xxix. someone you loved

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xxix.
alguien a quien amaste








Harry respiraba con cierta dificultad, mientras Jason Bones le rodeaba con sus brazos, en actitud protectora.

Frente a ellos, Ojoloco Moody estaba inconsciente. El propio Harry había empleado desmaius al ver que las cosas se estaban poniendo feas; segundos después, Jason, Dumbledore, McGonagall y Snape habían llegado al despacho, solo para encontrarlo con la varita extendida hacia adelante y con Moody inerte a sus pies.

Las últimas palabras del profesor aún resonaban en su cabeza.

—¡Usted está loco! —le había dicho Harry—, ¡está completamente loco!

—¿Loco yo? —le había respondido Moody, alzando la voz de forma incontrolada—. ¡Ya veremos! ¡Veremos quién es el que está loco, ahora que ha retornado el Señor Tenebroso y que yo estaré a su lado! ¡Ha retornado, Harry Potter! ¡Tú no pudiste con él, y yo podré contigo! ¡Del mismo modo que pude con tu amiguita, Brigid!

La simple mención de Brigid hizo a Harry reaccionar.

Tío Jason le puso la mano sobre el brazo. McGonagall fue hacia ellos.

—Vamos, Potter —susurró. Tenía crispada la fina línea de los labios como si estuviera a punto de llorar—. Ven conmigo, a la enfermería...

—No —dijo Dumbledore bruscamente.

—¿No? —saltó Jason, mirando al director como si no diera crédito—. ¿No cree que ya ha pasado bastante por esta noche?

—Quiero que se quede, Jason, porque tiene que comprender. La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptando puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a la terrible experiencia que ha padecido esta noche, y por qué lo ha hecho.

Jason apretó la mandíbula y pareció tragarse todo tipo de réplicas. Se giró hacia Harry.

—¿Tú quieres quedarte, Harry?

Él, aún desconcertado, asintió.

—Moody... ¿Cómo puede haber sido Moody?

—Éste no es Alastor Moody —explicó Dumbledore en voz baja—. Tú no has visto nunca a Alastor Moody. El verdadero Moody no te habría apartado de mi vista después de lo ocurrido esta noche. En cuanto te cogió, lo comprendí... y os seguí.

Dumbledore se inclinó sobre el cuerpo desmayado de Moody y metió una mano en la túnica. Sacó la petaca y un llavero. Entonces se volvió hacia Jason, Snape y McGonagall.

—Severus, por favor, ve a buscar la poción de la verdad más fuerte que tengas, y luego baja a las cocinas y trae a una elfina doméstica que se llama Winky. Minerva, sé tan amable de ir a la cabaña de Hagrid, donde encontrarás un perro grande y negro sentado en la huerta de las calabazas. Lleva el perro a mi despacho, dile que no tardaré en ir y luego vuelve aquí. Jason, tú...

—Yo me quedo —replicó el hombre, con simpleza. Dumbledore asintió.

Los dos profesores salieron del despacho. Dumbledore se encaminó hacia el baúl de Moody y Harry y Jason fueron testigos de cómo iba introduciendo, una a una, las siete llaves para mostrar los siete compartimentos diferentes que escondía.

El auténtico Ojoloco Moody estaba encerrado en uno de ellos, para horror de Harry.

—Está desmayado... controlado por la maldición imperius... y se encuentra muy débil —dijo Dumbledore—. Naturalmente, necesitaba conservarlo vivo. Harry, échame la capa del impostor: Alastor está helado. Tendrá que verlo la señora Pomfrey, pero creo que no se halla en peligro inminente.

Tras cubrir al auror, Dumbledore se dirigió hacia Jason, que había cogido la petaca que estaba sobre el escritorio. Jason desenroscó el tapón y la puso boca abajo. Un líquido espeso y pegajoso salpicó al caer al suelo.

—Poción multijugos —anunció Jason, con tono lúgubre.

—Ya ves qué simple y brillante —asintió Dumbledore—. Porque Moody jamás bebe si no es de la petaca, todo el mundo lo sabe. Por supuesto, el impostor necesitaba tener a mano al verdadero Moody para poder seguir elaborando la poción. Mira el pelo... —Dumbledore observó al Moody del baúl—. El impostor se lo ha estado cortando todo el año. ¿Veis dónde le falta? Pero me imagino que con la emoción de la noche nuestro falso Moody podría haberse olvidado de tomarla con la frecuencia necesaria: a la hora, cada hora... ya veremos.

