CAPÍTULO 8

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Al sentir la primera punzada provocada por la aguja con la cual el androide médico suturaba a Alex, pudo sentir como una descarga eléctrica le acompañaba al atravesar su piel, lanzó un quejido leve y apretó su brazo, cerrando los ojos con fuerza y viendo por ínfimos segundos aquella silueta ennegrecida de ojos carmesí. Con cada puntada sobre su herida, era como si regresara en el tiempo, recordando cada golpe que el Cazador le había dado, cada gota de sangre que le había arrebatado, así como también todo el dolor y las penas que él y su equipo habían tenido que superar para derrotarlo. Tembló, la ira en su interior acrecentaba y las alarmas en el monitor cardiaco no tardaron en empezar a sonar. Apretó sus puños con fuerza, sus uñas incluso se habían clavado contra sus palmas causando pequeñas heridas que el androide no tardó en limpiar. Los recuerdos regresaban, cada uno más vívido que el anterior. El caos que había desatado en toda Nueva York, el miedo que había diseminado en cada calle como una enfermedad irrefrenable, toda la destrucción y toda la muerte. Pronto sus recuerdos parecieron entre mezclarse con las horribles visiones que le acompañaban durante las noches, aquellas en las que veía a Milton morir, una y otra vez, o regresar, únicamente para hacerlo sufrir el mismo destino funesto que él había recibido, en un ciclo sin fin de pesadilla.

—Detecto un aumento considerable en su ritmo cardiaco —anunció la fría y automatizada voz de aquel humanoide hecho de metal blanquecino y rostro inexpresivo que le suturaba—. Procederé a aplicar un calmante —cargó una jeringa con un líquido incoloro y estuvo a punto de aplicarlo, pero Alex atrapó su mano y lo detuvo antes de que lo hiciera.

—Apártate —gruñó y de un empujón apartó al autómata, quien chocó violentamente contra una camilla cercana pero que ni siquiera parpadeó.

—¡Alex! —Zoey alzó la voz, y como si de un sueño se tratara logró despertar.  Recuperó la compostura, soltando fuertes exhalaciones que pronto lo llevaron a calmarse por completo. Ella se acercó y lo abrazó, acarició su cabeza delicadamente, dándole confort—. Tranquilo, no pasa nada. ¿Qué ocurre?

—Volvió, Zoey, él volvió, se suponía que lo habíamos vencido, pero ahora ha vuelto, ¿cómo es eso posible? —su voz se quebraba.

—Aun no lo sabemos —exclamó entonces el Gran Maestro Hashimoto mientras observaba a los abatidos héroes repartidos en el área médica—. Pero no es la primera vez.

—¿De qué está hablando? —cuestionó Roxane.

—Ustedes tan solo han tenido algunos encuentros contra el Clan de la Sangre, pero nosotros llevamos en guerra con ellos desde hace generaciones, son más resistentes de lo que parecen, siempre se las arreglan para volver, y cada vez que lo hacen, lo hacen con más fuerza que nunca. Y en todos y cada uno de los instantes que el clan se ha manifestado ante el mundo, él lo hace con ellos —acarició la fina empuñadura de su bastón, aquella con la cabeza del dragón—. Vengan conmigo, necesito mostrarles algo.

El grupo entero partió del ala médica y siguieron a través de todo el complejo al Gran Maestro. Abandonaron los límites del palacio central donde los guerreros entrenaban sin descanso en las plazas principales y descendieron en fila india siguiéndole el paso a través de unas imponentes escaleras de piedra hasta que se internaron en el bosque. Un aura mística y ancestral se hizo presente a medida que se internaban en el bosque. Los árboles de bambú cubiertos de una neblina espesa cubrían los alrededores de aquella mañana fría, aves cantaban y revoloteaban entre las copas. Pronto lámparas de papel y listones bordados con escritos empezaron a manifestarse en su camino a través de los troncos y algunos postes de madera. Pronto arribaron a un lago cercano, cubierto gracias a un antiquísimo puente de piedra cubierta de musgo hasta que encontraron un palacio cercano.

