( yelling at the sky, screaming at the world, baby, why'd you go away? )

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extra v.
peter pan & the lost kids










Jason Bones no había sentido ni una pizca de duda desde el momento en que llevó a Vega y Nova Black y Harry Potter a su casa en verano de 1989.

Le habían advertido. Le habían dicho que sería difícil, que debían pensarlo bien. Cientos de problemas se le habían planteado y Jason había ignorado todos y cada uno de ellos.

Le debía aquello a Aura, a James y Ariadne. Incluso a Sirius, al menos al que había conocido antes de que todo cambiara. Se lo debía a Mary y Remus. También a los tres pequeños que, carentes de culpa alguna, se habían visto perjudicados por aquella situación.

Se lo debía a sí mismo. Al Jason de dieciséis años que se había sentido perdido tras la muerte de sus padres a manos de Voldemort. Al de diecisiete que se habían enfrentado a la guerra mucho más de cerca y había visto su vida puesta en verdadero peligro por primera vez. Al de dieciocho que se había tenido que enfrentar a la desaparición de su mejor amiga y a sus primeras experiencias en batalla. Al de diecinueve que había hecho lo posible por mantener a todos los que amaba a salvo. Al de veinte que se había hecho cargo de una niña inocente pese a no sentirse en absoluto preparado para ello. Al de veintiuno que había comenzado a despedirse, uno a uno, de sus seres queridos. Al de veintidós que había sobrevivido al fin de la guerra, pero dejando a muchos, demasiados, atrás.

Sus padres, Edgar, Roxanne, Victor, Emily, Aura, Selena, Dorcas, Lily, Marlene, James, Ariadne, Melina, Peter... Solo una pequeña parte de los caídos de la guerra, pero una parte enorme en la vida de Jason.

No podía decir que había perdido todo. No teniendo a Susan. No con su pequeña sobrina, Jessica, a su cargo. No con Amelia a su lado. No aún teniendo a Mary; a Remus tan solo a medias. No sabiendo que había tres niños solos, a quienes sus vidas les habían sido arrebatadas, por los que él debía hacer algo. Pero sí había perdido casi todo.

Había perdido la esperanza, desde luego. La poca que le quedaba se había ido con Aura.

Pese al tiempo transcurrido, la herida dolía. En especial, cuando una Vega Black le contemplaba fijamente, con sus ojos azul grisáceo tan similares a los de su madre y una expresión desconfiada con la que Aura jamás le había contemplado.

Era un extraño cuando debería haber sido el tío Jason, su padrino, el que le hacía los mejores regalos y le llevaba a conocer sitios increíbles. Jason aún recordaba cuando, en tercer o cuarto año, le había asegurado a Aura que haría eso si se comprometía a nombrarle padrino de su primer hijo o hija.

Ninguno de los dos hubiera esperado que acabaría de ese modo.

—No le harás daño a Harry ni Nova, ¿verdad? —preguntó la niña, entrecerrando los ojos.

Que no se preocupara por ella encogió el corazón de Jason.

—No pienso haceros daño a ninguno de vosotros tres, Vega.

El ceño de la niña no se desfrunció. Para tener solo once años, tenía una expresión demasiado seria. Guardó silencio y Jason terminó suspirando.

—Puedes ir a tu dormitorio, aunque Jessie igual...

La niña salió de la sala sin darle tiempo acabar la frase. Jason suspiró y se dejó caer en la butaca cercana, masajeándose las sienes. No se arrepentía de su decisión; solo temía no estar a la altura, no ser lo que aquellos niños necesitaban.

—Lo siento, Aura —masculló—. Tendría que haber peleado más, no tendría que haber aceptado el trato de Dumbledore...

El verano antes de que Vega iniciara en Hogwarts. Nueve años en los que había tenido que acceder a dejar a los tres niños solos, en un orfanato. Sin que él pudiera hacer nada.

No negaría que había contado los días hasta que ese día llegara, hasta que pudiera intentar dar un hogar a aquellos niños, pero ahora...

—¿Tío Jason?

Se irguió de inmediato al ver a Jessica en la habitación. Su sobrina le observaba con el ceño fruncido. Altair Nova Black permanecía inmóvil a su lado, contemplando el salón con curiosidad.

—¿Sí, Jessie? —preguntó, tratando de mantener un tono sereno.

—¿Dónde están la escoba que me regalasteis por mi cumpleaños hace dos años? Le he dicho a Nova que se la prestaría.

