CAPÍTULO 1

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Gritos venidos de cada celda plagaban el pasillo, las paredes vibraban, y la fuerza de las voces sonaba con el eco de un sanguinario ejército apunto de enfrascarse en una mortífera batalla. Objetos quemados caían desde todas partes y ante la tenue luz del recinto, se iluminaban como apocalípticas aves, que moribundas descendían desde las alturas hasta extinguirse contra el suelo, pronto, las voces se juntaron y formaron un solo y potente coro que repetía una y otra vez la misma palabra: ¡cuervo! ¡Cuervo! ¡Cuervo!

Las oxidadas puertas del salón se abrieron, liberando un desagradable aroma que mezclaba el metal y la sangre, el lugar se sentía como un gigantesco horno, apenas iluminado por algunas lámparas sobre sus cabezas, los reos y los guardias miraban y gritaban como un público enardecido en busca de sangre. Alex no dijo nada, siguió su camino, envolviendo sus puños con viejas vendas que ya habían dejado su color blanco original atrás, gracias a las innumerables peleas a las que se había enfrentado y por lo cual ya eran casi totalmente de un color rojo. Acabó descendiendo y entrando en un improvisado cuadrilátero hecho de rejas y metales puntiagudos, una especie de jaula en la cual cada noche debía entrar y luchar para sobrevivir, El Pozo. Las voces eran profundas y difusas, el calor le hacía sudar y su corazón estaba vuelto loco. Se adentró en la arena de combate y aguardó hasta que la segunda puerta se abrió, mostrando una figura de ojos rojos que avanzaba de entre la oscuridad hacia él.

Apretó los puños y se preparó para el encuentro levantando firmemente su guardia. Pero todo acabó por cambiar en el momento en que su oponente se mostró ante la luz. Su mirada cambió, y tan pronto como un parpadeo el temor se apoderó de él.

—¿Milton? —pronunció con voz trémula y acobardada una vez que lo reconoció por completo.

La campana sonó, y en menos de lo que imaginó; su oponente llegó hasta él y lo mandó al suelo con un colosal puñetazo que le reventó la nariz y le hizo sangrar sin parar. Las voces se habían transformado en un eco infernal, nada más que gruñidos violentos que alentaban a Milton a asesinarlo sin piedad alguna.

—M-Milton, soy yo, Alex —gimoteó entre balbuceos sanguinolentos, se puso de pie y avanzó hacia él.

Quien otrora había sido su mejor amigo llegó hasta él y le asestó dos golpes más que lo sacudieron cual si se tratara de un muñeco de carne. Balbuceó y soltó un buen cúmulo de sangre sobre la tierra, entonces atacó de nuevo, lo pateó y Alex acabó impactando contra una de las rejas. El sanguinario Milton de ojos carmesí llegó hasta él y aprovechando la desventaja; arremetió múltiples veces sin piedad, dejando a Alex completamente bañado en sangre y apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor.

—Milton... soy yo... soy tu amigo —farfulló torpemente mientras sentía como las heridas internas incrementaban en torno a su agónico encuentro.

—Tú me dejaste morir —emitió con furia, lo sostuvo del cuello y se acercó hasta quedar frente a él.

Sus ojos resplandecieron con fuerza, mostró una siniestra sonrisa y su piel empezó a derretirse como si se tratara de la cera de una vela, dejando un ente carbonizado que le gritaba y se reía como un demente. Alex cerró sus ojos con fuerza, buscando alejarse de aquella cosa que ni por asomo era su amigo, entonces el infernal Milton lo apuñaló en el pecho con una daga, gritó con todas sus fuerzas hasta que su garganta le caló y sus pulmones no aguantaron.

No fue hasta ese entonces que consiguió despertar. Se levantó de sopetón y palpó su pecho, estaba empapado de sudor y su tórax iba y venía con intensidad gracias a su agitada respiración, sin embargo, no había ninguna herida en su piel, nada había pasado, pero el dolor lo había percibido bastante real a pesar de todo. Zoey se incorporó también y lo miró cavilando entre la penumbra, acarició tiernamente su espalda y sin querer palpó sus cicatrices. Alex poco a poco empezó a volver a la normalidad.

—¿Qué pasó? —preguntó suavemente. Buscando no perturbarlo mucho más de lo que ya estaba.

—Creo-creo que tuve una pesadilla —confesó agitado, acarició sus ojos y negó con la frustración rebosando entre sus palabras. Ella lo rodeó con sus brazos y pegó sus labios contra su espalda.

—¿La guerra?

—No —llevó su mirada hacia ella—. El Pozo.

—Tranquilo, ya pasó.

Alargó sus brazos y lo abrazó con fuerza, le entregó algunos besos que consiguieron reconfortarlo, se pegó más a ella y suspiró con pesar. Había pasado de nuevo, una noche más que no había logrado conciliar el sueño en lo absoluto, las imágenes vividas en la prisión lo atormentaban seguido, pero aquella había sido la primera noche en que su amigo se había hecho presente para asolarlo también, más que una pesadilla, aquello había sido una visita al purgatorio.