Estatuas de guerreros samurái custodiaban los alrededores. Dejaron atrás la piedra de las escaleras y siguieron a través del suelo de madera que conducía al interior del templo, aquella edificación de madera rojiza y puertas de papel centellaba desde el interior, pues cientos de velas e inciensos refulgían ante una estatua de un gran dragón.

—Najikama —dijo el Gran Maestro, dándole una reverencia a aquella figura—. El Dragón Guerrero, se dice que era un kami, quien harto de ver como la humanidad era asolada por le muerte y el caos decidió bajar del reino de los cielos y luchar para proteger a los  inocentes y los justos aquí en la tierra, entregándole su fuerza y su coraje a quienes más lo necesitaran, para que así siguieran luchando hasta lograr la victoria en cualquier batalla. Es nuestro emblema, luchamos por preservar su legado.

—Eso fue jodidamente genial —musitó Javier siguiendo al grupo—. Tengo escalofríos incluso.

—Por aquí —siguió el Gran Maestro.

El anciano deslizó una puerta alejada de aquel altar dedicado al dios dragón y les dejó ver una habitación contigua, la cual funcionaba como una inmensa biblioteca. Cientos, sino es que miles de libros, manuscritos, rollos y pergaminos cubrían los estantes de aquella sala.

—Esta es nuestra gran biblioteca —tomó un avejentado libro de cubierta de cuero roído y hojas de papel tan viejo y quebradizo que parecía que se haría polvo ni bien le pegara la más mínima brisa—. En estos textos yace almacenado todo el conocimiento milenario que nuestro clan ha albergado durante generaciones enteras, desde nuestro credo, pasando por nuestras leyendas y logros, hasta nuestras más cruentas derrotas, todo yace aquí. Cada guerrero o miembro del clan conoce esta biblioteca como la palma de su mano, todo aquel que busca guía o conocimiento viene aquí. —Caminó entre los estantes hasta que encontró un libro forrado de rojo, con unas ominosas letras negras en la portada, lo tomó y lo dejó sobre una mesa repleta de velas—. Acérquense.

—¿Qué es eso? —cuestionó Zoey mirando aquel libro carcomido por el tiempo. El Gran Maestro lo abrió y les permitió ver en su interior una sucesión de eventos narrados y brevemente ilustrados por rudimentarios dibujos que parecían contar una sangrienta historia.

—Esto es todo lo que sabemos del Clan de la Sangre —pasó la página y sobre los escritos se mostró la imagen de aquella extraña bestia tricéfala—. Nadie sabe exactamente cuando aparecieron, pero se cree que el primer encuentro que tuvo nuestra gente con ellos fue a inicios del Periodo Edo, alrededor de 1613 hasta donde pudimos averiguar. Se habla de un clan de asesinos sanguinarios que vinieron de la nada, atacando aldeas y ciudades sin piedad, sembrando una ola de terror en toda la nación. Los escritos más antiguos relatan que este grupo era comandado por un solo individuo, un general, por así decirlo, el ejecutor más poderoso y hábil del clan, un guerrero tan sanguinario que ahora conocemos como Raiden —siguió pasando de página, la imagen de aquel guerrero de ungido en una armadura negra se repetía en cada una de estas—. Siempre que el clan aparecía, Raiden los comandaba, es el sabueso personal de Oshinage, su mano derecha, él es el primero quien manda para atacar. Y siempre —siguió cambiando de página—. Siempre —una más, luego otra—. Siempre está allí.

—¿Cómo? —irrumpió Alex—. ¿Cómo es posible? Estos manuscritos tienen cientos de años de antigüedad, y siempre hay testimonios de Raiden en ellos. ¿Cómo es posible que un guerrero pueda perdurar tanto a través de las eras?