—No romperé nada —se apresuró a decir esta, con un brillo travieso en sus ojos avellana. Pese a que tan solo tenía ocho años, a Jason no le costaba esfuerzo ver el espíritu bromista de James y Sirius en su mirada—. Lo juro.

—Creo que está en el baúl de tu dormitorio, Jessie.

—¡Genial, vamos! —exclamó la rubia, tomando a la menor de la mano y echando a correr, llevándola con ella.

Aquello tranquilizó un poco a Jason. Se dijo que, al menos, con Nova sería algo más fácil. Si ella se relajaba y se encontraba a gusto, Vega vería que no tenían malas intenciones, ¿verdad?

Jason suspiró. Todos los que le habían dicho que meter a tres niños más de golpe en su casa sería una locura estaban en lo correcto. Pero Jason se había enfrentado a mucho caos en su vida.

Aquello no sería para tanto, se dijo. Sabía que estaba haciendo lo correcto. Llevaba mucho tiempo esperándolo. No pensaba darse por vencido tan rápidamente.

Acarició la pulsera que llevaba guardada en el bolsillo, como de costumbre, aquella que le había regalado a Aura en su décimo octavo cumpleaños y le había sido devuelta tres años después. Jason inspiró.

Tenía que hacerlo, por ella y por todos los demás. Había fallado a Aura. No había podido salvarla. Pero no volvería a decepcionarla.

Ni a esos niños tampoco.


























Jason solo sabía que tenía que llegar a tiempo para salvarles. Las palabras de Brigid aún se repetían en su cerebro. «Se han marchado. Es una trampa.»

Susan, Harry, Nova. Sus niños. Los que los habían acompañado. También niños, todos ellos en peligro de muerte. Más jóvenes incluso de lo que él había sido al volverse partícipe de la guerra.

Si tenía algo claro era que iba a sacarlos de ahí sanos, salvos y tan pronto como pudiera.

Tendría que haber estado más atento, se lamentó. Si había aceptado ir hasta Hogwarts por órdenes del Ministerio, había sido para echarles un ojo. Mantenerlos a salvo.

Había fracasado estrepitosamente.

—Lo siento, lo siento —susurró.

Los fantasmas de su pasado regresaban. Si alguno de aquellos niños se unía a ellos aquella noche... Si Susan, Harry o Nova...

No. Jason ni siquiera se lo planteaba. Esbozó una mueca al sentir un dolor sordo en el brazo, donde había recibido las peores heridas en la pelea con la serpiente. Jason realmente había creído que moriría allí.

Pero había sobrevivido. Se había tomado aquello como una señal. Le necesitaban allí, todavía no podía marcharse. Lo supo tan pronto como abrió los ojos en aquella habitación de San Mungo y encontró a Susan dormida en una silla junto a él, a Harry y Nova agazapados uno contra el otro en un sofá cercano, a Jessica de pie pero con los ojos cerrados y a Vega observándole con una sonrisa y las lágrimas cayendo por sus mejillas, mientras se apresuraba a sujetarle la mano que Susan no sostenía.

Aquellos cinco niños le necesitaban y él había sobrevivido para quedarse junto a ellos. Y pensaba hacerlo.

Lo que Jason no sabía era que Brigid Diggory era la causa de que hubiera vivido para contarlo y eso había sellado, irremediablemente, su destino.


























Siempre había disfrutado genuinamente las tormentas. Le irritaba algo el ruido, pero no podía evitar sentir asombro por la fiereza que éstas mostraban en ocasiones. El retumbar de los truenos, el destello de los relámpagos. La sinfonía infernal que se desencadenaba.

Pese a que se lo habían explicado muggles y magos en cientos de ocasiones, Jason seguía sin comprender por completo cómo se producían, cómo actuaban. Y no me importaba, porque le parecía maravilloso verlo como algo que no comprendía bien, del mismo modo en que no comprendía a la magia misma. Lo volvía aún más impresionante.

Las noches en las que las tormentas le despertaban —común cuando tronaban con fuerza, debido a su sueño ligero—, siempre se levantaba y, tras asegurarse de que ni Jessica ni Susan se hubieran despertado también, regresaba tranquilo a su cama e iniciaba la lectura de algún libro que tuviera pendiente.

