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así es como va el amor








—Mi primo me ha dicho que quiere hablar con Cornamenta y su señora.

Brigid trató de mantener la expresión impasible ante las palabras de Nova.

—Lo sé.

—Ginny y yo nos hemos aliado con los gemelos para ello. Jess nos ayudará. Pero Harry no me ha dicho a qué se debe eso. —A la Slytherin no parecía haberle gustado eso. Con Sass, su serpiente, sobre el hombro, y Aslan paseándose alrededor de sus piernas, su ceño fruncido resultaba ligeramente cómico—. No quiero que me cuentes sus cosas a sus espaldas, solo necesito saber si es algo malo. ¿Sabes algo?

Brigid dudó. Harry le había dicho que no quería contar lo que había visto a nadie, al menos, no hasta después de hablar con James y Ariadne. Solo Brigid sabía lo que impulsaba a Harry a querer hablar con sus padres.

—Es algo que tiene que resolver con ellos —terminó diciendo, tras vacilar—. Pero no es necesariamente malo.

—¿Es algo sobre Vega? —preguntó Nova, con expresión grave—. Si es eso, podéis decírmelo. Tenéis que decírmelo. Juro que no haré nada malo, pero si algo le ha pasado a ella...

—No, no, no tiene nada que ver con Vega —aseguró Brigid, tratando de sonar lo más convencida posible. Nova no necesitaba preocuparse más por su hermana—. Te prometo que no es de Vega.

Nova asintió lentamente. La biblioteca, que cerraría pronto, estaba vaciándose. Con un suspiro, Brigid comenzó a recoger sus cosas.

—Daría lo que fuera por poder escribirle una carta —dijo entonces Nova, sin levantar la vista del suelo.

Por un extraño momento, Brigid juraría que vio a Nova mucho más pequeña de lo que en verdad era: Brigid apenas le sacaba unos meses. Sujetó su mano.

—La veremos antes de lo que esperas —prometió, sonriendo levemente—. Apenas quedan unas semanas de curso, y las últimas siempre pasan rápido. Antes de lo que piensas, estarás cogiendo a Teddy en brazos.

—Estaremos —corrigió Nova, tras suspirar. Se sentó sobre la mesa, acariciando distraídamente el cuello de su serpiente—. Perdón. Es que he echado mucho de menos a Vega estos días.

Brigid se giró al escuchar un ruido. Jessica Bones estaba a no demasiada distancia de ellas dos, observando a Nova con una sonrisa triste. La menor sacudió la su melena rubia teñida y levantó la barbilla, como si nada pasara.

—¡Jess! —protestó, cruzándose de brazos—. ¿Estás espiándonos?

Jessica rio por lo bajo. Cuando abrió los brazos, Nova ni siquiera vaciló. Brigid no pudo evitar sonreír al verlas abrazarse.

—Puede que nos dé una sorpresa y la veamos en alguna salida a Hogsmeade —propuso Jessica, apartándose con precaución de Sass mientras abrazaba a Nova—. ¿Quién sabe? Lo importante es que esté bien.

—Lo sé, lo sé —suspiró Nova—. Solo desearía poder hablar con ella.

Brigid se encontró deseando lo mismo, pero con su propio hermano. Giró distraídamente en su dedo el anillo que Harry le había devuelto. El pensamiento de su hermano ya no dolía como antes; era un dolor diferente. Brigid ya había escuchado que aquello le pasaría, que éste cambiaría, aunque nunca desaparecería. Pensó en Vega y su hija, a la que Cedric nunca conocería. Él ni siquiera había sabido de la existencia de Teddy.

Cedric nunca sabría tampoco la verdad sobre ella. Puede que ahora lo supiera, pero sería como fantasma con el que Brigid no podía hablar. Puede que fuera mejor así. Cedric se hubiera ido con demasiadas preocupaciones de haber sabido todo lo que había pasado en el año siguiente a su partida.

Brigid observó las marcas en su mano. Arriba, se leía Calladita estoy más guapa. Un poco más abajo, Soy una decepción.

Las lágrimas habían empapado el pergamino, junto a su sangre, mientras era obligada a escribir la misma frase una y otra vez.