—Raiden es solamente un instrumento usado por el clan para infundir terror en la población, sin embargo su mayor arma es la Sangre. Desde que descubrieron aquel brebaje siempre ha habido quienes han sido compatibles con ella, los hace fuertes, incansables, despiadados, y lo más importante de todo, imperdurables. Siempre que haya Sangre, habrá un Raiden. Nuestro clan se ha encargado de varios de ellos a lo largo de las eras.

—Nosotros matamos a uno en Manhattan —reconoció Roxane—. Seguramente sus huesos siguen en el fondo del agua mientras hablamos justo ahora.

—Eso quiere decir que hay un nuevo portador de la Sangre de Dios entre las filas de Oshinage —reconoció Alex con temerosidad.

—Así es —habló el Gran Maestro, cerrando aquel libro de golpe y dispersando una gran columna de polvo en el proceso—. Sea quien sea este nuevo Raiden, es más poderoso que los anteriores. Oshinage nunca antes se había mostrado, es la primera vez que emerge de las sombras para atacar junto a su credo, por lo que solo podemos suponer que está fortaleciendo a sus filas, lo hemos visto, ahora cada miembro de su clan tiene la fuerza de un soldado equivalente a Raiden, está formando un ejército, quizás el más poderoso que el clan y la humanidad entera hayan visto jamás. Ustedes los enfrentaron y apenas lograron salir de allí con vida, debemos cambiar nuestra estrategia, debemos igualar el campo de batalla si es que queremos ganar.

—¿Cómo? —dudó Javier Reyes. De pronto el maestro guardó  un largo y profundo silencio que arrancó la tranquilidad de cada uno de los presentes. Otrora aquel hombre se mostraba estoico, incapaz de titubear, siempre con una respuesta clara, pero ahora el temor sobre su mirada tan solo indicaba un mal augurio para todos.

—Eso aún no lo sé. Muy pronto el clan atacará otra vez, lo presiento, si no estamos listos para cuando lo hagan, entonces estaremos condenados.

-

Los paisajes en las laderas que componían el imponente Monte Fuji eran simplemente hermosos. Cuando la temperatura descendía la neblina se apoderaba por completo de la montaña al igual que la lluvia, sumiendo así todo el paisaje en una bruma espectral que ocultaba a la vista del ojo público cualquier rastro de aquel recinto ancestral. Había momentos durante el día en los cuales la luz del sol lograba escabullirse entre las nubes en el cielo con tal intensidad que su fulgor coloraba las praderas en las faldas de la montaña, dándoles vida y matices, haciendo que el verde del follaje de los bosques brillara con más energía que nunca. Los atardeceres sin embargo resultaban ser sus favoritos, cuando el ocaso finalmente llegaba y el astro rey empezaba a ocultarse en el horizonte podía ver como el celeste del cielo poco a poco se transformaba en un lienzo infinito en el cual convergían luces y tonos de colores bastos y cautivadores que pocas veces había tenido la dicha de ver allá en su ciudad natal, los edificios y la intensa contaminación, sumado además a su agitada vida como neoyorkina y también como vigilante le hacían imposible el detenerse a admirar el paisaje, pero en aquel lugar siempre podía ver el cielo, en especial aquellos hermosos atardeceres, los cuales iban desde tonos rosados suaves y pulcros, pasando por una amalgama de naranjas rojizos intensos, hasta culminar en un ocaso marcado por el rojo más puro que hubiera visto antes, en su corta vida jamás había presenciado un espectáculo sin igual.

Pero una vez que el sol se marchaba y le abría paso a la noche, y con esta la oscuridad pronto se adueñaba de todo y le arrebataba a aquellos paisajes la vida y el color. Tiempo atrás su padre le había enseñado a no temerle a la oscuridad, pues esta sería su aliado más valioso. Durante años le enseñó a cómo moverse en las noches, a no ser vista jamás, le enseñó el poder que las sombras poseían y a cómo utilizarlas a su favor. Tuvieron que pasar varios años hasta que logró entender cómo es que operaban las sombras, como mimetizarse en ellas y volverse una más para así jamás ser superada por aquellos a quienes la noche había transformado en depredadores, ahora lo entendía, debía ser algo más, de día sería Zoey Derickson, pero de noche aquella máscara debía esfumarse y convertirse en alguien más, en algo diferente, alguien capaz de vagar durante las noches más frías y oscuras para así hacer justicia con sus propias manos. Durante años aprendió a caminar por el sendero de la noche, pero ahora era diferente, podía sentirlo, incluso entre la brisa y las estrellas lejanas en el firmamento. Mientras contemplaba aquel paisaje con la ciudad en la lejanía, no podía dejar de sentir que la noche ya no era su aliada.

