xxxiv. fifteen

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xxxiv.
quince








Cuando Brigid se despertó al día siguiente, todo lo que sabía era que todo había cambiado.

Todo en ella estaba en conflicto. En primer lugar, aún trataba de entender cuándo Harry se había convertido en aquello. Siempre había sentido una conexión muy fuerte con él. Harry siempre le había hecho sentir comprendida. Brigid sentía que era ella misma cuando estaba con él y no tenía que preocuparse por aparentar nada más.

Con él, se sentía segura. Era Harry, por Merlín. Había sido así desde el primer momento.

Por otro lado, ¿por qué se sentía tan horriblemente mal por aquello? Cedric acababa de morir. Y ella estaba ahí, besando a Harry, sintiéndose feliz, y ¿realmente era el momento para ser feliz? La culpa que sentía era enorme.

Además, estaba el problema del multiverso que recordó nada más abrir los ojos y encontrar a Cassiopeia al lado de su cama.

Brigid quiso volver a cerrar los ojos y pretender que aquello no pasaba, pero era demasiado tarde.

—Menos mal —suspiró la rubia, que se había sentado en su cama. Brigid se incorporó—. Sigo sin controlar todo esto muy bien. Se me da mejor con Atlas.

—Necesito respuestas de una vez —dijo Brigid, en tono urgente—. Todo esto es de locos y no entiendo absolutamente nada. Bastante complicado es todo en mi vida como para que tú...

—Eh, relájate y deja que te explique —interrumpió la otra—. Tampoco pienses que yo entiendo todo, ¿vale? Pero empecé a ver cosas raras a principios del curso pasado. A lo mejor, me miraba en el espejo y te veía a ti. Me pasó en el Baile de Navidad. O estaba en el lago y me parecía ver a un chico y... Creía que estaba volviéndome loca, ¿sabes? O que me habían poseído otra vez.

—¿Otra vez? —preguntó Brigid, sorprendida.

Cassiopeia hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

—Larga historia. El caso, en la Tercera Prueba... —Se detuvo y frunció el ceño—. Bueno, antes de eso, tú también tuviste un Torneo de los Tres Magos, ¿no?

Brigid asintió.

—Bueno, en la Tercera Prueba pasó algo importante y bastante catastrófico.

—Voldemort regresó —murmuró Brigid.

—Y mató a alguien de los nuestros —añadió Cassiopeia, agachando la cabeza.

Brigid se mordió el interior de las mejillas. Se preguntó si Cedric había muerto en aquel universo. ¿Siquiera su hermano existía en él? Por lo que había supuesto, no había ninguna Brigid en el universo de Cassiopeia. Del mismo modo en que no había ninguna Cassiopeia en el universo de Brigid.

—¿Y qué fue lo que pasó? —preguntó, mirando a la rubia, esperando respuestas—. ¿Cómo fue que Harry y los otros cambiaron? ¿Que nadie lo recuerda, excepto yo? ¿Entiendes algo de lo que pasó?

Pero la expresión de Cassiopeia le hizo perder la esperanza de comprender aquello.

—No entiendo nada —admitió ella, encogiéndose de hombros—. Todo es más o menos igual, sus recuerdos coinciden con lo míos, pero de todas maneras sé que este no es mi sitio.

Brigid suspiró.

—Algo malo tuvo que pasar en ese cementerio —adivinó. Pensaba en la sensación que había tenido cuando estaba convocando a los muertos. En el hilo que había tirado de ella y al que se habían aferrado. En la sensación de que moriría consumida por su propia magia en cualquier momento—. Eso tuvo que desencadenar todo. Tenemos que arreglarlo.

La expresión de Cassiopeia claramente decía ¿Y cómo pretendes arreglarlo si ni siquiera entendemos qué ha pasado?

—¿Con quién hablas, Bree?

Ambas se giraron hacia la puerta. Harry estaba parado en el umbral, con aspecto confuso. Brigid miró a Cassiopeia, sin saber qué hacer.

Ésta observaba a Harry con la boca abierta.

—Es igual que mi Harry —masculló, poniéndose de pie y caminando hacia él.

Harry no parecía ser capaz de verla, del mismo modo que no veía a Selena. Brigid carraspeó.

—Con Selena —mintió—. Pero se acababa de ir a ver a Susan.

Harry asintió lentamente.

—¿Puedo entrar? —quiso saber.

Brigid miró a Cassiopeia. Ésta sonrió y agitó la mano, a modo de despedida. Brigid parpadeó y, de un momento a otro, ya no había nadie donde antes había estado ella.

—Sí, claro —murmuró.

Notaba la mirada de Harry casi atravesarla. Le miró a los ojos y no se sorprendió del todo al ver que sonreía levemente.

—Hola —acertó a decir Brigid.

Dio la impresión de que Harry hacía un esfuerzo por no estallar en carcajadas.

—Hola —respondió.

Brigid sonrió.

—¿Tenemos que bajar ya?

