Capítulo ocho

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Jennie respiró con alivio, sonrió, aún recostada en el suelo, abrazó a Lisa con firmeza.

—J-Jennie —la menor se apartó del abrazo, la miró con preocupación, tomó sus pálidas mejillas con sus manos, y la mayor las cubrió, sintiéndose revivida con ese toque.

—Tus manos son lindas —murmuró, entreabrió sus ojos para mirarla, seguía sonriendo y eso hizo a la rubia ruborizarse.

Algo arrepentida por haberla juzgado momentos antes, Lisa no pensó en otra cosa para disculparse.

Se acercó a su rostro con lentitud, cerró los ojos para no ver qué Jennie la estaba mirando, a pesar de que lo sabía, ladeó su cabeza hacia la izquierda y dejó un suave beso en su mejilla.

—Siento haber desconfiado, Jennie —murmuró, casi susurrando—. E-Es que y-yo... Entré en pánico, no sé... Me puse muy paranoica y-y no tengo a nadie a quien culpar... Pero si sospecho de la única que me está acompañado en esto, voy a quedar completamente sola y eso me duele más.

Kim la miró un momento, antes de dejar un beso en su mejilla también, imitando su acción.

—No importa, Lisa, ya pasó... Me duele que sospeches de mí, pero te entiendo.

Ella negó.

—No voy a volver a pensar así.

La castaña volvió a sonreír.

—Está bien —murmuró, se miraron sin ninguna razón hasta que ambas terminaron riendo, felices, con Lisa provocándole cosquillas en el cuello por su nariz, mientras la mayor la
abrazaba por la cintura, ambas recordando la confesión de la otra.

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