lviii. you're a mission

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lviii.
eres una misión








Se estaba volviendo loco allí encerrado. Sus padres y Medea se habían ido una semana antes, después de que se celebrara en la propia Potter Manor la boda de Mary y Reginald Cattermole. Había sido una celebración bastante privada, a la que solo habían acudido los Potter, las Bones, Sirius, Vega, Nova, Teddy y Remus, además de, desde luego, los tres hijos de la pareja.

Después de ello, todos habían tenido que irse. Era el acuerdo: Harry tendría que sobrevivir por su cuenta aquella semana, consolándose con la idea de que su familia estaba a salvo en otra de las residencias de los Potter.

El plan para sacarle de allí tenía que esperar un poco más. Ahora, por fin había llegado el momento y Harry, sabiendo quiénes estaban por llegar, no podía estarse quieto.

De pronto se oyó un rugido ensordecedor fuera de la casa. Harry se incorporó bruscamente y se golpeó la coronilla con el marco de la pequeña puerta. Se quedó quieto sólo lo necesario para proferir algunas de las palabrotas más selectas de Sirius y, frotándose la cabeza, fue tambaleante hasta la cocina. Miró por la ventana que daba al jardín trasero.

Observó unas ondulaciones que recorrían la oscuridad, como si el aire temblara. Entonces empezaron a aparecer figuras, una a una, a medida que se desactivaban sus encantamientos desilusionadores. Hagrid, con casco y gafas de motorista, destacaba en medio de la escena, sentado a horcaiadas en una enorme motocicleta con sidecar negro. Alrededor de él, otros desmontaban de sus escobas, y tres de ellos de sendos caballos alados, negros y esqueléticos.

Harry abrió de un tirón la puerta trasera y corrió hacia los recién llegados. En medio de un griterío de calurosos saludos, Hermione lo abrazó, Ron le dio palmadas en la espalda y Vega le revolvió el pelo. Por un momento, creyó que Brigid no había venido y sintió un profundo alivio a la vez que una inmensa tristeza.

Entonces, la vio desmontar la última de uno de los thestral. Poco le faltó para quedarse sin aliento: no era solo que Brigid se hubiera cortado el pelo por encima de los hombros de nuevo, cosa que a Harry le encantaba, sino que ahora el bonito color castaño había sido sustituido por un radiante rubio que llevaba la firma de Nova.

Se obligó a no quedársela mirando embelesado y, en su lugar, saludó a los gemelos, mientras sentía el corazón acelerado. No había visto ni hablado con Brigid desde después del funeral de Dumbledore. Quería preguntarle si estaba bien, si seguía teniendo pesadillas, si su don le estaba causando problemas. Pero no podía y él era el único responsable de ello.

«Lo haces por Bree», se recordó, a regañadientes. Para que fuera más fácil para ella en caso de que algo saliera mal. Porque Harry estaba bastante convencido de que las cosas podrían salir muy mal.

—¿Todo bien, Harry? —preguntó Hagrid—. ¿Listo para pirarte?

—Ya lo creo —respondió sonriéndoles a todos—. Pero... ¡no esperaba que vinierais tantos!

—Ha habido un cambio de planes —gruñó
Ojoloco, que llevaba dos grandes sacos repletos y cuyo ojo mágico enfocaba alternativamente el oscuro cielo, la casa y el jardín con una rapidez asombrosa—. Pongamonos a cubierto y luego te lo explicaremos todo.

Harry los guió hasta la cocina. Riendo y charlando, algunos se sentaron en las sillas y la mesa que su madre había reformado aquel verano, mientras otros se apoyaban en las paredes y la encimera. Brigid pasó junto a Harry para ir junto a Ron y Hermione y se giró lo justo para que sus miradas se encontraran. Sonrió de un modo que podía volver loco a Harry.

—Hola —se limitó a decir.

—Hola —masculló Harry—. No esperaba verte aquí.

Ella le dirigió una mirada seria.

—Eres una misión y yo soy miembro de la Orden —se limitó a decir, antes de continuar su camino.

Harry se dirigió todo tipo de insultos para sí, antes de saludar al resto de los recién llegados.