—Tío Jason me ha mandado a avisarte —asintió Harry—. ¿Tienes todo listo?

Brigid dudó. Su baúl estaba preparado desde la noche anterior, solo le quedaba cerrarlo, y en la mochila creía llevarlo todo, pero siempre tenía aquella sensación de que olvidaba algo.

—Sí, eso creo.

Se inclinó a cerrar el baúl e hizo una mueca al ver que no podía. Trató de empujar, sin éxito.

No le sorprendió del todo el notar a Harry junto a ella. Colocó las manos sobre la tapa del baúl y la miró, aún sonriendo.

—Siéntate encima, yo lo cierro.

Brigid obedeció. Su peso hizo ceder la tapa y Harry se encargó de cerrar el baúl. Brigid se le quedó mirando, sonriendo.

—¿Acaso miras algo? —preguntó él, levantando la cabeza.

La sonrisa desapareció de los labios de Brigid casi instantáneamente. La confusión que sentía continuaba allí.

—Oye, Harry, anoche...

—Cuéntame —dijo él, divertido—. ¿Qué pasó anoche?

Brigid enrojeció y, tomando un cojín que tenía tras ella, golpeó a Harry con él.

—Sabes de qué hablo —protestó, sonrojada—. Escucha, no sé... No sé.

—¿No sabes qué? —quiso saber Harry. Su sonrisa había decaído.

Brigid se mordió el interior de las mejillas, con nerviosismo. Trataba de encontrar las palabras adecuadas.

—Es... No sé, Harry, hay demasiadas cosas que están pasando y... —Tragó saliva, buscando hacer tiempo. Por instinto, buscó un anillo en su dedo para girarlo, pero no lo encontró—. M-mucho está cambiando. Y no digo que todo sea malo, pero yo no... No sé...

—Bree, respira primero, ¿vale? —propuso Harry, tomándole las manos con delicadeza. La contemplaba, ya muy serio—. Escucha, lo de anoche fue... Yo admito que fue porque me gustas. Me gustas de verdad, Bree. Pero si tú no sientes lo mismo, no significa...

—¡No! —se apresuró a decir ella—. No es que no me gustes, Harry. Es solo que... Sea lo que sea que vaya a pasar, yo...

—¿Qué crees que va a pasar? —preguntó Harry—. O, mejor dicho, ¿qué quieres que pase?

Brigid dudó. Su capacidad de decisión había sido nula durante la mayor parte de su vida. Siempre había alguien para elegir por ella, y Brigid no se atrevía a discutirlo. Era más fácil. Más seguro.

Pero aquello era algo que tenía que decidir ella sola. Y era algo infinitamente importante para ella. Le aterraba la idea de perder a Harry por no ser capaz de expresar bien lo que sentía.

¡Por Merlín, si ni siquiera ella tenía claro qué sentía!

—No quiero perderte, Harry —empezó. Aquello era lo principal para ella y necesitaba que él lo supiera—. Pero... S-si vamos a empezar algo, yo... Si pudiéramos ir despacio, sería... Necesito... Si tú quieres, claro...

—Bree. —Harry interrumpió su tartamudeo sin sentido. Brigid le miró a la cara. Él sonreía y eso le dio algo de tranquilidad—. Ir despacio. Lo pillo. También esto es nuevo para mí, ¿vale? Y yo tampoco quiero perderte. Si esto es lo mejor para ti, estoy de acuerdo con ello.

Una sonrisa comenzó a aflorar en los labios de Brigid.

—Vale —asintió—. Bien, yo... Solo no quiero que pienses que no quiero esto ni nada, pero... Ha sido mucho últimamente y necesito acostumbrarme aún a todo.

—Lo entiendo —le tranquilizó Harry. Le miró en silencio por un momento, examinando su rostro, sus ojos ahora grises, su sonrisa. La expresión de Harry se volvió pícara—. ¿Qué opinas de un beso después de esto? Solo si quieres, claro.

Brigid rio.

—Sí, creo que estaría bien —respondió, divertida, acercándose a él.

Era raro besar a alguien, pero no desagradable del todo, como de pequeña pensaba. Esperaba no estar haciéndolo de manera horrible. Aquellos eran pensamientos no había tenido la noche anterior, pero que aparecían en ese momento.

Alguien golpeó en la puerta con los nudillos y ambos se separaron al instante, espantados.

—¡Brigid! —La voz de la señora Weasley sonó desde fuera—. ¿Estás ya preparada? Tenemos que irnos enseguida.

—¡Bajo ya, señora Weasley! —respondió Brigid rápidamente—. ¡Estoy terminando de cerrar el baúl!

—¿Necesitas ayuda con algo?

—¡No, gracias! —se apresuró a decir ella, temiendo que abriera la puerta.

Harry no estaba frente a ella, lo que le desconcertó por un momento, al menos hasta que le vio aparecer de nuevo. Sus ilusiones. A veces, aún lo olvidaba.

