CAPÍTULO 6

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Durante aquella noche Alex no pudo dormir bien. Estuvo buena parte de la noche haciendo recuento de todo lo que había pasado hasta el momento en que llegaron al Palacio Naitodagā, aun no podía creer que estaban en presencia del Clan del Dragón, además del hecho de que ahora habían formado una alianza con ellos para así detener al Clan de la Sangre, habían pasado apenas un par de días desde su llegada y habían sido demasiadas emociones en tan poco tiempo que a veces se sentía como si estuviese atrapado en un sueño. Se incorporó lentamente y escuchó el canto de las aves por fuera de su recamara, las delgadas paredes de papel adornadas con arte japonés tradicional le permitían sentir el exterior con mucha más claridad, un contraste enorme con Nueva York, allá en su ciudad el escándalo de los autos y el barullo incesante de la ciudad a menudo le despertaban, pero ya se había acostumbrado al ruido, era el sello de su hogar, la firma de la Gran Manzana en todo su esplendor.  Pero ahora que se hallaba lejos de casa, en una tierra completamente diferente a la que conocía a varios miles de kilómetros de distancia; no podía dejar de sentirse extraño, nostálgico quizás, aun con todo el caos que podía albergar, aquella caótica ciudad seguía siendo su hogar. Pronto la tristeza que traía consigo la añoranza de volver se desvaneció, pues la presencia del Clan de la Sangre se alzaba sobre el horizonte, y mientras nadie le pusiera fin su hogar jamás estaría a salvo, así que debía adecuarse a aquella tierra extraña y luchar para salvar su hogar y regresar una vez más a él.

Se puso de pie y con sus pies descalzos vagó por la recamara, la madera fina en sus plantas estaba fresca a causa de la lluvia y la altura a la que se encontraban. Miró de regreso a su cama, Zoey estaba profundamente dormida, no quiso molestarla así que como un espectro salió del lugar y llegó a uno de los muchos jardines del complejo. El aire fresco era acompañado con una tersa neblina que difuminaba el bosque en las cercanías. Avanzó a través de los caminos de adoquín hasta una saliente que le brindaba una hermosa vista de su alrededor, aquel sitio de verdad era hermoso y pacífico. Tomó aire y se permitió cerrar sus ojos por unos breves instantes, simplemente dejándose llevar por el canto del viento entre los árboles y el sonido de las aves que revoloteaban en las alturas con plenitud. Hasta que de pronto un sonido asesinó el silencio, abrió los ojos y entró en alerta, se trataba de una sucesión de silbidos metálicos, sucedidos a su vez por una suerte de golpes secos contra alguna superficie, no necesitó escuchar demasiado para saber de qué se trataba, lo sabía bien, era el inconfundible sonido de una espada siendo blandida. No perdió tiempo y bajó por unas escaleras de piedra labrada hasta que llegó a un prolongado puente de madera que lo llevaba hasta internarse en los inicios del bosque, siguió a toda velocidad, escuchando aquellos golpes cobrando cada vez más y más fuerza, apretó sus puños y temió lo peor.

No fue hasta que arribó a un área en medio del bosque que pudo ver lo que sucedía. Aquel hombre que los había encontrado se hallaba entrenando, el maestro Ren Shinomura. Vestía ahora un kimono azul rey, igualmente estaba descanso, se deslizaba a través de una superficie de madera con gracia y estilo, todo mientras lanzaba veloces golpes contra unos ídolos de madera que simulaban sus oponentes. Alex se guareció tras una vieja estatua de un samurái y se le quedó mirando un tiempo, la ferocidad con la que atacaba solo era opacada con su maestría con la espada y su innata capacidad para luchar, casi parecía estar realizando una danza. Se asomó un poco más, y fue entonces que aquel hombre le arrojó un kunai, Alex reaccionó y se lanzó en una voltereta que lo puso a salvo, aquella daga había quedado clavada contra un árbol cercano. Agitado miró de regreso al maestro y este le sonreía.

