xv. quidditch world cup

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xv.
los mundiales de quidditch








Brigid Diggory no se consideraba una fanática del quidditch, pero le emocionaba la idea de ir a los Mundiales junto a su padre y a su hermano.

Irlanda había llegado a la final, que jugaría contra Bulgaria. Que la selección verde disputara el último partido de los Mundiales solo entusiasmaba más a la chica, medio irlandesa y convencida de que su país vencería.

Además de eso, estaba deseando ver a los amigos que había hecho el curso anterior. Se había escrito con Harry durante todo el verano, y también había escrito alguna que otra vez a Prim, Ron y Hermione. Incluso Nova le había mandado un par de cartas. Todos ellos iban a los Mundiales y, de hecho, usarían el mismo traslador que ellos para llegar allí.

Sin embargo, llevar caminando casi tres horas —a ratos, siendo arrastrada por Cedric— para poder coger el traslador había casi terminado con la mayor parte de su emoción. En aquel momento, todo lo que deseaba era meterse en la cama y dormir hasta el día siguiente.

Cómo hubiera deseado que su padre no siguiera las normas del Ministerio y utilizara la Aparición Conjunta. Pero, claro, Amos se había negado por completo.

—Ya casi estamos, Bree —dijo Cedric, pasándole el brazo por encima de los hombros—. Solo hay que subir la colina.

Brigid estaba demasiado cansada como para responder. ¿Subir la colina? Pensar en eso le dio ganas de llorar.

Gracias a la ayuda de su hermano, consiguió llegar a lo alto, pero estuvo a punto de derrumbarse al alcanzar la parte superior. Apenas conseguía respirar.

—Será mejor que te sientes mientras papá y yo buscamos el traslador —rio Cedric, alborotándole el pelo a su hermana—. Descansa un poco.

Brigid se dejó caer en el suelo, agotada. No comprendía cómo Cedric y su padre conseguían mantenerse en pie todavía.

Después de unos minutos de descanso, se animó a ponerse de pie y tratar de encontrar el traslador. Se puso a buscar entre los arbustos, de rodillas. El peso de la mochila parecía a punto de acabar con ella. De pronto, su cabeza chocó contra algo duro. Soltando un gemido de dolor, retrocedió y se restregó la zona herida con la mano.

Frente a ella, estaba Harry Potter, también con una mueca de dolor en el rostro. Brigid se sonrojó. Había estado deseando volver a ver al chico, pero no se lo había imaginado precisamente así.

Unas carcajadas se escucharon. Felicity estaba junto a Brigid, mirando divertida a ambos. Harry rio también, tras unos segundos.

—Bonito reencuentro, ¿no crees? —preguntó, burlón.

—Es original, al menos —probó a decir Brigid, avergonzada—. Me alegro de verte, Harry.

Él sonrió ampliamente. Sus ojos azules, del color de un zafiro, parecían brillar aquel día.

—Iba a decir justo lo mismo, Bree. Nova y yo veníamos discutiendo sobre quién te vería primero. Supongo que gané.

—En realidad, yo gané —opinó Felicity.

—Sí, pero tú la has visto durante el verano, Nova y yo no —replicó Harry.

Brigid rio.

—¡Hemos perdido a Potter! —escucharon gritar a alguien—. ¿Podemos irnos sin...? Olvidadlo, ya lo encontré. ¡Eh, Diggory!

Era Nova, precisamente. Se lanzó a abrazar a Brigid, quien no esperaba tanta efusividad, y ambas casi rodaron por el suelo, entre risas.

—¡No sabía si te veríamos! —Se giró hacia Harry—. Vaya, Potty, has sido más rápido que yo. Pensaba que esas gafas no te dejaban ver nada.

El chico rodó los ojos.

—No soy ciego, Nova, solo veo mal de lejos. Y con gafas veo bien.

—Haré como que te creo, cegato.

Harry le sacó la lengua a Nova. Brigid soltó una risa.

—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos.

El grito de su padre hizo que Brigid se sobresaltara. Casi había olvidado que estaban allí para buscar un traslador.

Harry, Nova y ella fueron junto a los Weasley, los Bones, Vega Black, Prim Jones y Hermione Granger. Brigid no comprendía en qué momento había llegado tanta gente a aquella colina.

—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley.

Jason y Amos un saludo no tan efusivo. El señor Diggory sostenía una vieja bota enmohecida, sin duda el traslador.

—Este es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—. Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocéis a su hijo Cedric y... ¡Ah, ahí está Brigid!

La recién nombrada les dirigió una sonrisa a los Weasley y sus acompañantes, pero no miró a ninguno a los ojos. Demasiada gente. Seguía siendo desagradable, incluso conociendo a varios de los que allí estaban.