Aquella noche, hizo lo mismo. Con Jessica y Vega en Hogwarts, solo tenía que revisar a los tres restantes. Puso algo más de atención a los dormitorios de Harry y Nova: sabía que a Susan no le preocupaban las tormentas. No podía decir lo mismo de los otros dos.

Se asomó al dormitorio de Nova y la contempló durmiendo plácidamente en la cama. Se quedó observándola un momento, examinando con atención sus rasgos. Sin su característica sonrisa pilla, se notaba mucho más su parecido con Aura. Tenía la misma forma de los ojos, las mismas mejillas sonrosadas y algo pecosas, la misma forma ovalada de la cara.

Jason sonrió débilmente antes de cerrar la puerta, con cuidado de no hacer ruido, y encaminarse al dormitorio de Harry. Pese a que al principio le había resultado doloroso ver a Aura en Vega y Nova, no podía negar que, poco a poco, aquel sentimiento había pasado a ser reconfortante.

Le hacía sentirla más cerca. Le hacía convencerse de que lo estaba haciendo bien, haciendo lo que ella hubiera deseado.

Por Merlín, aún la echaba de menos como el primer día.

Pensando en eso, abrió la puerta de la habitación de Harry. Tan pronto como posó los ojos en la cama vacía, se preocupó. Entró y encendió la luz. La ventana permanecía cerrada y con las cortinas corridas. El cuarto parecía desordenado, pero como Harry lo mantenía siempre. Más allá de la cama vacía, no había señal alguna que le indicara que debía asustarse.

—¿Harry? —llamó. No obtuvo respuesta.

Corrió a la planta baja, varita en mano y la punta de ésta iluminada. Se aseguró rápidamente de que el niño no estuviera en la cocina ni el salón. Tampoco en la biblioteca, el baño ni el comedor. Ni en el cuarto de juegos.

Un golpe le sobresaltó. Con el corazón desbocado, Jason corrió en aquella dirección, temiéndose lo peor. ¿Le habría pasado algo a Harry? ¿Estaba en peligro? ¿Había fracasado en su tarea de protegerlo?

Se detuvo frente a la pequeña puerta de la alacena bajo la escalera. Un trueno hizo retumbar las paredes de la casa. Un golpe se escuchó junto a Jason.

El hombre miró, desconcertado, a su alrededor. Le tomó unos segundos comprender que había provenido del interior de la alacena. ¿Sería posible...?

Abrió la puerta con precaución y no tardó en ver al niño encogido en una esquina, con los oídos fuertemente tapados con sus manos y los ojos cerrados. Temblaba. Jason se le quedó contemplando, tragando saliva.

—Harry... —susurró, incrédulo.

Aquella noche, Jason no se movió de aquella diminuta alacena, permaneciendo junto al niño hasta que la tormenta pasó y el pequeño, rendido, se durmió con la cabeza apoyada en su hombro. No importaron las veces que tratara de calmarlo: Harry se distraía un poco, intentaba seguir la conversación y, al siguiente trueno, volvía a taparse los oídos y todo volvía al principio.

Ver de aquel modo al niño le dolió a Jason mucho más de lo que esperaba. Mientras lo subía en brazos a su dormitorio, se dijo que tendría que descubrir qué pasaba con aquello. No podía permitir que Harry sufriera de aquel modo cada vez que hubiera tormenta.

—¿Papá?

La voz de Susan sonó a su espalda. Jason, aún cargando al agotado Harry, se giró hacia la pequeña pelirroja, que contempló con preocupación al otro niño.

—¿Harry está bien, papá? —preguntó, con un hilo de voz.

—No te preocupes, Susie —respondió su padre, en voz baja para no despertar al niño—. ¿Te pasa algo?

Susan negó, muy seria.

—¿Puedo dormir hoy contigo, papá? —preguntó, tras unos segundos—. Echo de menos a la prima Jess.

—Claro, cariño —susurró Jason, sonriendo levemente—. Dame un momento, vale.

Jason dejó con cuidado a Harry en su cama y le tapó bien. La mano del niño le sujetó por la muñeca antes de que terminara: Harry, con los ojos muy abiertos, le miraba casi asustado.

—No se lo digas a Vega —dijo, con voz temblorosa—. Ni a Nova. Ellas... No se lo digas, por favor, tío Jason.

Aquella noche, tras prometerle una decena de veces a Harry que no diría nada a sus primas, Jason le contó un cuento a Susan y esperó a que ésta se durmiera. Sin embargo, él no volvió a pegar ojo.