Solo fueron unos minutos de espera. Luego, ante los propios ojos de Harry, la cara del hombre del suelo comenzó a cambiar: del viejo auror no quedó nada en poco tiempo. Tendido en el suelo, estaba un hombre a quien Harry conocía después de haberle visto en el pensadero del despacho del director. Había presenciado su juicio.

Jason hizo una mueca. Harry le había visto a él también en los recuerdos de Dumbledore, mucho más joven y con un aspecto mucho más cansado.

—Barty Crouch Jr. —murmuró, apretando los labios—. Maldito cabrón.

Se oyeron pasos apresurados en el corredor. Snape volvía llevando a Winky. La profesora McGonagall iba justo detrás.

—¡Crouch! —exclamó Snape, deteniéndose en seco en el hueco de la puerta—. ¡Barty Crouch!

—¡Cielo santo! —dijo la profesora McGonagall.

A los pies de Snape, sucia, desaliñada, Winky también lo miraba. Abrió completamente la boca para dejar escapar un grito que les horadó los oídos:

—Amo Barty, amo Barty, ¿qué está haciendo aquí?
—Se lanzó al pecho del joven—. ¡Usted lo ha matado! ¡Usted lo ha matado! ¡Ha matado al hijo del amo!

—Sólo está desmayado, Winky —explicó Dumbledore—. Hazte a un lado, por favor. ¿Has traído la poción, Severus?

Dumbledore tomó el frasco, le abrió al hombre la boca y echó dentro tres gotas. Luego le apuntó al pecho con la varita y ordenó:

¡Enervate!

El hijo de Crouch abrió los ojos. Tenía la cara laxa y la mirada perdida. Dumbledore se arrodilló ante él, de forma que sus rostros quedaron a la misma altura.

—¿Me oye? —le preguntó Dumbledore en voz baja.

El hombre parpadeó.

—Sí —respondió.

—Me gustaría que nos explicara —dijo Dumbledore con suavidad— cómo ha llegado usted aquí. ¿Cómo se escapó de Azkaban?

Crouch tomó aliento y comenzó a hablar con una voz apagada y carente de expresión. Harry escuchó sin apenas dar crédito la historia de cómo Crouch había sacado a su hijo de la cárcel y cómo le había mantenido oculto al mundo mágico durante tantos años. Incluido el relato de cómo Bertha Jorkins le había descubierto y su memoria había terminado siendo permanentemente dañada por ello.

Después de haber visto el fantasma de Jorkins en el cementerio, aquello resultaba bastante desagradable.

La mueca de repugnancia de Jason no desapareció en ningún momento.

—Hábleme de los Mundiales de quidditch —pidió Dumbledore.

—Winky convenció a mi padre de que me llevara. Necesitó meses para persuadirlo. Hacía años que yo no salía de casa. Había sido un forofo del quidditch. «¡Déjelo ir!», le rogaba ella. «Puede ir con su capa invisible. Podrá ver el partido y le dará el aire por una vez.» Le dijo que era lo que hubiera querido mi madre. Le dijo que ella había muerto para darme la libertad, que no me había salvado para darme una vida de preso. Al final accedió.

»Fue cuidadosamente planeado: mi padre nos condujo a Winky y a mí a la tribuna principal bastante temprano. Winky diría que le estaba guardando un asiento a mi padre. Yo me sentaría en él, invisible. Tendríamos que salir cuando todo el mundo hubiera abandonado la tribuna principal. Todo el mundo creería que Winky se encontraba sola.

»Pero Winky no sabía que yo recuperaba fuerzas. Empezaba a luchar contra la maldición imperius de mi padre. Había momentos en que me liberaba de ella casi por completo. Aquél fue uno de esos momentos. Era como si despertara de un profundo sueño. Lo hice en dos ocasiones en los Mundiales. Primero, frente a Amos Diggory, que estaba acompañado de dos chicos. La chica era idéntica a Gwen Diggory. Siempre la detesté. Por ello, no me resistí a la tentación de tomar la varita que ella llevaba en el bolsillo. No me habían dejado tocar una varita desde antes de Azkaban. La robé. Luego, desperté de nuevo y me encontré rodeado de gente, en medio del partido, y vi junto a mí a una vieja amiga: Maya Carrow. Le hablé. Sabía que ella era de las pocas mortífagas reales y fieles, al igual que yo. No como la escoria de Malfoy. Winky no se enteró: tiene terror a las alturas, y se había tapado la cara.

