lxi. i can do it with a broken heart

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lxi.
puedo hacerlo con el corazón roto








Brigid sentía que había arrastrado a Nova y Susan a un terrible error y no tenía idea de cómo solucionarlo. Hogwarts ya no era lo mismo. Tras unas pocas semanas allí, se había hecho evidente. No solo por el hecho de que gran número de sus compañeros estaban en paradero desconocido, como Prim o Dean Thomas, de Gryffindor.

Como prefecta, sus tareas consistían en vigilar a cada alumno de Hufflepuff y asegurarse de que no incumplían ni una de las estrictas normas ahora impuestas. De lo contrario, estaba obligada a imponerles un castigo. El castigo consistía en usar la maldición cruciatus sobre ellos. Brigid creyó que había oído mal la primera vez que se lo dijeron, pero desgraciadamente era justo aquello.

Se había negado por razones obvias. La primera  vez, se había encarado con los profesores Carrow, los tres, a la vez. Había sucedido en mitad del pasillo, en una hora de cambio de clases, después de que se descubriera a una alumna de primero con una revista muggle. La niña lloraba junto a Brigid, mientras ésta dejaba bien claro a los hermanos que no pensaba permitir que nadie le lanzara una maldición imperdonable por semejante tontería.

De modo que había sido ella la que había recibido  el castigo en pleno pasillo, como advertencia para el resto del alumnado. Maya había sido la encargada de administrárselo y faltaba decir que había disfrutado cada instante. Brigid había puesto todo su empeño en no chillar, pero había resultado un esfuerzo inútil pasados unos segundos.

—Confío, Diggory... —comenzó Maya una vez decidió que había sido suficiente.

—Es Black —había cortado una jadeante Brigid.

Eso le había valido otro castigo, claro. Tras tenerla cerca de un minuto más retorciéndose de dolor en el suelo, Maya volvió a decir:

—Confío en que hayas aprendido para la próxima, Black —dijo, en tono despectivo—. Tus deberes como prefecta han cambiado. Cumple con ellos o habrá consecuencias.

Brigid, desde el suelo, no respondió nada. Los tres hermanos gritaron al alumnado para que se dispersara y ella a duras penas logró arrastrarse hasta la pared y quedarse allí sentada con la espalda apoyada. Había debido llorar en algún momento, comprendió, secándose las mejillas. Todos la miraban, pero nadie decía nada al pasar junto a ella. La mayor parte de ellos tenía miedo siquiera de hablarle.

Deseó no haber estado sola cuando le había tocado hacer frente a los Carrow. Se sentía humillada. Y, para su desgracia, sabía que cada vez sería peor.

Nova fue la siguiente en experimentar un castigo. Neville fue detrás, Ginny poco después. También le tocó a Susan no mucho más tarde. Y a Theo. Blaise. Luna. Astoria. La lista seguía. Amigos y desconocidos. Alumnos de todos los cursos. Pocos se libraban de los castigos de los Carrow.

Brigid estaba desesperada y sin saber a quién acudir en busca de ayuda. «Es tu culpa, tú creíste que podrías volver aquí y solucionar algo. No puedes ir llorando a los adultos para que lo arreglen. Te toca a ti.» Pero no sabía qué podía hacer.

Septiembre pasó tortuosamente lento. Brigid se encontró a sí misma descuidando increíblemente los estudios y sin preocuparse en lo más mínimo por ello. Trataba de proteger a los alumnos más jóvenes y buscar algún modo de hacer algo por ayudar. Hacía por evitar enfrentamientos directos con los Carrow, pero lo cierto era que se le complicaba.

Al menos, desde su regreso a Hogwarts no había vuelto a ver a Crouch. No había invocado ningún espíritu por accidente ni matado a nadie. No había sabido nada de Prim. No había hecho más que llorar.

Todo lo que sucedía a su alrededor se reflejaba a la perfección en su aspecto. Su dormitorio resultaba vacío y silencioso con Primrose desaparecida. Sus compañeras apenas hablaban entre ellas, ni siquiera Susan. Todo era difícil. Todas estaban cansadas pese a que apenas había transcurrido un mes de su último curso en Hogwarts.