—Creía que estabas protegiendo al primer ministro muggle, Kingsley —comentó.

—Puede pasar sin mí por una noche. Tú eres más importante.

Moody dejó pesadamente los sacos en el suelo y luego, con sus habituales ademanes bruscos, comenzó a explicar a Harry el plan que tenían para sacarle de aquel lugar de una vez por todas. Potter Manor tenía sobre ella una protección que resistiría hasta su mayoría de edad, dispuesta allí por sus padres dos veranos atrás. La habían realizado con la ayuda de Dumbledore y, ahora que él no estaba, no sabían cómo mantenerla, de modo que habían tenido que recurrir a la Orden. Sabían que Voldemort iría a por Harry y, por ese motivo, habían tomado medidas.

El plan de Ojoloco no tenía ningún sentido para Harry en un principio. Entonces, llegó a la parte en la que explicaba que, con poción multijugos, otras siete personas se harían pasar por él para distraer a los mortífagos.

—¡No! —gritó Harry, y su voz resonó en la cocina—. ¡Ni hablar!

—Ya les advertí que te lo tomarías así —intervino Hermione con un deje de autocomplacencia.

—¡Si creéis que voy a permitir que siete personas se jueguen la vida...!

—Como si fuera la primera vez que lo hacemos —terció Ron.

—Más estaban dispuestos a hacerlo —añadió Vega, mirándole muy seria—. Hemos tenido que sortearlo.

—¡Esto es diferente! ¡Haceros pasar por mí, vaya idea! ¡Ni siquiera deberías estar aquí, Vee! —Miró a su prima, furioso. Pensaba en Teddy, en Nova, en Sirius. ¿Realmente su prima iba a arriesgarse a dejarles a todos ellos solos por un plan como aquel?

—Mira, a nadie le hace mucha gracia, Harry —dijo Fred con seriedad, pasando el brazo por encima de los hombros de Vega—. Imagínate que algo sale mal y nos quedamos convertidos en unos imbéciles canijos y con gafitas para toda la vida.

Harry no sonrió y razonó:

—No podréis hacerlo si yo no coopero. Necesitáis pelo de mi cabeza.

—¡Vaya! Eso echa por tierra nuestro plan —intervino George. A Brigid se le escapó una risita—. Es evidente que no hay ninguna posibilidad de que entre todos te arranquemos unos cuantos pelos.

—Sí, claro, quince contra uno que ni siquiera puede emplear la magia. Lo tenemos muy mal, ¿eh? —añadió Fred.

—Muy gracioso —le espetó Harry—. Me parto de risa.

—Si hemos de hacerlo por la fuerza, lo haremos —gruñó Moody, y su ojo mágico tembló un poco mientras miraba fijamente a Harry—. Todos los que estamos aquí somos mayores de edad, Potter, y estamos dispuestos a correr el riesgo. Será mejor que no sigamos discutiendo. El tiempo pasa. Arráncate ahora mismo unos pelos, muchacho.

—Esto es una locura. No hay ninguna necesidad de...

—¿Que no hay ninguna necesidad? —gruñó
Moody—. ¿Con Quien-tú-sabes campando a sus anchas y con medio ministerio en su bando? Con suerte, Potter, se habrá tragado el cuento y se estará preparando para tenderte una emboscada el día treinta, pero sería estúpido si no ha enviado un par de mortifagos a vigilarte: eso es lo que haría yo. Quizá no consigan cogerte ni entrar aquí mientras funcione el encantamiento de tus padres, pero está a punto de romperse, y ellos conocen más o menos la ubicación de la casa. Lo único que podemos hacer es usar señuelos. Ni siquiera Quien-tú-sabes puede dividirse en siete.

Harry echó un rápido vistazo a Brigid y desvió la mirada.

—Así que... los pelos, Potter, por favor. ¡Ahora mismo!

Pero Harry no quería. Apretó los labios, planteándose seguir discutiendo incluso cuando sabía que no serviría de nada.

—Harry. —Brigid tan solo dijo aquella palabra, pero dejó claro el tono de advertencia que se reflejaba en su voz. Harry dirigió nuevamente la mirada a ella, que le contemplaba con los brazos cruzados, y suspiró.