Harry hacía esfuerzos por no reír. Escucharon los pasos de la señora Weasley alejándose. Brigid ahogó una carcajada.

Se escuchaban gritos desde abajo y Brigid comprendió entonces que eran los del retrato de Walburga Black. Se preguntaba por qué no le lanzaban un maleficio silenciador; Brigid tenía malas experiencias con ellos, pero eran útiles en aquella situación.

Vega y Nova estaban en el vestíbulo, la primera apoyada en la pared, mirando con irritación el retrato de su abuela. Nova estaba sentada en el baúl, dando vueltas a una snitch en la mano. Jessica y Susan aparecieron casi al mismo tiempo que Harry y Brigid. Ron, Hermione y Prim llegaron charlando.

—Harry, tú vienes conmigo, con Vega y con Tonks —gritó la señora Weasley para hacerse oír sobre los chillidos de «¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA!»—. Deja tu baúl y tu lechuza; Alastor se encargará del equipaje... ¡Oh, por favor, Sirius! ¡Dumbledore dijo que no!

Un perro negro que parecía un oso había aparecido junto a Harry mientras éste trepaba por los baúles amontonados en el vestíbulo para llegar a donde estaba la señora Weasley. James y Ariadne llegaban tras él.

—En serio... —dijo la señora Weasley con desesperación—. ¡Está bien, pero allá te las compongas!

—Ve con cuidado, amigo —aconsejó James, mirando con severidad a Sirius—. Intenta que no se te lleven los de la perrera.

Harry se giró hacia sus padres y Brigid se apartó un poco, dejándoles algo de espacio. Ariadne sonreía y, aparentemente, todo iba bien, pero Brigid aún recordaba cómo había estado la noche anterior.

El matrimonio Potter se despidió de Harry con unos abrazos y algunos susurros. Parecía que ninguno de ellos sabía cómo manejar el asunto del todo. Ariadne le dijo a Harry que se llevara a Aslan a Hogwarts con él; insistió en que estaría mejor allí que encerrado en la casa.

Los Potter también abrazaron a Nova y Vega se mantuvo algo alejada, pero intentó sonreír a sus tíos. Brigid se llevó una buena sorpresa cuando Ariadne fue hasta ella y la envolvió en un abrazo.

—Cuídate, Brigid —le pidió, sonriendo. Su tono de voz se volvió más bajo al añadir—: Y si necesitas ayuda con algo, cualquier cosa, puedes contar conmigo, ¿vale?

Ambas se miraron a los ojos y Brigid tuvo la impresión de que, en gran parte, Ariadne hablaba de su boggart. Asintió con la cabeza, tratando de sonreír.

—Gracias, señora Potter.

Ariadne rio al escuchar aquello.

—Por Merlín, suena tan raro... —murmuró, divertida.

—¿Qué suena raro? —quiso saber James, que llegó y tomó la mano de su esposa casi instantáneamente.

—Señora Potter —respondió Ariadne, sonriendo.

James arqueó las cejas.

—Creí que era tu nombre soñado desde los trece años o así —comentó, haciéndose el sorprendido.

—Catorce, no te des tantos aires —replicó ella, sonriendo.

James rio y se giró hacia Brigid.

—Ten cuidado y échale un ojo a Harry de vez en cuando. No te pido que vigiles a Nova porque creo que sería demasiado, pero...

—¡Tío James! —protestó ésta, que por supuesto lo había escuchado—. ¡No soy tan mala!

Brigid rio con ganas, del mismo modo que Ariadne, James y gran parte de los presentes en el vestíbulo. La señora Weasley les metió prisa. Harry y Vega fueron los primeros en salir, junto a ella.

Nova se cogió del brazo con Brigid y le dirigió una sonrisa.

—Nosotras dos vamos con tío Jason, Jess y Sue. ¿Tienes tus cosas? Dáselas a Moody; somos los siguientes en salir.

—Nos vemos ahora —se despidió Brigid, mirando a Ron, Prim y Hermione, antes de seguir a los Bones y Nova.

—Bonita procesión —escuchó a su derecha.

Selena y Lily les acompañaban. Brigid ralentizó el paso para quedarse algo atrás y que no la vieran hablando sola.

—Hacía unos días que no os veía —comentó Brigid.

—No siempre vamos a estar aquí —rio Lily, divertida por la idea—. Aunque puedes llamarnos siempre, claro. Pero parece que estos días han estado bien, ¿no?

Brigid sonrió tímidamente.

—No sé cómo sentirme —admitió—. ¿Está mal que esté feliz después de la muerte de Cedric? —Aún se le complicaba el pronunciar su nombre—. Me siento horrible al pensarlo, pero...

—Pero quieres ser feliz y estás en todo tu derecho a ello —completó Selena, sonriendo—. Al contrario, Brigid. Te mereces algo de alegría después de lo que pasó. Cosas así te hacen apreciar la felicidad más. No significa que vayas a olvidar por completo a tu hermano. Y no tiene nada de malo.

