( i hear her voice and start to run into the trees )

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extra vi.
the ghost & the dead boy walking










Draco solo la tenía a ella. Ese pensamiento no lo abandonaba, le perseguía día a día. Le estaba consumiendo. Si la perdía, ¿qué le quedaba?

La primera vez que la vio, tenía catorce años. Había ido a mostrarle a Potter su nueva insignia —«Potter apesta»— y sus ojos recayeron en ella. Supo desde un primer momento que no estaba viva. Era una sombra, un eco de lo que podría haber llegado a ser. Pero no era nada más que un espíritu invisible para todos.

Draco no podía quitar los ojos de ella. Y supo que ella se percató. Le siguió, más tarde. Sin decir nada, pero tampoco sin marcharse. Draco pudo haberle hablado. Pudo hacerlo en muchas ocasiones. Sin embargo, no se atrevió hasta su sexto curso en Hogwarts.

La desesperación le ahogaba. La misión le iba a enloquecer. Tenía que matar a Albus Dumbledore, costara lo que costase. Y no sabía cómo conseguirlo.

Pasaba mucho tiempo solo, intentando encontrar la solución a aquel problema. Fue en una de éstas cuando la encontró. Draco siempre recorría el castillo, buscando las partes menos abarrotadas, más silenciosas. El pasillo cercano a la Sala de los Menesteres, las proximidades a la clase de Adivinación, lo más alto de la Torre de Astronomía. Mientras buscaba esa paz, la vio en mitad de un pasillo desierto.

Se detuvo. No pudo evitarlo. Ella le miró unos segundos con indiferencia, pero de pronto su rostro entero se transformó.

—Me ves —dijo. No era una pregunta.

Era la primera vez que Draco escuchaba su voz. Carraspeó.

—Desde hace ya tiem...

—No, no, eres la primera persona... —Su voz se rompió. Ella negó con la cabeza—. Harry no puede verme. Brigid tampoco. Pero tú, sí.

Draco no supo qué decir a aquello. La vio acercarse, desconfiada. Pero también había algo de esperanza en su expresión.

—Soy Felicity —dijo finalmente—. La hermana de Harry.

—Pero tú estás...

—¿Muerta? Muy observador. —Felicity ladeó la cabeza, divertida—. Aunque tú pareces más muerto que yo.

A Draco no le divirtió la broma, pero no podía negar que ella tenía razón. Se había visto antes en el espejo. Estaba más pálido de la cuenta y ojeroso. Estaba más delgado y, en general, tenía un aspecto desaliñado.

—¿Por qué tú podrás verme? —se preguntó ella, pensativa.

—No puedo saberlo —respondió Draco—. Tampoco me interesa. Tengo cosas que hacer.

—¿Sí? —se interesó ella—. ¿Cómo qué?

Draco entrecerró los ojos.

—No voy a hablar de mis asuntos con la hermana de Potter —espetó.

Ella se encogió de hombros, aparentemente poco ofendida.

—Bueno, estoy sola y está claro que tú también —opinó ella—. No creo que pierdas mucho, pero allá tú.

Se dio la vuelta, claramente con intenciones de marcharse. Draco dudó, pero terminó por no decir nada. Ella se marchó y le dejó preguntándose cuándo volvería a verla.

No tardarían mucho en encontrarse de nuevo, sin embargo. Draco volvió a apartarla, pero sus caminos parecían cruzarse una y otra vez. Aquello se repitió durante semanas. Hasta que, finalmente, Draco aceptó su compañía.

Se creó una especie de amistad, si así se le podía llamar. Fue complicado mantenerla, en ocasiones. Como cuando Draco terminó enviado accidentalmente a Brigid Black a San Mungo, en un intento fallido de asesinar a Dumbledore. Felicity a punto estuvo de perder la cabeza. Le gritó de todo. Le dijo que era un cobarde, un estúpido. Draco pensó que no volvería a dirigirle la palabra, y así fue durante unas semanas.

Hasta que ella volvió. Draco le juró que se arrepentía. No era mentira. Nunca hubiera querido que algo así le sucediera a Brigid. No porque sintiera especial simpatía hacia ella, sino simplemente porque él no quería matar a nadie. Solo a Dumbledore. Eso lo perdonaba, ¿no?