Entonces, Nova apareció en el dormitorio de las alumnas de séptimo un día en que solo estaban Susan y ella. Llevaba a Sass sobre los hombros y mostraba una expresión resuelta.

—Snape tiene la espada de Gryffindor en su despacho —comunicó.

Brigid había oído hablar del arma, desde luego. Ya antes de ser amiga de Harry la conocía. Había matado a un basilisco con ella, lo cual no era algo que olvidar. Había sido el tema de conversación hasta el último instante de su segundo curso escolar. Y, tras aquello, Harry le había hablado de ella en contadas ocasiones.

—¿Qué propones? —preguntó Brigid, levantando la ceja.

—Robarla. Snape no merece tenerla. El Sombrero Seleccionador se la dio a Harry, no a ese asesino. Dumbledore quería legársela a él. No debería tenerla Snape.

—¿Y en qué nos beneficiará eso, Nova? —cuestionó Susan, frunciendo el ceño.

Pero Brigid guardó silencio, pensativa. ¿Dumbledore podría habérsela legado a Harry por algún motivo? No la había visto nunca en persona. Sabía que había matado al basilisco con ella, antes de acabar con uno de los Horrocruxes de Voldemort. ¿Podría tener algún tipo de utilidad en la misión de Harry, Ron y Hermione?

—Nada. Venganza. Placer. Yo qué sé. Solo sé que quiero hacerlo.

—Nos ganaremos un castigo —advirtió Susan.

—Como si no fuéramos a recibirlo igualmente por cualquier motivo estúpido.

Razón no le faltaba. Brigid y Susan intercambiaron una mirada. Tal vez fue la desesperación, tal vez la rabia. Fuera cual fuera el motivo, ambas accedieron, dejando a un lado cualquier tipo de razón. Sabían que estaban metiéndose de cabeza en problemas. No importaba. Brigid no sabía cómo podría hacerle llegar la espada a Harry, pero no podría hacerlo a no ser que la tuviera en su poder.

Así fue como, tan solo unos días después, se escabullían al despacho del director, cuya contraseña Nova conocía gracias a Sass. El plan era sencillo, dentro de que Brigid estaba segura de que iría mal. Sacarían la espada de Gryffindor de allí y la llevarían a la Sala de los Menesteres, a la espera de poder entregársela a algún miembro de la Orden y, aunque resultara casi absurdo de pensar, hacérsela llegar a Harry.

Harry. Era imposible saber nada de él, Ron y Hermione. Aquel pensamiento no abandonaba la cabeza de Brigid en ningún momento del día. Tampoco por la noche, cuando les veía en pesadillas. Sabía que la falta de noticias era buena señal. Si algo malo les hubiera pasado... Si algo malo les hubiera pasado, Voldemort y sus mortífagos ya lo hubieran anunciado.

Pero el no saber nada inquietaba a Brigid. Podían no estar muertos, sí, pero ¿y si estaban heridos? Las últimas noticias que habían tenido de ellos habían sido que se habían introducido en el ministerio usando poción multijugos y habían escapado por los pelos. Habían rescatado a Mary y a más hijos de muggles del tribunal de pureza, pero al tratar de regresar al 12 de Grimmauld Place, donde se habían estado ocultando, habían sido interceptados y se habían visto obligados a abandonar su escondite. Estaban en paradero desconocido desde entonces.

Aún recordaba a un agitado Kreacher contándole todo después de que Regulus le ordenara ir a hacerle una visita y ponerle al día. No había vuelto a verle desde entonces, por lo que asumía que no había novedades, aunque lo cierto era que resultaba muy difícil comunicarse con el exterior estando en Hogwarts.

—Bree —la llamó Nova, atrayendo su atención. Las tres estaban quietas frente al despacho de Snape, que sabían vacío gracias a Sass. Brigid hubiera deseado tener el Mapa del Merodeador en aquellos momentos, pero Harry se lo había llevado—. ¿Estás lista?