—Es demasiado confuso —admitió Brigid en voz baja—. No quiero que parezca que Cedric no me importaba. Mucho menos después de irme. Él era... —Las palabras se le atascaron en la garganta. Ni siquiera sabía expresar cuánto le importaba su hermano—. No quiero que él crea que no me importaba.

—Pero tampoco tienes que quedarte estancada por ello —dijo Lily—. Existe siempre un equilibrio, Brigid. Y nadie va a pensar que no te importaba tu hermano solo porque seas feliz. Mucho menos, Cedric.

Brigid suspiró.

—Quisiera poder hablar con él —admitió—. Solo a veces. Otras, creo que es la peor idea que podría haber tenido.

—Hay fantasmas que es mejor dejar en el pasado, Brigid —le dijo Selena, muy seria—. Hay quienes lo aprenden por las malas. No cometas ese error.

—¿Brigid?

Ésta se asustó al escuchar la voz de Jessica. Casi había olvidado con quién y dónde estaba: en medio de Londres, yendo hacia King's Cross, junto a los Bones y Nova.

—¿Pasa algo? —preguntó Jessica, mirando a su alrededor—. Te estabas quedando muy atrás. Con todo esto de los mortífagos... Pensé que sería mejor si no ibas sola.

Brigid asintió, agradecida. Como casi todos en Hogwarts, conocía bien la historia de los Bones y los mortífagos. Entendía que para ellos, el regreso de Voldemort podía ser más difícil que para otros.

También entendía el por qué de las ojeras bajo los ojos de Jessica.

—Gracias —dijo Brigid, sonriendo—. No me había dado cuenta de que estaba tan atrás.

—Es fácil distraerse en Londres —rio Jessica, ajena al verdadero motivo del retraso de Brigid—. Podría quedarme horas contemplando la ciudad.

—Jessie se parece tanto a su madre a veces. —escuchó decir a Selena, con tono nostálgico.

—También tiene mucho de Jason —opinó Lily.

Brigid trató de ignorar a ambas charlando a su lado, sabiendo que Jessica no las escuchaba en absoluto, y trató de mantener una conversación normal con ella.

Era la primera vez que hablaban, como notó después, pero tuvo la suerte de que Jessica fuera alguien particularmente habladora y no le importara sacar un tema de conversación tras otro. Brigid lo agradecía.

Llegaron a la estación tras veinte minutos. Harry, Vega, la señora Weasley, Tonks, Ojoloco y Sirius (en forma de perro) estaban allí. Unos instantes después de su llegada, el señor Weasley apareció en el andén con Ron, Prim y Hermione.

Casi habían descargado el equipaje del carrito de Moody cuando llegaron Fred, George y Ginny con Lupin.

—¿Algún problema? —gruñó Moody.

—Ninguno —contestó Remus.

—De todos modos, informaré a Dumbledore de lo de Sturgis —afirmó Moody—. Es la segunda vez que no se presenta en una semana. Está volviéndose tan informal como Mundungus.

—Bueno, cuidaos mucho —dijo Lupin estrechándoles la mano a los Weasley, Brigid, Prim y Hermione. Sin embargo, abrazó a Harry, las Black y las Bones, al igual que Jason.

—Y esto va por todos —añadió Moody—: cuidado con lo que ponéis por escrito. Si tenéis dudas, no se os ocurra escribirlas en vuestras cartas.

—Ha sido un placer conoceros —dijo Tonks abrazando a Susan, Jessica, Prim, Hermione y Ginny—. Espero que volvamos a vernos pronto.

Chocó los puños con Nova. Vega le dirigió una sonrisa y le dijo algo que Brigid no llegó a escuchar. Entonces sonó un silbido de aviso; los alumnos que todavía estaban en el andén fueron apresuradamente hacia el tren.

—Rápido, rápido —los apremió la señora Weasley, atolondrada, abrazándolos a todos—. Escribid... Portaos bien... Si os habéis dejado algo ya os lo mandaremos... ¡Rápido, subid al tren!

El perro negro se levantó sobre las patas traseras y colocó las delanteras sobre los hombros de Harry, pero la señora Weasley empujó al muchacho hacia la puerta del tren y susurró:

—¡Te lo suplico, Sirius, haz el favor de comportarte como un perro!

Nova abrazó al perro con fuerza y corrió a subir. Vega se quedó un momento atrás, a decirle algo. Brigid se dirigió a la puerta y Harry le observó, divertido.

—¿Subes? —preguntó, tendiéndole la mano.

Brigid, algo ruborizada, la aceptó y subió junto a él. Ninguno de los otros pareció extrañarse por aquello.

—¡Hasta pronto! —gritó Harry desde la ventanilla abierta cuando el tren se puso en marcha, mientras los demás saludaban con la mano.

Las figuras de Tonks, Jason, Remus, Moody y el señor y la señora Weasley se encogieron con rapidez, pero el perro negro corrió por el andén junto a la ventana, agitando la cola; la gente que había en el andén reía viéndolo perseguir el tren; entonces éste tomó una curva y Sirius desapareció.