Las cosas volvieron a torcerse cuando Nova Black acabó en la enfermería por un hidromiel que Draco había envenenado. Felicity le gritó, de nuevo. Draco lloró. Por el miedo, por la frustración, porque tampoco había pretendido que nada así le sucediera a Nova. Solo había sido un error. Estaba bien. No iba a morir. Se centró en eso. Se iba a recuperar. No había sido un daño irreversible.

Aquel día fue la primera vez que Draco Malfoy lloró delante de Felicity Potter, que se quedó completamente desconcertada en un inicio.

—Yo no quería —dijo él, con la voz entrecortada—. Solo quiero... Solo quiero acabar con el viejo. Tiene que haber una manera. Tiene que haberla. No quiero hacer daño a otros. Y no quiero que me mate. Solo quiero terminar con esto.

Los ojos de ella estaban llenos de lástima.

—¿Y no hay ninguna manera de que puedas evitar todo esto, Draco?

—Me matará —susurró él—. Y a mi madre. No puedo... Tengo que hacerlo. Si no lo consigo...

Aquello se volvió lo habitual, llegados a un punto. Cuando Draco no soportaba la presión, se refugiaba en Felicity. Y ella, pese a que insistía en que debía haber otro modo, le escuchaba cada vez. Le calmaba. Le hacía reír.

Draco pasó de no tener nada a tenerla a ella. Sin saber cómo, Felicity fue convirtiéndose poco a poco en una parte fundamental en su vida. Comenzó a buscarla siempre que podía. Ella comenzó a acompañarle a todos lados, al ser la única persona con la que podía hablar.

Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Draco no comprendió la magnitud de aquella frase hasta que sucedió el fatídico incidente en los baños.

—Intentaste atacar a mi hermano. Con la maldición cruciatus.

Las primeras palabras que escuchó al despertar en la enfermería fueron aquellas. Draco volvió la cabeza con dificultad hacia Felicity, que le contemplaba en silencio a su lado. Era de noche y eso suponía que todo ella brillaba. Su cabello, de día castaño rojizo, era del color del fuego resplandeciente. Sus ojos azules brillaban como dos estrellas. Su silueta estaba rodeada por un halo que le permitía ver con claridad pese a las cortinas corridas.

—¿Qué ha pasado? —acertó a preguntar Draco.

—En los baños. El duelo —explicó Felicity con impaciencia—. Quisiste lanzarle a mi hermano una maldición imperdonable.

—Y él me lanzó a mí otra maldición —replicó Draco, recordando súbitamente aquel intenso dolor. Bajó su mirada a su torso. Recordaba habérselo visto ensangrentado. Brigid Black había estado a su lado, le había curado. Todo lo que iba después estaba enormemente confuso—. Él...

—¡Ibas a lanzarle la maldición cruciatus! —gritó Felicity—. ¡Llevo meses contigo, Draco! ¡Escuchándote, consolándote, tratando de ayudarte! ¡Dijiste que no querías hacer daño a nadie más! ¿Por qué, entonces...?

—¡No lo sé! —estalló él—. ¡No lo sé! ¡Puede que sí quiera hacer daño! Soy un mortífago, después de todo, ¿no? —Sus ojos grises se entrecerraron, mientras pronunciaba con desagrado aquellas palabras. Pero había algo más. Una sensación de poder que acompañaba a aquel título—. Porque soy enemigo de tu hermano, Fely. Estamos en bandos diferentes. Eso no va a cambiar. Tampoco mi misión, digas lo que digas. No va a cambiar.

Felicity se le quedó mirando, con expresión herida. Negó con la cabeza.

—Vaya —comentó—. Y yo que pensaba que no tenías elección. Está claro que me equivocaba. Acabas de tomar la tuya.

Ella retrocedió. Draco esbozó una mueca.

—No te vayas.

—¿Y qué esperas que haga? —preguntó ella, sin dar crédito—. ¿Que me quede después de lo que acabas de decir? Eres un imbécil, Malfoy. Harry es mi hermano. Siempre será mi prioridad.

—Pero quiero que te quedes. —Draco no esperaba que en su voz apareciera aquel tono de ruego. Felicity también pareció ligeramente sorprendida—. Fely, por favor...

Pero ella negó con la cabeza.

—No, Draco —susurró ella—. No puedo.