Cuando, con tanto cuidado como le fue posible, trató de hablar del tema con Harry, el niño solo le dio respuestas vagas: que no se acordaba bien de lo que sucedía durante las tormentas, que le pasaba en el orfanato, que no era nada importante. Lo que más claro tenía era que ni Vega ni Nova podrían saber jamás de aquello.

Jason mantuvo ojo atento en Harry cada vez que había una nueva tormenta, temiendo volver a encontrarle en el mismo estado que aquella noche. Sin embargo, nunca más volvió a ver nada raro, más allá de cierto nerviosismo en el niño.

Jason nunca supo que, a la edad de nueve años, Harry Potter aprendió a crear ilusiones para ocultarle su pánico a las tormentas y que ese temor jamás desapareció.


























—¡Tío Jason!

—¡Vega, Jessie, tened cuidado! —les espetó, desviando con rapidez una maldición que iba directa hacia su sobrina. Se colocó frente a Jessica y derribó a un mortífago—. ¡Ni siquiera deberíais estar aquí! ¿Qué pasa con Teddy?

Vio a Vega tensar la mandíbula. Ésta negó con la cabeza.

—Está con Kreacher.

—¿La has dejado con Kreacher? —casi gritó Jason, olvidándose momentáneamente de la batalla y los mortífagos que les atacaban—. ¿Te has vuelto loca?

—Créeme —repuso Vega, y había un destello peligroso en su mirada cuando dijo aquello—, estará perfectamente. No podía quedarme allí sabiendo quiénes estaban aquí.

Pronto se vieron obligados a separarse. Jason se lamentaba por no poder estar asegurándose de que todos y cada uno de los allí presentes salían ilesos: veía a Harry junto a Brigid Diggory —a quien, si no recordaba mal, había prohibido ir al Ministerio, pero resultaba evidente que no le había hecho el mínimo caso—, mientras Nova y Neville Longbottom, que había sido víctima del embrujo tarantallegra, se las veían también con mortífagos, que fueron rápidamente derribados por Harry y Brigid.

Ésta última corría hacia Susan y, pocos segundos después, Jessica se reunía con ellas. Jason buscó a Vega, la última que le faltaba por localizar: la vio peleando contra Maya Carrow. Derribando a su oponente, se dispuso en acudir en su ayuda.

—¿Tienes prisa, Bones?

Tan pronto como vio la expresión burlona de Mulciber, Jason sintió su sangre hervir. El mortífago detuvo a toda velocidad la maldición que le lanzó y soltó una carcajada.

—Sigues sin saber pelear, Bones —comentó, entrecerrando los ojos—. Deberías haberte limitado con ocuparte de tu orfanato. Ahora... ¿por qué no repetimos los viejos tiempos? Apuesto a que tu sobrina (Jessica, ¿no?) disfruta de nuestro trato tanto como tu querida Selena. O puede que sea la hija de Black. ¿Qué opinas?

—Opino que eres un payaso, Mulciber —escupió Jason, antes de dirigir una maldición baja al mortífago y lanzarle por los aires, lejos de su vista.

El único motivo por el que no corrió inmediatamente después hacia Vega fue la súbita aparición de Albus Dumbledore.

Por un breve instante, Jason creyó que todo acabaría bien.

Desde luego, se equivocó.


























—No pareces estar llevándolo mal.

Jason rio por lo bajo, negando con la cabeza.

—Es agotador —admitió, dándole un sorbo a su taza de chocolate caliente. Había llevado a los niños a celebrar la Nochebuena en casa del tío Remus. Era de esperar que Mary llegara pronto, junto a Reginald, así como Amelia, y pudieran comenzar finalmente la cena. Los más pequeños estaban, cuanto menos, deseándolo—. Pero no puedo quejarme.

—Se te ve feliz —rio Remus.

—Lo estoy —admitió el rubio, sonriendo levemente.

Jason suspiró a los pocos segundos. Era extraño volver a estar en la misma habitación que Remus. Habían pasado demasiado tiempo tratando de evitarse como para simplemente actuar con normalidad al decidirse a verse cara a cara.

—Esto es raro —comentó como quien no quiere la cosa. Remus rio nuevamente.

—Y tanto. Pero menos desagradable de lo que esperaba.

Los labios de Jason se curvaron hacia arriba. Dio un nuevo sorbo a su taza.

—En eso tienes razón. En cierta manera, creo que esto es lo que debíamos hacer.