—No ha debido acompañarnos —comentó Hermione, preocupada.

—Vamos, no seas así —dijo Ron—, hacía meses que no veía la luz del sol, pobre hombre.

—Tiene suerte de ser un perro —respondió Susan, pensativa—. ¿Os imagináis, no sé, a un león acompañándonos?

—Hubiera sido increíblemente divertido —opinó Nova—. Necesito ver eso alguna vez en la vida.

—Bueno —dijo Fred dando una palmada—, no podemos pasarnos el día charlando, tenemos asuntos de los que hablar con Lee. Hasta luego —se despidió—. Gigi, vienes luego, ¿no?

—Supongo —respondió ésta, sin demasiado entusiasmo.

George tomó la mano de Jessica.

—Tú sí vienes, ¿no? —preguntó, poniendo cara triste.

—No es como si tuviera mucho donde elegir, desgraciadamente —bromeó Jessica—. Te veo luego, Vee.

Se alejaron por el pasillo, con George protestando y su novia riendo. El tren iba adquiriendo velocidad, y las casas que se veían por la ventana pasaban volando mientras ellos se mecían acompasadamente.

—¿Vamos a buscar nuestro compartimento? —propuso Harry.

Ron y Hermione se miraron.

—Esto... —empezó a decir Ron.

—Nosotros... Bueno, Ron, Brigid y yo tenemos que ir al vagón de los prefectos —dijo Hermione sintiéndose muy violenta.

—Mierda —exclamó Brigid, sintiendo su ánimo decaer al instante—. Lo había olvidado.

Ron no miraba a su amigo, pues parecía muy interesado en las uñas de su mano izquierda.

—¡Ah! —exclamó Harry—. Bueno, vale.

—No creo que tengamos que quedarnos allí durante todo el trayecto —se apresuró a añadir Hermione—. Nuestras cartas decían que teníamos que recibir instrucciones de los delegados, y luego patrullar por los pasillos de vez en cuando.

—Es bastante corto, no os preocupéis —asintió Vega, revisando su reloj—. Normalmente, estamos en nuestros compartimentos antes de la hora de comer.

—Vale —repitió Harry—. Bueno, entonces ya..., ya nos veremos más tarde.

—Iremos buscando nosotros compartimento para todos —propuso Susan, intercambiando una mirada con Nova y Ginny—. ¿Nos vemos luego?

—Sí, claro —dijo Ron lanzándole una furtiva y nerviosa mirada a Harry—. Es una lata que tengamos que ir al vagón de los prefectos, yo preferiría... Pero tenemos que hacerlo, es decir, a mí no me hace ninguna gracia. Yo no soy Percy —concluyó con tono desafiante.

—Ya lo sé —afirmó Harry, y sonrió.

—Te sorprendería saber cómo era tu hermano —comentó Vega, en tono distraído—. Venga, vosotros tres, es mi primera orden como Premio Anual.

Brigid sonrió.

—Te veo luego —se despidió de Harry, sonriendo. Luego, advirtió que Prim, Susan, Nova y Ginny también se quedaban atrás—. Es decir, os veo a todos luego. ¡Hasta luego!

Has dicho tres veces luego, boba, se dijo a sí misma, mientras se alejaba con las mejillas coloradas. Ron, a su lado, parecía estar tratando de no reír.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó, divertido—. ¿Ya se ha atrevido Harry a algo?

—¿Q-qué quieres decir? —dijo Brigid, fingiendo que no entendía a qué se refería.

—Venga ya, tienes que haberlo entendido —protestó Ron—. ¿Qué va a ser si no? Tú... ¡Uy!

Brigid había parado justo a tiempo para evitar chocar contra el alumno de sexto que salía de su compartimento, pero Ron iba demasiado ocupado para darse cuenta. Su rostro se volvió tan rojo como su cabello al reconocer a Michael Nott.

—¿Otra vez, Weasley? —preguntó, rodando los ojos.

—N-no miraba por dónde iba —dijo Ron, avergonzado.

—Eso supuse —respondió Nott, burlón.

Les adelantó y saludó a Vega al pasar junto a ella y Hermione. Se paró a hablar un momento con ellas. Brigid miró a Ron.

—¿Cuándo dejarás de chocarte con él? —se burló.

—Si tú supieras —masculló Ron, avergonzado—. Por Merlín, debe pensar que soy bobo.

—No creo que nadie piense que eres bobo, Ron —dijo Brigid, sonriendo.

—Uhm... —murmuró él—. Permíteme dudarlo. Malfoy...

—¿Vas a ponerme de ejemplo al más bobo de Hogwarts? —le pinchó ella.

Ron se echó a reír.

—Sí, tienes razón.