Luego de eso ninguno pudo volver a dormir. Decidieron darse un baño y después bajar a desayunar, en todo ese tiempo Alex no había dicho absolutamente ninguna palabra, igual Zoey no lo presionaba, había pasado por muchas cosas en todo el tiempo que había estado preso, así que no buscaba agobiarlo más tratando de ayudarlo, estaba convencida de que él compartiría lo necesario poco a poco cuando estuviera más tranquilo. Acabó haciendo omelettes para ambos, preparó la mesa y como una joven y monótona pareja de novios se sentaron a comer.

—Gracias —se acercó y lo olfateó—. Huele bien.

—Es de champiñones y jamón, oh y tu mamá me recomendó ese queso que probamos la otra vez, dice que te gusta mucho. —Él solo mostró una diminuta sonrisa entre sus labios, empezó a comer, pero aquellos abrumadores silencios continuaban.

—Oye —llevó su mano hasta sujetar la suya—. Sé que has pasado por mucho y quizás no quieras hablar de ello todavía, pero sabes que yo siempre te escucharé, ¿sí? —Alex tomó su mano y la besó con ternura. Después suspiró.

—Lo sé, y estoy bien, solo... he estado teniendo ese sueño cada vez más seguido —frustrado comenzó a frotar sus ojos—. Es como una tortura.

—¿Quieres hablar de eso?

—No hay mucho que decir, siempre es lo mismo. Estoy en El Pozo y me toca luchar, me enfrento a muchas personas y siempre acabo matándolos a golpes —dejó de hablar y mantuvo su mirada puesta en el vacío. De por si eso ya era desagradable, pero todo había acabado por empeorar—. Pero hoy fue diferente.

—¿Qué pasó?

—Yo... vi a Milton.

Semejantes palabras lograron hacer que la mirada de Zoey Derickson se transformara en una mueca llena de pena y nostalgia amarga. Había sido asesinado hacía años y aún permanecía en su memoria como un constante recordatorio de su fracaso.

—Es horrible —confesó, frágil como un niño asustado que no puede dejar de lado los pensamientos que le lastiman. Negó desesperado y se rascó la cabeza.

—Lo extrañas. Todos lo extrañamos, es normal que sientas así —algo en su tono de voz le hizo saber que no era el único en recordarlo a menudo.

—Sí tan solo hubiera llegado antes, si tan solo hubiera podido hacer algo... él no estaría...

—Oye —lo detuvo antes de que siguiera castigándose a sí mismo—. Lo que pasó no fue tu culpa, fue Raiden.

—Lo sé —limpió su nariz—. Pero no dejo de sentirme culpable por lo que le pasó. Al menos, me hubiera gustado haber estado en buenos términos con él antes de... bueno, lo que pasó.

—Él te adoraba, y tú a él, créeme, lo sabía muy bien. Aunque las cosas no estuvieran del todo bien entre tú y él, sabía perfectamente que lo querías mucho.

—Sí... —se rascó la nuca y tomó algo de aire—. Lamento que tu vida normal se convirtiera en una constante rutina de ayuda psicológica para tu novio trastornado.

—Todos tenemos nuestros demonios. Tú me ayudaste cuando papá se fue, en los momentos cuando más perdida me sentía, así que haré lo mismo por ti —se levantó y le dio un beso que logró apaciguar su dolor al menos por unos breves instantes—. Además, no todo es malo, me gusta la rutina, y el sexo no está mal.

—Hm —sonrió agraciado, y ciertamente halagado, estaba feliz de tenerla a su lado. —Tanto había sufrido en su tiempo en la correccional y después en la guerra, que finalmente estar con ella se sentía como un sueño del cual aún le costaba despertar.

—Por cierto, Rox me llamó hace rato, me dijo que ya casi está todo, solo necesitamos conseguir el pastel y ya estará todo listo para esta noche.

—Pastel, claro —meditó un poco mientras bebía algo de jugo—. ¿Pastel para esta noche?

—Para la fiesta —seguía sin entender—. ¿La fiesta de Javi? Hoy es su cumpleaños.

—Ay carajo.

—¿Lo olvidaste, no es así?

—Lo siento, lo olvidé completamente —reconoció apenado, aunque a ella no le sorprendía mucho eso.

—Bueno, pues el pastel es de nuestra parte, pero si tú quieres regalarle algo extra, seguro que lo hará bastante feliz, ya sabes como es.

—Claro, claro. Bueno, seguro tengo una espada o algo por ahí, quizás algunos cuchillos o...

—Oye, oye, despacio. Es una fiesta, no iremos a luchar contra la mafia. Recuerda, debemos mantener las apariencias, somos solo un grupo de amigos en una fiesta, nada más, lo que significa...

—Nada de cuchillos.

—Nada de cuchillos —recalcó firmemente.

—Claro.

—Anda, vamos, tenemos muchas cosas que comprar.