—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos.

Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a hacer un gesto de cabeza. Brigid supuso que aún no habían perdonado a Cedric que venciera al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch del año anterior.

Vega, que se había quedado algo atrás, miró a su novio, sonriendo tímidamente. Cedric abrió un poco los brazos y Vega corrió a abrazarlo. Amos forzó una sonrisa cuando ambos se besaron, haciendo que Brigid contuviera un suspiro. Le parecía absurdo lo que su padre pensaba sobre Vega y Nova.

—Supongo que tú eres Vega Black —adivinó Amos, tendiéndole la mano.

—Sí, señor Diggory —dijo ella, sonrojándose al notar que todos los observaban. Brigid la comprendía: debía haber olvidado dónde estaba por la emoción—. Soy yo.

—Me alegro de conocerte, entonces. Cedric ha hablado bastante de ti.

Vega sonrió tímidamente y asintió con la cabeza, intercambiando una mirada con su novio. Brigid sintió compasión por ella. Sabía que Vega podía llegar a ser tan tímida como ella.

—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur, Jason? —preguntó el padre de Cedric, cambiando de tema.

—No demasiado —respondió el señor Weasley—. Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. Bones vino al amanecer y hemos salido juntos desde allí. ¿Y vosotros?

—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? —Brigid ni siquiera se sorprendió cuando su padre la ignoró—. ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... que es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...

Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Harry, a Hermione, a Prim, a Susan, a Jessica y a Nova.

—¿Cuáles son tuyos, Arthur y cuáles tuyos, Jason?

—Solo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—. Menos Susan, claro. Ella es de Jason...

—Así es —asintió Jason—, ellas son mi hija, Susan y mi sobrina, Jessica. Luego está Vega, mi ahijada, su hermana, Nova, y su primo, Harry, algo así como hijos adoptivos o como quieras llamarles, y...

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—. ¿Harry? ¿Harry Potter?

Harry frunció el ceño.

—Ehhh... sí —contestó Harry.

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—. Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!

A Harry no se le ocurrió qué contestar, de forma que se calló. Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo. Cedric parecía incómodo. Brigid le lanzó una mirada de disculpa a Harry.

—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló Cedric—. Brigid y yo ya te dijimos que fue un accidente...

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—. Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!

Nova parecía estar aguantando las ganas de soltar algo. Ginny le susurró algo al oído que Brigid no consiguió escuchar.

—No creo que ninguno de los dos aguantase en su escoba si un centenar de dementores estuvieran a su alrededor, Diggory —comentó Jason, en tono tan cordial como Amos—. Aunque me temo que solo pudimos ver qué le pasaba a Harry en esa situación... Aunque, claro, me alegro de que no fuera tu hijo el que casi se mató. Créeme, no es algo agradable por lo que pasar.

La mirada fría de Jason contrastaba con su tono amable. Amos se quedó casi sin palabras. Su rostro de sorpresa pasó a ser de furia en cuestión de segundos.

Harry y Nova intercambiaron una mirada que dejaba claro si no sabían si reír o quedarse callados.

—Vaya, ha sido una buena respuesta, ha dejado bien callado a ese... —Brigid la miró de soslayo y Felicity se apresuró a cambiar lo que iba a decir—. A ese hombre.

—Bueno, como iba diciendo, estas son Hermione Granger y Prim Jones, amigas de Harry, que también vienen con nosotros —concluyó Jason.

Amos parecía estar a punto de decirle algo, como Brigid observó. Esperaba que no comenzaran una discusión en aquel preciso momento.

—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj—. ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?

—No. Los Lovegood ya llevan allí una semana, y los Fawcett no consiguieron entradas —repuso el señor Diggory—. No hay ninguno más de los nuestros en esta zona, ¿o sí?

—No que yo sepa —dijo el señor Weasley—. Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos.

—¿Cómo se hace? —preguntó Prim, curiosa.

—No tenéis más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.

Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los dieciséis —Brigid ni siquiera entendía cómo tantos iban a tocar la bota— se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory. Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló.

—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...

Ocurrió inmediatamente: Brigid sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de ella hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Nova y a Harry, cado una a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...

Tocó tierra con los pies. Brigid se tambaleó contra Nova y la hizo caer, aunque ella se las arregló para mantenerse en pie. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo. Brigid levantó la vista. Cedric y los señores Weasley, Diggory y Bones permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba, al igual que ella. Todos los demás se habían caído al suelo.

Brigid había usado un traslador bastantes veces, pero seguía sin acostumbrarse a la sensación. De hecho, era la primera vez que no se caía al viajar con uno.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

Brigid le tendió la mano a Harry para ayudarle a levantarse.