—Oí tu respiración desde las escaleras. Alex Jefferson —emitió, sereno y sin dejar de lado su entrenamiento. Una vez descubierto salió por completo de su escondite y llegó hasta él. Parecía estar en una especie de plataforma ceremonial para entrenamiento—. Es una falta de respeto espiar a las personas, ¿lo sabias?

—Si bueno, lo que tú haces no es muy ético tampoco, eso de escucharme mientras bajaba para acá es un poco aterrador si me lo preguntas. —El maestro Ren sonrió disimuladamente. Alex no supo que hacer o decir, tan solo se quedó mirando en aquellos singulares ojos grises.

—Es muy temprano para que estés despierto, ¿no puedes dormir? —le dio la espalda y avanzó hasta una estantería llena de armas.

—No realmente, estoy algo impaciente.

—Debes mantener tu mente y cuerpo sereno, Alex Jefferson, si un hombre no es capaz de apaciguar el caos dentro de sí mismo, este acabará por consumirlo —dejó la espada sobre la estantería y tomó dos de madera y empezó a girarlos con destreza—. Entrenar ayuda, no solo fortalece tu mente, sino que mantiene alineado tu espíritu con tu cuerpo. ¿Te apetece entrenar conmigo?

—Bueno, yo... no lo sé.

—Tranquilo —le arrojó el bō y Alex lo atrapó sin problemas—. Solo será un calentamiento. Tengo entendido que estás familiarizado con esa clase de arma, ¿no es así?

—Así es.

—Bien —se plantó firme, adoptando una posición de combate—. Entonces no te será tan difícil desenvolverte en un combate amistoso, ¿eh?

Pronto viejas memorias llegaron a él, viendo a aquel viejo de ojos grises, le fue inevitable no pensar en Kai, y fue entonces que algo dentro de él hizo clic. El maestro corrió hacia él y se arrojó alzando el bastón en el aire, Alex se apartó a tiempo, giró su bastón y encaró al maestro, este estaba sereno. Esta vez él arremetió primero, mandando un golpe diagonal que el hombre pudo evitar lanzándose hacia atrás en una hábil voltereta, pronto respondió de la misma forma, pronto los ataques se intensificaron y los dos se enfrascaron en un vertiginoso duelo con aquellos bastones, lanzando feroces estocadas una tras otra, golpes rápidos y certeros que o bien eran respondidos o bloqueados a tiempo. Los golpes contra la madera resonaban a través del bosque, los dos mantenían el contacto, lanzándose ataques sin parar mientras se movilizaban a través de toda la estructura. Si bien Alex había aprendido a dominar el Bo staff con suma precisión, la gran mayoría de sus oponentes no resultaban ser más que criminales y combatientes poco experimentados, pero ahora que se enfrentaba con un hombre que le equiparaba, tan solo podía sentir la presión sobre su cuerpo, la maestría de aquel hombre era comparable a la de Rob, pues todos sus años como héroe lo habían hecho capaz de detectar un guerrero formidable, y en aquellos instantes de tensión tan solo podía ver un igual o quizás alguien mucho más superior que su propio maestro. Sus pensamientos y el pánico de verse superado ante aquel hombre acabaron por hacerlo flaquear, el maestro Ren giró su arma y de un solo golpe a las piernas consiguió derribarlo, intentó ponerse de pie, pero el hombre le apuntó con el bō y le hizo saber que el combate había terminado y que había un ganador definitivo.

—Las emociones que fluyen por tu mente son un caudal, Alex Jefferson —dejó su arma de lado y le ofreció su mano para ayudarle a levantarse. Alex aceptó y se puso en pie—. Controlarlas te será imposible, deja que fluyan, si te interpones solo lograrás que te derrumben y te arrastren sin piedad —dejó su dedo sobre su frente—. Déjalas fluir y solo así podrás conseguir aquella paz que tanto anhelas.

Alex no dijo nada, tan solo se limitó a suspirar con agitación, luego le entregó el arma y el maestro la aceptó para así regresarla al estante.