Se alejó algo más y, de pronto, se detuvo. Frunció el ceño. Su mirada fue lentamente hacia Draco, que la contemplaba en silencio desde la cama.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó. Sonaba enfadada, pero también preocupada—. Draco, ¿qué has hecho?

—¿Qué quieres decir? No he hecho nada.

Felicity guardó silencio unos instantes. Seguía inmóvil, con la mirada fija en Draco. Tensó la mandíbula.

—Draco —terminó diciendo—. Dime que puedo marcharme.

—¿Qué?

—Has dicho que no puedo irme —susurró, furibunda—. No puedo... No puedo alejarme más que esto. Dime que puedo irme.

Draco la contempló en silencio unos segundos. Ella aguardaba. Entonces, se escuchó a decir, con voz ronca:

—No.


























Desde el momento en que Draco comprendió que podía mantener a Felicity cerca, no la dejó marchar más que unas pocas veces, en las que ella casi le suplicaba que le permitiera ir a ver a su hermano. Le dejaba ir, pero prohibiéndole que le dijera nada de lo que estaba sucediendo y asegurándose de que volvería al de unas horas.

Draco se sentía repulsivo cada vez que le daba órdenes, pero no podía evitarlo. La necesitaba cerca. Se volvería loco si no era así. Ahora que Dumbledore había muerto, el ministerio había caído y Hogwarts estaba bajo el control de los Carrow, era todo más complicado. Aunque él contaba con la protección que suponía llevar la Marca Tenebrosa y el apellido Malfoy, lo veía. No estaba ciego. Incluso cuando aquello era beneficioso para él, también sabía cuán hostil estaba el ambiente.

Entonces, llegó el sueño que lo cambió todo para Draco.

Morrigan era verdaderamente aterradora, pero sus palabras fueron lo que verdaderamente hicieron que Draco temblara hasta los huesos. Y estuvo seguro de que la bruja disfrutó cada instante de aquello.

«No deberías siquiera estar caminando por el mundo de los vivos, chico. Pedí, rogué a Brigid Black que te matara, que saldara la deuda que tenía por salvar la vida de Vega Black. Su compasión es lo único que te mantiene respirando. Tu vida está unida a la suya. No lo olvides. Si la de ella acaba, la tuya lo hará también. Mantén a mi protegida a salvo.»

Draco lo intentó. La curó cuando Maya Carrow la atacó por la espalda, incluso sabiendo que, de descubrirle la mujer, le acusaría de traidor y podría haber consecuencias catastróficas para él y su familia. Le advirtió del peligro que corría. Evitó que se metiera en el duelo de Nova Black, del que probablemente hubiera salido corriendo el mismo destino que la anterior. Le rogó que no volviera a Hogwarts.

Ella cumplió aquello. No regresó. Draco pensó que su misión quedaba pausada, por el momento. No podía protegerla si no sabía dónde estaba. Morrigan no dio más señales y él trató de convencerse de que Brigid estaba a salvo. Por tanto, él también lo estaba.

—Ojalá Brigid te hubiera dejado morir.

Felicity acostumbraba a soltar aquellos comentarios en ocasiones y Draco no podía no sentirse irritado, sobretodo porque siempre lo hacía cuando estaba con otras personas y no podía responderle.

—No deberías seguir diciendo cosas así —le dijo en privado más adelante.

Ella rio despectivamente.

—¿Vas a prohibirme hablar también? —preguntó, burlona.

Draco apretó los puños.

—Claro que no. Fely, no tiene por qué ser así.

—¿Así cómo? ¿Contigo manteniéndome prácticamente encadenada a ti? Es muy fácil que lo cambies, Draco.

—No puedo hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque te necesito aquí.

Ella esbozó una mueca.

—Podrías haberme tenido aquí por voluntad propia si no hubieras sido un imbécil, Draco —dijo ella. No había enfado en su voz, solo tristeza.

Él negó con la cabeza.

—A lo mejor —murmuró—. Pero ahora sé que no te quedarías si te dejara marcharte. Y no puedo dejar que te vayas.

Felicity suspiró y negó con la cabeza, resignada.

—Tienes un grave problema, Draco. —Le miró tristemente—. Y parece que crees que yo voy a poder ayudarte cuando es al contrario.

Pero a él no le importaba. Sabía que la necesitaba a su lado. Sabía que no podía perderla. Dijera lo que dijera, eso no iba a cambiar.


