—No he podido evitar enterarme de todo lo que le ha sucedido con sus padres, señorita Diggory —había empezado diciendo Umbridge—. Cómo se fue de casa. ¿Acaso no pensó en cómo les partió el corazón a sus padres, marchándose tan poco después del fallecimiento de su hermano?

—¿Acaso pensaron ellos en cómo me partieron el corazón a mí? —había replicado Brigid, echando mano de un valor que no creía tener.

Luego, Umbridge le había tenido escribiendo cerca de cuatro horas la misma frase. Una y otra vez. Y había sonreído cada vez que una lágrima caía por las mejillas de Brigid.

Había sido incapaz de no pensar en la forma que su boggart había adoptado en tercer curso. En Amos Diggory diciéndole que era un fracaso. En ella quedado humillada delante de toda su clase. Si hubiera sabido que ese boggart era uno de los tantos motivos por los que ahora tenía a Harry y a sus amigos...

—Hey, Bree —llamó Nova, despertándola de su ensimismamiento—. ¿Vamos? Pince nos echará de un momento a otro. Además, podemos ir contándote nuestro plan.

—Avisaré a Linette —resolvió Jessica. Nova le miró, sorprendida.

—¿Has venido con ella? —exclamó, sin esconder en ningún momento su disgusto.

Jessica le dio un codazo.

—Disimula un poco, ¿vale? Es más amable de lo que crees. Fue Vega quien me pidió que no la dejara sola. Su hermano es un peligro.

—Qué casualidad, Carrow dejó sola a Vega, si no recuerdo mal —refunfuñó Nova—. Los dos.

Brigid, sin saber de qué iba el asunto, guardó silencio. Jessica negó con la cabeza.

—Por lo menos, finge que te cae bien, ¿vale? Apuesto a que eres lo suficiente buena actriz como para eso.

—Ya veremos —masculló Nova.

Brigid, que lo único que sabía era —según Cedric le había contado— que Vega había salido con Callum Carrow antes de terminar terriblemente mal, comprendía en cierta parte la reacción de Nova, en especial teniendo en cuenta cómo era ésta en lo que a su hermana respectaba. Brigid sabía que Linette había estado implicada en varios incidentes con Vega.

Pero Brigid, a quien le resultaba muy difícil guardar rencor —aunque nunca olvidaba—, decidió esperar a ver cómo era Linette Carrow antes de echarle la cruz. Confiaba en el buen criterio de Jessica, después de todo.

Linette Carrow terminó por ser alguien bastante agradable, aunque eso no implicaba que fuera precisamente dulce. Más bien, era fría, pero trató a Nova y Brigid con bastante amabilidad y se veía que se entendía bastante bien con Jess.

—Mi hermano, el gran idiota, es ahora el capitán de esa panda de estúpidos llamados Brigada Inquisitorial —se lamentaba con Jessica. Ambas caminaban unos pasos por detrás de Brigid y Nova—. ¿A que no sabes qué pasó el otro día? Umbridge dijo delante de toda la sala común de Slytherin que él era su favorito, su protegido o yo qué sé qué. Le dio una medalla. Quiere traer a mi madre aquí para hablar de él. Como la vea aparecer aquí, me tiraré de la Torre de Astronomía.

Brigid sintió un escalofrío al pensar en Maya Carrow caminando a sus anchas por Hogwarts. No, no era algo que necesitara en esos momentos. Ni nunca.

—Fred y George van a hacer aparecer un pantano en mitad del pasillo —le susurró Nova, y Brigid estuvo totalmente convencida de que había escuchado mal—. Entonces, Harry se colará en el despacho de Umbridge y usará la chimenea para hablar con mis tíos. Creo que tú deberías ir con él.

Brigid la miró, desconcertada.

—¿Yo? —dijo, negando con la cabeza—. Deberías ir tú, Nova. Estarán Sirius, Vega, Jason, Remus, Mary...

—Lo sé, lo sé. —Nova suspiró—. Pero sé que Harry preferiría que tú estuvieras ahí. Además, sabes de lo que quiere hablar con ellos. Le he visto muy nervioso; le hará bien que le acompañes.

—Pero si dijiste que querías ver a Vega hace solo...

