CAPÍTULO 01

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¿Qué tan rápido podías pasar de positivo a negativo? Natasha lo había averiguado en cuestión de segundos. Aunque no hubiese amanecido con el pie derecho, era parte del día a día y eso no quería decir que todo estaba perdido.

Subió las escaleras a toda velocidad, pudiendo llegar antes de que bajaran a supervisar, charlar un poco con sus amigas y dedicarse a trabajar. Y en un abrir y cerrar de ojos ya había una caja donde debería encontrarse su porta lápices, además de que las notas con pendientes para la semana habían terminado reunidas todas en un bulto sin forma, pero lo peor de todo, era ver a ese tipo ocupar su puesto como si nada y haber retirado sus cosas hasta dejarlas casi al filo del pequeñísimo escritorio — ¿Pero qué demonios se creía?—. Aclaró su garganta sin éxito, porque ni siquiera se dignó a verla. Iba a chillar de frustración, pero de pronto el supuesto caso de que Margaret ya no requiriera de sus servicios y la hubiera reemplazado sin avisar, también era una gran posibilidad.

Con decisión posó ambas manos en la madera frente él de forma brusca haciendo vibrar el escritorio tan solo un poco, y por fin no tuvo solo su atención, sino también la de sus otros compañeros; en especial la de María y Pepper que observaban entre curiosas y divertidas, sabiendo de ante mano lo que se le venía al pobre chico.

— ¿Se puede saber quién eres y qué haces en mi cubículo?— exigió tan demandante como le fue posible, aparentando una clase de autoridad que no tenía, por supuesto. Lo curioso era que no lo había intimidado ni un poquito, cero, nada. Seguía sin mover un solo dedo.

— Me encantaría responder a lo segundo, pero ni siquiera yo sé por qué me enviaron aquí. — sonrió tan falso que no se molestó en ocultarlo y eso a ella le confirmó que sí, en efecto, se trataba de otro idiota arrogante.

Fue entonces cuando las chicas a su derecha intercambiaron un encogimiento de hombros en protesta a su inocente pensar. —Bueno, quizá no era tan desvalido como lo imaginaron.

— El saber, "para qué" es lo que menos me importa, solo buscaste otro. — insistió, comenzando a mostrar su lado caprichoso, el que nunca se fue con el tiempo.

— Como puedes notar, no hay otro, este es el más cómodo. Así que no, lo siento.

Él pensó que debía ser lo último que le faltara. Margaret era cruel, lo sabía, pero no tenía la certeza de a qué punto hasta que lo rebajó al nivel de discutir por un miserable cubículo. Antes solía tener una oficina grande, con ventanales que daban una vista espectacular y con muebles de buen gusto. Eso, donde se encontraba, era un divisor con una silla insípida. ¡Y ni siquiera era reclinable! Parecía una maldita comedia televisiva.

— Pues es una lástima, yo trabajé por esto, así que si no te mueves ahora, iré donde él supervisor.

A él le sorprendió la manera en cómo se expresó, con tanta propiedad. No había visto a esa muchacha jamás en su vida, no recordaba ni por asomo haber gozado de la presencia de una pelirroja descarriada alguna vez en su oficina. Y ya, de pronto podía asegurar que hablaría con el supervisor. ¡Vaya chiste! Le encantaría ver cómo iba y no encontrara a nadie competente en su lugar, por no decir a nadie.

— Primero —elevó su largo dedo índice, solo para enumerar—, ¿Por qué trabajarías por esto?— hizo un gesto de desagrado, arrugando la nariz ¿Qué tan pocas expectativas tendría esa mujer?—. Segundo; justo ahora no hay un supervisor, y tercero... Acostúmbrate, así funciona el mundo. Si lo ves antes, es tuyo.

A Natasha se le implantó el bicho de la duda, era imposible no tener un supervisor, su jefa era la persona menos predilecta para manejar a todos. Tenía muchas virtudes que formaban parte de su oscuro ser; Margaret era una tirana, podría comerse al mundo si quisiera, pero no sola; el señor Rogers era aquel que hacía el trabajo por ella. Quizá jamás hubiese visto al hombre, ni ella o alguna otra persona en ese lugar, pero si sus amigas hablaban maravillas de él a pesar de que estuvieran tan abajo como ella en la misma posición, pues algún rumor debió de haberles llegado y ha de haber sido bastante bueno como para lo que se especulaba él hacía. Así que negarse a la simple petición que haría no debía ser nada para un hombre como ese.

Al final llegó a la conclusión de que ese tipo, además de idiota, era un mentiroso. Ella iba a replicar, si no fuera porque su exuberante jefa apareció tras ella para cortarle la fiesta.

Ahora sí, su cuerpo estaba paralizado. No estaba trabajando como se esperaba y además llegaba varios minutos tarde, podía oler los problemas llegarle como una avalancha y no pararían hasta enterrarla. Al voltear, su cara se descompuso, Margaret Carter venía más sonriente que...nunca, a decir verdad.

