Lisa desarrollo la costumbre de tomar la mano de Jennie todo el tiempo desde entonces.
Sus ojos siempre parecían asustados, y muchas veces Jennie tomaba sus mejillas para mirarla
fijamente, los ojos gatunos de la mayor eran lo contrario, fríos y tranquilos, eran lo único que podía relajarla.
Y era extraño pero hermoso, como la castaña
notaba el pánico crecer en la rubia, y como simplemente tomaba su rostro, aplastando ligeramente sus abultadas mejillas acercándose hasta que la vista era sólo ella, enfocaba los ojos en la otra, conectaban miradas y se quedaban allí largos minutos, sin decir o hacer nada más, hasta que finalmente Lisa la abrazaba como agradecimiento cuando aquello funcionaba y se sentía más tranquila, un poco más a salvo.
Se encargaban de caminar juntas, de la mano, haciendo avanzar los cristales en sus tiempos de aburrimiento, sin más, viendo a la nada eterna e infinita.
—¿Crees que en verdad podramos salir de esto? —era una pregunta que Lisa formulaba cada tanto, que Jennie últimamente contestaba de la misma manera.
—Aunque cueste una noche o cien años— decía, asintiendo—. Algún día saldremos de aquí.
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