—Y me muero de ganas por poder verla —interrumpió Nova, dándole unos toquecitos a Sass en la cabeza—. Pero no soy una niña. Sé en qué momento tengo que echarme a un lado.

—No tienes que echarte a ningún lado, Nova —respondió Brigid, frunciendo el ceño—. Es tu familia y...

—Y la tuya —replicó ella. Brigid se quedó tan impresionada que no fue incapaz de responder. Nova carraspeó—. Me refiero, todos te tienen muchísimo cariño, Brigid. Es como si fueras una más. Sobretodo, teniendo en cuenta que Harry y tú hacéis...

—No sigas esa frase, anda —rio Brigid, riendo. Seguía sin estar en absoluto convencido—. ¿Estás segura, Nova?

—Sí, y Aslan está de acuerdo conmigo. —La mirada de ambas fue al gato, que restregaba la cabeza contra la pierna de Brigid—. Eres su elegida, Bree. Nunca vayas en contra de las decisiones del gato.

Brigid dudó, sintiéndose levemente incómoda.

—Está bien, te haré caso... O a Aslan, lo que sea.

—Así me gusta —declaró Nova, satisfecha—. No voy a adelantarte la sorpresa, pero apuesto a que te gustará. Según los gemelos, os dará unos veinte minutos. ¿Será suficiente?

—Esto... —Brigid dudó—. Creo que sí.

—Perfecto. Prepárate para mañana; sabréis cuál es la señal.

Pero al día siguiente Brigid tenía también una cita importante y en la que había pensado mucho menos de lo que debería: su charla de orientación académica con Sprout.

Solo de imaginar su futura profesión, se quedaba en blanco. ¿Qué se suponía que debía estudiar? Algo que le gustara, se suponía. Pero ¿qué podía ser eso?

—Diggory, adelante. —Tan pronto como abrió la puerta del acogedor despacho de su jefa de casa, ésta le indicó un asiento—. Puedes dejar la mochila ahí si quieres. ¿Café, té o chocolate caliente?

—Café, por favor —pidió Brigid, tomando asiento. Apartó los ojos del rostro de Dolores Umbridge, que la observaba con expresión burlona desde una esquina, y dirigió una sonrisa a su jefa de casa, que le tendía una taza humeante—. Gracias.

—Muy bien, primero vayamos a lo principal, ¿alguna idea del trabajo que te gustaría ejercer en un futuro?

Sprout no perdió la sonrisa ante la expresión avergonzada de Brigid mientras ésta negaba con la cabeza. Parecía incluso haberse estado esperando algo así.

—No te preocupes, es algo bastante común —respondió Sprout, sacando de uno de los cajones de su escritorio una pila de pergaminos. En la parte superior se podía leer Diggory, Brigid Gwendolyn—. No necesito revisar esto para saber que tienes excelentes notas en todas las asignaturas. Nunca has bajado del «Supera las expectativas» en ninguna, que yo recuerde. ¿Me equivoco?

—No —admitió Brigid, orgullosa pero al mismo tiempo tímida—. Solo tuve una S en Aritmancia y Pociones.

—Sí, algo me dice que no son tus asignaturas preferidas —comentó Sprout, echando un vistazo a su historial—. Pero tienes muy buenas notas en todas ellas. Eso tiene tanto su parte buena como su mala. Obviamente, te abre muchas puertas y siempre resulta beneficioso para las futuras academias en las que desees especializarte que tu historial sea como el que tienes, Brigid. Soy consciente de que has tenido que esforzarte mucho para ello.

—Sí, bueno —masculló ella, sintiéndose sonrojar—. Siempre me enseñaron que los estudios eran lo más importante.

Incluso cuando luego no valoraban sus notas, a no ser que fueran malas.

—Además de ello, tu título de prefecta supone una buena marca en tu expediente —continuó diciendo Sprout.

Brigid apretó los labios, no sin cierta vergüenza. Que tuviera una insignia de prefecta no significaba que hubiera ejercido su puesto: apenas había cumplido con las obligaciones que aquello suponía.

—Pero, al tener tantas posibilidades —continuó diciendo Sprout—, se te puede hacer más difícil escoger. Ahora mismo, exceptuando las carreras relacionadas con las optativas que no estudias, podrías escoger cualquiera, Brigid, suponiendo que saques estas mismas notas en los TIMOs y posteriores en los ÉXTASIS. ¿No hay nada que te llame, que te guste un poco más que otras?