Salieron del departamento y fueron hacia el supermercado más cercano, era un día medianamente soleado, aunque el frío otoñal se sentía en el ambiente y en cada rincón de la ciudad. Luego de la guerra, las cosas volvieron a la normalidad, o al menos lo más parecido a la calma. La ciudad demoró su tiempo en componerse y regresar a la rutina, pero las personas, como en todo, se adaptaron al cambio, superaron sus pérdidas y continuaron adelante, aun cuando el recordatorio de que la desgracia había estado presente y aunque aquello había sido un golpe duro, no se dejaron vencer, y siguieron adelante apenas pasado el huracán.

Había pasado tanto tiempo desde su última misión como héroe  —y sumado también a su estadía en prisión—, que se sentía como un pez fuera del agua, respirar la quietud y la monotonía en las calles como cualquier otra persona normal, lo hacía sentirse realmente extraño, alienado quizás a su agitado modo de vida. Todavía no se hacía a la idea de que las batallas terminaban, y todo podía regresar a la calma.

Se detuvo un momento al reconocer un antiguo negocio al que solía ir con su padre, una heladería, cada viernes después de llegar del trabajo, lo llevaba ahí y se sentaban en una vieja banca para disfrutar de su helado. Miró su reflejo contra el cristal del local, y se miró con añoranza, ya no era un niño. Estaba seguro de que de haber estado presente, a su padre le habría resultado casi imposible poder reconocer a su muchacho y ver al hombre en quien ahora se había convertido. Tomó aire y suspiró, dejando una leve y nostálgica sonrisa plasmada en su rostro.

—Oye —su bella compañera tomó su mano y le sonrió—. ¿Todo bien?

—Sí —aquel recuerdo le hizo sentirse mejor—. Sí, vamos.

Recorrieron buena parte de los barrios aledaños a su hogar, entrando en los negocios locales, pasando por los bazares y las tiendas hasta que entraron en el supermercado, como si se tratara de una joven y normal pareja, atravesaron múltiples callejones repletos de anaqueles repletos de comida y productos de la vida diaria, percibiendo la extrañeza de una rutina que no implicaba nada que amenazara su vida.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó ella mientras le mostraba una caja de cereal con un estampado de un tipo con capa y antifaz.

—Esa combinación no funciona —reconoció él mientras seguía moviendo el carrito—. O es la capa o el antifaz, pero nunca ambos.

—Lo que me refiero es, solo mira a tu alrededor —pronto se dio cuenta de la inmensa propaganda, todo con temática de superhéroes a donde fuera que mirara—. Antes éramos unos cuantos y ahora hay cientos o quizás miles en todas partes. Es como si la vida nos lo estuviera echando en cara.

—¿Te arrepientes de haber entrado en el retiro?

—Para nada —dejó una caja de aquel cereal dentro del carrito y siguió adelante—. Solo me sigue pareciendo algo increíble.

—Son tiempos extraños, amor —analizó un empaque de galletas y alzó las cejas—. Quizás allá un shampoo o tal vez alguna loción de la vigilante Rouge por ahí, ¿quién sabe?

—Ja, ja, que gracioso.

—Yo lo compraría —giraron hacia otro pasillo.

—Iré a recoger el pastel, tú sigue con la lista.

—A la orden —tomó el papel y empezó a buscar los productos por la zona—. ¿Galletas sin gluten? ¿Pan integral? Diablos —bajó la lista y siguió recorriendo el pasillo—. ¿Dónde está lo divertido, Zoey?

Prestó atención a un sujeto que apilaba unas cajas en la repisa más alta de un anaquel, la escalera en la que estaba se tambaleaba y a duras penas podía sujetar todas las que traía encima. Casi parecía una suerte de artista callejero apunto de realizar alguna extraña y peligrosa maniobra a cambio de algunos billetes.

—¿Oye, sabes dónde puedo encontrar el... —leyó con atención—... yogurt natural libre de conservadores? —su mirada se desfiguró con extrañeza y desagrado. No estaba acostumbrado a seguir un régimen alimenticio tan estricto como el de ella, quizás por ello ella seguía en forma y él empezaba a sentirse más pesado cuando la acompañaba a ejercitarse.

—Sí, eh... está por allá, al lado de la carnicería.

—Gracias —trató de avanzar, pero lo vio en problemas y dejó su carrito—. ¿Oye, necesitas una mano?

—N-no, estoy... —la escalera empezó a tabalearse, se agitó y varias cajas cayeron. Pero Alex las atrapó todas sin siquiera parpadear, el chico que las acomodaba bajó de las escaleras y las tomó—. Cielos, eso-eso fue impresionante, ¿cómo lo hiciste?

—Oh, ya sabes —disimuló girando una caja—. Mucho basquetbol.

—Claro —sonrió y en lugar de llevarse varias, solo tomó dos cajas—. Gracias, amigo, eres mi héroe.

Alex no dijo nada, bajó la mirada y esbozó una sonrisa, asintió y se marchó de ahí. Luego de completar las compras y el resto de los mandados, el par de antiguos vigilantes marcharon hasta llegar a Harlem. La energía negativa de la mañana acabó por marcharse una vez que arribaron a aquel barrio, la música y el espíritu de la gente acabaron por contagiarlos y hacerlos sentir revitalizados una vez más.

