28: El luchador invencible

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Canramer era una aldea con un gran número de pobladores. El camino de tierra estaba cuidadosamente bordeado por una densa vegetación de bambúes. Estos altos y delgados árboles de cañas verdes daban la impresión de estar caminando en un túnel de vegetación, protegiendo la aldea del bullicio externo.

Las viviendas de la aldea estaban construidas con materiales naturales. Las paredes y los techos estaban hechos de paneles de madera y paja, mientras que las ventanas y puertas estaban hechas de papel de arroz. Las estructuras se encontraban rodeadas por jardines zen con senderos de grava y pequeños estanques de agua clara que reflejaban la belleza de los bambúes.

El sonido del viento soplando entre las cañas y el suave crujido de los árboles de bambú al rozarse transmitían una atmósfera de tranquilidad y armonía, convirtiendo la aldea en un refugio pacífico para sus residentes y visitantes.

Noba llevaba un rasgado kimono, solía ser blanco, pero ahora estaba negro de suciedad. Su cabello era largo, no lo cortaba en meses, y sus pies pequeños de niño de siete años aclamaban descanso.

Días hacía que no probaba alimento alguno y el corazón le dolía. Le punzaba de una forma que no sabía describir. Ni siquiera sabía escribir o hablar ideas fuertes y concisas. Todo lo que lograba decir eran frases cortas o cosas que quería pedir.

Él estuvo solo desde su primer recuerdo. No tuvo a su lado alguna figura materna o paterna, un hermano o un abuelo que le brindara su sabiduría. No tenía idea de qué o quién le había protegido cuando era apenas un bebé y las personas que tal vez lo sabían, los vecinos de su guarida, se negaban rotundamente a intercambiar palabras con él porque lo veían como un fenómeno.

—Hambre… Mucha…

Su estómago demandaba alimentos y por sus medios no podría conseguirlos. No tenía nada de dinero y la última vez que intentó robar, el mercader lo golpeó en el rostro hasta que se jactó de su victoria contra el niño.

Esa era la cruel realidad del Distrito Bajo, el barrio más pobre de Canramer. Un lugar de extrema pobreza en donde luchas o mueres.

Noba recordó lo único que hacía bien y se levantó del frío suelo, apoyándose de la pared y escuchando como una de sus costillas crujía ferozmente. Estaba rota por una pelea que tuvo con un hombre alto y corpulento y, si no era atendido con urgencia, podría tener cambios drásticos en su salud, pero nada podía hacer. Solo seguir como si nada.

Cruzó la calle y caminó por varios minutos, las piedras del camino le hacían daño a sus pies descalzos.

Llegó hasta La Arena, un enorme cúmulo de tierra grisácea que los peleadores callejeros usaban para luchar y apostar a sus competidores favoritos. Una fracción del Distrito Bajo en donde no existía la ley y, mucho menos, la esperanza de sobrevivir ante adversarios más grandes que tú.

El turno de Noba estaba cerca de llegar, le correspondía pelear con una niña de trenzas negras más bajita que él. Probablemente ni ella supiera su edad por las condiciones en las que iba: descalza como él y con ropas desgastadas.

Cuando ambos entraron a La Arena, se escucharon los gritos de la multitud.

—¡Yo apuesto cincuenta monedas al niño!

—¡Sesenta monedas si la niña gana!

—¡El que pierda lo venderemos como esclavo! ¡No podrá resistirse!

Las apuestas seguían y seguían, Noba se sintió como una marioneta sin vida. Callado, sin hablar, solo obedeciendo el movimiento de sus titiriteros. Apostaban dinero por su vida, como si fuese un animal miserable.

Tenía que demostrarles que era más que eso, más que un niño.

Cuando la quejumbrosa campana de plata del jefe de La Arena sonó, la multitud estalló en sonoras carcajadas cuando la niña cayó de rostro hacia el suelo y no se movió ni un centímetro.

Noba ni siquiera la topó, pero sintió como si hubiese sido él el culpable. Ella tenía anemia. Ni siquiera sabía cuántos días llevaba sin comer, lo que único que supo fue que dos hombres la cargaron y se la llevaron tras su clara derrota.