—¿Eres igual a Kai, no es así? —se animó a hablar entonces—. Es decir, tampoco puedes ver.

—Puedo ver más que la mayoría de las personas, Alex-san —sujetó el bō con ambas manos y llevó su mirada hacia las alturas, sintió la brisa acariciando suavemente su cara y cerró los ojos—. Puedo ver a través del viento que me guía, seguir una senda a través de las vibraciones que perciben mis manos, encontrar lo que necesito con mi olfato y escuchar hasta el más mínimo detalle con mi oído, quizás mis ojos no funcionen como lo hacen los tuyos, pero créeme, Alex Jefferson, puedo ver perfectamente.

—¿Tu lo entrenaste?

—Así es, le enseñé todo lo que sé, pero... aún era un niño, deseaba ir con él, seguirlo en su cruzada, pero me era imposible, yo también le fallé, y cargaré con ello por el resto de mis días.

—Kai era un gran guerrero, y alguien con mucho honor, en lo que a mí respecta, sus enseñanzas fueron aprovechadas hasta el último instante.

El maestro Ren, luego de escuchar sus palabras pareció enternecerse, y aunque fuese tan solo por breves instantes Alex pudo ver un ínfimo destello de ilusión en el rostro de aquel férreo guerrero, pues el recuerdo de su antiguo aprendiz aún permanecía en él aun después de tanto tiempo. Asintió con firmeza y se marchó de ahí no sin antes dar una ligera reverencia que Alex respondió de igual manera. Mientras el maestro se marchaba, Alex se quedó unos momentos para admirar el paisaje, encontrando el hermoso bosque a su alrededor, así como también aquel bello cielo gris que poco a poco empezaba a bañarse con el sol que no tardaba en aparecer.

Apenas y los primeros rayos de sol se colaron entre las nubes la vida pareció regresar por completo al Palacio Naitodagā. Al pasarse a través del complejo pudo ver como todos cumplían con sus actividades con la misma eficiencia de la noche anterior, veía a los soldados entrenando en una amplia explanada, todos repetían una serie de katas y tipos de ataque al mismo tiempo, viéndose casi como un súper organismo preparado para dar pelea, los técnicos y científicos del cuartel se paseaban de allá para acá con enormes máquinas y complicados trastos, a la par de discutían vigorosamente sobre el actuar del Clan, no los podía entender, pero hasta Alex sabía que se trataba de algo serio de verdad. La actividad del Clan del Dragón no cesaría en lo absoluto, al menos hasta que Oshinage fuese detenida, mientras los segundos pasaban, Alex podía sentir como un próximo enfrentamiento se acercaba cada vez más rápido a ellos como una tormenta.

—¡Alex, por aquí! —le llamó Zoey, ella y los demás se habían levantado hacía no mucho y al igual que él parecían estar muy concentrados en ver las actividades del cuartel.

—Hola —saludó directamente a Zoey con un beso—. ¿Qué ocurre?

—Javi nos despertó —dijo Roxane con un dejo de molestia en su hablar—. Dijo que quería desayunar.

—No iba a hacerlo solo, ¿qué tal si me intentaban hacer algo?

—Pensé que no te daba miedo estar aquí —sonrió con travesura y el joven mexicano tan solo bufó con modestia.

—Puedo con estos tipos. Lo que me aterra de aquí es la comida, ¿sabían que hay un pez globo que si no lo cocinan bien podría matarte?

—Así que te asustan los peces.

—Peces globo altamente letales, Roxy —corrigió—. Tú también deberías estar asustada.

—¿En dónde está Rei? —irrumpió Alex apenas y notó que no se encontraba con ellos.

—Allá —dijo Roxane elevando la cabeza. La guerrera se encontraba cerca de uno de los jardines, conversaba seriamente con un hombre quien al cabo de un rato se retiró, dejándola muy pensativa. Sus compañeros se acercaron a ver qué sucedía.

—Oye, ¿todo bien? —preguntó Alex al ver aquel lúgubre semblante en su rostro.