Los primeros meses que comenzó a trabajar ahí, pensó que esa mujer no tenía emociones, con excepción de que eso era científicamente imposible. Así, luego de mucho tiempo, lo atribuyó al sin fin de intervenciones quirúrgicas que ella se hacía para evitar las líneas de expresión. No importaba si lo disimulaba, todos sabían que ya pasaba los cuarenta. Lo único que podría admitir, era que su figura lo justificaba; una especie de reloj de arena solo porque amenazó al cirujano para que le quitara dos costillas.

Natasha, con todo el autocontrol que le fue posible mantener, se quedó muy quieta; aguardando a que su jefa hablase y esperando a la reprimenda que les esperaba a ambos. Si eso haría que el hombre en su asiento se fuera lejos, lo valía.

— Natalie. — saludó, como si fuera cosa de todos los días.

— Es Natasha. — corrigió con nerviosismo. En verdad se preguntaba si olvidaba su nombre todo el tiempo, o lo hacía adrede.

— Como sea —Steve detalló cada uno de sus movimientos, conteniéndose de rodar los ojos al ver que fingía que la situación le importaba y no era en realidad el hecho de que quería burlarse de él— , veo que ya se conocieron.— agregó, juntando las manos con satisfacción.

— ¡Oh, sí! De eso quería hablarte. Cuando llegue aquí, él estaba en mi puesto y yo no...

—Shh, silencio, Nadia. — hizo una seña para que cerrara la boca y ella se volvió roja mientras intentaba contener un bufido. En realidad estaba harta de su Alzheimer momentáneo que, quería pensar que por casualidad, solo le pasaba con ella; al menos dentro de esa oficina —. Yo lo envié aquí, él es tu nuevo compañero.

— ¿¡Cómo!?— se exaltó y se retractó al instante al ver la expresión fría y oscura de Margaret —. Lo siento, no lo entendí muy bien. Creí oír que dijo, ¿Compañero?— trató de usar un tono más sutil, sin resultados. Cuando su jefa barrió la estancia con una mirada mortal, todos dejaron de prestar atención volviendo a lo que hacían, en especial las cabezas rubia y morena que sobresalían de fondo.

— ¿Es que eres sorda, muchacha? Sí, eso fue lo que dije. Necesitas...mejorar — se excusó sin motivo—. Así que ahora él será tu asesor.

— P-Pero, yo estuve cumpliendo con todo lo que me dijo...

— Por favor, para. No me gusta oír quejas, lo sabes — canturreó la última parte—. Querías subir de nivel, ¿No? Está decidido entonces, así que toma otra silla y comiencen a trabajar.

Antes de irse, se giró a Steve, quien estaba aún más confundido que su ahora compañera en ese momento — ¿De verdad le estaba haciendo eso?—. Él negó para sí mismo, sin poder creerlo. Sabía que si sucumbía a sus peticiones, ella volvería sin inconveniente; pero así no funcionaban las cosas en su cabeza, ni en la cualquier otra persona que se considerara justa.

Se lo ganaría de nuevo, de hacer falta; pero no iba a acostarse con ella. Ni siquiera le atraía un poco como para pensárselo. Margaret estaba tan podrida por dentro, que caería bajo si se decidía a hacerlo. El sonido detestable que hacía con sus tacones dando pisadas tan fuertes sobre la madera, hicieron que le devolviera la mirada de molestia y menos reprimió su desagrado cuando se inclinó a besar su mejilla.

— Esto es para que aprendas a no volver a rechazar una oferta como la mía. — susurró tan bajo, que apenas logró escucharla. Parecía el siseo de la furia retenida, y no lo hizo sentir apenado en absoluto. No lo obligaría.

— Aún si me pusieras con el servicio de limpieza, seguiría siendo un no. Antes renuncio.

— No me obligues a abrirte las puertas a esa posibilidad, Steven— se alejó de él, sonriéndoles a ambos otra vez—. Adiós querido, y adiós...

— Natasha.

— Eso. Pasen lindo día.

Imposible —. Se dijeron ambos antes de mirarse con horror. Falta de remedio, Natasha llevó su silla hasta el lugar; obligándolo a apegarse a la ventana, volvió a colocar sus cosas y se dedicó a sus pendientes al igual que él, que no tenía intenciones de crear una nueva amistad por el momento. A esas alturas no había tiempo para procesar nada, ya lo haría cuando llegase a casa.

Steve era consciente de que no se había presentado de la mejor manera, solo que se volvía irrelevante con todos los problemas que se traía encima, incluso si ese no era su comportamiento habitual, ni la forma en que su nana le había inculcado el tratar a una dama. Era más fuerte el hecho de sentirse derrotado más que cualquier otra cosa.

Por otro lado, la joven junto a él no podía estar menos concentrada en lo que hacía, porque en ese instante su insistente par de amigas llamaban su atención con siseos desmedidos.

Ella les dirigió la expresión más seria que pudo formular y María fingió miedo solo para molestarla. Muy a su pesar, debido a que no quería dar explicaciones, termino yendo hacia el par o no cerrarían nunca la boca.