—¿Interrumpo? —preguntó Alex con delicadeza mientras deslizaba suavemente la puerta que le daba acceso a la terraza de aquella pagoda.

—No —ella le mostró una diminuta sonrisa. Contra el firmamento de la noche, su cabello dorado parecía resaltar como una estrella viviente.

—Ya está lista la cena, imaginé que tendrías hambre.

—Gracias, iré en un minuto.

—Claro. —Estuvo a punto de retirarse, pero una brisa cercana agitó su cabello. Se giró nuevamente para verla, estaba tiritando, percibió aquello como una oportunidad mandada por el destino y se aproximó delicadamente hasta llegar a ella y la envolvió con sus brazos. Ella aceptó aquel gesto, entrelazando sus manos con las de él—. ¿Parece ser un sueño, no crees? Estar aquí. Muchas veces miro a mi alrededor y aun no me creo hasta donde hemos llegado a pesar de todo.

—Lo sé —mientras hablaba Alex podía oírla suspirar con anhelo, de igual manera podía sentir como acariciaba sus manos con sus dedos—. Es muy hermoso. Si es un sueño tal y como dices, entonces no me interesa despertar en un buen tiempo —se giró y cruzó sus manos detrás de su cuello.

Alex se tomó el tiempo para mirarla fijamente, lucía hermosa bajo la luz de las estrellas, como una visión onírica. Le dio un beso en los labios y después un abrazo cargado de amor. Ella suspiró con fuerza y se mantuvo pegada a él hasta que el frío fue demasiado y ambos regresaron al interior del recinto. Pronto el calor de las lámparas y el aroma de la comida se combinaron con las risas de aquellos quienes se juntaban en el suelo para disfrutar de un apetecible banquete. Alex se tomó unos instantes para mirar a sus amigos, a su familia. Soñando con gran anhelo porque todos a quienes alguna vez había querido estuvieran allí también.

Compartieron asiento junto a los demás, Rei sirvió para cada quien un plato repleto de sopa caliente y una vez que todos tuvieron comida en las manos dejaron que la velada siguiera su curso de manera natural. Por breves instantes el temor parecía alejarse y dejarles compartir un momento de tranquilidad.

—¿Cómo dices que se llama esta cosa? —Javier alzó la voz mientras analizaba el contenido de un curioso vasito floreado que le había entregado Rei Murakami.

—Sake —respondió con cierto hastío en su voz. Javi enarcó las cejas y lo olfateó—. No huele a nada, tonto, es solo alcohol de arroz. Anda, pruébalo.

Javier le hizo caso, se llevó el vaso a los labios y le dio un sorbo, todos miraban risueños y expectantes su reacción, y tras paladear varios segundos su rostro cambió tantas veces que ninguno de los allí presentes supo interpretar si le había gustado o no.

—Está bastante suave para mi gusto.

—Presumido —bromeó Roxy mientras le daba un sorbo al suyo. A ella no le parecía tan suave.

—Hablo en serio, esta bebida de ancianos no se compara con una cerveza mexicana, o un buen tequila —le dio un trago más y de pronto parecía más desinhibido—. Cuando todo esto se acabé los voy a invitar a México, ¡que sean nuestras vacaciones! De verdad nos hacen falta. —Enarcó las cejas y acabó con el vaso con un último trago y después lanzó un quejido—. Hace mucho tiempo que no voy a casa, créanme, les va a encantar —sonrió y pronto atinó a ver los rostros de quienes le acompañaban en la cena se mostraban distantes, pensativos, y de alguna manera inusual que no había visto en ellos antes; lucían tristes—. ¿Demasiado pronto para pensar en vacaciones, eh?