Con todas las miradas fijas en él, Harry se llevó una mano a la cabeza y se arrancó varios pelos.

—Muy bien dijo Moody y, cojeando, se acercó y quitó el tapón del frasco—. Mételos aquí.

Harry lo hizo. En cuanto entraron en contacto con aquella poción semejante al barro, ésta produjo espuma y humo, y de repente se tornó de un color dorado, limpio y brillante.

—Muy bien. Que los falsos Potters se pongan en fila aquí —indicó Moody.

Así lo hicieron Brigid, Ron, Hermione, Fred, George y Fleur.

—Falta uno —observó Lupin.

—Está aquí —indicó Hagrid con aspereza.

Levantó a Mundungus por la nuca y lo puso al lado de Fleur, que arrugó la nariz sin disimulo y se colocó entre Fred y George.

—Ya os lo dije, prefiero ir de escolta —protestó Mundungus.

—Cállate —ordenó Moody—. Como ya te he explicado, gusano asqueroso, si nos encontramos a algún mortifago, éste intentará capturar a Potter, pero no matarlo. Dumbledore siempre dijo que
Quien-tú-sabes quería acabar con Potter personalmente. Así pues, los que corren mayor riesgo son los escoltas, porque a ellos los mortifagos sí intentarán matarlos.

—Vega —intervino Harry—, ¿tú no...? —Su prima negó—. Ni de coña.

Si ser escolta era más peligroso, Harry no quería a su prima en aquella posición. No le parecía justo decirlo sabiendo que Remus, Hagrid, Kingsley, Bill, Arthur, Tonks y Ojoloco iban a arriesgarse también de ese modo... Pero todos ellos eran mayores y tenían más experiencia que Vega. No podía dejar que su prima se arriesgara así.

—Así se ha decido, Harry. —Remus parecía resignado a aquello—. Ya no vamos a cambiar nada.

Harry tragó saliva. Vega le sonrió débilmente.

—Estaré bien, no te preocupes —le aseguró.

—Vamos, todos a un tiempo... —intervino Ojoloco, dirigiéndose a los que tomarían la poción.

Brigid, Ron, Hermione, Fred, George, Fleur y Mundungus bebieron. En cuanto tragaron la poción se pusieron a hacer muecas y dar boqueadas, y a continuación las facciones se les deformaron y les borbotearon como si fueran de cera caliente: Brigid, Hermione y Mundungus se estiraron; Ron, Fred y George, en cambio, menguaron y el cabello se les oscureció, mientras que a Brigid, a Hermione y Fleur se les echó hacia atrás adherido al cráneo. Moody, que no parecía en absoluto preocupado, se puso a desatar los nudos de los voluminosos sacos que había llevado consigo.

Cuando volvió a enderezarse, había siete Harry
Potters boqueando y jadeando ante él. Fred y George se miraron y exclamaron al unísono:

—¡Vaya! ¡Somos idénticos!

—Sí, pero no sé, creo que aun así yo soy más guapo —alardeó Fred examinando su reflejo en la tetera—. ¿Qué dices, Gigi?

—Por favor, no me hagas esa pregunta cuando tienes la cara de mi primo —le respondió ella, haciendo una mueca.

—Yo pensaba que tu familia...

—¡Fred!

—¡Bah! —dijo Fleur mirándose en la puerta del horno—. No me migues, Bill. Estoy hogogosa.

—Aquí tengo ropa de talla más pequeña para aquellos a los que se os haya quedado un poco amplia —dijo Moody señalando el primer saco— y viceversa. No os olvidéis de las gafas: hay siete pares en el bolsillo lateral. Y cuando os hayáis vestido, en el otro saco encontraréis el equipaje.

El Harry auténtico pensó que aquello era lo más raro que había visto jamás, y eso que había visto cosas rarísimas. Se quedó mirando cómo sus siete clones rebuscaban en los sacos, sacaban prendas, se ponían las gafas y guardaban sus propias cosas. Cuando todos empezaron a desnudarse sin ningún recato, le habría gustado pedirles que tuvieran un poco más de respeto por su intimidad, pues parecían más cómodos exhibiendo el cuerpo de Harry de lo que se habrían sentido mostrando el suyo propio.