Entraron en un edificio de departamentos y llegaron hasta el de su compañero, el cual se hallaba en el tercer piso, dentro ya había varias personas, vecinos y amigos de Javier, todos en perfecto ambiente, preparaban todo para la fiesta de la noche. Ciertamente de todo el grupo era él el más sociable y quien mejor se había adaptado a la vida de civil.

—¡Alex, Zoey! —exclamó un niño que ni pronto ni perezoso corrió para saludarlos.

—¡Paco! —Alex lo levantó con un brazo y chocaron los puños—. Mírate, estás enorme, en unos meses vas a ser tu quien me cargue y no al revés.

—¡Muchachos, hola! —saludó una atareada mujer desde la cocina. Preparaba algo de comida mientras a la vez buscaba mantener a raya a unos gemelos.

—Miriam, hola —alegre, Zoey se acercó con ella y la saludó—. Me encanta lo que le hiciste a tu cabello.

—Gracias —los niños corretearon entre sus piernas—. ¡Mariel, Bruno, estense quietos los dos, carajo! —largó con un marcado acento cubano en su voz—. Lo siento, estos niños me vuelven loca.

—No te preocupes —sonriente dejó las bolsas y empezó a ayudarla a cocinar—. ¿Quieres que corte esto?

—Por favor, oh, ¿y puedes buscar algunos aguacates? Hay que hacer el guacamole.

—Seguro —tomó algunos de aquellos ingredientes y empezó a preparar la comida, escuchó entonces un escándalo y encontró a Alex jugando con el niño y colocando los adornos para la noche. Sonrió contenta.

—Se llevan muy bien —comentó la mujer mientras los veía jugar.

—Alex adora a los niños, y los niños lo adoran a él —empezó a cortar los aguacates prácticamente sin mirar y sin temor a cortarse, cosa que tomó por sorpresa a la mujer.

—¿Ustedes piensan tener familia?

—¡Cielos, no! —reaccionó abruptamente y casi se ahoga con el trago de cerveza que había tomado—. Es decir, no lo sé, es muy complicado y realmente no hemos hablado de esa clase de temas. Todo esto es... nuevo para nosotros.

—¿Qué? ¿Vivir en pareja?

—Sí... eso —sonrió con disimulo y siguió cortando los vegetales.

—Tranquila, mija, no te presiones —lanzó unas risas—. Son jóvenes todavía, no tienen por qué apresurarse, disfruten su vida, y después ya se verá.

—Claro —suspiró y siguió cocinando—. Claro...

—Bien, ya casi, solo un poco más a la derecha y... ¡listo! —bajó al niño y le dio un trago a su cerveza, se alejaron un poco y juntos miraron aquel colorido cartel que decía en letras bien grandes: FELIZ CUMPLEAÑOS JAVI—. Buen trabajo —chocó las palmas con el niño.

—Somos un buen equipo.

—¡Obviamente! —exclamó con modestia y el niño y él siguieron jugando y arreglando los adornos.

—¡Hola, hola! —en eso la puerta se abrió y Roxane Taylor se mostró, todos la saludaron con alegría, en especial Paco, quien corrió a recibirla con mucho anhelo.

Era una fortuna que todos los vecinos se apoyaran tanto y fueran tan cálidos entre sí, tan solo los habían tratado un par de veces a lo largo de los meses que llevaban instalados en los alrededores y ya parecían miembros más de aquella gran familia.

—¿De qué me perdí?

—No mucho —le dio un trago a su bebida—. Pac y yo ya tenemos casi todo listo, pero si quieres nos puedes ayudar con las luces, a menos de que sea demasiado para ti.

—Que gracioso —le dio un empujón amistoso y empezó a desenvolver las luces junto con él. Alex destapó una cerveza y se la pasó a su compañera.

—Gracias —bebió y se limpió los labios con el dorso de la mano—. ¿Cómo les ha ido? ¿La vida de pareja les sienta bien?

—Todo ha estado genial, sí. —No sonaba muy avispado, claro que mucho era por las pesadillas y el constante sentimiento de aburrimiento que llegaba a provocar la monotonía del día a día.

—¿Pero? —levantó las cejas con curiosidad y su compañero solo se encogió en hombros.

—¿Eh? No, nada, todo ha ido genial. —Trató de disimular, pero a ella nada se le escapaba.

—Vamos, dime que pasa. Sabes que no dejaré de molestarte hasta que me cuentes.

—Es complicado —se rascó la cabeza y bufó—. Cuando nos volvimos héroes, fue con la intención de traer paz, no solo al vecindario, sino a la ciudad entera, luego aquella responsabilidad creció hasta donde nunca hubiese podido imaginarlo. Pasamos de salvar Nueva York, a prácticamente todo el mundo.

—Muy humilde de tu parte —bromeó en un intento de aligerar su conversación, pero Alex seguía serio.

—El punto es que... siempre esperé que al colgar el traje todo volvería a la normalidad, ¿sabes? Que todo volvería a ser tranquilo.