Brigid advirtió la mueca de incomodidad de Vega nada más llegar al vagón: el otro Premio Anual era Callum Carrow. Brigid sintió un pinchazo en el pecho al pensar que, de no haber pasado lo que pasó, Cedric hubiera sido Premio Anual junto a ella.

Suponía que Vega estaba pensando en lo mismo.

Vega no había compartido los nombres de los otros prefectos con ellos. Brigid pudo verlos allí: Anthony Goldstein de Ravenclaw, Dean Thomas y Parvati Patil de Gryffindor, Draco Malfoy y Pansy Parkinson de Slytherin.

—Sentémonos ahí —propuso Ron, señalando un asiento vacío al final del vagón.

Eran de los últimos en llegar. Los prefectos de sexto —Brigid solo conocía a Michael Nott— y de séptimo —le sonaba Linette Carrow y un amigo de su hermano, de Ravenclaw— estaban ahí, en su mayoría. Vega parecía estar haciendo un gran esfuerzo por permanecer de pie frente a todos ellos.

Sin embargo, la voz ni siquiera le tembló cuando comenzó a hablar y Brigid realmente le admiró por aquello. Lo explicó todo de forma clara y concisa y luego les envió a patrullar por los pasillos.

Brigid sabía que siempre sentaba bien escucharlo decir si alguien había hecho algo bien, de modo que se acercó a Vega al finalizar la reunión y le susurró:

—Has estado genial.

Puede que lo que apareciera en su rostro no fuera una sonrisa auténtica, pero se le parecía y a Brigid le bastó.

Llegaron al compartimento más tarde de lo que habían previsto, pero al menos llegaron. Susan y Prim no estaban —Nova dijo que se habían marchado con Hannah Abbott—, pero sí Neville Longbottom y Luna Lovegood.

Brigid les dirigió una sonrisa a ambos al entrar. Tras dudar un segundo, tomó asiento junto a Harry, que se había hecho a un lado para hacerle sitio.

—Estoy muerto de hambre —dijo Ron; dejó a Pigwidgeon junto a Hedwig, le quitó una rana de chocolate de las manos a Harry y se sentó a su otro lado. Abrió el envoltorio, mordió la cabeza de la rana y se recostó con los ojos cerrados, como si hubiera tenido una mañana agotadora.

—Hay dos prefectos de quinto en cada casa —explicó Hermione, que parecía muy contrariada, y se sentó también—. Un chico y una chica.

—Y a ver si sabéis quién es uno de los prefectos de Slytherin —preguntó Ron, que todavía no había abierto los ojos.

—Malfoy —contestó Harry al instante, convencido de que sus peores temores se confirmarían.

—Por supuesto —afirmó Ron con amargura; luego se metió el resto de la rana en la boca y cogió otra.

—Y Pansy Parkinson, esa pava —añadió Hermione con malicia—. No sé cómo la han nombrado prefecta, si es más tonta que un trol con conmoción cerebral...

Brigid frunció el ceño al escuchar aquello: Parkinson no le agradaba, pero aquella expresión tampoco.

—Oye —saltó Nova, frunciendo el ceño—. No todos somos aquí Einstein, ¿vale? No te metas con Parkinson; ella no es tan mala.

Harry se encogió de hombros ante aquello. Hermione pareció tragarse una réplica.

—¿Quiénes son los de Gryffindor? —preguntó Harry.

—Dean Thomas y Parvati Patil —contestó Ron.

—Y Anthony Goldstein de Ravenclaw —añadió Hermione.

—Tenemos que patrullar por los pasillos de vez en cuando —les comentó Ron a Harry, a Nova y a Neville—, y podemos castigar a los alumnos si se portan mal. Estoy deseando pillar a Crabbe y a Goyle haciendo algo...

—¡No debes aprovecharte de tu cargo, Ron! —lo regañó Hermione.

—Sí, claro, como si Malfoy no pensara sacarle provecho al suyo —replicó éste con sarcasmo.

—Apuesto a que ya está castigando a alumnos de los primeros cursos —masculló Brigid, haciendo una mueca.

—¿Qué vas a hacer, Ron? ¿Ponerte a su altura? —preguntó Hermione.

—No, sólo voy a asegurarme de pillar a sus amigos antes de que él pille a los míos.

—Ron, por favor...

—Yo sí lo haría —opinó Nova, distraídamente—. Ponerme a su altura, me refiero.

—Como si alguien fuera a nombrarnos prefectos a nosotros, Nov —rio Harry.

—Obligaré a Goyle a copiar y copiar; eso le fastidiará mucho porque no soporta escribir —aseguró Ron muy contento. Luego bajó la voz imitando los gruñidos de Goyle y, poniendo una mueca de dolorosa concentración, hizo como si escribiera en el aire—: «No... debo... parecerme... al culo... de un... babuino.»

Todos rieron, pero nadie más fuerte que Luna Lovegood, quien soltó una sonora carcajada que hizo que Hedwig despertara y agitara las alas con indignación, y que Aslan saltara a la rejilla portaequipajes bufando. Luna rió tan fuerte que la revista salió despedida de sus manos, resbaló por sus piernas y fue a parar al suelo.