—Sí, él es Taka, uno de los diligentes del ejército del clan, me dijo que el Gran Maestro Hashimoto convocó a todos a las afueras del complejo en unas horas, parece oficiará una ceremonia antes de seguir cazando a Oshinage.

—¿Ceremonia? —dudó Zoey cruzándose de brazos—. ¿Sobre qué?

—Aun no lo sé, pero dijo que todos ustedes debían de asistir.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Javi, pero la mirada en su compañera únicamente se mostró pesarosa, negó.

—No hay cabida para una Ronin en una ceremonia del clan. —Aquello fue lo último que dijo antes de marcharse de ahí.

Javi estivo a punto de ir con ella, pero Zoey lo detuvo y con una mirada le hizo desistir. Todos compartían su pena, pero aun cuando quisieran ayudarla no podían interceder, estaba atada a un código tan antiguo e inquebrantable como una montaña, aquel modo de vida con el que se había criado la había convertido en un paria para sus compañeros, ahora el peso de sus acciones la habían sentenciado, y aunque sus compañeros no estaban dispuestos a cargar con aquella responsabilidad por sí sola, aquella guerrera sabía que era una penitencia que sola tendría que enfrentar.

El resto del día el equipo se mantuvo dando vueltas a través de todo el complejo, siguiendo de cerca las actividades de los soldados del clan, acompañándolos en sus entrenamientos y ocasionalmente yendo a ver si su misterioso enemigo se había manifestado otra vez, muy para su sorpresa eso no sucedió, con ese ya era el tercer día en el cual no obtenían ni una sola pista del paradero de Oshinage o del Clan de la Sangre, y mientras más tiempo pasaba mayor era la tensión que se cernía a través de todos allí. Estaban siguiendo la pista de un espectro. Alex se apartó de los demás y visitó a su madre en su recamara.

—Toc, toc —se anunció mientras abría la puerta. Su madre le sonrió, parecía que estaba decorando un poco, la había visto colocar una fotografía de ellos antes de que su padre fuera asesinado, aquel día en el que habían ido a Central Park y habían estado toda la tarde pasando el rato en familia. Un recuerdo muy hermoso que Alex había dejado atrás hasta ese momento y que le trajo momentáneamente unos breves instantes de paz y nostalgia—. ¿Interrumpo?

—Para nada, hijo —Margaret le sonrió y le incitó a acercarse.

—Vi que no comiste mucho en la mañana. Sé que no eres muy fan de los mariscos, así que te traje esto —le mostró un bol con algunos dumplings hervidos—. Conseguí esto con uno de los cocineros, son de res y de frijol dulce, Javi dice que los frijoles no deberían ser dulces, pero a mí me parecieron bastante buenos.

—Gracias, hijo —tomó una de aquellas singulares bolas de masa hervida y le dio una mordida—. ¿Frijoles dulces, eh? Este sitio no deja de sorprenderme —sonrió con las mejillas llenas y se cubrió la boca.

—¿Qué te parece este lugar?

—Es lindo —le dio otra mordida—. Si omites el hecho de que es la guarida de un montón de guerreros ancestrales que están en guerra incluso lo recomendaría para pasar unas agradables vacaciones. —Aquella oración pareció dejar en él un amargo sentimiento.

—Mamá, yo... lamento haberte arrastrado a todo esto, jamás quise ponerte en peligro.

—Deja de hablar —le interrumpió sujetando sus manos—. Lo único que haces, lo único que siempre has hecho es querer proteger a los que te importan, sé que a veces las situaciones te sobrepasan, pero quiero que sepas que tú nunca has hecho ni tampoco harás nada que me lastime, eso te lo aseguro —le dedicó una cálida sonrisa y acarició su cabello.

—Gracias, mamá. Necesitaba oír eso.

—Bueno, para eso estoy —le guiñó un ojo y siguió arreglando el cuarto. Así que Alex se marchó.