—¡Amo Barty, es usted muy malo! —le reprochó Winky. Las lágrimas se le escurrían entre los dedos.

—O sea que usted cogió la varita y se reencontró con Maya —dijo Dumbledore—. ¿Qué hizo con la varita?

—Volvimos a la tienda. Luego los oímos, oímos a los mortífagos, los que no habían estado nunca en Azkaban, los que nunca habían sufrido por mi señor, los que le dieron la espalda, los que no fueron esclavizados como yo, los que estaban libres para buscarlo pero no lo hacían, los que se conformaban con divertirse a costa de los muggles. Me despertaron sus voces. Hacía años que no tenía la mente tan despejada como en aquel momento, y me sentía furioso. Con la varita en mi poder, quise castigarlos por su deslealtad. Mi padre había salido de la tienda para ir a defender a los muggles, y a Winky le daba miedo verme tan furioso, así que ella usó sus propias dotes mágicas para atarme a ella. Me sacó de la tienda y me llevó al bosque, lejos de los mortífagos. Traté de hacerla volver, porque quería regresar al campamento. Quería enseñarles a los mortífagos lo que significaba la lealtad al Señor Tenebroso, y castigarlos por no haberla observado. Conseguí liberarme de Winky lo suficiente para ir a cobrar una pequeña venganza.

—¡Tú fuiste el que atacó a Brigid, gilipollas! —exclamó Harry, que hacía rato que había llegado a esa conclusión, pero había aguardado a escuchar la confirmación de Crouch.

Una sonrisa lánguida apareció en el rostro del hombre.

—Si no hubiera sido interrumpido, hubiera hecho más. Quise volver a buscarla, pero Winky llegó y volvió a atarme a ella. No pude hacer mucho más, pero con la varita que había robado proyecté en el aire la Marca Tenebrosa.

»Llegaron los magos del Ministerio, lanzando por todas partes sus encantamientos aturdidores. Uno de esos encantamientos se coló por entre los árboles hasta donde nos encontrábamos Winky y yo. Quedamos los dos desmayados y con las ataduras rotas por el rayo del encantamiento.

»Cuando descubrieron a Winky, mi padre comprendió que yo tenía que estar cerca. Me buscó entre los arbustos donde la habían encontrado a ella y me halló echado en el suelo. Esperó a que se fueran los demás funcionarios, me volvió a lanzar la maldición imperius, y me llevó de vuelta a casa. A Winky la despidió porque no había impedido que yo robara la varita y casi me deja también escapar.

Winky exhaló un lamento de desesperación.

—Quedamos solos en la casa mi padre y yo. Y entonces... entonces... —la cabeza de Crouch dio un giro, y una mueca demente apareció en su rostro — mi señor vino a buscarme. Maya le había advertido.

»Llegó a casa una noche, bastante tarde, en brazos de su vasallo Colagusano. Había averiguado que yo seguía vivo. Había apresado en Albania a Bertha Jorkins, la había torturado y le había extraído mucha información: ella le habló del Torneo de los tres magos y de que Moody, el viejo auror, iba a impartir clase en Hogwarts; luego la torturó hasta romper el encantamiento desmemorizante que mi padre le había echado, y ella le contó que yo me había escapado de Azkaban y que mi padre me tenía preso para impedir que fuera a buscar a mi señor. Y de esa forma supo que yo seguía siéndole fiel... quizá más fiel que ningún otro. Maya, que había estado buscándole durante años, dio con él gracias a los restos de magia que aquello dejó. Le confirmó lo que Bertha le había contado. Mi señor trazó un plan basado en la información que Maya y Bertha le habíam pasado. Me necesitaba. Llegó a casa cerca de medianoche. Mi padre abrió la puerta.

El macabro relato de Crouch continuó y Harry se preguntó hasta qué extremo debía llegar alguien para hacer todo lo que hizo: infiltrarse en Hogwarts junto a Maya Carrow, adoptando identidades falsas, tratar por todos los medios de darle ayuda a él para ganar el Torneo en el que ellos mismos le habían metido, matar a su propio padre cuando éste logró llegar al castillo y trató de avisar de lo que sucedía.