—Claro —susurró ella. Dando unos toquecitos a la puerta con la varita, la abrió con facilidad y las tres entraron.

No fue difícil encontrar la espalda de Gryffindor ni tampoco sacarla de la vidriera en la que estaba guardada. Brigid la contempló con curiosidad, tomándola entre sus manos. Pesaba menos de lo que esperaba, pero era incluso más hermosa. La brillante hoja afilada inspiraba cierto respeto. Brigid suspiró lentamente.

—No tardemos mucho —avisó, realizando un encantamiento de camuflaje sobre la espada. No duraría demasiado, pero era lo mejor que tenían.

Las tres bajaron a toda prisa. Brigid estaba convencida, a cada paso que daba, de que iban a ser descubiertas. Por la expresión de Susan, resultaba obvio que pensaba lo mismo. No obstante, se sorprendió cuando vio aparecer a Maya Carrow al pie de la escalera de caracol que conducía al despacho del director.

—Vaya, vaya —comentó la mortífaga, sonriendo. Brigid supo que lo sabía—. ¿Alguna podéis explicarme qué hacéis aquí?

Brigid frunció el ceño.

—Cometer una estupidez, supongo. —En otra ocasión, se hubiera mordido la lengua, pero no le importaba dadas las circunstancias. Aquel sentimiento de enfado y resignación era el que le había llevado a aceptar aquel plan.

—Sí, de eso no me cabe duda —rio Maya. Nova suspiró.

—Al menos, nos lo pasaremos bien en el castigo —masculló con sarcasmo.

Desde luego, no lo pasaron bien. Después de ser nuevamente conducidas al despacho del director, Maya amenazó a Brigid con la maldición cruciatus para que devolviera la espada —usó la maldición pese a que lo hizo sin protestar— y, una vez Snape llegó, las tres soportaron un interminable discurso que finalizó con un «los Carrow se ocuparán de vuestro castigo».

—Encantador —escuchó Brigid musitar a Susan, que había mantenido la cabeza gacha en todo momento.

Lo sabían. Sabían que aquello iba a pasar. Lo habían hecho a pesar de todo. Solo les quedaba apretar los dientes y aceptar el castigo. Aunque, decididamente, fue una tarea complicada.

Separaron al trío y cada una fue llevada a las mazmorras por separado. Nova se vio obligada a marcharse con Maya, mientras Alecto arrastraba a Susan y Brigid se encontraba a solas con Amycus. Le costó disimular la mueca.

Para cuando la dejó irse, lo que parecían ser horas más tarde, las piernas le temblaban tanto que apenas era capaz de sostenerse en pie. Caminó lentamente, apoyándose en las frías paredes de los pasillos desiertos de Hogwarts. Desiertos de alumnos, al menos, porque Brigid veía aparecer y desaparecer espíritus a su alrededor a cada paso que daba. Un instante y aparecían. La miraban con lástima, temor, o simplemente la ignoraban. Al parpadeo siguiente, ya no estaban. Y así transcurrió su lento regreso a la sala común de Hufflepuff.

«¿Por qué lo hemos hecho?», no dejaba de preguntarse. Habían sabido desde un principio que no saldría bien. Habían accedido de todos modos. ¿Por qué? ¿Tan desesperada estaba? ¿Tan harta?

Sentía frío incluso con la sudadera que llevaba puesta. Le quedaba grande y con razón: había sido de Harry. Últimamente, la llevaba la mayor parte del tiempo, a pesar de que tuviera el escudo de Slytherin grabado, lo que ya le había causado algún castigo por «no cumplir las normas de vestimenta».

Brigid suspiró. Hacía mucho que la sudadera no olía como Harry, pero le hacía sentirle más cerca. Metió las manos heladas en los bolsillos y sus dedos rozaron un galeón. Ni siquiera tuvo que sacarlo para saber que no era uno normal: era el galeón que habían usado los miembros del Ejército de Diggory para las reuniones durante su quinto año. La última vez que lo había usado, había sido para pedir ayuda en el ataque a la Torre de Astronomía, a finales del curso pasado. Brigid lo contempló, pensativa.