—No es eso Javs —masculló Roxane sin saber del todo como expresar lo que sentía dentro de sí.

—Acabemos con esto primero —intervino Alex en un tono firme y autoritario—. Justo ahora tenemos una gran batalla por delante, no podemos perder el enfoque, debemos de mantener toda nuestra atención en el clan, una vez que todo haya acabado, entonces veremos que hacer después. Ya los vencimos una vez, podemos hacerlo de nuevo, yo lo sé.

—Es difícil pensar en un escenario en el que logremos derrotarlos tomando en cuenta de que tienen más fuerza que antes —reconoció Roxane dándole un buen trago a su sake—. Las cosas han cambiado, ya no solo son un montón de asesinos sueltos por ahí, son una milicia, y una con la fuerza de un súper solado en cada uno de sus miembros. ¿Cómo se supone que podremos hacerles frente?

—La fuerza de un súper soldado en cada uno de sus miembros —repitió Howard Reed mientras acariciaba su mentón y divagaba en múltiples ideas.

—¿Dijiste algo? —cuestionó la madre de Alex al no escucharlo del todo bien. De pronto el científico se puso de pie, logrando captar la atención de todos.

—¿Howard, pasa algo? —preguntó Zoey.

—Creo que se me acaba de ocurrir una idea. ¡Los veré luego, chicos, necesito ir al laboratorio!

Acabó marchándose del lugar a toda prisa, sembrando así la semilla de la duda en cada uno de los jóvenes héroes que otrora cenaban tranquilamente en el lugar. Al cruzar el pasillo, Howard no se percató de la presencia del maestro Ren en una esquina, había pasado completamente desapercibido, ni él ni nadie dentro de la habitación se habían enterado de que aquel hombre llevaba ya varios minutos escuchando lo que tenían por decir. Percibía la duda en sus voces, el temor acrecentando, oprimiendo cruelmente sus corazones, a menudo cuando estaba junto a ellos le era imposible no recordar a su anterior discípulo, y como le había fallado al no poder protegerlo hasta sus últimos instantes, tan solo era un niño cuando se había embarcado en aquella peligrosa misión, y jamás había regresado de ella. La duda en los héroes pasaba hacia él y lo hacía divagar en si realmente serían capaces de detener la amenaza en esta ocasión.

Cuando llegó la noche el maestro Ren abandonó la zona en la cual estaba su habitación y se internó en los jardines del complejo. Pronto sus pies descalzos que lo hacían indetectable como un felino de sombras percibieron el tacto helado del fino césped del jardín de cerezos. Las el aroma de las flores acariciaba tiernamente su nariz, endulzando sus sentidos, la brisa fresca recorría su rostro y llevaba consigo el rezago del estanque donde decenas de peces Koi nadaban. Avanzó silente entre la hierba hasta que pudo percibir la presencia de alguien más, alguien que rezaba ante un imponente árbol de hermosas flores rosadas. Este brillaba contra la luz de la luna como una imagen mística que incluso el invidente maestro era capaz de percibir a través del aura mágica que desprendía.

—Aun a pesar de todos estos años, viejo amigo, sé bien cuando tu corazón es aquejado por la duda y la incertidumbre del momento. —Exclamó el Gran Maestro mientras daba una reverencia final ante el árbol y el pequeño altar frente a este—. ¿No puedes dormir?

—Yo nunca duermo. Tan solo... sueño.

—¿Y en tus sueños, la ves?

—Cada noche.

El Gran Maestro Hashimoto lanzó un gran suspiro y después dejó caer una flor sobre aquel altar. Una piedra con un nombre grabado repleto de velas que rezaba el nombre de Akiko Masakawa. Alzó ligeramente la mirada hacia el cielo lleno de estrellas y después observó al maestro Ren.

—¿En qué piensas?