Cuando narró cómo habían convertido la Copa en un traslador para llevar a Harry al cementerio, los pelos de éste se erizaron. Todo su cuerpo temblaba de rabia contenida.

—¿Qué le hiciste a Brigid? —casi escupió.

La mueca macabra de Crouch se amplió.

—Dudo que ella recuerde nada... Entre la maldición imperius y el control que Maya ejercía sobre ella, fue realmente sencillo controlarla. Me tomé algo de tiempo para mi venganza. Hay resentimientos que duran mucho tiempo. Luego, la enviamos al laberinto.

Harry quiso preguntar qué tipo de venganza había sido, pero solo de imaginarla notó que se le subía la bilis. La expresión de Crouch no auguraba nada bueno.

—Maya quería que ella y el chico Diggory terminaran en el cementerio; quería que ambos murieran. Se encargó de ello. Era su propia venganza y yo no le iba a negar el derecho a ella después de haber tomado la mía.

Harry sintió que sus ganas de vomitar solo aumentaban.

—El plan de mi señor ha funcionado: ha recobrado sus antiguos poderes y me cubrirá de más honores de los que pueda soñar un mago.

La sonrisa demente volvió a transformar sus rasgos, y la cabeza cayó inerte sobre un hombro mientras Winky sollozaba y se lamentaba a su lado.

Dumbledore alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado.

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Harry?

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien.

—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que venga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora. Jason...

—Iré con Harry —dijo tranquilamente el hombre.

Dumbledore negó.

—Hará falta un miembro del Wizengamot para tratar de razonar con Cornelius. Llevaré a Harry a ver a su visita. Y a Vega.

La expresión de Jason era dura, pero asintió. La mención de Vega le hizo inspirar hondo.

Hocicos estará esperándote —le susurró a Harry—. Si necesitas cualquier cosa, avísame al momento, ¿vale? Te veré en la enfermería en cuanto solucione lo de Crouch.

Harry asintió. Se levantó y volvió a tambalearse. El dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También se dio cuenta de que temblaba.

Le dirigió una última mirada de desprecio y profundo odio a Crouch.

Esperaba que el Ministerio ejerciera justicia porque, de otro modo, él mismo le buscaría por lo que se había atrevido a hacerle a Brigid.

Negándose a aceptar la ayuda del director, abandonó el despacho tras Dumbledore.


























Harry tenía la sensación de que su prima solo había escuchado fragmentos de su historia. Sirius le había permitido sentarse sobre sus rodillas, como si fuera una niña, y la abrazaba con fuerza, al tiempo que sujetaba la mano de Harry.

La expresión de Vega le rompía. Ella solo le había preguntado si estaba bien: él le había asegurado que sí. Luego, se había quedado sumida en un profundo silencio.

Harry sentía miedo por ella. Vega nunca había sido la persona más expresiva, pero casi parecía ausente.

Y él no tenía ni idea de qué hacer por ella en ese momento.

Cuando fueron llevados a la enfermería, Harry encontró allí a Mary y Susan, además de a Ron, Prim y Hermione. Su mirada se ensombreció.

—¿Dónde está Brigid, tía Mary? —le preguntó, mientras ésta le ponía un pijama. Pomfrey atendía a Vega—. ¿Y Nova?

El perro negro se colocó entre su cama y la de Vega, como un guardián.

—Están bien, Harry —respondió la mujer, teniéndole una copa humeante—. Tendrás que bebértela toda, Harry. Es una poción para dormir sin soñar.

Pero él negó.

—¿Pero están bien o crees que están bien? —preguntó, frunciendo el ceño.

La mujer le acarició la mejilla, con la tristeza reflejada en sus ojos.

—Remus y Jess las están buscando. Antes de que empieces a protestar, te diré que tú no puedes hacer nada en este momento. Tómate esto, por favor. Las encontraremos, te lo prometo. Si pasara algo malo, serías el primero en enterarte.

Harry quería protestar. Quería insistir en que él deseaba ir en busca de Nova y Brigid. Pero estaba demasiado cansado.

Había sido una noche demasiado larga. Observó a Vega, que ya dormía en la cama. Su rostro pálido reflejaba angustia hasta en ese momento.

Miró a Mary a los ojos.

—¿Me prometes que me avisaréis?

—Te lo juro.