Brigid dudó. ¿Algo que le gustara? Lo tenía bastante claro, pero tenía bien presente que era una carrera que podía no tener mucho futuro. Amos siempre se lo había dicho cuando decía que le encantaría dedicarse a ello.

El simple pensamiento de eso le animó a hablar, solo para dejar a un lado aquellos recuerdos.

—Me encantaría estudiar Historia de la Magia —admitió Brigid, levantando la cabeza—. Ser historiadora siempre me ha interesado. No creo que pudiera ser como Bathilda Bagshot, pero realmente es algo que me llama.

—¡Eso está bien, está bien! —asintió Sprout, satisfecha—. Es bueno saber que tienes eso claro. Si quieres, podría mirar...

Una tos falsa interrumpió a la profesora. Brigid miró, sorprendida, a Umbridge, que se erguía en su esquina, dejando a un lado el pergamino en el que había estado tomando nota.

—¿Deseas algo, Dolores? —preguntó entonces Sprout, en tono cordial, aunque Brigid notó una nota de frialdad.

—Creo, profesora Sprout, que es conveniente que diga a los alumnos los riesgos que podría tener una profesión, por mucho que les guste. Por ejemplo, señorita Diggory, sabe que, dedicándose a la Historia de la Magia, lo único de lo que podrá trabajar será de profesora, ¿no?

—¿Y qué tendría eso de malo? —preguntó una desconcertada Brigid.

Umbridge llevó la mano a su pequeño bolso rosa y del interior extrajo un sobre abierto y algo arrugado. Brigid miró a Sprout, sin entender qué era aquello, pero su jefa de casa parecía tan desconcertada como ella.

—Recibí hace tan solo unos días una carta de su padre, señorita Diggory —comunicó la profesora Umbridge. Brigid apretó los puños—. En ella, expresa el deseo de que usted estudie una profesión que le garantice un futuro trabajo en el Ministerio. Me pidió que se lo comunicara.

—Creo —intervino Sprout, que había fruncido el ceño— que se debería tener también en cuenta la opinión de Brigid en esto, Dolores. Es su futuro, a fin de cuentas.

—Un futuro bastante cerrado para las posibilidades que le has dado a entender que tiene, Pomona, ¿no crees? —cuestionó Umbridge—. Al menos, creo que debería tener en cuenta la opinión de sus padres.

—Su opinión no me influye —masculló Brigid.

—También dicen —continuó la mujer, con una pérfida sonrisa— que, si es cierto que no está ejerciendo correctamente con su título de prefecta, como les fue informado, se le debería ser retirado.

Brigid apretó los labios y agachó la cabeza, sin saber qué decir a aquello. En cierta manera, la mujer tenía razón, por mucho que aquello le irritara.

—Creo que se puede considerar la situación de la señorita Diggory como excepcional en cuanto a ese asunto —replicó Sprout, cruzando los brazos—. Pese a todo, lo ha hecho bastante bien y no dudo en que continuará mejorando. ¿Qué tiene esto que ver, Dolores?

—Yo simplemente le recuerdo que, pese a que parece haberlo olvidado, tiene unos padres que se preocupan por ella —dijo Umbridge, en tono de suficiencia.

Un destello de ira brilló en los ojos de Brigid. De un momento a otro, ésta dejó escapar una carcajada despectiva que le valió las miradas de sorpresa de ambas maestras.

—Amos y Charlotte Diggory no se han preocupado por mí en todos mis años de vida —soltó, en tono furibundo—. Si usted va a estar haciendo de su lechuza mensajera, dígales que pueden dejar de aparentar que les importo o que, al menos, podrían tener la decencia de comunicarse conmigo en persona. Usted no es quien para estar metida en un asunto del que no sabe nada y del que está sacando ventaja para burlarse de mí —espetó, poniéndose en pie. Horas después, se preguntaría de dónde sacó la valentía o estupidez para hacer aquello—. Gracias por su ayuda, profesora Sprout, me ha servido de mucho la sesión.