—¿Y no lo es?

—Lo es, sí, pero es como si no pudiera creerlo. A veces me acuesto pensando en todo lo que he hecho y si ha valido la pena y... no siempre me voy con el mejor sabor de boca. Siento como si todos los sacrificios que hemos hecho no fueran suficientes —atrapó su nariz con índice y pulgar y suspiró con pesadumbre—. Seguro piensas que estoy loco.

—Estás loco —aseguró—. Pero te entiendo.

—¿En serio?

—Estás tan acostumbrado a vivir al límite, que la sola idea de sentarte a ver la televisión te hace sentir culpable. Cargas con una responsabilidad que nunca pediste, y aun cuando te has ganado tu descanso de esta, no puedes dejarla atrás.

—Sí... algo así.

—Piensa en alguien que fumó toda su vida y que de la nada intenta dejarlo, no es nada fácil, tiene que lidiar con el hecho de comenzar con una rutina completamente diferente a la que conocía, una vida nueva, no es fácil dejar los hábitos atrás, por más peligrosos y extravagantes que sean.

—¿Entonces, somos adictos en abstinencia?

—Tal vez —bebió de su cerveza una vez más.

—De entre todos los estilos de vida que atenten contra tu salud, definitivamente escogimos el más raro.

—Y que lo digas.

Luego de su conversación se hizo más evidente que no solo él pasaba por un desagradable episodio de "abstinencia heroica", sino que sus amigos también. Era de esperarse, su vida se había convertido en una cruzada para proteger al inocente e imponer la justicia a través de la lucha contra el crimen, y ahora que todo había terminado de manera tan repentina, era como si ninguno pudiera adaptarse por completo al nuevo periodo de paz que tanto les había costado conseguir.

—Dejemos eso de lado. ¿Tú que me cuentas? Oí que estabas saliendo con alguien, ¿vendrá a la fiesta?

—Rick, sí —se rascó la cabeza y bebió de la cerveza—No, él no vendrá, ya no estamos saliendo.

—Oh, lo siento.

—No, no, todo bien, solo no era el indicado.

—¿Es difícil volver al ruedo una vez que has visto tanta mierda, no es así?

—Sí... —reconoció con cierto pesar. Pronto más y más amigos y conocidos empezaron a llegar al lugar, todo apuntaba a que sería una gran fiesta.

—¿Sabes si Rei vendrá? Lo último que supe es que vivían juntas.

—Se fue del departamento hace unas semanas, no he sabido mucho de ella desde entonces. Ya sabes como es.

—Sí. Espero esté bien.

—Lo está, créeme, mejor preocúpate por el pobre desgraciado que se atreva a ponerle una mano encima —ambos se echaron a reír después de eso—. Igual quizás asista, no creo que sea capaz de defraudar a Javi.

—Si como no.

Ambos sabían perfectamente que Rei podía ser muy huraña y algo malhumorada, no era para menos, había sufrido mucho en el pasado, y su vida no había sido algo demasiado "común" como para poder llegar a comentarla en alguna conversación frívola en una noche de tragos, sin embargo, esperaban verla ahí, aunque fuese por un rato. Luego de la guerra, aquella sería una noche especial, pues luego de mucho tiempo el equipo habría de reunirse una vez más.

Las horas pasaron, los invitados se acumularon en el departamento, la música sonaba con fuerza y el ambiente cada vez más se convertía en una fiesta de verdad, aunque aún faltaba el elemento principal.

—¡Aquí viene! —anunció una chica que discretamente se había asomado al pasillo.

—¡Rápido, las luces! —dijo Zoey. Pronto todo el sonido se extinguió, las luces se apagaron y todos los invitados guardaron silencio. De un segundo a otro el lugar se volvió una cripta.

—Chingado, la pinche luz otra vez —exclamó Javier una vez que entró y encontró todo totalmente a oscuras.

En eso, todo se encendió de nuevo, y un monumental coro se unió para gritar con fuerza: ¡feliz cumpleaños! Serpentinas de colores salieron volando, luces de cámaras parpadearon sin parar y la música regresó con toda la intensidad. Pronto la mirada en el joven Javier Reyes se transformó de sorpresa y se llenó de alegría, sonrió de oreja a oreja y largó enormes risotadas cargadas de alegría. Le entregaron una bebida y uno a uno empezó a saludar a sus invitados, hasta que se encontró con sus amigos.

—¡Chicos! —rápido llegó con ellos y recibió a Alex y a Zoey con mucho gusto—. ¡No puedo creerlo, están aquí!

—No nos íbamos a perder tu fiesta, amigo —reconoció Alex dándole algunas palmadas. Javier respondió con otro abrazo.

—Feliz cumpleaños, Javi —mencionó Zoey mientras le entregaba una pequeña bolsa de regalo.

—Oh, no se hubieran molestado —sonrió juguetón y hurgó un poco en la bolsa—. Pero qué bueno que se molestaron.

—¿No hay abrazo para mí o qué?

