CAPÍTULO 16

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— No haremos eso.

— Por supuesto que sí lo haremos.

— ¿Te has dado cuenta de que si nos atrapa, estaremos muertos? Va a clavar sus filosas garras en nuestras gargantas y luego nos extraerá los ojos con una cuchara.

— Tú me arrastrarte primero y es mi turno.

— Lo que hice fue llevarte a un tranquilo paseo por Nueva York, no hacer como Tom Cruise e integrarnos en una misión suicida; me siento como una delincuente.

— Siempre tan exagerada.

— Siempre tan irritante. ¡Dios! A veces eres más que inmaduro.

— Y tú insoportable y aburrida.

— Cretino.

— Sensible.

— Vulgar.

Los pasos se aproximaban al lugar y el resonar de los tacones finos contra el suelo la hizo ponerse alerta al punto de entrar en pánico.

— ¡Ay, no! ¡Ay, no! ¡Ay, no!, ¡Ahí viene, piensa rápido!— lo sacudió por la chaqueta del traje y comenzó a mirar el techo con desespero como si buscara una respuesta divina—. Este es nuestro fin. Lo último que quiero decir es que yo solo me tomé la libertad de dar un lindo recorrido matutino, lo juro; si es que estás ahí arriba, llévatelo a él y no a mí.

— ¡Gracias, que considerada!— ironizó—. Ponto, toma los papeles del cajón.

— ¡Hay miles!

— ¡Los de la carpeta!

— Cielos, siento que debería hacerle una carta de despedida a mi abuela en estos segundos que me quedan.

— Ni que estuviéramos en su oficina— rodó los ojos—. Déjamelo todo a mí.

— ¡Eso hice y mira como acabamos!

— Demonios— susurró cuando sintió los pasos aún más cerca—. Este es un almacén, ¿De acuerdo? Cualquiera puede entrar aquí, ahora sígueme la corriente.

— ¿¡Alguna otra mejor idea, sabelotodo!?

— ¿Por qué rayos tienes que ser tan pesimista?

El tintineo de las llaves les aceleró el pulso y pronto, cuando no quedaron más opciones en el repertorio de Steve,  Natasha quedó con la mandíbula por los suelos y los ojos bien abiertos en cuanto lo oyó.

— ¡Oh, Dios, sí! ¡Eso es linda, continúa!

— ¿Pero qué rayos?— logró vocalizar.

— Finge que lo disfrutas y di algo. — susurró con rapidez. Natasha apenas pudo procesar como para objetarlo.

— ¡Ah, sí! ¡Eso se siente bien!— gritó ella con fuerza, haciendo parar a la mujer en seco— ¡Más rápido cielo, ya casi llego!, ¡Oh, sí!

Steve golpeó la pared y la alentó a seguir buscando entre el cajón hasta que Natasha halló un pequeño pen—drive azul, recibiendo una seña de aprobación con el pulgar.

— ¡Ah, justo ahí!, ¡Oh, amo eso que haces con la lengua!

— ¿¡Te gusta cariño!?

— ¡Eres magnífica!— Steve y Natasha trataron aguantar la risa lo más posible cuando oyeron un ruido del otro lado de la puerta.

— ¡Abran ahora mismo, par de irrespetuosos! ¡Voy a acabar con ustedes; sabandijas desvergonzadas!

Él tomó la mano de ella y la guio por la puerta de emergencia, bajando con rapidez justo en el momento en que Margaret ingresó a la oficina.

— Haz silencio, no puede encontrarnos aquí.— Steve debía de predecir cosas que resultaban un evidente fracaso; por lo que tuvo que improvisar, otra vez, en cuando la puerta se abrió de golpe dejando ver a Margaret; quien bajó casi logrando dar con ellos.

— Hablaste muy pronto.

— Baja hasta llegar al sótano.— ordenó.

— Steve... Estoy cansada, dime para qué necesitamos esto.

— Sam vendrá por la tarde, aún nos quedan pendientes antes de lanzar la página. Si queremos eso, Margaret debe quedarse sin contenido. — sonrió.

— Tienes una mente muy oscura, ¿Sabías?

— Soy un genio, eso sí lo sabía. Sígueme, se está acercando.

Se escabulleron hasta el cuarto de limpieza; estrecho y adecuado para no ser vistos. Steve trató de amoldarse al pequeño cuerpo de Natasha quien ya estaba incómoda y removiéndose inquieta, buscando salir de aquella prisión. Sus corazones estaban alterados, esa corta descarga de adrenalina los tenía con la piel de gallina y hasta con una sonrisa amplia adornando sus rostros igual que dos niños al haber cometido una travesura. Si no fuera porque estaban en aprietos, Natasha se estaría regocijando sin vergüenzas. Pero, ¿Cuándo había dejado de ser la niña buena?