—¡Qué gracioso!

Sus saltones ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba recobrar el aliento, mirando fijamente a Ron. Éste, perplejo, observó a los demás, que en ese momento se reían de la expresión del rostro de su amigo y de la risa ridículamente prolongada de Luna Lovegood, que se mecía adelante y atrás sujetándose los costados.

Brigid decidió que le gustaba Luna Lovegood solo por aquella reacción tan pura.

—¿Me tomas el pelo? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—¡El culo... de un... babuino! —exclamó ella con voz entrecortada sin soltarse las costillas.

Todos los demás observaban cómo reía Luna, pero Harry se fijó en la revista que había caído al suelo y vio algo que lo hizo agacharse con rapidez y cogerla.

—¿Me dejas mirar un momento? —le preguntó Harry a Luna.

Ella, que seguía mirando a Ron y riendo a carcajadas, asintió con la cabeza. Brigid miró por encima de su hombro, pero nunca le había interesado especialmente El Quisquilloso, de modo que apartó la vista pronto y se limitó a mirar por la ventana.

—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Harry cerró la revista, un rato después.

—Pues claro que no —se adelantó Hermione en tono mordaz—. El Quisquilloso es pura basura, lo sabe todo el mundo.

Brigid se giró de inmediato, con horror. Había sido vecina de los Lovegood durante toda su vida y sabía bien quién era quien estaba al mando del periódico. Pero era demasiado tarde para arreglar lo que Hermione había dicho.

—Perdona —dijo Luna, cuya voz, de pronto, había perdido aquel tono soñador—. Mi padre es el director.

—¡Oh..., yo...! —balbuceó Hermione, abochornada—. Bueno..., tiene cosas interesantes... Es muy...

—Dámela, por favor. Gracias —respondió Luna con frialdad, y luego se inclinó hacia delante y se la quitó a Harry de las manos.

Pasó con rapidez las páginas hasta la número cincuenta y siete, volvió a ponerla del revés con decisión y desapareció de nuevo tras ella justo cuando la puerta del compartimento.

Harry se volvió; estaba esperando que sucediera, pero eso no significó que el hecho de ver a Draco Malfoy sonriendo con suficiencia, flanqueado por Crabbe y Goyle, le resultara menos desagradable.

—¿Qué? —le espetó agresivamente antes de que Malfoy pudiera abrir la boca.

—Cuida tus modales, Potter, o tendré que castigarte —dijo Malfoy arrastrando las palabras; su lacio y rubio cabello y su puntiaguda barbilla eran iguales que los de su padre—. Mira, a mí me han nombrado prefecto y a ti no, lo cual significa que yo tengo el derecho de imponer castigos y tú no.

—Ya —replicó Harry—, pero tú eres un imbécil y yo no, así que lárgate de aquí y déjanos en paz.

Brigid, Ron, Hermione, Ginny y Neville se pusieron a reír y Malfoy torció el gesto.

—Dime, Potter, ¿qué se siente siendo el mejor después de Weasley?

—Cállate, Malfoy —dijo Hermione con dureza.

—Veo que he puesto el dedo en la llaga —sentenció Malfoy sin dejar de sonreír—. Es curioso. ¿A Diggory le dan el puesto por su hermano muerto, pero no a ti? Yo creía que Dumbledore te tenía mayor favoritismo.

Brigid ni siquiera tuvo tiempo para reaccionar: Harry ya se había levantado y le apuntaba con la varita directamente al rostro, con una expresión tan fría que hubiera asustado a cualquiera.

Malfoy no perdió su sonrisa burlona, pero Brigid sí que vio algo de temor aparecer en sus pálidas facciones.

—Es curioso —dijo, imitando su tono con burla—, ¿no vas a castigarme? Si hay alguien a quien han elegido por pena, Malfoy, es a ti. Tenían que poner a algún gilipollas para que todos los niñatos que pretenden ser como tú crean que pueden llegar a prefecto.

Brigid le vio tragar saliva.

—Ándate con mucho cuidado, Potter —dijo Malfoy, en tono bajo—, porque voy a estar siguiéndote como un perro por si desobedeces en algo.

Aquella expresión hizo fruncir el ceño a Brigid.

—Qué miedo, ¿no, Harry? —ironizó Nova, mostrando el dedo de en medio a Malfoy.

—Sí, muchísimo —respondió Harry, con la voz llena de sarcasmo.

—¡Largo! —le ordenó Hermione a Malfoy, poniéndose en pie.

Malfoy soltó una risita, dirigió una última mirada maliciosa a Harry y salió del compartimento seguido de Crabbe y Goyle. Hermione cerró de golpe la puerta. Brigid miró a Harry.

—No tenías que hacerlo —protestó.

Harry levantó las cejas.

—Quien le amenaza primero, gana. Sé más rápida la próxima vez, Bree —trató de bromear.