—Deberías usarlo.

Su mirada sorprendida fue a parar a Atlas. Había esperado que fuera algún muerto el que se había acercado a hablarle, pero no era así. Parpadeó, desconcertada.

—¿Qué haces tú aquí?

—No lo sé —admitió él. Sus ojos, uno plata y otro azul, relucían con fuerza—. Lo último que recuerdo es desmayarme. Cometí un error.

—Ya, yo también he tenido de esos últimamente.

—Lo sé, lo he visto —masculló Atlas—. Últimamente, veo bastantes cosas de vuestro futuro, no solo del mío. Es agotador tratar de entender a quién de los tres nos pasará.

—¿Algo que valga la pena compartir? —preguntó Brigid, en voz baja.

Atlas la miró con ojos tristes.

—Ojalá pudiera decírtelo.

Brigid le contempló fijamente.

—Nunca habíamos podido hablar directamente —comentó despacio—. Me pasó con Cassiopeia hace unas semanas. Fui yo y no al revés...

—Lo sé —respondió Atlas—. La situación está empeorando.

—¿Seguro que no puedes decir nada? —insistió Brigid—. Dijiste lo de que se solucionaría con la muerte, tiene que haber algo... ¡Ah!

Se detuvo bruscamente, llevándose la mano al costado. Cuando miró hacia abajo, vio la sudadera empapada en sangre. ¿En qué momento había pasado aquello? Había notado el dolor, pero lo había achacado a la tortura, no había esperado esa herida...

Su visión se volvió borrosa al separar la mano de la sudadera y ver la palma de ésta llena de sangre. ¡Por Merlín! ¿Qué era aquello? Se tambaleó, pero no llegó a caerse al haber ido andando apoyándose a la pared.

Se deslizó lentamente hasta el suelo, con la espalda apoyada en el frío muro. No veía ni oía a Atlas. No veía ni oía nada, de hecho.

Alguien la sujetó del cuello de la sudadera. Lo supo por el modo en que tiraron de ella, dejándola sin una pizca de aire en los pulmones. Brigid soltó un jadeo de dolor.

—Yo que tú, iría con cuidado, Black. —Era la voz de Maya Carrow. Brigid apenas podía respirar—. Lo de hoy ha sido una advertencia. Que no se te olvide.

Había sido Maya, entonces. Le había atacado por la espalda. La mortífaga la dejó caer de nuevo. Brigid gimió de dolor, con los ojos llenos de lágrimas. Buscó su varita en los bolsillos. Sus dedos rozaron de nuevo el galeón falso antes de dar con ella. Le costó horrores lanzar el hechizo no verbal que hizo que la herida abierta dejara de sangrar y se cerrara.

Brigid se quedó recostada en el pasillo, jadeante. Se miró la mano y la sudadera, empapadas en sangre, sin dar crédito. Acababan de atacarla en Hogwarts. Por la espalda. Y había sido una profesora. Se le escapó una lágrima. Aquello no podía estar realmente pasando. La escuela no podía haberse convertido en aquello.

Se tomó unos minutos para recuperarse antes de levantarse. La herida le dolía horrores, pero no creía prudente presentarse así en la enfermería. Madame Pomfrey avisaría a los otros profesores y ¿de qué serviría aquello? No podían hacer nada contra Snape y los Carrow.

Brigid cerró los ojos, apoyada en la pared. Sentía mareos. Tenía que encontrar el modo de llegar a su dormitorio lo antes posible, por si acaso Maya cambiaba de idea y decidía regresar a darle una nueva advertencia. Con ella, nunca se sabía.

Aquel ataque había sido totalmente innecesario. Brigid no dejaba de sorprenderse cada vez que lo recordaba. Le parecía tan sumamente irreal...

Escuchó unos pasos a su espalda. Se volvió, apretando los dientes y buscando la varita nuevamente. Sus ojos enfocaron una silueta desconocida entre las sombras. Brigid apuntó con la varita.