—¡Roxy! —llegó con ella, la abrazó con enjundia y la levantó—. ¡Dios, de verdad es increíble que estén todos aquí! —meneó su cabeza por la habitación, pero al no encontrar lo que buscaba los miró nuevamente a ellos con cierta esperanza contenida en sus ojos avellana—. ¿En dónde está Rei?

Sus compañeros compartieron una mirada cómplice, no querían amargar su fiesta. Entonces Roxane intervino, dejó una mano sobre su hombro y luego de aclarar un poco su garganta, habló:

—Se fue de viaje desde hace unas semanas, apenas y avisó, ya sabes como es.

—Claro —se mostró algo triste. Pero Alex intervino.

—Anímate, amigo —le dio una cerveza a cada uno—. Es una fiesta, vamos a celebrar.

—Cierto —cambió su postura y se relajó—. Cierto, cierto, ¡hay que divertirnos! —eufórico volteó por todas partes y encontró a un sujeto con aires de cholo comiéndose unas papas en la cocina—. ¡Jaime, pásame el tequila, güey!

—Oh, oh —fue lo último que alcanzó a decir Zoey antes de todo se volviera una locura.

Los tragos iban y venían mientras que la música no dejaba de sonar. Risas y alegría llenaban el departamento, haciendo vibrar las paredes y deslumbrando con luces a cualquiera, contagiándose a todos los presentes cual si se tratara de una extraordinaria sustancia psicotrópica que los mantenía en un estado de euforia sin igual. Zoey y Alex bailaban al son de la cumbia y el merengue que se combinaban en una agradable mezcla que no los dejaba descansar, reían y se meneaban al son de la electrificante música. La hizo girar, haciendo así ondear su cabello, Zoey se apartó y sacó a relucir sus pasos de baile, su movimiento serpenteante y estilizado que la hacía lucir más hermosa que nunca.

Roxane los miraba desde un sillón, era algo penosa para bailar, pero en cuanto Javi se percató de aquello; cambió de pareja y llegó con ella, extendiéndole su mano con una sonrisa.

—¿Me permitiría esta pieza?

—Ay por Dios Javi, no, soy pésima bailando —barboteó ruborizada. Pero Javier la tomó de las manos y la animó a ponerse de pie. Casi parecía un niño pequeño con tanta insistencia.

—Pero yo soy fantástico, anda, te enseñaré unos pasos.

—Que humilde de tu parte.

—¡Vamos!

—Está bien —cedió y se puso de pie—. Pero si hago el ridículo será tu culpa.

—¡Ándale! —la llevó consigo y juntos entraron en la pista—. Solo sigue el ritmo —empezó a moverse al son de la música—, y haz lo que yo —. La guio un poco, haciendo movimientos suaves pero bien marcados con los cuales pudo familiarizarse pronto.

En su breve periodo de ladrona, se había especializado en ser ágil y muy habilidosa con sus movimientos, así que dominar los pasos de aquella canción no le fue demasiado difícil, y al cabo de un par de minutos se convirtió en una bailarina de salsa casi experta.

—¡Eso! —la giró y juntos se adentraron en la pista.

La noche siguió su curso, pero la fiesta no parecía menguar demasiado, los tragos y el sofocante ambiente pasaron factura, por lo cual Alex se alejó de la reunión y se encaminó al balcón, el cual estaba prácticamente vacío. Llegó hasta el barandal y se quedó ahí, viendo las luces nocturnas de la ciudad y como se fundían en un panorama sorpresivamente tranquilo y bello. Pegó un suspiro y miró al cielo, la luna y las estrellas brillaban con intensidad.

—Diablos, amigo, de verdad te habría encantado ver en lo que se convirtió este lugar —rascó su barbilla y suspiró con mucha nostalgia—. Daría lo que fuera por que estuvieras aquí.

Dio unos golpecitos al barrote y asintió para sí mismo, buscando dejar ir la pesadumbre que poco a poco se abría paso a través de su corazón. En eso, la puerta de cristal se deslizó y alguien más se presentó, dejando aquel soliloquio para otro día.

—¿Alex, estás aquí, amigo? —exclamó Javier con volumen e intensidad. Alex sonrió.

—Aquí estoy, amigo.

—Cielos —se tambaleó hasta que quedó junto a él. —¿Todo bien, compadre?

—Sí, sí, solo estoy algo borracho —reconoció con voz torpe y una mirada adormecida—. Perdí la práctica, la vida de superhéroe no te deja divertirte mucho, ¿no es así?

—Y que lo digas —acabó con el último trago que había en su vaso y suspiró—. Te voy a ser sincero, estuve un buen rato luchando y haciendo esto en México, pero siempre lo hice solo, y cuando finalmente me uní a ustedes, nunca imaginé que, bueno...

—¿Salvaríamos al mundo? —le miró con modestia y Javi asintió, aun sin creérselo del todo.

—Sí, algo así. —Le dio un trago a su cerveza y se encogió en hombros—. Los extrañaba.

La puerta se volvió a abrir y Roxane y Zoey aparecieron también y se unieron a ellos para admirar el paisaje.