Y, tras decir aquello, salió de la habitación como un torbellino, sintiendo un dolor que achacó a su imaginación en las heridas cerradas de su mano, donde podía leerse claramente lo que Umbridge le había hecho escribir sobre su piel. Escuchó un silbido admirado.

—Y yo que solo venía a ver cómo te iba  —comentó Felicity, riendo por lo bajo—. Chica, has estado genial.

Brigid apretó los labios y se encogió de hombros. Felicity suspiró y se colocó a su lado.

—Por cierto, si vas a ir con Harry, tendrías que ir a buscarle ya.

La Hufflepuff guardó silencio un momento, dubitativa.

—No —respondió, negando con la cabeza.

Felicity, desconcertada, abrió la boca para replicar. Brigid se le adelantó.

—Dile a Harry que avise a Nova. Apuesto a que Vega está deseando verles y sé que ellos a ella también. Les veré luego.

La guardiana parpadeó. Parecía dispuesta a discutir, pero terminó optando por no hacerlo. Brigid la vio marchar con la sensación de que estaba haciendo lo correcto.

Era Nova quien merecía ver a su hermana, a su padre, a sus tíos. No tendría sentido si Brigid acompañara a Harry en aquello.

—He hecho lo correcto, ¿verdad? —Selena y Lily sonrieron y asintieron en su dirección—. Tendré que darles tiempo.

—¡Brigid!

La joven se detuvo tan pronto como reconoció a la profesora Sprout yendo a toda prisa tras ella. La maestra la alcanzó, algo jadeante, y miró rápidamente a su alrededor antes de decir:

—Haz lo que quieras, Brigid, confía en mí —susurró—. Nadie apostaba por mí cuando dije que deseaba estudiar Herbología y soy completamente feliz con lo que hago. No dejes que otros te obliguen a elegir un futuro que no deseas.

Ella se apresuró a asentir, algo sorprendida por la intensidad que Sprout había puesto en sus palabras. También por lo rápido que las había pronunciado.

—Llevo bastante tiempo deseando hablar contigo a solas —continuó la mujer, bajando aún más la voz—. Pero es imposible con la profesora Umbridge vigilándonos a todos constantemente. ¿Hay algo en lo que necesites ayuda? ¿Cómo estás manejándolo todo?

Brigid vaciló, pensando muy cuidadosamente sus palabras. Si dijera a Sprout todo en lo que necesitaba ayuda...

¿Cómo le contaba las pesadillas que aún le acechaban sobre aquel cementerio y la muerte de su hermano? ¿Cómo explicaba que había pasado toda su vida creyendo ser hija de quien no era? ¿Cómo decía que tenía un don que le permitía ver a muertos e invocarlos? ¿Cómo le hablaba de la chica de otro universo con la que charlaba en ocasiones? ¿O de que Thea le había confesado que era descendiente de la infame Morrigan, conocida nigromante, esposa del mismísimo Merlín, y por tanto poseía un poderosísimo legado de muerte?

No podía contarle nada de aquello.

—Ha sido difícil —terminó diciendo, con un hilo de voz. Se obligó a no llorar, odiándose por haberse permitido pensar en todas las cosas en las que no necesitaba pensar—. Pero creo que he contado con la ayuda de las personas correctas para seguir adelante. Aún es difícil, pero... Pero intento hacerlo. —Con un encogimiento de hombros, pero no sin cierto temor, acabó añadiendo—: Por Cedric.

Una sonrisa comprensiva apareció en el rostro de Sprout. Brigid tomó aire y agachó la cabeza, con su mayor esfuerzo por contener las lágrimas.

—Sé cuánto ha debido costarte esto, Brigid —repuso la mujer, en tono bondadoso—. Has sido muy fuerte.

Brigid apretó los labios en algo parecido a una mueca, pese a que su intención había sido sonreír.

—Gracias.

—¡Pomona!

Maestra y alumna se giraron ante el grito de la profesora McGonagall, que llegaba sin correr pero con expresión que no auguraba nada bueno. Al menos, eso pensaba Brigid, hasta que la vio acercarse y advirtió que mantenía los labios apretados, como si tratara de ocultar una sonrisa.

