CAPÍTULO 04

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Helaba ahí afuera, la brisa nocturna le calaba los huesos y estaba incómoda como si de pronto a pesar de que no hubiese nadie rondando por los al rededores, las miradas agudas y reprobatorias de los vecinos la atravesaran como cuchillas.

No podía evitarlo, era su lado prejuicioso, pecaba de paranoica como le decía Jane. Si no se encontraba en su ambiente, era difícil mantener el perfil en alto; pero ahora que había llegado hasta ahí, no había marcha atrás. Esperaría a que alguien se dignara a abrir la puerta, entregaría la carpeta y saldría de ahí tan rápido como llegó.

Revisó sus tacones una vez más y estaban perfectos a pesar de haber caminado un buen tramo, ni siquiera se había tomado la molestia de cambiar su atuendo, no tenía ganas de nada.

Se tambaleaba sobre sus pies de atrás hacia adelante y de pronto, justo cuando pensó que el ir hasta allí era una pérdida de tiempo, la puerta se abrió; más no era su compañero el que le dio la bienvenida, sino una mujer de mechones castaños, quien ya debería de rondar los cincuenta años; bajita y ahora confundida. Natasha decidió agachar la cabeza hacia el suelo, lo que en ese momento le pareció mucho más interesante.

— ¿Necesitas algo?— preguntó con voz suave y ella alzó su vista alarmada hacia los ojos claros que aguardaban curiosos.

— Buenas noches, mi nombre es Natasha Romanoff, soy... la compañera de trabajo de Steve, es esta su dirección, ¿No es así? Espero no haberme confundido. — balbuceó con nervios y volvió a revisar la carpeta en sus manos por si es que se le pasó algún número, sintiéndose tonta.

La mujer la inspeccionó de arriba abajo; un escaneo simple y rápido, de pronto pareció más interesada en recibirla y mostró su mejor sonrisa, cosa que la asustó un poco y Natasha pensó que era hora de salir corriendo.

— Por supuesto que sí, bajará en un minuto. Pasa, por favor ponte cómoda.

— ¡Oh! No será necesario, solo dígale que lo olvidó en el escritorio esta tarde. — se excusó con su mejor expresión de disculpa, pero aun así, la mujer se negó. No le importaba en absoluto si al involucrado no le parecía la mejor idea del mundo.

— No, por favor, insisto. Steve no recibe visitas hace tanto.

—Pues no creo que espere mi visita. — murmuró por lo bajo.

— ¿Cómo dices?— ella no era ajena a la situación, pero la muchacha le pareció tan indefensa que era imposible imaginársela como Steve la había descrito.

— Nada importante. — negó con rapidez. — Yo creo que mejor me voy, dígale que lo veré mañana en el trabajo... o mejor no.

— Niña, ¿Qué cosas dices? No te mueves de aquí, anda, permíteme conocerte un poco. Él es muy reservado con sus compañeros de trabajo— Natasha resoplo y estuvo a punto de implorar que la dejara ir, pero los ojos grises la obligaron a hacer todo lo contrario. Y como si fuera costumbre, ingresó a la casa—. Por cierto, me llamo Anne.

— Es un placer. — dijo ahora, mucho más convencida.

Los engranajes en su cabeza pelirroja trabajaban a toda velocidad, pensando cómo rayos huiría ahora. Demás estaba decir que tanto para Steve como para ella, su presencia dentro de su espacio personal no era muy grata. Tomó asiento en el sofá acolchado y oscuro y se dedicó a admirar el espacio donde había fotografías por doquier, sobre todo las de una pequeña rubia sobre el aparador junto a la entrada. — ¿Tendría familia?

Bueno, ese punto ya no era de su incumbencia, sin embargo la decoración solo confirmaba su repentina sospecha. Rogers no podría tener tan buen gusto como para generar algo de calidez o afecto.

— ¿Algo de beber?

Salió de su estupor sacudiendo la cabeza. Anne estaba junto a ella en el sofá y ni siquiera lo había notado.

— Yo... no, gracias.

— ¿Segura? Está haciendo algo de frío afuera y tengo chocolate caliente, también té de menta, si lo prefieres. — los ojos de Natasha se encendieron y sin querer dio un respingo en su lugar, sonriente y animada.

— El té estará muy bien. —Bueno, no era como si su fuerza de voluntad fuese inquebrantable.

Escaleras arriba, Steve, quien se mantenía ajeno a la situación, estaba de rodillas junto a la cama pequeña y rosa. Acariciaba despacio el cabello lacio y delgado de Olive, que apenas había despertado para decirle buenas noches. La inflamación iba disminuyendo y eso hacía que su respiración se regulara. Él estuvo todo el rato con ella hasta que encontrara un momento en el que no peligrara. La arropó con las mantas y besó su frente con delicadeza.