—¿De qué hablaban? —dudó Roxane, estaba contenta, quizás a causa de la bebida, o tal vez como él ya extrañaba a sus amigos.

—Cosas de hombres —instó Javier buscando huir de esa charla.

—Javi se estaba poniendo sentimental —dijo Alex.

—¿Oh, en serio? —reaccionó Roxane dándole un abrazo y agitando su cabello—. ¿Sí que nos extrañaste, verdad? —Alex y Zoey compartieron una risa al ver lo ruborizado que estaba.

—Sí, sí, sí. Síganse burlando —dejó que la mofa pasara y se puso más serio—. Pero, la verdad es que me alegra que estén aquí. Aunque... siendo sincero me hubiera gustado que estuvieran todos.

—Oh, vamos, Javi, ya sabes cómo es Rei. —Reconoció Zoey buscando que su ausencia no la sintiera como algo tan personal.

—Sí, sí, lo sé. —Tomó aire y se mostró emocionado otra vez—. Pero ey, la noche es joven, es mi cumpleaños y mis amigos más preciados están aquí, así que es una buena noche.

—¡Ese es el espíritu! —clamó Roxane.

—Yo propongo un brindis —intervino Alex—. Por ver a Los Protectores, reunidos una vez más.

Llevó su cerveza al centro y todos las chocaron, dejando salir en el proceso un muy sonoro y jubiloso ¡salud! Rieron, se abrazaron y festejaron en aquel balcón por un corto rato. Hasta que una alarma se hizo presente, primero en el teléfono de Alex, y después, en cada uno de los dispositivos de los jóvenes allí presentes.

—¿Qué es esto? —dudó Javi viendo como la pantalla de su teléfono se coloraba de rojo intenso y una inscripción escalofriante se mostraba con la palabra ALERTA.

—Howard —dijo Alex con un  nudo en la garganta—. Es un código rojo, desde la base. —Miró su teléfono y entonces una proyección holográfica emergió desde la sofisticada lente que aquel hombre había instalado en sus dispositivos.

Pronto una difusa imagen se mostró, siendo esta la de Howard Reed. Desde la batalla contra Ultra y su posterior retiro no lo habían visto más, la última vez que se habían encontrado les había dado aquellos teléfonos especiales, con la intención de que si algún día era necesario volver a reunirse, él los llamaría, ninguno imaginó que eso pasaría, y menos que sería tan pronto.

—¡Chicos! ¡Chicos, ¿me escuchan?! —la imagen era borrosa y entrecortada, además él se notaba agitado.

—Howard, ¿qué pasa? —farfulló Alex al verlo tan alterado.

—Algo... algo está pasando... —la imagen se volvía peor, se movía y se desfasaba impidiéndoles oírle con claridad—. Debemos... cuartel... volver al cuartel... Rei... —el holograma acabó por dejar de proyectarse, poco después los teléfonos se apagaron.

—¿Qué demonios? —reaccionó Zoey.

—Rei —repitió Javi con apuro—. Dijo algo sobre Rei. Quizás... quizás esté en problemas, debemos ayudarla.

—Oye, oye, amigo, despacio —Alex lo detuvo—. No sabemos qué esté pasando, solo...

—¡Chicos! —Miriam abrió la puerta, estaba pálida—. ¡Entren, rápido, tienen... tienen que ver esto!

Sin chistar, se adentraron de nueva cuenta al departamento, la música y las risas se habían extinguido por completo, todos los invitados estaban estáticos, viendo directamente a la televisión de la sala. En cada canal, en cada programa, estaba lo mismo, primero estática, y después, una imagen.

—¿Qué es eso? —preguntó Zoey al aire luego de ver como aquella suerte de símbolo se plasmaba en la pantalla.

—No lo sé —reaccionó el pequeño Paco alzando su teléfono—. Pero está en todas partes.

Incluso en internet las señales habían sido interrumpidas por aquella misma imagen. Era una suerte de criatura similar a un dragón, pero con una forma mucho más monstruosa. De cuerpo negro con algunas partes coloradas con verde esmeralda, tenía enormes alas afiladas que alzaba al cielo y que le daban un aspecto muy imponente pero a la vez muy siniestro, pero lo que más resaltaba eran sus cabezas, tres, como una suerte de hidra de la mitología griega, salvo que aquel símbolo resaltaba con un aire oriental por el diseño del dibujo y una inscripción debajo con símbolos rojos que ninguno de los allí presentes supo interpretar. Pronto la criatura cambió, y una figura se mostró.

Se trataba de una mujer, alta y de complexión delgada pero bien definida, de cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros, lucía una suerte de armadura ligera de aspecto táctico, de tonos mayormente oscuros pero que se complementaban con varias protecciones y estilizados ornamentos color esmeralda. Portaba una máscara que le cubría la mitad del rostro hacia abajo, lo único que dejaba al descubierto eran sus ojos, los cuales brillaban igualmente en un tono verde brillante, cual si fuesen los de una serpiente.