Noba se sintió terriblemente mal por ella. Su destino era ser vendida como esclava. Tal vez estaría en una familia adinerada o en una de bandidos, dependiendo de su suerte.

—¡El niño todavía puede pelear!

La aguda voz de una señora lo sorprendió.

—¡Sí! ¡Él aún está de pie!

—¡Busquen a un nuevo retador!

Como si hubiera respondido al llamado, entró en La Arena un hombre grotesco y musculoso rozando los treinta años. Noba tembló. En el estado en que estaba, ni siquiera saldría vivo de allí, pero no huyó. Todo lo contrario. Se posicionó para luchar y recibió el primer golpe antes de que sonara la campana.

El público no lo vio como una falta. A todas esas almas pobres les daba gracia ver cómo el niño era abatido cruel y despiadadamente.

Cuando Noba no soportó más golpes, se tiró al suelo, harto de su situación, de la forma en que tenía que vivir, de todo lo que no tenía, el hambre que consumía su ser, la mala salud que acababa con él lentamente.

Pronto, perdió la conciencia y, al abrir nuevamente sus ojos, se vio en la habitación de una lujosa morada.

Intentó levantarse, pero el cuerpo le falló, doliéndole de una forma muy grave cada parte de su ser.

Suspiró cuando vio la figura de una mujer pelinegra y con ojos del color de la noche. Era realmente hermosa y transmitía un aura de seguridad que hizo que el niño se regocijara en ella a pesar del dolor.

Con la sonrisa de ella, él volvió a la cruda realidad. Había perdido una decisiva batalla en La Arena y como consecuencia fue vendido como esclavo a saber a qué tipo de familia.

—Tú… —Buscaba las palabras correctas en su repertorio no tan amplio—. ¿Tú ser mi familia?

La mujer rió, causándole gracia el extraño dialecto de Noba, pero él no se reía de eso. En el fondo, se avergonzaba por no saber hablar bien y jamás haber ido a alguna instrucción escolar.

—Sí. —Ella sonrió y sus ojos se achinaron. —Mi esposo te ha comprado como esclavo en el Distrito Bajo. Pero no te preocupes, no somos malas personas.

A pesar de que cualquiera sería capaz de decir eso, el niño no dudó de la palabra de la mujer. Se sentía como si un verdadero ángel le hablara con una voz dulce y melódica.

—¿Cuál es tu nombre, pequeño silencioso?

—Nombre… —Se quedó pensando un momento—. Noba. Mi nombre. Noba.

—¿Oh, Noba? ¿Y cuál es tu apellido?

—¿Apellido?

—Sí, apellido. El ícono de tu familia que va después de tu nombre.

—Ah… —Sus pensamientos seguían en las nubes—. No tengo familia. No tengo apellido.

—Oh, vaya…

Ella se sintió mal, pero le había propuesto a su esposo adoptar un niño. La mayoría de los niños del Distrito Bajo, como Noba, no tenían familiares y seguro esperaban un milagro para ser bienvenidos en algún lugar. Por esa razón, esa mujer decidió viajar al mercado de esclavos del Distrito Bajo y salvar la vida aunque fuera de una persona.

La mujer bañó y cambió de ropas al niño. Además, cortó su cabello, que le llegaba por debajo de los hombros.

—Yo soy Luna. Luna Lotto. Somos una familia de nobles aquí en Canramer. —Luna tomó de la mano a Noba y lo condujo hasta un comedor. Él, maravillado, miraba con incredulidad todo su alrededor—. ¿Tienes algún malestar? Te llevaré con nuestro doctor.

El ver toda esa amabilidad en aquella mujer y los tratos que recibía pronto cautivó su solitario corazón. Comenzó a llamar a Luna “madre” y cuando conoció a su padre y hermano adoptivos pronto los llamó como tal.

Su padre era Ren, dueño de un gran dojo de renombre y popular en Canramer; y su hermano se llamaba Zion y solo se llevaban unos meses uno de otro.

Desde ese día, la vida de Noba cambió drásticamente. Empezó a asistir a las instrucciones educativas, entrenó su cuerpo en el dojo familiar y aprendió etiqueta y lenguaje. Al pasar cinco años, ya era una persona totalmente nueva.