Su deber era protegerla, debía cuidarla de lo que fuera ahora que Thomas no podría hacerlo. Pero estaba un tanto decepcionado de sí mismo, tan sumergido en su trabajo que no había tenido tiempo de llamarla esa tarde. Apagó las luces de la habitación, salió sin hacer ruidos y apenas llegar al pasillo escuchó una risa conocida, la de Anne. Lo extraño era que nunca reía sola, tampoco con las películas de comedia que acostumbraba a ver.

Bajó por la escalera y se detuvo a medio camino para observar. Era Natasha la que disfrutaba de una taza de té con Anne, quien se había presentado como la nana de Steve y de quién tenía fotos terriblemente adorables con las que cualquiera lo humillaría.

Natasha parecía ver a dos personas distintas, el niño sonriente no podía ser el mismo tipo con el que compartía la oficina.

— ¡Y aquí está de bebé! Era un completo travieso, aunque también bastante lindo, ¿No es así? Tenía unas pompas regordetas.

Por un momento, el té casi le brota por la nariz, pero al sentir las pisadas pesadas acercarse a ellas y ver a Anne cerrar el álbum con un movimiento de mano fugaz, se puso rígida en su asiento. Los ojos fríos de él parecían atravesarla y después a la mujer que la acompañaba, la cual no se inmutó en absoluto.

—Mira quien vino a verte —sonrió tomándolo de la mano para acercarlo—. Natasha es un ángel, olvidaste parte del trabajo en la oficina y ella te lo ha traído hasta aquí.

— Sí, estaba a punto de salir y vi que lo olvidaste. Ahora que ya lo tienes, yo ya debo irme, se me hace tarde. — rápida dejó la taza sobre la mesita de centro y se puso de pie en un salto. Steve frunció el entrecejo sin comprender, intercalando su mirada de sus manos a ella y leyó la primera hoja, encontrándose con el porcentaje de las ventas del último mes. Si no las tenía listas para mañana todo sería un completo caos, no podía creer que las había olvidado en el trabajo, pero sobre todo, que ella se la hubiera traído.

— ¿Te vas tan pronto?

— Sí, tengo algo de trabajo sin terminar — y lo decía en serio, el artículo que estaba tratando de volver decente, se hacía cada vez más complejo porque sus argumentos se agotaban. También puede que no haya traído dinero para el taxi y llegar a casa le tomara más tiempo si caminaba, así que ese era un detallito que se ahorraría—, pero ha sido un gusto conocerte, Anne.

— ¡Oh, querida! El gusto ha sido mío.

Se tomó la libertad de abrazarla como si la conociera de toda una vida, lo que hizo que Steve y Natasha, abrieran los ojos sin mesura. Aunque luego, esta última se relajó un poco.

—Muchacho, se amable y llévala a su casa. Es tarde y además ha tenido la buena voluntad de traer esos documentos hasta aquí.

Anne se había vuelto loca si pensaba obligarlo. Estaba agradecido, sí, lo suficiente como para llamarle un taxi.

—No te molestes, puedo ir sola. De seguro Steve tiene mucho que hacer ahora.

—Tonterías, él lo hará. — ese era el tono que no dejaba cabida para réplicas. Y además aplicó la mirada con amenaza silenciosa.

— Sí, yo lo haré.

Natasha casi sale órbita cuando de pronto dejó su incomodidad y notable molestia de lado para aceptar sin problemas.

— ¿Seguro? No quiero incomodar. — ni siquiera obtuvo respuesta y alcanzó a alzar su mano en despedida, porque él ya la había tomado de la muñeca para llevarla hasta afuera. No esperaba las cortesías, así que se zafó con rapidez y lo miró con intensidad por un segundo. No parecía muy animado, de hecho sus ojos azules lucían muchísimo más oscuros y su gesto serio solo provocó que un escalofrío la recorriera.

Anne los observaban a través de la persiana con una sonrisa juguetona. Cuando vio a su muchacho bajar la guardia ante la pequeña chica, se dio por satisfecha.

— No tienes que hacer lo que no quieres, Rogers.

— Lo sé, pero ahora me encuentro en deuda aunque me cueste admitirlo.

— Olvídalo, prefiero caminar.

— Con esos tacones no pasarás de una cuadra. —bajó la mirada hacia sus pies y los señaló.

— Para que lo sepas, son bastante cómodos.

— Es lo que menos me importa, solo sube al auto para dejar de deberte el favor.

—Podrías ser un poco menos forzado, ¿Sabes? A mí me costó traer eso también. — se cruzó de brazos.

— Llevo soportándote dos días y has sido de todo menos amable, ¿Por qué rayos lo eres ahora?