—Ya sabía yo que mentías sobre lo de ese tatuaje, Bree —comentó Ron mirándose el torso desnudo.

Ésta se limitó a sonreír divertida. Harry agachó la cabeza, cohibido.

—Oye, Harry, tienes la vista fatal, ¿eh? —dijo Hermione al ponerse las gafas.

Una vez vestidos, cada uno de los falsos Harrys cogió del segundo saco una mochila y una jaula que contenía una lechuza blanca disecada.

—Estupendo —murmuró Moody cuando por fin ocho Harrys vestidos, con gafas y cargados con el equipaje se colocaron ante él—. Las parejas serán las siguientes: Mundungus viajará conmigo, en escoba...

—¿Por qué tengo que ir yo contigo? —gruñó el Harry que estaba más cerca de la puerta trasera.

—Porque eres el único del que no me fio —le espetó Moody, y con su ojo mágico, efectivamente, no dejó de observarlo mientras continuaba—: Arthur y Fred...

—Yo soy George —aclaró el gemelo al que Moody estaba señalando—. Tampoco nos distingues cuando nos hacemos pasar por Harry?

—Perdona, George...

—¡Ja! Sólo te estaba tomando el pelo. Soy Fred.

Vega le golpeó en la mano, aunque trataba de contener una risa.

—¡Basta de bromas! —gruñó Moody—. El otro (George, Fred o quienquiera que sea) va con Remus. Señorita Delacour...

—Yo llevaré a Fleur en un thestral —se adelantó Bill—. No le gustan las escobas.

—La señorita Granger irá con Kingsley, también en thestral...

Hermione sonrió aliviada a Kingsley. Harry sabía que ella tampoco se sentía muy segura
encima de una escoba.

—Y las señoritas Black en el último thestral —concluyó Moody. Brigid y Vega intercambiaron una sonrisa.

—¡Sólo quedamos tú y yo, Ron! —exclamó
Tonks, derribando un soporte de tazas al hacerle señas con la mano.

Ron no parecía tan satisfecho como Hermione.

—Y tú vienes conmigo, Harry. ¿Te parece bien? —dijo Hagrid con cierta aprensión. Iremos en la motocicleta, porque ni las escobas ni los thestrals soportan mi peso. Pero no queda mucho espacio en el asiento, así que tendrás que viajar en el sidecar.

—Genial —dijo Harry con escasa sinceridad.

—Creemos que los mortifagos supondrán que vas en escoba —explicó Moody como si le hubiera leído el pensamiento—. Snape ha tenido mucho tiempo para contarles hasta el mínimo detalle sobre ti, así que si tropezamos con alguno de ellos, lo lógico es que persiga al Potter que dé la sensación de ir más cómodo encima de la escoba. Muy bien —murmuró mientras cerraba el saco con la ropa que se habían quitado los falsos Potters y los precedía hacia la puerta—. Faltan unos tres minutos para partir. No tiene sentido que cerremos la puerta, porque eso no impedirá entrar a los mortífagos cuando vengan a buscarte. ¡Vamos!

Harry pasó por el recibidor para recoger la mochila, la Saeta de Fuego y la jaula de Hedwig antes de reunirse con los demás en el oscuro jardín trasero. Vio varias escobas saltando a las manos de sus conductores; Kingsley ya había ayudado a Hermione a montar en la grupa de un enorme thestral negro, y Bill había hecho lo propio con Fleur para instalarla en el suyo. Brigid y Vega, sin embargo, aún aguardaban junto a su montura. Hagrid estaba plantado junto a la motocicleta, con las gafas de motorista puestas.

—¿Es ésta? Pero... pero ¿no es la motocicleta de Sirius?

—Así es —confirmó Hagrid con satisfacción—. Y la última vez que montaste en ella cabías en la palma de mi mano, Harry.

—Cuidadla bien —comentó Vega, acercándose hasta ellos—. Mi padre se volverá loco si se echa a perder ahora que la ha recuperado.

Abrazó a Harry con fuerza y él soltó un suspiro y cerró momentáneamente los ojos. Vega le contempló con una sonrisa triste.