—Me temo que los gemelos Weasley han causado un pequeño incidente —comunicó la subdirectora con más calma de la que correspondía al asunto. Brigid desconocía en qué consistía la distracción y ahora se sentía incluso más intrigada—. Deberíamos ir a ver si la directora necesita ayuda.

—Desde luego —farfulló Sprout, aunque claramente no tenía intención alguna de auxiliar a Umbridge—. Brigid, si...

—Creo que iré a ver qué ha pasado, profesora —se apresuró a decir ella—. Tal vez, pueda ayudar en algo.

—Desde luego —asintió la jefa de la casa Gryffindor.

Dio la impresión de que McGonagall iba a reírse. Pese a que ninguna de las tres había pronunciado nada que no fuera de su intención de ayudar a Umbridge, estaba más que claro todo lo que tácitamente se habían dicho.

Que las profesoras le permitieran acompañarlas solo lo hizo más divertido para Brigid. Cuando llegaron al pasillo donde los gemelos habían causado el caos, la Hufflepuff se quedó boquiabierta.

Habían convertido el lugar en un perfecto pantano.nLos estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes, algunos cubiertos de una sustancia que parecía jugo fétido; además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Entre los curiosos destacaban los miembros de la Brigada Inquisitorial, que parecían muy satisfechos de sí mismos, y Peeves, que cabeceaba suspendido en el aire, desde donde contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.

—Es verdaderamente impresionante —escuchó Brigid murmurar a McGonagall.

—¡Muy bien! —gritó triunfante la profesora Umbridge—. ¿Os parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?

Brigid sabía que los gemelos iban a decir que sí incluso antes de que abrieran la boca.

—Pues sí, la verdad -contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.

Filch, que casi lloraba de felicidad, se abrió paso a empujones hasta la profesora Umbridge.

—Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba un trozo de pergamino.

—¿Qué permiso? —masculló Brigid.

—Nada bueno, desde luego —respondió Sprout.

—Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas —continuó Filch, y Brigid comprendió lo que iba a suceder. Miró horrorizada a las dos profesoras junto a ella, que se habían quedado muy serias—. Déjeme hacerlo ahora, por favor...

—Muy bien, Argus —repuso ella—. Vosotros dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— vais a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.

—¿Sabe qué le digo? —replicó Fred—. Me parece que no. —Miró a su hermano y añadió—: Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.

—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con desparpajo.

—Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.

-Desde luego —contestó George.

Y antes de que la profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos:

—¡Accio escobas!

Se oyó un fuerte estrépito a lo lejos. Brigid miró hacia la izquierda. Las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba todavía la pesada cadena y la barra de hierro con que la profesora Umbridge las había atado a la pared, volaban a toda pastilla por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos. El ruido que hizo la cadena al chocar contra las losas de piedra del suelo resonó por el vestíbulo.

—Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.

—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba.

Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio.

—Si a alguien le interesa comprar un pantano portátil como el que habéis visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del callejón Diagon —dijo en voz alta.

—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.

—¡DETENEDLOS! —chilló la mujer.

—¡ALTO AHÍ! —gritó instantáneamente alguien, avanzando con decisión de entre la multitud.

Una muy enfadada Jessica Bones caminó a paso seguro hacia los gemelos Weasley.

—¡Señorita Bones, me alegra comprobar que usted conserva algo de cabeza! —exclamó la mujer—. Confío es que usted sea capaz de controlar a esos dos granujas.

La rubia sonrió ampliamente.

—No podría usted estar más equivocada, profesora.

George le tendió la mano y Jessica subió a su escoba, sujetándose a la cintura del pelirrojo. Cuando la Brigada Inquisitorial empezó a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo. Callum Carrow gritó algo y les apuntó con la varita.

¡Expelliarmus!

Fue la mismísima Linette Carrow la que desarmó a su mellizo. Umbridge soltó un grito de furia, pero ya era tarde. Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el poltergeist, que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud.

—Hazle la vida imposible por nosotros, Peeves.

Y Peeves se quitó el sombrero con cascabeles de la cabeza e hizo una ostentosa reverencia al mismo tiempo que los gemelos y Jessica daban una vuelta al vestíbulo en medio de un aplauso apoteósico de los estudiantes y salían volando por las puertas abiertas hacia una espléndida puesta de sol.


