Luna les miró, con sus grandes ojos.

—Vosotros fuisteis juntos al Baile de Navidad —observó.

Ambos intercambiaron una mirada.

—Eh... Sí —asintió Harry, sin saber qué decir al respecto.

—¿Estáis saliendo?

Ambos se quedaron sin saber qué decir. Nova y Ron intercambiaron miradas. Hermione puso una cara que podía significar cualquier cosa. Neville les miró, sorprendido.

—No —respondió Harry.

—Ah —se limitó a decir Luna, regresando a su revista.

Brigid volvió a mirar a la ventana, incómoda.

—Pásame otra rana —dijo entonces Ron, cambiando de tema.

La lluvia salpicaba las ventanillas con desgana, y de vez en cuando el sol hacía una débil aparición antes de que las nubes volvieran a taparlo. Cuando oscureció y se encendieron las luces dentro de los vagones, Luna enrolló El Quisquilloso, lo guardó con cuidado en su bolsa y se dedicó a observar a los que viajaban con ella en el compartimento.

Brigid iba sentada con la frente apoyada en la ventanilla intentando divisar la silueta de Hogwarts, pero no había luna y el cristal estaba mojado y sucio. Harry la cabeza en su hombro, tratando de dormir, sin éxito.

—Será mejor que nos cambiemos —dijo Hermione al fin.

Ron y Hermione engancharon sus insignias de prefectos en sus túnicas. Brigid se la quedó mirando en la mano, inmóvil. No solo ella pensaba que había sido elegida por pena. También Malfoy, y a saber cuántos más.

Alguien le quitó la insignia y, al levantar la mirada, Brigid se encontró a Harry frente a ella.

—Te queda bien; te hace juego con los ojos —bromeó, enganchándosela en la túnica.

Ella sonrió antes de poder evitarlo.

Por fin el tren empezó a aminorar la marcha y oyeron el habitual alboroto por el pasillo, pues todos se pusieron en pie para recoger su equipaje y a sus mascotas, listos para apearse. Como Brigid, Ron y Hermione tenían que supervisar que hubiera orden, volvieron a salir del compartimento encargando a Harry y a los demás del cuidado de Pigwidgeon. Brigid salió la última del compartimento, con desgana.

—Ahora nos vemos —se despidió.

Brigid supervisó más bien poco. Dejó que Hermione se encargara de ello, mientras ella permanecía a su lado. Se dejó arrastrar hacia la oscura y mojada calle que discurría frente a la estación de Hogsmeade.

Allí esperaba el centenar de carruajes sin caballos que cada año llevaba a los alumnos que no eran de primer curso hasta el castillo. O así habían sido antes.

Los carruajes habían cambiado, pues entre las varas de los coches había unas criaturas de pie. Si hubiera debido llamarlas de alguna forma, suponía que las habría llamado caballos, aunque tenían cierto aire de reptil. No tenían ni pizca de carne, y el negro pelaje se pegaba al esqueleto, del que se distinguía con claridad cada uno de los huesos. La cabeza parecía de dragón y tenían los ojos sin pupila, blancos y fijos. De la cruz, la parte más alta del lomo de aquella especie de animales, les salían alas, unas alas inmensas, negras y curtidas, que parecían de gigantescos murciélagos. Allí plantadas, quietas y silenciosas en la oscuridad, las criaturas tenían un aire fantasmal y siniestro.

—¿Los ves?

La amarga voz de Vega la sobresaltó. Brigid se giró de inmediato y la miró, asintiendo lentamente. Vega suspiró.

—Venía a avisaros a Harry y a ti —murmuró—. Son thestrals: solo aquellos que han visto la muerte son capaces de verlos. Yo los veo desde siempre. También Jess.

Brigid no tardó demasiado en comprender a qué se refería: debías ver a alguien morir. Los observó, en silencio, mientras Vega se adelantaba a hablar con Harry.

Brigid no había regresado de Hogwarts en el Expreso el año anterior: sus padres se la habían llevado después de que le dieran el alta en la enfermería. No había tenido tiempo de ver los carruajes. Pero ahora...

Se sorprendió cuando un pensamiento apareció en su mente: había algo en ellos que los hacía hermosos. Fascinantes.

Alargó la mano para acariciar uno.

—¡Bree! —Ron apareció de entre la multitud—. Te estábamos buscando. Tenemos un carruaje. ¿Vienes?

Brigid apartó la mirada del thestral más cercano a ella con cierta dificultad y asintió, bajando la mano.

—Voy.

Los demás la aguardaban en el carruaje. Notó por la expresión de Harry que algo malo pasaba y no tardó en suponer que eran los thestrals.

—¿Te lo ha dicho Vega? —susurró. Harry asintió.

—Son espeluznantes —murmuró él.

Brigid dudó un momento, antes de confesar:

—A mí me han parecido hermosos.

Advirtió la media sonrisa de Luna Lovegood desde el otro lado del carruaje y no dudó en devolvérsela.

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