— ¿Qué es lo que quieren ahora?— les gruñó a la cara.

— Oh, nada, solo decirte que yo no me hubiera molestado por sentarme junto a él. — María mordió su labio solo para provocarla, y de alguna forma, lo había logrado; se sulfuró en cuestión de segundos y podría haberle salido vapor por las orejas.

— ¡Es un completo patán!

— Pero uno muy sexy, ¿A qué sí?— elevó las cejas de manera cómica, haciendo reír a la rubia.

— Lo siento, Nat, esta vez estoy con Hill. Ya no sé si "Madame" estuvo de buenas hoy y recordó que no te dio un aumento por tu cumpleaños pasado y quiso compensarlo con él.

— Pues si es así, no se hubiera molestado. — replicó, viendo de reojo en su dirección. Él seguía imperturbable tecleando en su portátil sin distraerse por nada, mientras que ella solo quería salir corriendo hasta llegar a su casa, abrir el refrigerador y sacar el envase más grande de helado que tuviera al alcance y lamentarse por su horrible día.

— Yo en tu lugar no me molestaría, rudo es lindo.

— No es rudo, solo es un idiota— resopló, ya cansada—. Además, Pepper, ¿Qué tú no salías con el inversionista que venía los viernes?

— ¿Stark?— contestó María en su lugar.

— Sí, ese.

—Uh. No creo que sea buena idea sacar ese tema ahora. Pepper le devolvió los chocolates suizos la última vez. Yo lo hubiera hecho también y además se los hubiera arrojado a la cabeza. No es educado dejar plantada a una chica. — se cruzó de brazos, negando repetidas veces.

— ¿¡Te dejó plantada!?— chilló con sorpresa, se concentró en su amiga; que tenía la cabeza gacha y jugaba con el borde de su estilizada falda a cuadros.

No le encontraba la lógica, Pepper era la mujer más interesante que conocía, además de bella. Si no trabajara escribiendo artículos o contestando llamadas de vez en cuando, sería modelo, de seguro. Pero, como siempre, ningún hombre está conforme.

— Él dijo que fue porque se le presentó un inconveniente en el trabajo, y está bien, no era la gran cosa.

— Sí, bueno, de cualquier modo siempre están disponibles los del piso cinco. — Hill giñó coqueta, moviendo los hombros en su dirección y logrando sacarle una minúscula sonrisa.

— Es que yo creí que era diferente.

— Nada de eso. Si no se esfuerza a la primera, no lo vale Rach. Es solo otro imbécil que cree que por tener dinero vas a entrar a su lista de espera y aguardar a que te llame. Si lo hace, no debes contestar, ¿Entendido? Debe creer que ya no te gusta, ten fuerza de voluntad. — Natasha la aconsejó aun sabiendo que la barrera se iba quebrando de a pocos. El teléfono comenzó a sonar de pronto y los tres pares de ojos se fijaron en el aparato. Para dos de ellas, el número era más que conocido, y cuando Natasha se dio cuenta, ella y María posaron ambas manos sobre el aparato para evitar que su amiga cometiera una locura.

Sin embargo, Pepper negó y ellas soltaron un suspiro de alivio aguardando a que se perdiera la llamada, pero al primer descuido dejó sus mandíbulas por el suelo cuando atendió.

— ¿Hola?

Pepper Potts se desatendió de las dos mujeres junto a ella como si jamás hubieran dicho algo, mientras esperaba a que la voz del otro lado empezara a rogar su perdón.

— No puede estar haciéndolo en serio. — a Natasha le resultó estúpido a niveles exorbitantes.

— Créelo, ya la vi hacerlo dos veces la semana anterior. Ya no sé ni por qué me sorprende.

Y aun así, pareció ser en cámara lenta el momento en que el rostro de la rubia afectada se deformaba a medida que el tipo hablaba. Lo que hacía a María y Natasha preguntarse qué rayos sucedía.

— ¿Steve Rogers?— murmuró contra el teléfono.

El mismo. Escucha, lamento mucho lo que pasó entre nosotros, lo compensare, lo juro; pero ahora debo atender este asunto y me dijeron que lo transfirieron aquí.

Stark explicó apurado del otro lado de la línea. Ella quiso golpear el aparato hasta que quedara hecho trizas, pero después de todo, debía de reportar el mensaje ¿Noah Rogers?; ¿De dónde sacaba que un tipo como él terminaría en ese piso? Debía haber sido algún error.

De cualquier modo, lo puso en línea de espera para luego ponerse de pie y llamar la atención de sus colegas.

— ¿Alguien aquí sabe dónde está Steve Rogers?

Y a Natasha, de no haber estado sentada, era probable que cayera de golpe contra el suelo cuando su molesto compañero de sitio se puso de pie. Ahora ya no sabía que era peor. La tierra podía tragarla y escupirla en cualquier parte del mundo, muy lejos de ahí — ¿Con qué cara iba a continuar su ronda matutina al día siguiente?—. Podía ir despidiéndose de sus sueños. Ahora todo se había venido abajo.

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