Y solo por esa promesa, Harry accedió a tomarse unos sorbos de la poción y permitirse algo de descanso, aunque la inquietud por el paradero de Brigid y Nova no le abandonó ni siquiera entonces.

Sin embargo, su sueño no duró demasiado. Los gritos de Cornelius Fudge le despertaron después de lo que solo parecieron minutos.

La noticia de que el Ministro había tratado de hacer que Crouch recibiera el Beso del Dementor y solo la intervención de Jason, que se sabía la Ley Mágica al completo, había evitado aquello. En aquel momento, seguía en el despacho, vigilado por el hombre.

Sin embargo, Fudge insistía en que no tenía sentido escuchar su testimonio. En que era un loco de remate. Ni siquiera las palabras de Harry, que le dijo que acababa de presenciar el regreso de Voldemort, le hicieron entrar en razón.

Rita Skeeter tenía mayor influencia en las mentes del mundo mágico de lo que Harry jamás hubiera creído.

Ni la Marca Tenebrosa que Snape mostró le convenció. Tras llamar a Dumbledore loco, prácticamente le lanzó a Harry su premio, mil galeones, y se marchó.

Harry nunca había tenido en mucha estima a nadie que trabajara en el Ministerio, con excepción de Jason y Amelia. Creía que todos ellos eran idiotas. Eso solo se lo demostró.

Solo el ver a Sirius recuperar su forma habitual le consoló un poco. Eso y que McGonagall, Pomfrey y Snape se marcharan; no tenía nada en contra de ellos —menos de Snape—, pero él solo quería a su familia y a sus amigos ahí.

Quería a Brigid y Nova ahí.

Dumbledore anunció sus intenciones de hablar con los Diggory y también se fue, tras decirle a Harry que se tomara lo que quedaba de poción y volviera a dormirse.

—¿Dónde están? —preguntó Harry, tan pronto la puerta se cerró tras él, mirando a su alrededor en busca de respuestas.

Remus y Jessica, que habían regresado, agacharon la cabeza.

—No lo sabemos, Harry —admitió ella—. Si tuviéramos el mapa...

—¿Dónde pueden haberse metido? —masculló Sirius, con aspecto sombrío. Su mirada se alternaba entre Vega y Harry.

Nadie respondió a la pregunta. Nadie sabía dónde podían estar. Harry estaba considerando seriamente levantarse e ir él mismo a buscarlas.

Mary ni siquiera trató de convencerle para que se tomara lo que quedaba de poción.

—Podemos ir... —empezó a decir Prim, pero ninguno supo nunca qué había planeado.

La puerta se abrió con brusquedad y Nova apareció en el umbral. Su rostro expresaba una profunda... felicidad.

Aquello pilló a Harry totalmente por sorpresa. Incluso le enfadó.

—¿Dónde estabas, Nova? —exclamó Mary, yendo hacia ella.

Sin embargo, se detuvo con brusquedad al ver quién apareció tras ella.

Si Harry no hubiera sabido con total seguridad que su poción no permitía sueños, se hubiera convencido de que aquello era uno. O de que estaba alucinando.

La mujer que apareció detrás de Nova era la misma que él siempre veía en sus sueños, en los pocos recuerdos que conservaba. Con la excepción del pelo, que era pelirrojo con las puntas rubias, Ariadne Potter era tal y como él recordaba. Sus ojos eran los mismos que los que él tenía, sus labios se apretaban de la misma manera que en las fotos que tenía. Tenía un lunar en la mejilla que él nunca había llegado a notar.

—¿Mamá? —murmuró, sin poder creer que realmente estuviera pronunciando esas palabras.

Cuando Harry vio aparecer al hombre tras ella, sintió que los ojos le picaban por las lágrimas que luchaba por contener. James Potter era tal y como siempre se lo habían descrito: una versión adulta de él mismo, con la excepción de los ojos. El rostro de su padre siempre había estado más nítido que el de su madre en sus recuerdos; ignoraba el por qué.

Una vez, a los doce años, había tratado de recrear sus ilusiones frente a él. Cuando aún estaba aprendiendo a controlar su don. Aquello le había hecho llorar tanto que se había prometido que no lo haría nunca más.

Y, sin embargo, ellos estaban frente a él. No eran ilusiones. Estaban muy vivos. Su padre cargaba a Brigid, inconsciente, en sus brazos.