—Fue alucinante —suspiró Nova—. Desearía poder volver a ese día.

Brigid levantó la mirada de su libro de Pociones y la miró con expresión desolada. Tenía los ojos enrojecidos del llanto y unas profundas ojeras marcándose en su rostro pálido.

—Créeme, yo también.

La semana de los TIMOs estaba siendo la mayor tortura. No solo por el estrés: Brigid se las había arreglado para manejarlo, probablemente porque estaba tan agotada después del curso que ya no era capaz de mantener el nivel de ansiedad constante en su cuerpo.

No estaba descontenta por el resultado de sus exámenes, pero no era eso lo que le había tenido desde la noche anterior angustiada.

Durante el examen de Astronomía, la noche anterior, unos aurores habían llegado hasta Hogwarts para detener a Harry. Desde la Torre de Astronomía, los de quinto lo habían presenciado todo.

Incluido cómo cuatro rayos aturdidores habían impactado directamente al pecho a la profesora McGonagall cuando intentó evitar aquello.

—Va a recuperarse —masculló Nova, muy inquieta—. La señora Pomfrey ha curado heridas peores. No hay por qué preocuparse, son los exámenes lo que importan.

—No puedo concentrarme en ellos si seguimos hablando de eso —replicó Susan, apartando sus libros casi con lágrimas en los ojos—. Ni siquiera sé qué estoy leyendo. Solo quiero que esto termine ya.

—Por favor —masculló Prim, que se había echado sobre la mesa, rendida y con la frente apoyada en su libro de Historia de la Magia—. Esto debería ser ilegal.

—Me temo que las leyes mágicas no recogen nada en cuanto a eso.

Aquella voz hizo que las cuatro chicas que se habían reunido en la biblioteca para estudiar —con la excepción de Nova, que solo había ido porque no tenía nada que hacer— se giraran a toda prisa hacia Jason Bones, que las observaba con una tensa sonrisa.

Susan se lanzó a abrazar a su padre. Con una risa, el hombre la estrechó en sus brazos, pese a su aspecto cansado. Nova también se levantó con efusividad y se tiró a los brazos de Jason.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la Slytherin, con una nota de emoción mal disimulada en la voz—. ¿Cómo están todos? ¿Vega?

—Todos están perfectamente, tranquila —respondió el hombre, sonriendo—. Me han enviado como consecuencia de lo de ayer. Quieren que me quede unos días a evaluar lo sucedido.

—¿Sabes cómo está la profesora McGonagall? —cuestionó Susan—. ¿Se recuperará?

—A su edad, cuatro encantamientos aturdidores no hacen ningún bien —suspiró Jason—. Tendrá una recuperación lenta, sí, pero confían en que no sea nada irreparable.

Brigid respiró más tranquila al escuchar aquello. Se levantó a estrechar la mano del señor Bones, con una sonrisa en los labios. Jason saludó tanto a ella como a Primrose con alegría.

—¿Qué tal estáis llevando los exámenes? —preguntó Jason, con la mano sobre el hombro de su hija—. ¿Cuál os queda?

—Solo Historia de la Magia, esta tarde. —Susan suspiró—. Han dejado el peor para el final.

—Siempre siguen el mismo horario —rio suavemente su padre—. Estoy convencido de que lo lleváis de la mejor manera posible: no dejéis que el cansancio os juegue malas pasadas. Os veré después del examen, ¿vale? Creo que será mejor no distraeros.

—Yo no tengo examen —repuso Nova—. Te acompaño.

Brigid no vio a Harry hasta cinco minutos antes del examen. Hecha un manojo de nervios, dejó que él la abrazara.

—Es el último —le recordó él, que estaba tan agotado como Brigid y con la diferencia de que él ya había asumido que suspendería aquel examen. Brigid necesitaba sacar una S en él si quería cursarla al curso siguiente—. Bree, no has bajado de la E en Historia de la Magia desde que te conozco. Sé que vas a hacerlo maravillosamente bien.

—¿Y si no lo hago bien? —masculló ella.

Él rio por lo bajo y le acarició la mejilla con el pulgar.

—Confía en mí. Vas a sacar una E, como mínimo —le aseguró—. Historia de la Magia es lo tuyo. Demuéstralo.