—¿Noba, no vas a entrenar hoy? —preguntó el hermano del nombrado.

—Por supuesto, Zion. Ya sabes lo que quiero.

—¿Aún sigues con esa ridícula idea de ser un valiente? Ni siquiera sabemos cuando sea la selección.

—Me gustaría dar la vida por una causa y no permanecer todo el tiempo viviendo aquí como un niño rico.

—No es ser niños ricos, Noba. Tú viste cómo es el mundo ahí afuera. La Cuenca Blanca no debe diferenciarse mucho del Distrito Bajo: caos por todos lados y pena de muerte segura para los menos vivaces.

—Lo que tú digas. —Noba ignoró los intentos fallidos de Zion de convencerlo de dejar esa ridícula idea. Llegado el momento, él mismo sabría qué hacer.

En el dojo, Zion le enseñaba nuevas técnicas de artes marciales a su hermano menor. Desde cómo defenderse hasta cómo ejercer una letal ofensiva.

Noba se posicionó, estirando un pie hacia atrás, con los brazos rectos de forma paralela a su torso y las manos abiertas. Zion cargó contra él, dando un salto en el aire y rompiendo las defensas de Noba con una sola pierna y con su brazo derecho le golpeó sus piernas, haciendo que cayera al suelo.

—Eso es lo que llamo “un buen derechazo”.

—¿Te crees muy gracioso, Zion?

A Noba no le molestaba el humor de su hermano, pero siempre detestaba perder en sus entrenamientos a pesar de que ambos eran muy jóvenes.

El niño que solía ser del Distrito Bajo le propinó una patada por el estómago a su adversario, atrapándolo con la guardia baja y ocasionando que cayera hacia atrás mientras sostenía su estómago con fuerza.

—¿Y quién gana ahora, hermano?

Noba sonrió levemente, pero esa sonrisa desapareció tras ver a Ren, su padre, llegar con rostro de pánico al dojo situado en la parte trasera de la casa.

—¡Zion! ¡Noba! ¡Luna ha empeorado! ¡Deprisa, está muy mal!

No escatimaron en nada y corrieron con todas sus fuerzas detrás de su padre hasta la habitación matrimonial en donde Luna estaba sobre su cama con las manos en su pecho y quejándose de un gran dolor.

—¡Madre!

Noba se arrodilló frente a la cama, seguido de Zion, y le preguntó cómo se sentía. Ella tosió y jadeó un poco por aire, sintiendo cómo sus párpados se iban cerrando.

—Estoy bien. —Volvió a toser—. Noba, Zion, es solo neumonía, ya pasará.

—No, mamá. Es serio.

La voz de Zion solo manifestaba la preocupación y el temor por la enfermedad de Luna. Se la habían diagnosticado unas semanas atrás y en grado terminal. Pero jamás pensó que se pondría tan mal.

Ren logró pagar los mejores monjes, médicos y hasta el propio Sacerdote de la Vida les hizo una visita, afirmando que no podría hacer nada, solo una leve mejora.

Entonces, el tan imprevisto día llegó. Cuando Noba cumplió sus quince años, su madre empeoró drásticamente y se percataron ellos de que el efecto de la sanación del Sacerdote de la Vida ya había culminado.

La imparable enfermedad y el momento llegaron.

Con Noba, Zion y Ren de su lado, los ojos de Luna empezaron a perder brillo y sus manos cayeron a ambos lados de su cuerpo.

Todos lloraron, pero lo que más confundió a Noba, fue el cómo esa escena tortuosa se repetía una y otra vez, sin darle tiempo de procesar nada. El paso de la sonrisa gentil de su madre a la inexpresiva cara y ojos sin brillo de ella era un constante vaivén que lo atormentaría en lo que él no sabía que era un terrible sueño.

Holaaa, mis valientes ̖́‧♡✩. Cómo han estado? Espero que bien.

♡୧꒳ Cómo les va pareciendo la historia? Espero que les esté siendo de agrado <3

〖No olviden votar y comentarios, ambas cosas son muy importantes para mí〗

Sayonara,

Emily *ૢ✧

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