—Te veo cuando lleguemos, ¿vale? —le susurró cariñosamente. Harry asintió. Su prima entonces añadió—: Dile algo a Bree, por Merlín.

Vega fue hacia el thestral, al que Brigid ya había subido, no sin cierto esfuerzo. Ésta le saludó con una sonrisa tensa.

—¿Vas a despedirte? —preguntó Vega, mientras Brigid le ayudaba a subir. La más joven suspiró y se encogió de hombros.

Vega negó con la cabeza y suspiró.

—Mi primo es un tonto. ¿No has visto cómo te ha mirado? ¿O cómo te ha hecho caso en cuanto has hablado, Bree?

—Lo sé, lo sé —suspiró ella, agachando la cabeza. Las gafas le incomodaban sobre la nariz, no estando acostumbrada a llevarlas—. Pero tampoco sé cómo actuar con él, ¿sabes? Fue él quien rompió, después de todo.

—Sí, y precisamente por eso será el que espere a que tú hagas algo para no hacerte sentir incómoda —respondió Vega, sonriendo y negando con la cabeza—. Vaya par.

—¡Eh, Gigi! —El Harry que debía de ser Fred, puesto que acompañaba a Arthur, las saludó—. ¿Un besito de despedida?

Vega esbozó una mueca al momento.

—Te he dicho que mientras parezcas mi primo...

—Vale, vale —rio Fred, guiñándole un ojo—. Nos vemos al llegar. Te quiero.

La sonrisa de Vega suavizó la preocupación de su rostro durante unos segundos.

—Yo también te quiero —dijo ella, fingiendo hacerlo a regañadientes—. Ten cuidado.

—¿Cuándo no lo tengo?

—Vaya par —le susurró Brigid a Vega, que dejó escapar una risa débil.

—¡Atención! —bramó Ojoloco—. Todo el mundo preparado, por favor. Quiero que salgamos todos al mismo tiempo, o la maniobra de distracción no servirá para nada.

—Agárrate bien —le advirtió Vega a Brigid, que obedeció.

Sus ojos vagaron por el resto del grupo e, inevitablemente, terminaron en Harry. Éste hizo amago de desviar la mirada, disimular que había estado observando, pero la sonrisa burlona de Brigid le hizo saber que ya era tarde. Ella le vio dejar escapar un suspiro y, a continuación, modular un «Ten cuidado, por favor.»

—Tú también —susurró ella como respuesta, esperando que él fuera capaz de leerlo en sus labios.

—¡Buena suerte a todos! —gritó Moody—. Nos vemos dentro de una hora en la Madriguera. ¡Contaré hasta tres! ¡Uno... dos... TRES!

Brigid contuvo la respiración antes de despegar. El thestral se elevó con gracia y velocidad, siendo dirigido por una tensa Vega. Los ocho Potters y sus escoltas dejaron abajo Potter Manor en poco tiempo, partiendo cada uno en la dirección asignada. Vega y Brigid debían dirigirse hacia Bones Manor, donde Nova, Susan y Jessica les aguardaban.

—¿Vas bien? —preguntó Vega. Brigid respondió con un débil «sí», sintiendo un nudo en el estomago.

Ojoloco había avisado de que podría haber dos o tres mortífagos haciendo guardia. Brigid jamás hubiera imaginado que semejante grupo estaría esperándoles.

«Lo sabían.» Era la única posibilidad. Alguien había informado al otro bando de la misión. Ahora, un ejército de mortífagos les rodeaba. Brigid asió su varita con fuerza, con el corazón latiendo a toda prisa. Sus túnicas negras, sus siniestras máscaras, todos ellos sobre escobas. Las maldiciones ya volaban a su alrededor. Vega atacó y Brigid la imitó. Un mortífago se dirigió directamente hacia ellas. Brigid se preparó.

Entonces, el enmascarado pasó a su lado como su nada, para el desconcierto de ambas. Vega miró hacia Brigid, sin comprender nada. Ésta miró a su alrededor y distinguió a lo lejos la figura de Hagrid sobre la moto de Sirius. Ahogó un grito.

—¡Es Harry! —exclamó, lanzando una maldición a otro mortífago que pasó sin verlas—. ¡Nos está ocultando con una ilusión!