—Gracias —dijo él, sonriendo—. Parece que esta vez no has sido tú la que se ha caído.

Brigid rio.

—No hay de qué.

Brigid advirtió la presencia de dos hombres frente a ellos. Parecían haber tratado de camuflarse como muggles, aunque sin demasiado acierto.

—Buenos días, Basil —saludó el señor Weasley, cogiendo la bota y entregándosela en mano al mago de la falda, que la echó a una caja grande de trasladores usados que tenía a su lado.

—Hola, Arthur —respondió Basil con voz cansina—. Has librado hoy, ¿eh? Qué bien viven algunos... Nosotros llevamos aquí toda la noche... Será mejor que salgáis de ahí: hay un grupo muy numeroso que llega a las cinco y quince del Bosque Negro. Esperad... voy a buscar dónde estáis... Weasley... Weasley...

Consultó la lista del pergamino.

—Está a unos cuatrocientos metros en aquella dirección. Es el primer prado al que llegáis. El que está a cargo del campamento se llama Roberts. Bones... Sí, aquí estáis... También al de Roberts. Diggory... segundo prado... Pregunta por el señor Payne.

—Nos veremos luego, supongo —dijo Harry, echando un vistazo a su grupo.

Prim, Ron y Hermione se acercaron un momento para saludar rápidamente. Luego, todos ellos se marcharon al prado que les habían indicado.

La castaña fue junto a su padre, que observaba con impaciencia a Cedric hablando con Vega. Brigid no dijo nada al respecto, pero le parecía algo absurdo lo que Amos pensaba de la novia de Cedric.

—Ya era hora, Ced —comentó Amos, echando a andar una vez él llegó junto a ellos—. Pensaba que ya te habías olvidado de nosotros.

—Solo estaba hablando con Vega, papá —dijo él, con resignación—. Os podríais haber adelantado y yo os alcanzaría luego.

—¿Y pasar más tiempo con esa chica? No, ni hablar.

—Papá, nunca dijiste ni una mala palabra sobre ella hasta que te enteraste de que era hija de Sirius Black.

—No solo hija. Cómplice —corrigió Amos, con evidente descontento.

—Deberías dejar de leer a Rota Skeeter, papá —se limitó a decir Cedric.

—Ella no es el tipo de persona que ayudaría a un asesino, papá —intervino Brigid—. Ni tampoco querría matar a su primo.

—Ay, Brigid —dijo su padre, con voz suave—. Siempre tan inocente. El propio Black traicionó a su esposa y sus mejores amigos. ¿Por qué su hija no haría lo mismo?

—Los hijos no son la copia de sus padres, papá —recordó Cedric, cansado. No era la primera vez que tenían una discusión similar aquel verano—. Bree y yo no somos idénticos a ti.

Amos hubiera respondido, pero se encontró con un conocido del Ministerio y ambos se detuvieron a charlar. Brigid miró a su hermano, que estaba claramente molesto.

—Escuché una vez que no sirve de nada discutir con las personas mayores porque no vas a hacerlas cambiar de opinión, por mucha razón que tengas —dijo, sujetando bien su mochila—. Déjale, Ced, los dos sabemos que se equivoca. Da igual.

—Aún así, no tiene derecho a hablar mal de Vega —replicó el mayor, enfadado—. Ella no eligió a su padre.

—Lo sé.

Una vez llegaron a su campamento, hablaron con el señor Payne, el dueño del lugar, que les indicó su parcela. Cedric y Amos montaron la tienda sin magia, mientras Brigid se quedaba observando después de que su padre le dijera que era mejor que no estorbara.

—Bueno, esto está listo —dijo Amos, apartándose a contemplar su creación—. ¿Por qué no entramos a ver si todo está en orden?

—¿Quieres ir tú primera, Bree? —preguntó Cedric, haciéndose a un lado para que su hermana pasara.

Ella aceptó y entró en la tienda. Como el resto de tiendas mágicas, era mucho más grande por dentro que por fuera. Había dos literas y ella se apresuró a subir a la cama superior de una de ellas.

—¡Eh, yo quería la de arriba! —bromeó Cedric, sentándose en la cama bajo la suya—. Eres demasiado rápida, Bree. ¿Por qué no te presentas a las pruebas de quidditch? Es posible que consigas quitarme el puesto de buscador de Hufflepuff.

—Sabes que me gusta más vigilar los aros, Ced —respondió, sonriendo—. Y no te quitaría el puesto. Eres mejor que yo. Además, tú me enseñaste todo.