Quería despejar su mente así que se propuso a recorrer el complejo por su cuenta, pasó entre los patios y jardines del lugar, pasando entre los hermosos estanques y los puentes cercanos a los bosques repletos de frondosos árboles de bambú y cerezos hasta que pronto arribó a una zona externa desde la que pudo divisar un templo entre la neblina, en la fachada había escritos labrados en la madera rojiza que databan de hacía décadas a juzgar por el deterioro, en el techo había adornos colgantes que le trajeron un aire de misterio que lo intrigó por completo y lo llevó a internarse ahí, no había seguridad en las cercanías lo cual le extrañó, así que no tuvo que escabullirse en lo más mínimo, tan solo le bastó con subir a través de los avejentados escalones de piedra húmeda. Deslizó la puerta principal y entró en una amplia recamara que era iluminada gracias a un montón de velas que cubrían un gran altar, impregnando el salón con una luz amarillenta que le evocaba al fuego del sol, en el centro de aquel altar  residía una imponente armadura samurái de colores oscuros y ornamentos azulados, la máscara era de un tono como la obsidiana, se veía muy antigua y los vestigios de incalculables batallas le cubrían.

Asombrado se acercó hasta quedar frente a ella y un pequeño estante en el cual descansaba una flamante katana de funda azul con plumas blancas en la empuñadura y decorados que la hacían lucir como si estuviese hecha con escamas de dragón. Abrió los ojos y levantó las cejas al ver aquella majestuosa arma junto a la armadura, era hipnotizante. No tardó en dilucidar que a su alrededor habían pergaminos colgantes que parecían narrar las hazañas de aquel guerrero que portaba la armadura. Las pinceladas en los papiros correspondían a un arte inmemorial, podía ver a los guerreros shinobi del Clan del Dragón en incontables batallas, cada una más impresionante y sangrienta que la anterior, pronto su mirada llegó a una ilustración diferente, una de dos guerreros, aquel de la armadura samurái negra y azul y uno similar de armadura roja, y alzándose junto a cada guerrero un par de bestias, un dragón y un ser similar de tres cabezas, aquel estandarte del Clan de la Sangre que había visto en la transmisión que Oshinage había hecho para todo el mundo. Tan solo un vestigio más de aquella rivalidad ancestral.

—Shiroishi Hashimoto —imperó entonces una voz que se coló desde las sombras. Alex reaccionó colocándose en guardia—. El Ryū Senshi, el primer Dragón —se trataba del Gran Maestro—. El miembro fundador del Clan del Dragón —avanzó cojeando hasta llegar con él—. Cuando el Imperio mongol invadió Japón, toda la nación sufrió un gran golpe que desestabilizó por completo al país, sumiéndolo en el caos y en la anarquía, no había suficientes clanes samuráis para luchar por la paz y la justicia, por lo que un granjero, buscando mantener a salvo sus tierras y a la gente que le importaba usurpó la armadura de un samurái muerto en combate, y armándose de valor y a su vez atentando contra las leyes que imponía el shōgun se convirtió en un vigilante, un guerrero sin estandarte que obraba para proteger a su pueblo. —Se acercó a la armadura y encendió un incienso—. Algunos decían que se trataba de un espíritu, un espectro mandado por los kami para desatar su ira contra los invasores y así liberar al pueblo de la devastación. Pronto su leyenda creció y muchos se unieron a su causa, ni el shōgun ni mucho menos el emperador permitirían algo así, por lo que se convirtieron en guerreros que actuaban desde las sombras para proteger a quienes lo necesitaran. El tiempo pasó, y aunque la invasión jamás se concretó, el caos aun reinaba en Japón, así que Shiroishi y su clan siguieron con su lucha, protegiendo a esta nación de cualquier amenaza, hasta el día de hoy —tomó aire y exhaló—. Este es el Templo de Shiroishi, y está prohibido entrar.

—Lo-lo lamento, yo no sabía... no quise faltarle al respeto.

—Sé que no, y definitivamente Shiroishi tampoco —guardó sus manos en las amplias mangas de su kimono y siguió mirando aquella armadura.

—¿Puedo preguntarle algo?

—Adelante.