—Tendríamos que vernos las caras en algún momento —opinó el licántropo, pensativo—. Y no puedo negar que esta sea la mejor manera. Vega, Harry, Nova... Hace ocho años, todo esto parecía imposible.

—Lo sé. —Jason se restregó los ojos, cansado. Escuchaba las risas de Susan, Nova y Harry desde el salón, mientras Jessica gritaba algo. Vega guardaba silencio—. Aún me pesa no haber hecho más.

—Y a mí —admitió Remus, tomando asiento frente a él. Jason levantó la mirada y la dirigió a los ojos del otro hombre, que tenía la vista perdida, pensativo—. Teníamos tanto miedo...

—Aún lo tengo —confesó Jason, quitándole algo de seriedad al asunto con una carcajada, pero sin negar lo innegable: todavía le aterraba la idea de fallar a aquellos niños. Remus cabeceó.

—Supongo que yo también. ¿Qué es lo que más te inquieta?

Jason no tenía que pensar demasiado en aquella respuesta. Suspiró nuevamente.

—Vega.

Se había dicho que lo estaba haciendo lo mejor que podía, pero parecía no ser suficiente. Pese a que sentía que, poco a poco, la niña comenzaba a confiar en él, en especial viendo cómo su hermana y primo lo hacían, aún mantenía una actitud muy seria y reservada con él. Tensa, casi temerosa. Jason detestaba ver el miedo en sus ojos azul grisáceo.

—Se parece mucho a Aura, ¿no crees? —murmuró Remus, melancólico.

—Y tanto que sí —asintió Jason—. Todos tienen un poco de ella, pero Vega... Me recuerda a ella en prácticamente todo. Es impresionante.

Remus asintió, despacio. Sus ojos se volvieron hacia Jason y, poco a poco, fue sonriendo. El otro también terminó por esbozar una sonrisa.

—Fueron buenos tiempos, ¿no crees? —masculló, pensativo.

Jason asintió.

—Los mejores años, sin duda.


























Lo primero que Jason sintió fue una enorme incredulidad.

Ver a Sirius Black atravesar el Velo de la Muerte, marcharse de una forma tan súbita... Jamás lo hubiera imaginado así.

Pareció que a todos los presentes les invadía el mismo desconcierto. Fue como si el tiempo se detuviera dentro de la sala. Jason bajó lentamente la varita, con los ojos puestos en el arco de piedra y una frase repitiéndose con insistencia en su mente.

«Sirius ha muerto.»

Todo se movía más despacio. Jason buscó a Remus con la mirada y le encontró sujetando a Harry. James observaba el velo con la incredulidad y la derrota grabadas en el rostro. Vega sujetaba a una desconcertada Nova por la muñeca, sin apartar la mirada del arco, mientras su hermana menor gritaba algo y comenzaba a sollozar.

«Sirius ha muerto.»

Entonces, todo el tiempo que parecía haberse parado comenzó a ir a toda velocidad, como si pretendiera recuperar los segundos transcurridos en inmovilidad. Jason avanzó, abriéndose paso a empujones, tratando de llegar a Vega y Nova. Muchos otros trataron de ir en la misma dirección. Apartó a Ariadne, que tenía la misma expresión de desconcierto que gran parte de la sala. Ésta ni siquiera opuso resistencia.

Una figura pasó junto a él y Jason fracasó en la tarea de detenerla.

—¡Brigid! —llamó, dejando que la preocupación se abriera paso a través del shock—. Espera.

Más voces gritaron, alertadas por la suya. De nada sirvió. Michael Nott trató de frenarla, sujetándola por el hombro. Algunos incluso intentaron inmovilizarla con hechizos.

Brigid Diggory continuaba avanzando, sin detenerse, directa al Velo de la Muerte. No apartaba la mirada de éste. Ni uno de los gritos que los otros proferían parecían inmutarla.

«¿Qué pretende?», se preguntó un aterrado Jason, que había acelerado el paso.

Harry apartó a Remus y corrió hacia ella, sosteniéndola con fuerza por la muñeca antes de que atravesara el velo como Sirius instantes atrás. Todos los allí presentes parecieron contener la respiración.

—¡BREE! —gritó el azabache, desesperado.

Ésta se detuvo un momento. Un momento en el que Jason realmente creyó que daría marcha atrás y la situación terminaría allí. Habían perdido a Sirius. Si aquella niña...