El verdadero problema llegó cuando los Carroñeros aparecieron en su casa durante las vacaciones de Pascua, diciendo que traían con ellos a Harry Potter. Draco no había sentido un terror tan auténtico en su vida como cuando dirigió la mirada al grupo y reconoció a Brigid Black junto con Weasley, Granger y Jones. Y, claro estaba, Potter. Incluso con aquel extraño aspecto, Draco podía reconocerle sin mucha dificultad.

Si llamaban al Señor Tenebroso, les mataría. Sin dudarlo un instante. A Potter y a Brigid los primeros. Y eso supondría que Draco también moriría.

—No lo digas —escuchó rogar a Felicity, mientras le hacían acercarse al grupo—. No lo digas, Draco, por favor...

No iba a hacerlo. No lo hubiera hecho ni aunque su propia vida no estuviera en juego: era demasiado cobarde. Y tampoco deseaba... Tampoco deseaba aquel final para Potter. Porque supondría un mundo eternamente gobernado por el Señor Tenebroso y, Draco no podía mentirse a sí mismo, no era una perspectiva tan agradable como hubiera pensado unos años atrás.

Tal vez, simplemente fuera cobarde. Pero, al menos, no habló. No dijo que era Potter, se refugió en sus «no sé». Y así logró mantenerlo por un tiempo.

Hasta que llegó su tía Bellatrix y Draco supo que estaba todo perdido. Porque reconoció a Brigid al momento. Cuando le vio levantarse la manga, dispuesta a llamar al Señor Tenebroso, se temió lo peor.

Lo que pasó a continuación fue incluso más horrible de lo que hubiera podido imaginar.

Draco estaba seguro de que jamás podría olvidar los gritos que escuchó de Brigid. Veía a su madre, pálida junto a él, y a su padre impasible observando. Greyback casi parecía disfrutar de la escena. Felicity no profería una palabra: estaba muda de horror, contemplando con impotencia la macabra escena. ¿Y Draco? Apenas podía moverse.

Era horrible. Él no hubiera sobrevivido a algo así. Oía los aullidos de dolor y se estremecía. Hubiera deseado haber podido hacer algo. Pararlo. Pero el miedo le paralizaba. Llegado un momento, cuando Bellatrix comenzó a emplear el puñal, cerró los ojos. Pero seguía escuchando, claro que escuchaba. Cada chillido era peor que el anterior. Le sacudía hasta la médula.

—Párala. —Felicity apenas había abierto la boca. Parecía petrificada por la visión—. Por Merlín, Draco, párala. La matará. Bree... —Se le quebró la voz—. Draco, por favor. La va a matar.

Brigid dejó escapar otro alarido. Draco sintió otro escalofrío.

—Madre... —trató de decir, volviéndose hacia Narcissa. Ella solo negó.

—No podemos hacer nada, Draco.

—Pero...

—Si no descubrimos de dónde han sacado la espada, nos matarán, Draco.

—Pero no va a descubrir nada así —protestó él—. Y va a matarla...

Fue entonces cuando comprendió qué pasaría cuando Bellatrix decidiera terminar de torturar a Brigid. No solo la mataría a ella; también a él.

Pero ni siquiera el pánico que le daba su propia muerte le dio el valor suficiente para tratar de ayudar a la chica. Siempre había vivido como un cobarde. Suponía que estaba destinado a morir del mismo modo, porque nunca había sido otra cosa.

—Cobarde —sollozaba Felicity a su espalda—. No eres más que un cobarde. Oh, Bree...

Era una suerte que hubiera otros con más valentía que él, porque nunca tendría que descubrir qué hubiera pasado si Harry Potter, Ron Weasley y Nova Black no hubieran irrumpido en el salón.

Hasta que, claro, Bellatrix tomó de nuevo el control de la situación.

—¡¡Deteneos o la mato!!

Había levantado a Brigid. Del suelo. Había puesto el cuchillo contra su cuello. Y, pese a que Potter se había hecho con su varita, tenía otra en la mano, la de la inconsciente Brigid.

—Soltad las varitas. ¡Soltadlas si no queréis que le deje la otra mejilla a juego!