Un profundo silencio que se había extendido en la sala y nadie parecía atreverse a romperlo. Ignorando su pierna herida y el cansancio que le consumía, Harry bajó de la cama y fue cojeando hasta la entrada.

Nova se apartó en silencio y dejó a Ariadne justo frente a él. Ambos se miraron, los mismos ojos, y ambos llenos de lágrimas. Ariadne se las ingenió para sonreír entre el llanto que luchaba por contener.

—Harry —dijo. Lo dijo que una manera en la que nadie había dicho su nombre: como si él significara más para ella que nada en el mundo.

Si aquello era un sueño, Harry no quería despertar.

—¿Eres tú? —preguntó. Sonó mucho más desconfiado de lo que esperaba, pero eso no le disgustó del todo—. ¿Sois vosotros de verdad?

Sirius había comenzado a avanzad, muy lentamente, hasta colocarse tras él. Sus ojos iban de Ariadne a James y de James a Ariadne, tan rápido que Harry se temió que fuera a desmayarse o algo similar.

—¿Canuto? —dijo James; el fantasma de una sonrisa comenzó a asomar en su boca.

Harry negó con la cabeza.

—Tiene que ser poción multijugos —dijo, y se odió al notar su voz rompiéndose al final—. Es imposible.

Ariadne extendió la palma de su mano. Sobre ésta, aparecieron varias burbujas de la nada, que flotaron alrededor de Harry. Cuando éste trató de tocar una, se desvaneció en una voluta de humo casi invisible a la vista.

—Siempre te encantó jugar con esas cuando eras niño —murmuró James, intercambiando una mirada con su esposa.

Harry sintió sus piernas temblar.

—Solo Ariadne podía... —empezó Sirius, con voz ronca.

Delectare et prodesse —dijo ella, dirigiendo una mirada al hombre—. Me alegra verte, Canuto.

Harry dirigió una mirada a Brigid, aún inconsciente en los brazos de James.

—Voy a dejarla en una cama —le dijo él, entrando en la enfermería cargando con la chica.

Harry señaló la cama junto a la suya. La de su izquierda la ocupaba Vega, pero la de la derecha estaba vacía.

—Puedes dejarla ahí. —Y luego añadió, en tono de advertencia—: Con cuidado.

James asintió y dejó a Brigid con delicadeza sobre la cama que Harry le había indicado. Le lanzó una larga mirada a Vega y luego se volvió hacia Remus.

—Es bueno verte, Lunático.

Él había palidecido, lo que solo marcaba más sus cicatrices. Parecía incapaz de reaccionar. Mary no apartaba la mirada de Ariadne. Jessica, Susan, Prim, Ron y Hermione no se atrevían a mover un músculo.

Solo Nova sonreía.

Entonces, Sirius avanzó hasta James y le abrazó con fuerza y aquel estupor que había rodeado a todos desapareció como las burbujas de Ariadne.

Harry ni siquiera lo pensó: se lanzó a los brazos de la madre que acababa de recuperar y se sorprendió al notar lo familiares que eran pese a ser prácticamente una desconocida.

Remus había ido hasta James y ambos también se abrazaban. Nadie comprendía qué había pasado: solo sabían que James y Ariadne habían regresado tras trece años. Y ninguno iba a perder la oportunidad de un abrazo, pues el último había sido hacía demasiado tiempo.

Felicity estaba sonriendo junto a Harry.

—Han pasado muchas cosas —le dijo, y él nunca le había visto tan feliz—. Sorpresa, supongo.

Ariadne le revolvió el pelo.

—Harry, Harry —murmuraba, sonriendo entre lágrimas—. No me lo puedo creer.

James fue hacia ellos y Harry le observó con fijeza. Una pequeña sonrisa aparecía en su rostro, a pesar de que en sus ojos aún estaban las sombras del dolor. Abrió un poco los brazos y Harry no dudó en abrazarle también.

Aquellos eran sus verdaderos padres. Lo había sabido desde el momento en que entraron en la enfermería. Lo había sentido, su magia les había reconocido, pero se había resistido a creerlo.

—Nova —llamó.

Su prima le miró, sonriendo. Su padre le estaba abrazando en ese momento.

—¿Sí?

—Vas a tener mucho que explicarme.

Nova rio.

—Lo sé.




















maratón 5/5

queda un cap que va a ser como un plus del maratón porque solo quiero terminar ya el acto jsjs see you soon

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