamando a la chica de rojo —¡ven rápido! —me quedé tieso por unos instantes, luego reaccioné pero cuando estaba a punto de cruzar la calle, un chico con camiseta de futbolista salió, la tomó de la cintura y la besó. Algo se terminó de romper dentro mío. Toda la espera, todo el esfuerzo, el empeño que ponía en ser lo que ella quería, todo eso no tenía sentido. Ella quería a alguien y ese alguien no era yo. Tenía que verlo para entenderlo, ya nunca me respondería los mensajes. Seguramente había cambiado de número y yo hablaba con nadie.

Me sentía el tonto más tonto. Le había dado todo lo que tenía, estaba dispuesto a darle hasta mi alma y ella me había roto en pedacitos.

Subí al auto y esperé un rato. No podía ni siquiera pensar, mi mente estaba llena de nubarrones donde los sentimientos eran tantos que se golpeaban entre ellos para tratar de salir y cuando los hacían era a borbotones.

Lloré, me reí, maldije. Ahora sí estaba arruinado. No había nada en el mundo que pudiera arreglarme, estaba roto.

Conduje en silencio de regreso. El viaje más horrible de mi vida. Pero necesitaba saberlo, sino habría estado toda la vida esperándola.

Lo más demente de todo es que aunque me rechazara, aunque me odiara, yo seguiría amandola. Y eso era lo que más dolía. Miré la L en mi dedo y presioné fuerte el volante. Siempre presente, siempre en mí.


Por la tarde llegué a la casa de Will a devolver el auto. Se me quedó viendo cuando le entregué las llaves.

—¿Qué pasó? —se asustó.

—Está con otro— hizo amago de abrazarme pero lo detuve— no te preocupes, lo superaré. No me molesta, todos tenemos derecho a hacer nuestra vida ¿no?

—¿Bebiste?

—Tal vez un poco.

—¿Por qué lo hiciste? —se preocupó.

—Porque ya no importa, nada importa. Podría tirarme bajo un auto y nadie lo notaría siquiera.

—Otra vez no— me tomó del brazo y me obligó a entrar. Me llevó a la casa de la piscina y me sentó en su cama. —Por favor, no empieces a decir esas cosas. Sabes que no son ciertas.

—Claro que sí, soy un peso para todos. Estarían mejor sin mí. —Mis ojos se llenaron de lágrimas y él se puso a mi altura.

—Escucha, lamento lo que te pasó. Pero no nos metas a todos en lo mismo. ¿Ella no te quiere? Bueno, lo superarás. Los demás sí te queremos. ¿Cuánto bebiste?

—Ya te dije. Un poco.

—¿Cuánto es un poco?

—No lo sé, no llevé la cuenta.

—Si no llevaste la cuenta ya me imagino. —chasqueó los dedos frente a mí—ey, ¿solo bebiste?

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque te noto raro. Ahora contesta ¿consumiste otra cosa?

—Puede ser.

—¡Ewan! ¿por qué demonios hiciste eso?

—Me dijeron que podría olvidarme de ella.

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