—Es cuestión de tiempo que el aprendiz supere al maestro —contestó su hermano, guiñándole el ojo.

Tuvieron que cumplir varias tareas, antes de que su padre les dejara libertad para ir donde quisieran. Cedric se marchó con Vega, ante el descontento de Amos, y Brigid murmuró algo de ir a buscar a sus amigos, para luego marcharse rápidamente. No le agradaba estar en compañía de su padre cuando estaba de mal humor.

Para su mala suerte, no encontró a Harry ni los demás por ningún lado, así que se limitó a dar vueltas, admirando las vistosas decoraciones de las tiendas de Irlanda, llenas de verde y plata, y Bulgaria, con rojo y oro por todos lados. Divertida, advirtió que aquello parecía un partido de Slytherin contra Gryffindor.

Se perdió entre la multitud y llegó tarde a comer, aunque no tanto como Cedric. Amos parecía bastante enfadado por la tardanza de su hijo mayor, sabiendo que se había distraído con su novia, así que Brigid se dedicó a comer en silencio y lo más rápido posible.

Justo cuando estaba terminando de tragar el último bocado, Harry, Ron, Prim y Hermione aparecieron para preguntarle a Brigid si quería ir a dar una vuelta con ellos. La menor de los Diggory se puso de pie de inmediato y se despidió de su padre y su hermano.

—¿No estáis emocionados? —preguntó Prim, que parecía a punto de explotar de entusiasmo—. ¡Vamos a ver la final de los Mundiales de Quidditch! ¡Esto se lo contaremos a nuestros hijos!

—¡Y desde la tribuna principal! —añadió Harry, tan ilusionado como Prim—. Bree, ¿estás segura de no querer ir con nosotros?

La castaña se apresuró a negar con la cabeza, sonrojándose levemente.

—Estoy bien como estoy —aseguró Brigid—. ¡Veré el partido! Ya con eso me sirve.

—Será fantástico —suspiró Ron—. ¿Puedes creerlo? ¡Veremos a Krum jugar en persona!

—¿El pequeño Ronnie se ha enamorado? —preguntó Prim, con burla.

Ron se encogió de hombros, sonrojado.

—Como si tú no babearas cada vez que ves a...

—¡Cierra el pico, Ronald! —protestó Prim, poniéndose también colorada—. ¡No diré nada más de Krum, lo juro!

Brigid se quedó tan sorprendida como Hermione ante eso.

—¿Quién? —preguntó Hermione, curiosa.

—Nadie importante —replicó Prim.

Harry esbozó una sonrisa pícara. Brigid lo notó.

—¿Lo sabes? —le susurró, sorprendida.

—Me hago a una idea —respondió él, divertido—. Pero no diré nada.

—Tampoco esperaba que dijeras nada —rio Brigid—. Eh, ahí hay unos puestos. ¿Por qué no vamos a mirar lo que venden?

Harry siguió su mirada y asintió.

—No suena mal, Bree —comentó, y Brigid pensó que solo había pronunciado su nombre porque le divertía—. Veamos que hay. ¿Quién sabe? Igual puedo regalarte otro anillo.

Ella rio e, instintivamente, rozó el aro que rodeaba su dedo. Aquel anillo había sido su máximo entretenimiento aquel verano. Todas las noches, se había distraído viendo las constelaciones que el anillo proyectaba en la pared.

—No creo que haya ninguno a la altura de este, Harry —comentó.

—Puede que sí —respondió Harry, sonriendo—. Solo hay que buscarlo.

Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes. Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores, sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían, bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente, banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.

Brigid compró una escarapela de Irlanda y una figurita de Lynch, el buscador de Irlanda. Le hubiera gustado adquirir algo más, pero no tenía demasiado dinero: bastante habían costado las entradas. Los demás compraron sus propios productos y Harry les consiguió a todos unos binoculares. Brigid tardó un rato en aceptarlos, pero la insistencia de Harry terminó convenciéndola, sobretodo cuando él dijo que solo tenía que conseguirle a cambio un buen regalo de Navidad —algo que Brigid ya había planeado, en agradecimiento por el anillo del año anterior—.

—Compártelos con tu hermano o algo así, pero quédate con ellos —pidió Harry—. Venga, me hace ilusión regalarte algo.

—Está bien —dijo Brigid, aún dudosa.

La cara de Harry se iluminó de felicidad.

—¡Genial!

Una vez terminadas las compras, se despidió de los cuatro Gryffindor y regresó a la tienda, donde su padre y su hermano ya esperaban, el primero con una bufanda de Irlanda y el segundo, una escarapela del mismo equipo. Brigid le mostró a Cedric sus compras, orgullosa, y él le agradeció por la idea de llevar los binoculares para ambos.