—¿De dónde provienen ellos? ¿De dónde proviene el Clan de la Sangre?

—Es muy complicado saber, encontrarles un origen es prácticamente imposible. Pero en los textos más antiguos se habla de un gremio, un grupo de sanguinarios asesinos que aparecieron repentinamente y comenzaron con una ola de terror en todo el país, son tan antiguos como nosotros, pero siempre han estado ahí. Y al igual que nuestro clan siempre ha habido alguien por encima de todo, un líder, quien no busca nada más que esparcir dolor y sufrimiento con tal de dominarlo absolutamente todo.

—Oshinage.

—Oshinage —repitió—. En tiempos pasados se mantuvo al margen, nunca antes se había mostrado, siempre había orquestado todo desde las sombras, hasta ahora. Por eso debemos detenerla —meneó su mano y le incitó a salir del templo junto con él, Alex lo acompañó y salieron a la intemperie una vez más—. Pocos han sido los guerreros que se han enfrentado al Clan de la Sangre y vivido para contarlo, por eso nuestra alianza es tan importante, si con su ayuda podemos ponerle fin a un interminable ciclo de violencia, entonces debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para lograrlo —miró al cielo, el sol ya estaba en su punto más alto, era un día hermoso—. Reúne a tu gente y únanse a nosotros en el Templo de Ryūjin, más allá del bosque, uno de mis hombres los guiará. Oficiaremos una ceremonia para honrar a nuestros seres queridos que perecieron en la lucha y nos prepararemos para el último enfrentamiento contra el clan.

—¿Qué hay de Rei? —se animó a preguntarle, y el Gran Maestro se detuvo súbitamente.

—Es una Ronin. No puede asistir.

—Pero...

—Alex-san, no confundas mi hospitalidad con debilidad, los dejé unirse a esta cruzada porque el destino del mundo depende de ello, pero no atentes contra el honor de la casa Hashimoto, no mancharé el honor de mi hijo trayendo a quien juró protegerlo y falló. Solo ustedes, ya dije.

—Entiendo —asintió y el anciano también. Poco después se marcharon cada quien en direcciones opuestas.

Para cuando regresó a su recamara Zoey ya estaba ahí, al igual que un juego de ropa que pronto asumieron debían llevar para la ceremonia. Así que se vistieron, cada uno llevaba encima un conjunto que emulaban las tradicionales ropas japonesas de antaño, como aquellas que vestían los senseis del lugar, salvo que estas eran negras. Abandonaron sus habitaciones y pronto se toparon con los demás, una amplia procesión de figuras envueltas en telas sombrías que vagaban por las plazas en dirección al Templo de Ryūjin, se unieron a ellos y marcharon a través del complejo hasta que se internaron en el bosque.

El viento soplaba trayendo el frío de la montaña, podían escuchar las fuentes de agua y las aves cantando suavemente en los alrededores, hasta que pronto escucharon un coro, cánticos guturales que a medida que avanzaban se hacían cada vez más claros.

Llegaron hasta unas escaleras de piedra que ascendían sobre una pendiente escalonada hasta lo que parecía era el Templo de Ryūjin, a sus lados los guerreros negros y los miembros del clan prestaban sus respetos en silencio, tan solo la brisa y los cánticos ceremoniales sonaban a través de aquella pendiente. Hermosas hojas de color rojizo empezaron a caer tersamente siguiendo la brisa, colorando la escena con un fulgor cautivador, una monumental película hecha de plantas cubrió los alrededores, y en contraposición del sol en el cielo era como estar en un mundo diferente, ajeno a la vida y el tiempo, un reino etéreo y surreal.