—Ciudadanos del mundo —habló entonces, con una voz firme que era capaz de calar hasta los huesos por la distorsión robótica que la modificaba—. Me presento ante todos ustedes, llamo Oshinage y soy la líder del Clan de la Sangre —un cruento escalofrío recorrió a Los veteranos Protectores—. Y envío este mensaje a todos y cada uno de ustedes que me están viendo, este es un llamado, su oportunidad para purificarse y dejar atrás todo aquello que durante milenios ha enfermado y corrompido al ser humano. El deseo de poder y conquistar todo aquello a su alcance, toda esa avaricia, los ha vuelto ciegos, desalmados, asesinos... a lo largo de las eras, la humanidad se ha encargado de entregarle poder y fuerza a los corruptos, a los malvados, a todos aquellos que ignoran a los que están debajo de ellos —mientras hablaba, imágenes de guerras, catástrofes, matanzas y demás horribles escenarios causados por el hombre se mostraban en un escabroso montaje—. Causando desastres, matando nuestro planeta poco a poco, únicamente por sus sucios y viles propósitos. Ya no más, la misión del Clan era destruir a todas aquellas personas que significaban un mal en este mundo, para así purificarlo, y volverlo un hogar próspero para todos aquellos que son puros y dignos de vivir en él. Pero con el tiempo, nuestras fuerzas se han debilitado, estuvimos ocultos, moribundos en la oscuridad, a punto de desaparecer, pero ahora que el mundo está frágil, es nuestra oportunidad para llevarlo a su mejor versión. —Cruzó las manos y se acercó a la cámara—. Muy pronto conocerán la verdad, muy pronto dejarán caer aquella venda que los ciega y los hace seguir la senda de la autodestrucción, y solo aquellos que de verdad son dignos de prosperar, lo harán. Se han vuelto crueles, creyendo que sus ídolos con capas y disfraces los protegerán, ya no más, ahora el mundo entero está por cambiar, el orden establecido se derrumbará y le abrirá paso a una nueva era de prosperidad, arrancando de raíz a todos aquellos que envenenan y corrompen este planeta. Se han vuelto crueles, se han vuelto ciegos, pero muy pronto, les enseñaremos a ver otra vez... muy pronto conocerán el verdadero terror. Y solo así este mundo será purificado, para siempre.

Las luces del departamento empezaron a parpadear, y pronto todo quedó a oscuras, la ciudad entera fue azotada por un pulso electromagnético que dejó a toda Nueva York en penumbras. Causando un pánico general en toda la urbe. Pronto aquello se intensificó, cuando una poderosa explosión azotó en la lejanía, miles de gritos sonaron al unísono, cubriendo las calles de la ciudad, alzándose hasta el cielo, así como el fuego y el humo. Pronto más y más estallidos azotaron la ciudad, llevando a Nueva York a entrar en un estado de alerta máxima, estaban bajo ataque.

—¡Manténganse abajo! —vociferaba Alex mientras resguardaba a Zoey y a Paco.

Los temblores y las violentas sacudidas causadas por las explosiones lejanas y cercanas hacían vibrar todo, las ventanas se destruían, el piso y los techos se resquebrajaban cual si un monumental temblor azotase en todas partes, diseminándose como una enfermedad que se propagaba e inducía a todos en un colectivo estado de pánico que no cesaba. Mientras que los alaridos y los gritos de los ciudadanos eran lo único que se percibía a la redonda.

Al final, luego de interminables minutos de pandemonio y caos, los estallidos se detuvieron, pero el pánico en las calles y la destrucción en la ciudad seguían, y solo parecía amenazar con incrementar.

La gente empezó a abandonar el departamento, pero el grupo de Alex se mantuvo, y en lugar de huir, corrieron una vez más al balcón y vieron la ciudad. La oscuridad a causa del apagón se mantenía, sin embargo, todo el panorama estaba iluminado cruentamente gracias al fuego de los ataques, así como también las incontables luces de emergencia que se encendían en las patrullas de policía, las ambulancias, los camiones de bomberos y mucho más, pronto algunos helicópteros empezaron a sobrevolar también. Los lamentos de los ciudadanos penetraban sus oídos, haciéndolos flaquear, y llenando sus corazones con una extraña pero bien conocida sensación, una suerte de magnetismo compartido los inundó, y los llevó a mirarse los unos a los otros.

—¡Miren! —exclamó Roxy luego de ver como bastante fuego se alzaba a la distancia—. Parece ser a un par de calles de aquí.

Alex cerró sus puños con determinación, sintiendo sobre su piel las viejas cicatrices que le habían dejado la guerra y toda su jornada como un vigilante a favor de la justicia. Apretó el mentón con fuerza y durante algunos instantes vislumbró el horror en la ciudad, la ira y el desconcierto tan solo elevaban más la potencia en los latidos de su corazón e incrementaban a su vez aquella llama que albergaba hacía mucho tiempo y que creía apagada para siempre. Observó su ciudad, su hogar, envuelto en llamas, y entonces lo supo, aquella era la señal que durante tanto tiempo había buscado recibir, aquel era su llamado, y estaba decidido a responder.

—Chicos —al instante todos lo miraron—. Creo que es hora de dejar el retiro...

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