Y entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.

—¡Debemos ir ya! —anunció Amos—. ¡Venga, Ced, Brigid!

Tras atravesar el cámping, se internaron a toda prisa en el bosque por el camino que marcaban los faroles. Oían los gritos, las risas, los retazos de canciones de los miles de personas que iban con ellos. La atmósfera de febril emoción se contagiaba fácilmente, y Brigid no podía dejar de sonreír. Caminaron por el bosque hablando y bromeando en voz alta unos veinte minutos, hasta que al salir por el otro lado se hallaron a la sombra de un estadio colosal.

Según su padre, el estadio tenía cabida para unas cien mil personas. A Brigid le parecía que allí podían caber a la perfección un millón de personas. Mostraron sus entradas a una bruja que hacía taquillera y siguieron sus indicaciones para llegar a sus asientos. A Brigid le hubiera gustado poder estar con Harry y los demás, pero tampoco se arrepentía de poder pasarse el partido comentando las jugadas con Cedric. Tras media hora de espera, se escuchó desde la tribuna principal al comentarista:

—Damas y caballeros... ¡bienvenidos! ¡Bienvenidos a la cuadringentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch!

—¡Es Ludo Bagman! —indicó Amos, complacido.

Brigid recordaba el nombre del antiguo bateador de las Avispas de Wimbourne, aunque no sabía mucho de él.

Los espectadores gritaron y aplaudieron. Ondearon miles de banderas, y los discordantes himnos de sus naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente borró su último anuncio y mostró a continuación: BULGARIA: 0; IRLANDA: 0.

—Y ahora, sin más dilación, permítanme que les presente a... ¡las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron su aprobación. Un centenar de hermosas mujeres acababan de salir al campo. Su piel brillaba de manera extraña, con un resplandor plateado y el pelo dorado se les abría en abanico detrás de la cabeza. Las veelas se pusieron a bailar y la mitad del estadio pareció quedarse en trance.

Brigid no sabía por qué, pero no podía apartar los ojos de las veelas. Conforme el baile se iba acelerando, ella cada vez se sentía más confundida. ¿Por qué estaba apoyando a Irlanda? ¿Por qué llevaba una escarapela verde? Ella haría cualquier cosa que las veelas le pidieran, y era evidente que ellas deseaban que apoyara a Bulgaria.

Ella debía apoyar a Bulgaria.

Se puso de pie, sin dejar de mirarlas en ningún momento, y se apoyó en la barandilla de la tribuna, suspirando. Cesó la música. El estadio se sumió en gritos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran. Brigid tampoco.

—¿Todo bien? —preguntó Cedric, colocándose a su lado.

—Son hermosas —murmuró Brigid, observando cómo se iban a un lado del campo, para dejar paso a las mascotas de Irlanda—, ¿no crees?

—Sí, lo son —admitió él—. Aunque tú lo eres más, ¿lo sabes?

Brigid pareció de salir de su trance y comprendió qué acababa de decir. Afortunadamente, Cedric parecía no haber entendido a qué se refería al decir que eran hermosas. O eso esperaba. Él debía estar tan confundido como ella en ese momento.

Aunque sabía bien que su hermano podía muy bien estar disimulando para no hacerla sentir incómoda.

—Y ahora —bramó la voz de Ludo— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba "¡oooooooh!" y luego "¡aaaaaaah!", como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio.

A continuación se desvaneció el arco iris, y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.

El trébol se elevó sobre el estadio dejando caer pesadas monedas de oro que rebotaban al dar en los asientos y en las cabezas de la multitud.

—¡Leprechauns! —exclamó Brigid, emocionada.

El enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas, y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.

—Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov!

Una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que solo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca.

—¡Ivanova!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata.

—¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! yyyyyyyyy... ¡Krum!

El último fue, sin lugar a dudas, quien más aplausos recibió.

—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —bramó Cheryl—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! yyyyyyyyy... ¡Lynch!

Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego.

—Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata, bajo un brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora.

Mustafá montó en la escoba y abrió la caja con un golpe de la pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.

—¡Comieeeeeeeeenza el partido! —gritó Bagman.

La multitud estalló en aplausos y gritos, incluida Brigid, que llegó a la conclusión de que terminaría el día sin voz.

Pero no le importaba. Aquel partido valía la pena.

Entre gritos y ánimos a las selecciones, el partido dio comienzo.




















aquí va mi regalo de navidad jé

disfruten de estos días de vacaciones con las personas a las que quieren y no olviden tener cuidado, por favor <3

ale.

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