Eso no evitó que entrara temblorosa al Gran Comedor. Cuando tomó su pluma para comenzar a escribir, su pulso era tan poco firme que temió que no se entendiera ni una palabra de lo que escribiera.

Se obligó a respirar lentamente y, una vez se le repartió el pergamino, leer con detenimiento las preguntas y escribir tan rápido como le era posible todo lo que debía responderse.

Fue calmándose conforme comprobaba que recordaba todo aquello que le pedían. Perdió rápidamente la cuenta de cuánto había escrito: el tiempo corría rápido y no podía siquiera pararse a pensar. Solo podía recordar todo lo estudiado y escribirlo sin detenerse.

Hubiera realizado un examen perfecto de no haber escuchado un golpe en mitad de éste y, con un mal presentimiento, girarse en aquella dirección.

Harry se había desplomado en el suelo y uno de los examinadores, de nombre Tofty, se apresuraba a ir hacia él. Brigid ni siquiera se lo pensó: dejó a un lado la pluma y corrió hacia el azabache, ignorando el grito que una de las que vigilaban a los alumnos le dirigió.

—¡Señorita! —exclamó Tofty tan pronto como la vio junto a Harry—. ¡Vuelva a su examen!

—Ya lo he acabado —mintió Brigid. Harry estaba pálido y tembloroso. Lo conocía lo suficiente como para saber qué había sucedido. Se inclinó a su lado y trató de incorporarle—. Necesita salir a tomar el aire, profesor. Yo misma le acompañaré.

—No puede...

Pero Brigid ya se había echado el brazo de Harry por encima de los hombros. Éste se había despertado a medias. Brigid echó a andar resueltamente hacia la salida, obligando a Tofty a seguirla y ayudarla a cargar a Harry.

—No quiero ir. No necesito ir a la enfermeria... —empezó a farfullar éste—. No quiero...

Decenas de ojos curiosos les observaron mientras salían al vestíbulo. Brigid los ignoró por completo, centrándose únicamente en Harry.

—Me... me encuentro bien, señor —balbuceó Harry secándose el sudor de la cara—. De verdad... Me quedé dormido y... y he tenido una pesadilla...

Brigid apretó los labios, sin creerse una palabra. Sujetaba la mano de Harry entre las suyas, pero no se atrevió a decir nada delante de Tofty.

—¡Es la presión de los exámenes! —aseguró el anciano mago, comprensivo, dándole unas débiles palmaditas en el hombro—. ¡Suele pasar, joven, suele pasar! Bébete un vaso de agua fría y quizá puedas volver al Gran Comedor. El examen casi ha terminado, pero a lo mejor quieres acabar de pulir tu última respuesta, ¿qué te parece?

—Sí —contestó Harry, desesperado—. O sea..., no..., ya he hecho... todo lo que podía, creo.

—Muy bien, muy bien —repuso el anciano mago con amabilidad—. Voy a recoger tu examen, y te sugiero que vayas a descansar un poco.

—Sí, voy a descansar un poco —dijo Harry asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Muchas gracias.

—También su examen, señorita —añadió el hombre—. Confío en que le haya dado tiempo a terminar. —Brigid no respondió a aquello—. No creo que sea necesario decirlo, pero échele un ojo al joven Potter, ¿quiere?

—Por supuesto, señor —murmuró Brigid.

Harry la abrazó tan pronto como el hombre se alejó lo suficiente.

—Bree —le escuchó murmurar—. Voldemort le tiene, le está torturando. L-lo he visto, él...

—¿A quién tiene? —preguntó Brigid, temiendo la respuesta, cualquiera que fuera. Por la reacción de Harry, quedaba a la vista que no era nadie que les fuera indiferente.

Harry se apartó un paso. Ella comprobó, espantada, que tenía lágrimas en los ojos.

—Tiene a mi madre —dijo, con un hilo de voz.




















feliz navidad a quien lo celebre (aunque ya vaya tarde para españa jsjs), disfruten de este cap que me costó siglos escribir aunque no me convenza del todo a, ya queda poco para terminar este acto por fin :)

y mil gracias por todo el apoyo que lom está recibiendo últimamente, no saben lo feliz que me hace <3

ale.

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