— Oye, yo también me encuentro en la misma situación, y no es amabilidad, es remordimiento. El idiota que se sienta a mi lado olvidó el trabajo sobre el escritorio y fui la última en salir, tengo un jodido sentido del deber que me obliga a hacer cosas de las que no me siento muy orgullosa, ¿Sabes?— al menos eso cubriría el hecho de que era una sensiblera y ayudar estaba en sus venas, por muy odioso que sea el tipo—. Y sí hablamos de amabilidad, que quede claro que tú agotaste mi paciencia primero. Eres la persona más mal educada y poco cortés que he conocido.

— Pues hubiera sido distinto si no hubieras entrado con tus aires de grandeza a reclamar un puesto que yo ocupé antes.

— Yo no tengo aires de grandeza— se asombró de lo cínico que era, ¿Acaso no veía si reflejo?—, tú eres el idiota que se cree dueño del mundo y que mira al resto sobre su hombro porque antes era el supervisor de la compañía.

— Lo sigo siendo, solo pruebo nuevas áreas mientras tanto. — se excusó sin sentido.

—Ya, claro— espetó con sarcasmo—. Pues si es así, grandísimo mentiroso, ¿Por qué no te buscas otras?

—¿Sabes qué? No tengo por qué estar discutiendo esto contigo, si no quieres subir, por mí está perfecto. Dale las gracias de mi parte a tu jodido sentido del deber.

— ¡Bien!

— ¡Fantástico!

Natasha dio media vuelta, temblando de la indignación y con la certeza de que necesitaría un buen masaje al llegar a casa porque sus pies se destrozarían con esos zapatos altos. Se maldijo por ser una desesperada formal, pero también lo maldijo a él por ser un despistado.

Debía ser realista, no llevaba ni dos cuadras como él había dicho. Trató de ir despacio; abrazándose a sí misma en medio del frío y considerando el ponerse a caminar descalza, luego vio una goma de mascar tirada en la acera y la idea fue directa al traste.

Cerró sus ojos, suspirando de a pocos, intentando no dormirse a medio camino, hasta que de repente reaccionó de golpe cuando notó que alguien, o más bien algo, la andaba siguiendo.

Quizá, en resumen, era un alguien dentro de un algo que la iba siguiendo. Y no le agradaba.

Lo miró y frunció los labios cuando se detuvo justo a su costado.

— No hagas preguntas, no pongas esa cara y súbete, ¿Quieres?

— No lo haré.

—Romanoff, estás haciendo de esto una tormenta en un vaso de agua; te llevaré a tu casa quieras o no. Que por supuesto que quieres, porque justo ahora pareces un cachorrito desamparado bajo la tormenta. Así que deja tu orgullo por esta noche, mañana volveremos a odiarnos todo lo que quieras.— ella abrió la boca para negar todo lo que había dicho aún si terminara mintiendo, pero era más que obvio que necesitaba el aventón y un drama en ese momento era lo peor que podía hacer. A regañadientes, ignorando la sonrisita de suficiencia, subió al lugar del copiloto cerrando de un portazo.

—Sigue de frente y a la izquierda.

— Así está mejor.

— Sólo cállate y conduce.

El silencio era, en particular, incómodo. Natasha no veía la hora de llegar a casa; sana, salva y lejos de Steve Rogers. Por eso, cuando diviso el edificio de su apartamento, su corazón salto de alivio.

— Es aquí.

— ¿Me lo dices en serio?— ella lo miró con gesto cansado. Ya no se molestaría en contestar alguna grosería—. Qué... pintoresco— él no quería perderse detalle de la fachada de piedra con las luces colgantes en el patio; antiguo y sin duda alguna, no existían los ascensores. No viviría en un lugar como ese, al menos no ahora—Un momento... ¿Lo estaba considerando? ¡No!—. Pero ella, fuera de lo odiosa que era, tampoco parecía encajar en un lugar así. Era como la dama en el barrio del vagabundo. Era sencilla sin parecer corriente, y era delicada para algo tan carente de armonía y gusto.

No, ni con el pasar de los años la visualizaría ahí. Y tenía una gran visión, así que esa chica tenía que empezar a proyectarse.

— Si no te agrada, es lo que menos me importa.

—No es eso. Pero pensé algo más... ¿Moderno? No el mini Bronx.

— Como sea.— bajó del auto y corrió a la entrada sin molestarse en despedirse, hasta que él la llamo y la obligó a girar. Steve lo estaba pensando, mientras más lo hacía, más raro le resultaba.

—Romanoff.

—¿Rogers?

— Gracias, los necesitaba.

Ella hizo una mueca tratando de disimular lo satisfactorio que era verlo siendo considerado, sin importar que fuera de la manera más mínima. Solo por eso sintió que también debería hacer lo mismo, aún si no había sido la mejor compañía.

—Sí, gracias igual. Adiós.

Cerró tras de sí y pudo respirar en paz para subir hasta su habitación. Steve, solo se quedó admirando la entrada a la que sin duda le hacían falta miles de refacciones.

— Eres una mujer extraña, Natasha Romanoff.

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