—¡Déjala! —Potter parecía más que dispuesto a cometer asesinato en ese mismo instante. Sus ojos relampagueaban de la ira. Apuntaba con la varita directamente hacia Bellatrix. Brigid se sacudió entre los brazos de ésta y murmuró algo ininteligible.

—¿La oyes, Potter? Está llamándote —se burló la mortífaga—. Suéltala a no ser que quieras que la mate.

—No —escuchó Draco decir a Brigid—. No.

—¿Escuchas? —La sonrisa en el rostro de su tía era estremecedora—. No quiere morir, Potter. No quiere, ¿no es una pena?

Weasley dejó caer la varita. Nova también, al cabo de unos instantes. Harry apretó la mandíbula. La mano con la que sostenía la varita estaba cerrada en un puño. Al cabo de unos segundos, sin embargo, cayó al suelo junto a las otras. Draco obedeció la seña de su padre y se apresuró a recogerlas del suelo.

—¡Suéltala! —dijo entonces—. ¡Hemos dejado las varitas, suél...!

—Nunca dije que fuera a dejarla vivir, por desgracia. —Hubo un instante de silencio. Draco tragó saliva, mientras veía a su tía apoyar la punta de la varita sobre la sien de Brigid—. ¡Avada kedavra!

En el instante en que la vio derrumbarse en el suelo, Draco sintió la presencia de Morrigan sobre él. La Muerte pareció recorrer la sala, atravesándole mientras se dirigía al cuerpo de Brigid. Escuchó a Felicity susurrar algo. Cuando se volvió a mirarla, no había rastro de ella.

Tan desconcertado estaba que apenas se dio cuenta de cómo Dobby, su antiguo elfo doméstico, tiraba la lámpara de araña directamente sobre Bellatrix. Tampoco pudo resistirse demasiado a Potter cuando éste se lanzó hacia él y le arrebató las cuatro varitas de las manos.

Aún esperaba que sucediera algo. Que un rayo cayera del cielo y le atravesara. Que, de un momento a otro, se derrumbara en el suelo muerto, en una posición similar a la de Brigid.

Brigid Black estaba muerta. Resultaba imposible creerlo. Pero Draco se atrevió a dirigir la mirada hacia su cadáver, para asegurarse. La chica yacía bocabajo, completamente inmóvil, sus ojos grises muy abiertos y completamente inexpresivos.

Pudo escuchar el grito de rabia de Potter cuando se lanzó contra Bellatrix. Draco se pegó a la pared, como si fuera capaz de mimetizarse con ésta. Volvió a mirar el cuerpo de Brigid y a punto estuvo de proferir un grito.

Algo que solo podría describir como sombras, una especie de humo completamente negro, había comenzado a envolverla lentamente. Sus ojos, que estaba bastante seguro de haber visto abiertos hacía unos instantes, estaban ahora cerrados.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Escuchó a su madre gritar. Vio cómo Brigid movía una mano. Luego, el brazo al completo.

Como tirada por cuerdas, fue lentamente incorporándose. Parecía una marioneta levantándose de una caída. Continuaba con los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Seguía pareciendo muerta.

Su figura quedó suspendida a unos centímetros del suelo. La cabeza le caía sobre el pecho, las extremidades le colgaban sin vida. Pero Draco sentía la presencia de Morrigan. Era un tipo de magia antigua que, una vez sientes una vez, no vuelves a olvidar. Ella estaba allí. Ella estaba haciendo aquello.

Aún envuelta por aquellas sombras, Brigid levantó la cabeza. Ron gritó, mientras ella se erguía. Sus ojos grises se abrieron y recorrieron la estancia en silencio. Sus labios formaron lentamente una sonrisa al recaer su mirada en la que había sido su asesina.

—Bellatrix Lestrange. —Pero aquella no era la voz de Brigid. Era la de Morrigan—. Eres patética.

—E-e-es imposible —tartamudeó ésta—. Es...

—¿En serio creíste que podrías matar a la propia muerte? —Había un inmenso deje de burla en la frase. Morrigan sonrió aún más, reflejándose el gesto en el rostro de Brigid—. Y yo que creía que no podías ser más estúpida.

¡Bree —gritó entonces Potter. Se había reunido con Ron y Nova y cargaba al duende Griphook al hombro. Dobby estaba a sus pies—, tenemos que irnos!

Morrigan no dio señal alguna de haber escuchado. Su mirada seguía fija en Bellatrix, como el depredador a punto de saltar sobre su presa.