—Vete —dijo, sabiendo que, fuera quien fuera, no sería Maya. Ella ya le hubiera atacado—. Ya.

La persona avanzó y Brigid frunció el ceño, sorprendida, al distinguir sus facciones. Apretó la varita con aún más desconfianza.

—¿Qué quieres, Malfoy? —cuestionó, en tono arisco.

Él dio otro paso al frente. Brigid no bajó la varita. Jamás habían hablado demasiado: alguna que otra burla de él hacia ella en los primeros cursos, las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras del año anterior, el incidente del baño... Pero poco más. Brigid jamás había sentido ningún interés en mantener una convención con él, mucho menos tras lo sucedido a finales del curso pasado.

Miraba a Malfoy y sentía la rabia arderle por dentro. Si no hubiera dejado entrar a los mortífagos, si no hubiera tratado de matar a Dumbledore, si no hubieran tenido éxito... El Ministerio aún existiría. Harry no tendría que haberse dado a la fuga como lo hizo. La guerra no sería el desastre que era.

—¿Qué quieres? —insistió. El Slytherin suspiró.

—Estás herida —dijo, como si no fuera obvio—. ¿Ha sido Carrow?

—¿Acaso te importa?

—De hecho, sí.

Brigid le miró, extrañada. Malfoy no parecía especialmente contento pronunciando aquellas palabras, pero suspiró y siguió diciendo:

—Me salvaste el año pasado, por si no lo recuerdas.

—¿Y ahora te sientes en deuda conmigo? —Casi se le escapa una carcajada amarga—. No me jodas, Malfoy. ¿Un mortífago con honor?

—¿He de recordarte que tu padre también perteneció a las filas del Señor Tenebroso? —espetó Malfoy. Brigid parpadeó, pero no tenía respuesta para eso—. Él estaría muy interesado en hablar con él, he de decir.

—Que estés en deuda conmigo no parece hacer que me libre de las amenazas, ¿no, Malfoy? —espetó Brigid en tono brusco. Fue el turno de él de permanecer en silencio—. Olvídate del asunto y déjame en paz. No quiero tener nada que ver contigo.

Para dar fuerza a sus palabras, se dio la vuelta y emprendió el camino hacia su sala común, pero cada paso le dolía horrores. Se le nubló la vista y se apoyó nuevamente en la pared a los pocos metros.

—Así no llegarás nunca —le escuchó decirle a su espalda. Brigid bufó.

—Me las arreglaré —respondió, agradeciendo que no se le rompiera la voz al hablar—. Puedes irte.

Casi esperó que insistiera más, pero no lo hizo. Brigid le escuchó marcharse y suspiró, aliviada. Se recostó de nuevo contra la pared. Sus dedos rozaron el borde inferior de la sudadera. Ahora, estaba empapada en sangre. Otro recuerdo de Harry que sufría las consecuencias de lo que les estaba tocando vivir.

Cuánto desearía que él estuviera allí. El simple pensamiento le estrujaba el corazón. Se enjugó las primeras lágrimas con furia, pero la rabia, el cansancio y el dolor eran demasiados para contenerlos más.

Sus ojos vislumbraron nuevos fantasmas apareciendo y desapareciendo en el pasillo en un parpadeo. Testigos silenciosos de su tristeza. Brigid se sentó nuevamente en el suelo. Su mirada fue hasta una armadura cercana y comprendió con dolor que fue en aquel mismo lugar donde, años atrás, había encontrado a Harry, en aquella primera noche de tormenta que pasaron juntos.

Agachó la cabeza, sollozando. Aquel momento parecía increíblemente lejano. Ninguno de los dos podría haber imaginado todo lo que les aguardaba para más tarde. Pensó en aquella noche, en cómo había tratado desesperadamente de calmar a Harry. No recordaba todo lo que habían hablado, pero sí sabía que se había abierto a él como con nadie antes.

Aquel instante, aquella tormenta, había sido lo que les había unido de un modo imposible de separar. Brigid estaba convencida de ello, en especial ahora que miraba al pasado. Algo fundamental había sucedido aquella noche. Había visto a Harry en su momento más vulnerable y se había quedado con él.