—No están listos. Aun son muy jóvenes, inexpertos, no conocen el dolor, ni mucho menos la guerra. Son solo... niños.

—Esos niños de los que hablas son los únicos que han sido capaces de hacerle frente a nuestro enemigo, sin ellos no podremos ganar. Ya no somos los mismos que éramos antes, nuestros números han disminuido de manera abismal, ya no tenemos los recursos, ni tampoco la gente suficiente para librar esta guerra, solo con ellos tendremos una oportunidad.

—No estamos solos, Hiroyuki-san, y lo sabes bien, aun lo tenemos a él.

—Eligió un camino muy distinto al de nuestro clan hace ya mucho tiempo, el chico a quien conocíamos ya no existe más. Lo mejor que tenemos ahora son ellos.

—Son descuidados, torpes y brutos, han perdido por completo el enfoque, ¿cómo lograrán hacerle frente a lo que se viene?

—Tú mismo lo dijiste, viejo amigo. Son torpes y brutos, ahora ya han olvidado quienes son y su propósito en este mundo —palmeó su hombro—. Ayúdalos a recuperarlo entonces.

—¿Cómo?

—Creo que solamente tú conoces la respuesta. Guiándolos, amigo mío. Guiándolos en esta oscura senda que están por recorrer, porque quien conoce la oscuridad mejor que tú.

El Gran Maestro se marchó de allí. Dejando a Ren Shinomura en presencia del árbol de cerezo. Se acercó hasta que con sus avejentadas y heridas manos pudo tocar la lápida de la mujer a quien más había amado en el mundo y suspiró. Dejando que la noche se llevara el dolor del pasado. La noche siguió su curso con el pasar de las horas, los héroes ahora dormían o al menos lo intentaban. Con la mirada puesta sobre el techo adornado con arte tradicional del clan, Alex meditaba sobre lo que pasaría de ahora en adelante, se sentía indefenso, como un niño otra vez, solo, a merced de la oscuridad. Se giró sobre su colchoneta y encontró a Zoey de espaldas, ella tampoco podía dormir, no podía apartar su mirada del antiguo arco que su padre le había obsequiado aquella noche antes de salir a patrullar por primera vez.

—A partir de esta noche, tu vida nunca volverá a ser igual, pequeña —recitó aquella vez Rob Derickson, ataviado de los pies a la cabeza con su uniforme de arquero nocturno. Su mirada reflejaba duda, pero también orgullo en su única hija, alargó su mano y la sostuvo tiernamente de la cara—. Toma esto —le entregó su arco. La mirada de su hija viajó entre el asombro y la emoción—. Recuerda, no es un juguete. En las manos equivocadas es un arma, un instrumento para causar dolor y muerte, pero en las tuyas será algo más, una herramienta, te he entrenado para luchar por lo único que importa de verdad, por la vida y la justicia.

—Estoy lista, papá —recitó ella.

—Lo sé. Pero también sé que tienes miedo —al instante ella negó repetidas veces, pero su padre le hizo desistir de hacerlo con una cálida sonrisa—. Está bien tener miedo, yo también lo tengo, siempre. No huyas del miedo, Zoey, hazlo parte de ti, acéptalo y moldéalo para convertirlo en una herramienta más, una vez que aprendas a dominar el miedo nada podrá lastimarte.

La pequeña asintió varias veces, sintiendo como su respiración empezaba a entrecortarse, de pronto sus ojos se habían abrillantado, buscó ser recia y mantenerse inmutable ante las emociones que le dominaban, pero una vez más su padre sonrió y con todo el cariño del mundo la abrazó, permitiéndole así soltar todo aquello que asolaba su alma. Los recuerdos de aquella noche la hicieron llorar entre las cobijas, de haber estado su padre con ella las cosas serían muy distintas, lo extrañaba, más que a nada en el mundo. Pero cuando Alex la abrazó por la espalda y le compartió de su calor aquel dolor del pasado pareció perder fuerza y así permitirle al par de héroes heridos consolidar una noche de sueño tranquila después de mucho, mucho tiempo.

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