—¿Cómo puede...?

—Es su don —masculló Brigid, entre enfadada y preocupada. Si Harry empleaba toda su magia en protegerlas a ellas, ¿qué haría?—. No me puedo creer que esté...

Sin más, se concentró y cerró el puño izquierdo, donde no sostenía la varita. Muy bien, si Harry iba a jugar a eso, ella se encargaría de no dejarle sin protección. Apretó los dientes, cerrando los ojos.

Había espíritus cerca, como siempre. Brigid los llamó y ellos acudieron, pero no a ella, sino que se dirigieron hacia los mortífagos que se abalanzaban sobre el resto del grupo, sorprendiéndolos y asustándolos. Nada más abrir los ojos, Brigid vio a uno de ellos cayendo de su propia escoba y desapareciendo entre las nubes a toda velocidad. Esbozó una mueca.

—Tenemos que salir de aquí —advirtió—. No sé cuánto durará la protección de Harry ni cuánto podrán ayudarnos los fantasmas.

Vega lanzó una maldición a otro mortífago cercano y asintió, muy seria. No dejaba de mirar en todas direcciones, del mismo modo que Brigid. Pero no veían a nadie de los suyos: se habían visto obligados a separarse.

—Si a alguien le pasa algo... —escuchó Brigid murmurar a Vega. Asió su varita con más fuerza. La mayor suspiró—. Vamos para Bones Manor. Nos veremos todos en la Madriguera.

—Estarán... —empezó Brigid, pero se interrumpió con brusquedad y dejó escapar un grito ahogado. De no haber estado sujeta a Vega con tal fuerza, puede que hubiera caído. Ésta tuvo los suficientes reflejos para agarrarla, por precaución.

—¿Bree? ¡Bree!

Brigid jadeó. Había sentido una muerte, muy cerca. Se concentró en ella, deseando con todas sus fuerzas que no fuera uno de los suyos. Había sentido otra, más débiles, una probablemente la del mortífago que había visto caer de su escoba. Pero aquella...

—Vega —dijo Brigid, con voz estrangulada. Aún no había abierto los ojos—. Vega, creo que... Creo que Ojoloco ha muerto.

Vega guardó silencio varios segundos, en los que en thestral se mantuvo volando en el mismo lugar. Brigid la escuchó tomar aire despacio y vio cómo asentía.

—¿Cómo de segura estás?

Su silencio debió de bastarle como respuesta. Vega asintió nuevamente. Brigid no podía verle el rostro.

—Vale. Vamos para Potter Manor. Tú ocúpate... Asegúrate de que los demás están bien. Y de que ningún mortífago nos sigue.

—Vale —susurró Brigid.

Pero el grupo se había disipado, probablemente persiguiendo a los otros. Vega y Brigid estaban a salvo, gracias a Harry. Tras varios minutos en los que nada sucedió, Brigid se permitió bajar un poco la guardia y concentrarse en el resto del grupo. «Tienen que estar bien. Tienen que estar bien.»

Bones Manor no estaba demasiado lejos, afortunadamente. Brigid y Vega llegaron tras un trayecto en el que nada sucedió. La menor no dejaba de buscar y pedir ayuda, tratando de llamar a Selena o Lily, solo para que ellas le aseguraran que todos estaban bien.

No había sentido ninguna otra muerte. Si todos se las habían arreglado para llegar sanos y salvos... Excepto Ojoloco. Brigid podía conocerle poco, pero sabía cuán valioso era el viejo auror para la Orden. Había tomado el mando después de la muerte de Dumbledore. ¿Cómo podía haber muerto?

—Ha sido la única baja. —La voz que se escuchó a su derecha le hizo soltar una exclamación de sorpresa—. Todos los demás están bien, si eso algún herido.

Brigid no había esperado convocar a Aura Potter, que la observaba con rostro serio junto a Anthea Black. Se alegró de que el thestral hubiera aterrizado justo en ese momento, porque vio a Vega girar la cabeza con brusquedad y quedarse pálida ante la visión.

No fue difícil deducir que veía a ambas con tanta claridad como Brigid. Ésta dirigió la mirada a sus brazos, que aún mantenía rodeando la cintura de Vega. «Mierda.»