Había sido como una promesa no dicha. Durante los años siguientes, Brigid había permanecido siempre al lado de Harry. Su corazón anhelaba volver a la felicidad de aquellos primeros años de amistad, antes de todo el dolor y las pérdidas. Echaba de menos a esos niños que nunca volverían. La guerra se los había llevado, como a tantos otros.

Y echaba infinitamente de menos a Harry. Más de lo que le gustaría admitir. Seguía pensando en aquel último beso. Las palabras que se habían quedado sin pronunciar. Necesitaba otro abrazo, otro adiós. Necesitaba saber que él estaba a salvo, que iba a salir vivo de todo ello. Que ambos estarían bien cuando todo aquello acabara. Porque iba a acabar. Aquel era el propósito con el que ellos se habían marchado, ¿no es así?

Brigid desearía haber podido acompañarles. Si no fuera por su don, aquel que ahora le obligaba a cerrar los ojos para no vislumbrar muertos... Le costaba imaginar cómo estarían en ese momento. Le hubiera gustado creer que Harry pensaba en ella, igual que ella pensaba en él. Le faltaba sentirle a su lado, su calor, su tacto. Quería tomar su mano, abrazarle, besarle. Sentir que verdaderamente podían sobrevivir a aquello.

Puede que pasaran horas antes de que Susan apareciera, buscándola desesperada. Fue gracias a ella que Brigid pudo llegar hasta la sala común de Hufflepuff y subir hasta su dormitorio. Susan le tumbó en su cama con cuidado. No hizo demasiadas preguntas, puesto que bastaba un poco de imaginación para saber quién le había herido. Le preguntó si necesitaba algo y Brigid negó.

Tumbada, recorrió la habitación con la mirada. Sus otras dos compañeras dormían. La cama de Prim continuaba vacía.

—Quisiera saber si está bien —susurró.

Susan le dirigió una mirada amarga.

—Yo también, créeme.

Brigid suspiró.

—Estoy cansada de todo esto.

—Tenemos que aguantar —murmuró Susan, en un tono tan triste y resignado como el suyo.

—Lo sé —masculló Brigid—, pero les echo de menos.

Susan se sentó junto a ella en la cama con ojos tristes. Asintió despacio.

—Yo también. —Se le rompió levemente la voz—. Pero volveremos a verles. Y estoy segura de que mucho antes de lo que creemos.

Brigid tomó su mano, buscando apoyo y tratando de infundírselo a Susan a un mismo tiempo. Ésta le dirigió una sonrisa temblorosa.

—Por el momento, tratemos de resistir juntas —dijo con dulzura—. Nova, tú y yo. Lo de hoy ha sido una estupidez...

—Lo sé.

—Pero creo que había que cometerla.

Brigid logró corresponder a su sonrisa.

—Me hubiera gustado poder dársela a Harry, de algún modo —confesó.

—Estoy segura de que Nova tenía la misma idea en mente, pero todas íbamos seguras de que fallaríamos y por eso ha acabado sucediendo —dijo Susan con seguridad—. Es verdad que no tenemos el mapa, pero podríamos haberlo hecho mejor.

—Creo que tienes razón —asintió Brigid.

—Pero no podemos dejar que los Carrow nos dominen. No después de todo lo que han hecho, mucho menos sabiendo todo lo que pueden llegar a hacer. —Susan bajó la voz—: Me aterra imaginar cómo pueden castigar a los niños de los primeros cursos, Bree.

Brigid no quería ni pensar en ello.

—Les ayudaremos. —Era una promesa. Brigid lo supo en el mismo momento en que lo dijo—. Haremos todo lo posible, Sue. Buscaremos a gente que nos ayude. Trataremos de mantener a todos a salvo.

Rebuscó en el bolsillo y sacó el galeón falso. Susan y ella intercambiaron una mirada cómplice.

—¿Mañana? —preguntó la pelirroja. Brigid asintió sin dudar un momento.

—Mañana.














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