Muchos gritaron cuando Brigid dio un paso al frente y atravesó de lleno el velo, perdiéndose tras él. Jason entre ellos.

No era posible. No acababa de dejar morir a una niña, sin hacer nada para evitarlo. No justo después de ver a su amigo morir.

—¡Brigid! —gritó Vega, poniéndose en pie, sin poder creerlo. Nova, de rodillas junto a ella, dejó escapar un nuevo sollozo.

Jason corrió hacia ellas tan pronto como la vio levantarse. Por un momento, se había olvidado por completo de su presencia. Se había olvidado incluso de la batalla.

Ésta no había acabado. El peligro no se había marchado y Jason no podía cometerse otro error. Otra pérdida.

Llevaban demasiadas en muy poco tiempo.

¡Protego! —bramó.

La maldición verde dirigida a Vega rebotó en el escudo y una iracunda Maya Carrow le dirigió una mirada de desprecio. La chica ahogó un grito y dio un paso atrás. Jason se detuvo a pocos metros de ésta y su hermana, viéndose obligado a retroceder por la fuerza del hechizo.

El escudo invisible se resquebrajó tras media decena de maldiciones dirigidas hacia él a toda prisa. Jason rechazó las dos siguientes, pero la tercera le arrebató la varita de la mano.

Jadeante, observó a su adversaria. Era capaz de escuchar en la lejanía los gritos y hechizos de los otros combatientes. La batalla se había reanudado en toda la sala.

—Deberías haberte quedado donde estabas, Bones —comentó, despectiva, Maya.

—Recuerdo que ya me dijiste algo así una vez, Carrow —replicó éste.

—Parece ser que no aprendiste. ¡Avada kedavra!

¡Protego! —bramó Vega, que se había colocado frente a su hermana. Nova continuaba en el suelo.

Dirigió el escudo hacia Jason. Pero la maldición asesina fue hacia ella.

En momentos como aquel, todo lo demás queda olvidado. Jason comprendió rápidamente la estrategia de Maya: la conocía bien, después de todo. No era la primera vez que la presenciaba.

Puede que, debido a ello, sus músculos actuaran por instinto antes incluso de que fuera capaz de saber la trayectoria que seguiría el letal rayo verde.

Vega se dio cuenta de lo sucedido unos pocos segundos más tarde. Unos segundos que, en casos como aquel, siempre eran vitales.

Jason abrazó a la chica, que abrió mucho los ojos. La escuchó susurrar un «no».

En el momento en que la maldición asesina alcanzó a Jason Bones en la espalda, Brigid Diggory, al otro lado del velo, supo que una vida más acababa de perderse.

Vega Black fue la primera en gritar. Pronto, otras cuatro voces se le unieron. Voces más rotas que las tontas que se escuchaban en el Departamento de Misterios, pues no eran las de cualquiera.

Porque Jason Bones acababa de dejar atrás a cinco huérfanos que aún le necesitaban mucho más de lo que jamás se hubiera imaginado.


























—Eres tú.

Un incrédulo Jason contempló el rostro lleno de emociones enfrentadas de Aura Potter. Su mejor amiga rio, dejando escapar al mismo tiempo una lágrima.

—Soy yo.

Jason no necesitaba hacer preguntas para saber qué había sucedido. Se limitó a guardar silencio, sin apartar la mirada de Aura. No cabía duda de que era ella, tal y como Jason la recordaba. Incluso mejor: parecía que los últimos meses de encierro en su hogar jamás hubieran sucedido. Su amplia sonrisa era tan auténtica como las que él recordaba en su primer curso en Hogwarts. Sus ojos azules chispeaban viva.

—Hay gente esperándote —comentó.

Jason la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza. Aura no dudó en devolverle el abrazo con la misma emoción: ambos llevaban demasiado tiempo esperando aquello.

Demasiado tiempo echándose de menos.

—Te he echado de menos, Au —susurró él.

—Y yo a ti, Jace —respondió Aura, entre lágrimas.

Si aquel era su final, se dijo Jason, nunca podría haber esperado uno mejor.




















mi regalo de cumpleaños para bree y para mí <3

hubiera preferido publicar capítulo, pero este acto no podía terminar sin el extra de jace y es lo que ha tocado hoy jsjs igual aún ando medio atascada con el primer capítulo del acto 4 y prefiero tomármelo con calma y que quede bien a hacerlo forzada y terminar odiándolo a, igual espero poder publicar pronto :)

besos y cuídense!

ale.

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