¿Qué hacía ahora? Vega estaba viendo el fantasma de su madre, no un espíritu cualquiera. Y el de su guardiana. Aura Potter contempló a su hija en silencio varios segundos, antes de esbozar una débil sonrisa.

—Hola, estrellita.

Brigid desmontó silenciosamente, rompiendo el contacto con Vega. Ésta, no obstante, no apartó la mirada de su madre. Brigid se preguntó si aún era capaz de verla o solo se había quedado en shock.

De un modo u otro, decidió que era mejor dejarla sola unos minutos. Thea parecía haber pensado lo mismo, puesto que le hizo un simple gesto a Brigid y se dirigió al interior de Bones Manor. Brigid le siguió.

—¿Crees que...? —le susurró a Thea, mientras entraban en la casa.

—Le has traído cuando has pedido ayuda para despistar a los mortífagos —aclaró Thea, muy seria—. Es visible para cualquier mago o bruja, al menos hasta que la despidas.

Brigid pensó en la expresión de Vega y tragó saliva.

—Esperaré un rato —masculló, dirigiendo una breve mirada a uno de los espejos del pasillo para asegurarse de que había recuperado su aspecto—. ¿Tú eres visible para...?

—No. Soy una guardiana —le recordó Thea—. Funciona de un modo diferente.

Susan se lanzó a abrazarla nada más verla, con el rostro lleno de alivio. Nova y Jessica se pusieron en pie al momento, frunciendo el ceño preocupadas. Brigid sabía que iban a preguntar por la ausencia de Vega, así que se les adelantó y dijo:

—Está fuera. Ilesa. —Porque no sabía si estaba bien.

Contempló a Nova, dudando entre si decirle algo o no. Merecía poder ver a su madre, hablar con ella, como Brigid esperaba que Vega estuviera haciendo. Por otro lado...

—Iré a buscarla. —Fue la propia Nova la que decidió, aún sin saber lo que le esperaría fuera. Brigid se limitó a asentir.

—¿Qué ha pasado, Brigid? —preguntó Jessica, abrazándola mientras Nova salía—. ¿Estáis bien?

—Lo sabían —masculló ella, tras suspirar—. Sabían del plan. Nos prepararon una emboscada. Vega y yo hemos podido escapar, pero... Ojoloco ha muerto. —Dejó unos segundos para que ambas asimilaran la noticia. Las primas Bones, perdiendo la sonrisa, asintieron en silencio—. Los demás están bien, creo. No sé...

—George ha recibido una maldición. —Se giró con brusquedad hacia Selena, que acababa de llegar. Los ojos de la mujer fueron un momento hasta Susan, antes de regresar a Brigid—. No sé cuál, pero... Había mucha sangre. Él y Remus van hacia la Madriguera. Tal vez, debas decírselo.

Hizo un gesto hacia Jessica. Quedó claro que, en esta ocasión, las Bones no veían a Selena. Brigid no se paró a pensar en ello, sino que simplemente se volvió a Jessica.

—George está herido —le dijo, con voz estrangulada. El rostro pecoso de Jessica palideció—. No sé qué ha pasado ni si es grave. Va de camino a la Madriguera, con Remus. Coge el traslador. Debe estar a punto de marcharse, ¿no?

—Aún quedan cinco minutos —aclaró Susan, comprobando el reloj. Sostenía la mano de su prima—. Se suponía que Vega y tú...

—Podemos ir las tres. Las cinco, incluso —resolvió Brigid, tensando la mandíbula—. Lo que es seguro es que tú vas a ir, Jess. —Ésta no le discutió—. ¿Está lejos la casa donde están los demás? Puede que Vega prefiera ir allí.

James, Ariadne y Medea se habían refugiado a otra de las casas de la familia Potter y Sirius les había acompañado. Teddy estaba con ellos por esa noche.

—¿Qué ha pasado?

La voz de Vega sonó mucho más firme de lo que la chica había parecido minutos antes. Brigid se volvió hacia las hermanas Black, que entraban en la sala con una expresión extraña en los rostros: en ellos, podía verse tristeza, desconcierto y felicidad, todo a la vez. Brigid decidió no hacer comentarios.