En la cima se alzaba un imponente acre torcido, cuyas ramas estaban envueltas en el rojo de sus hojas, estas caían gracias al viento, pero aquel árbol parecía no perder su vigor. Los cánticos seguían, y pronto la gente se formó en una media luna ante varios pilares de piedra en los cuales rezaban los nombres de los caídos. Pronto los cánticos se detuvieron para dejar paso a una mujer quien empezó a cantar en una celestial voz de en compañía de un tambor tribal, cuyos tonos fuertes e imponentes traían a colación el dolor de la perdida, pero también un aire sereno que precedía a la batalla. Javi miró a su alrededor hasta que pronto notó una ágil figura posándose en el techo de un templo cercano, oculta bajo su capucha y alejada de todos como si fuese un fantasma a quien le habían negado entrar en el reino de los cielos, allí se encontraba Rei Murakami, honrando a los caídos. Tomó aire y suspiró, al menos le hacía sentir un poco mejor saber que estaría presente en la ceremonia aunque fuera de esa forma.

Al lugar arribó el Gran Maestro, pasando a través de todos y recibiendo reverencias silenciosas, llegó hasta las tumbas y con su mano acarició una, aquella con el nombre de Kai Hashimoto. Suspiró con pesar y se arrodilló para prestar sus respetos, fue ahí que todo calló y tan solo el aire sonó en la cima de la montaña.  Luego de algunos minutos el anciano maestro se puso de pie y miró a todos los que yacían reunidos ahí, incluso a Rei, a quien pudo ver a la distancia.

—Honor y valor, son los pilares fundamentales que sostienen a nuestro clan —su voz resonaba con fuerza a través de todo el templo—. Esas son las convicciones que todo guerrero del Clan del Dragón deben poseer para servir a la justicia. Nuestra misión es defender a nuestra nación y al mundo de toda amenaza, esa es la promesa de cada uno de nosotros por cumplir, nuestro legado yace en la sangre y el acero, luchamos y servimos por un bien mayor, y cuando nuestro destino es alcanzado, tan solo nos queda honrar a quienes se nos adelantaron, y preservar sus memorias en nuestros corazones. Hoy estamos reunidos para despedir a todos nuestros seres amados, amigos y familiares quienes honraron la promesa del clan y lucharon valientemente para preservar este mundo y librarlo de la oscuridad, quizás ya no estén entre nosotros, pero sus espíritus nos alimentan y nos entregan la fuerza para seguir luchando y no rendirnos. Una nueva lucha está por comenzar, ahora más que nunca nuestro clan debe de permanecer unido. Lucharemos una vez más y terminaremos con esta lucha para siempre, con honor y valor, hasta el final.

¡Con honor y valor, hasta el final! Proclamaron los guerreros, cuyas vidas pronto serian puestas a prueba ante la batalla. El Gran Maestro dio una reverencia, todos le imitaron, después se giró ante las tumbas y entregó una flor blanca a la de su hijo.

—Prometo que los que te arrebataron la vida sufrirán el mismo destino, sufrirán, y conocerán la furia del dragón.

Rei miró aquella ceremonia desde la distancia, siéndole imposible el poder contener el dolor que guardaba en su interior, rompió en llanto y se inclinó, sollozando y sujetando su pecho con fuerza, el viento agitaba su cabello, llevándole varias hojas rojas. Alzó la mirada y entre agitados espasmos logró mantener la calma y desenfundar una daga con la cual cortó la palma de su mano.

—No te volveré a fallar. Juro que no descansaré hasta que el último de ellos pague, honraré tu legado y de ser necesario entregaré mi vida por preservarlo a toda costa, no te volveré a fallar, lo prometo. —se inclinó una vez más, entregándole aquel juramento a quienes pudieran escucharla y sentir la fuerza de su promesa.

De pronto algo acaparó su atención, un hombre regordete que corría a toda velocidad mientras la ceremonia seguía su curso, aquel hombre jadeaba mientras escalaba a toda prisa hasta llegar al centro ceremonial.

—¡Gran maestro! —exclamó aquel hombre—. ¡Gran Maestro Hashimoto! —apenas llegó colapsó por el cansancio. El Gran Maestro corrió apurado junto con varios de sus hombres.

—¡Norio! —dijo con sorpresa y lo sostuvo—. Calma, ¿qué sucede?

—¡Son ellos, mi señor, el Clan de la Sangre, ya aparecieron!

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