—Vas a pagar por lo que le has hecho a Brigid.

Ésta levantó los brazos, al tiempo que dejaba escapar una risa que puso los pelos de punta a Draco. Se le erizaron los vellos. Morrigan parecía disponerse para invocar tantos muertos como le fuera posible. Invadirían la casa, el salón. Rodearían a Bellatrix, que contemplaba todo con rostro lívido. La castigarían, devolverían aquella tortura a quien lo había iniciado. Veía la sed de venganza en el rostro de Morrigan.

Se temía que él sería el siguiente.

—¡BREE!

Draco no había llegado a ver a Ron, Nova y el duende desaparecerse junto a Dobby, mientras Potter corría hacia Brigid. Prácticamente saltó sobre ella, la rodeó con sus brazos. Ambos rodaron por el suelo. El elfo doméstico reapareció entonces y ofreció la mano a Harry, que éste aceptó sin dudar un instante.

Sucedió en un instante, tan rápido que Draco llegó a plantearse si había sido siquiera real. El puñal de plata salió volando desde la mano de su tía, que lo lanzó en un intento desesperado, sabiendo que era su última oportunidad. Atravesó el aire, directo hacia Potter, Brigid y Dobby. Draco pensó que no llegaría, y pareció que no sería así.

No obstante, mientras escuchaba el sonoro «¡crac!» que dejó tras sí la Desaparición, pudo ver cómo el cuchillo se desvanecía junto a los otros tres. Draco jadeó. Pudo escuchar la pequeña carcajada satisfecha de Bellatrix. Draco se giró, con intenciones de comprobar cómo estaban el resto de los presentes.

Nunca hubiera esperado encontrarse a Morrigan cara a cara. A punto estuvo de gritar al verla. Todo a su alrededor se desvaneció en un instante: el salón, sus decoraciones, sus padres, su tía, Greyback. Todo quedó tragado por el negro más absoluto. Todo lo que tenía delante era a Morrigan y, después de ella, la nada más absoluta. La hechicera esbozó una mueca cruel.

—Draco —susurró—, supongo que te sentirás aliviado.

No supo qué responder. Le dio la sensación de que era una pregunta trampa. La mueca se volvió más pronunciada.

—No obstante, Brigid no está viva gracias a ti.

—P-pensé que, si ella muriera...

—¿Tú también morirías? Sí, iba a ser así —asintió Morrigan. Parecía divertirle su temor—. Pero lo consideré. Creo que otro castigo podría ser más adecuado.

—¿Como cuál?

—Como librar a Felicity Potter de tus órdenes y concederle la libertar que tanto desea.

Draco jadeó..

—No es...

—Sí, sí que es. —Morrigan le contempló fijamente—. Tu don está prácticamente dormido por completo, Draco. Únicamente tu sangre Black logró despertarlo, aunque fuera lo suficiente para ver. Pero no eres digno. Y un patán como tú no debería poder tener control sobre ningún alma.

—No —susurró Draco—. No, por favor, ella no puede irse, no...

Pero ya no estaba rogando al rostro de Morrigan, que parecía haberse cansado de su presencia. En su lugar, tenía frente a él a Felicity. Parecía más viva de lo que jamás había visto antes. O, tal vez, Draco estuviera más muerto de lo que nunca había estado.

Sus ojos avellana le contemplaron con dureza.

—No puedes marcharte —se escuchó decir Draco.

A Felicity se le escapó una carcajada seca. Negó con la cabeza.

—Un poco tarde para eso, ¿no crees, Draco?

—Te necesito —rogó él—. No puedes irte. No puedes dejarle solo.

Tomó su mano y se la llevó al pecho. La miró, con ojos llorosos. Felicity vaciló, solo un instante. Negó con la cabeza rotundamente.

—Todo esto es culpa tuya, Draco —declaró—. De nadie más. No me pidas nada. No voy a dártelo.

—Fely —susurró él, con la voz quebrada.

Ella apartó la mano de un manotazo y dio un paso hacia atrás. Volvió a negar.

—Es todo culpa tuya —volvió a decir. Aquel susurro sacudió el alma de Draco. La contempló, mientras sentía una lágrima rodar por su mejilla—. Adiós, Draco.

Y él tuvo la seguridad de que la había perdido para siempre.














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