—Vamos a la Madriguera. Las cinco, a no ser que vosotras prefiráis ir a Sword Cottage. —Así debía llamarse el lugar, dedujo Brigid. Susan miró a Jessica un momento, como pidiéndole permiso, antes de decir—: Han herido a George.

Vega adoptó al momento una expresión resuelta.

—En ese caso, vamos las cinco.

La espera hasta que el traslador se activará pareció eterna, pese a consistir en tan solo unos segundos. Selena le dijo a Brigid que se marcharía a asegurarse de que todos habían llegado bien. Vega se colocó junto a Jessica y sostuvo su otra mano. Nova le dirigió una débil sonrisa a Brigid. Entonces, Susan les advirtió de que era el momento.

Nunca le gustaría viajar con traslador, pero al menos no se cayó aquella vez. Ninguna de ellas, de hecho. Se dirigieron con rapidez a la casa. Una pálida Ginny, que se había asomado a la puerta, probablemente alertada por el sonido de su llegada, abrazó a Nova y suspiró.

—¿George...? —empezó Jessica.

—Está dentro. Mi madre le ha curado. Está bien. Pero Ojoloco...

—Lo sabemos.

Jessica y Vega entraron. Susan y Brigid intercambiaron una mirada y las siguieron. Todos se habían reunido en el salón. Se escucharon suspiros de alivio y saludos por parte de todos, aunque también había conmoción en el grupo. George se acercó a Jessica, con una gran sonrisa tranquilizadora en la cara. Ésta ahogó un grito y él le abrazó, inclinándose a susurrarle algo para calmarla.

A George le faltaba una oreja, pero aquello no parecía haber roto su buen humor. Tomó a Jessica de la mano y ambos salieron de la sala, mientras Vega dirigía una sonrisa tensa a Fred y dejaba que éste le abrazara.

Brigid abrazó a Ron y Hermione, afortunadamente ilesos. Su mirada fue hasta Harry, a quien Susan envolvía con sus brazos en ese momento. Los ojos azules del azabache le devolvieron la mirada.

Se abrazaron, desde luego. Brigid ni siquiera se planteó no hacerlo: ambos se buscaban sin planearlo. No podían evitarlo.

—¿Estás bien? —le susurró él.

—Eres un idiota —le respondió ella en cambio, negando con la cabeza—. ¿Por qué nos has...?

—¿Realmente tienes que preguntarlo? —replicó él.

Brigid le miró a los ojos durante varios segundos, antes de finalmente suspirar. Negó.

—Tus fantasmas nos han venido bastante bien, por cierto —continuó Harry.

—Me alegra oír eso —masculló Brigid—. Ojalá hubieran podido servir de más. Ojoloco...

—Nadie de nosotros podría haber hecho nada —respondió Harry con amargura. Brigid asintió.

—Pero ojalá sí.

Harry se limitó a abrazarla de nuevo. Brigid contuvo un nuevo suspiro. Sabía que ambos estaban pensando en lo mismo: en que deberían separarse. Habían roto por un motivo, Harry había roto con ella por un motivo. Pero ninguno estaba dispuesto a hacerlo, como ninguno había querido ser el primero en marcharse aquella tarde en la Torre de Astronomía.

—Lo siento —masculló Harry.

Brigid no supo si era por lo de aquella vez o por aquel abrazo que no quería que acabara. No le dio importancia. Se limitó a apartarse, negando despacio con la cabeza.

—Fuiste tú quien decidió esto, Harry.

—Lo sé.

Brigid echó una mirada al salón abarrotado, donde nadie parecía estar mirándolos, aunque era evidente que aquello era una farsa. Le dirigió una débil sonrisa a Harry y él asintió. Sin decir más, Brigid regresó junto a Susan, tratando de poner distancia entre ambos, incluso cuando sabía que poco cambiaría aquello.

Ron palmeó la espalda de su amigo y le susurró «idiota». Hermione negó con la cabeza. Y Harry simplemente se esforzó por mantener la mirada lejos de Brigid.














harry va a odiarse por querer hacer lo mejor para brigid jsjs será el amor de mi vida pero es un hombre y es lo que hay

ale.

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