Cómo sea, eso ya no importaba mucho.

— ¿Crees que nos atrape?— ella preguntó entre suspiros de cansancio.

— Creo que es muy lenta con esos tacones.

— Por fin puedo respirar, creí que estaríamos perdidos tan pronto como la escuché llegar.

— Tienes que admitir que ha sido divertido.

— Sí, si eso incluye el mini infarto que tuve mientras bajaba las escaleras.

— Eres una exagerada, Romanoff.

— Y tú estás loco— lo miró de reojo—. Aunque a estas alturas ya no sé quién lo está más. Tienes esa habilidad de confundirme al grado de no saber quién corrompe más a quién.

Steve rió por lo bajo y asintió dándole la razón. Desde que la había conocido había dejado de lado solo una parte de su yo amargado, al igual que ella. Eso lo hacía sentir que había logrado algo importante; no cualquiera saca del esquema a la chica de la agenda y las notas adhesivas.

— Pensé que era un inmaduro e idiota.

— Sí y un vulgar cretino, además de loco.

— Que bueno que vamos por el camino de la sinceridad. Eres una pequeña insensata.

— Y tú un cínico.

— Creo que me empiezas a agradar más.

— Qué horror, estoy sintiendo lo mismo.

Pronto, ambos guardaron silencio y evitaron hacer el menor ruido posible cuando oyeron los inconfundibles tacones. Natasha golpeaba su hombro debido a que el enorme cuerpo de Steve estaba chocando con una lámpara. Apenas podían respirar ahí dentro, era tan incómodo que sus cuerpos parecían ser uno solo. Cuando ella elevó la mano para separar la lámpara, lo obligó a moverse, obteniendo el resultado contrario; el ruido de la lámpara al chocar resonó e hizo eco. Ella lo miró con pánico y ahora no tendrían a dónde huir.

— ¡Voy por ustedes, ratas cobardes! — Peggy gritó.

— Oh, maldición, viene por nosotros— Natasha comenzó a hiperventilar—. Nunca debimos entrar a ese lugar, ahora estamos en problemas, pobres y sin trabajo.

— ¿Quieres calmarte? No te adelantes a las consecuencias. Además, tú fuiste quien movió la lámpara...

— ¿Disculpa? ¡Tú fuiste quien me arrastró hasta aquí!

— ¡Sí, pero por una buena causa!

— ¡Steve! Se está acercando. — susurró al borde de la histeria cuando la perilla empezó a ser manipulada.

— Parece que tendrás que confiar en mí.

— Ya qué. — se resignó.

— ¡Los atra...pé!— enmudeció por un par de segundos—. ¿Qué Demonios es esto? ¡Sepárense, ya! ¿Hola? ¡Dije, ya! Voy a despedirlos y luego a demandarlos porque...

La mano de Steve hizo una seña, dejándola inmóvil e impotente frente a ellos. Natasha estaba muy quieta; la oscuridad del pequeño lugar apenas dejaba que observaran sus rostros. Solo se limitó a acariciar los brazos fuertes, rindiéndose ante la cercanía que él creaba. Steve no estaba besando sus labios; más sí estaba muy cerca de ellos, casi tocándolos, centrándose en sus comisuras; creando ese chasquido característico, aprisionando su cintura y acunando su mejilla.

Sus respiraciones temblorosas se mezclaron y sus ojos se cerraron. Ninguno iba a admitir que ese momento era demasiado íntimo y gratificante. Iba contra sus principios, sus gustos y lo que sea que hubiese entre ellos. Aun así, Steve trató de alejar a Margaret pronto, o al menos esa era su excusa para levantar a Natasha y volver aquel falso encuentro uno más realista. Dejó que sus piernas se enredaran en su cadera cuando pasó las manos bajo sus muslos, y el sonido involuntario en forma de jadeo que ella emitió desde su garganta fue la gota que rebasó el vaso.

De un fuerte pisotón, Margaret regresó por dónde vino, lo cual les daba minutos extra para salir hacia el estacionamiento y entrar por la puerta principal hasta llegar a su oficina. Cuando se sintieron fuera de peligro, Steve bajó a su compañera con absoluto cuidado y ella arregló su falda lo más discreta posible. Él alisó su camisa y se acomodaron el cabello tan bien como pudieron. Natasha intentó mirar a otro lado hasta que supo que no le serviría de nada, y con valor, lo enfrentó.

— Quizá no salió tan mal.

— Te dije que confiaras.

— Seguro, gran trabajo. Yo... Eh... Nosotros debemos volver a la oficina.

— Sí, seguro.

Ella salió primero y luego él la alcanzó, corriendo hasta llegar a su paradero con las miradas curiosas de sus compañeros encima; sobre todo la de María y Pepper. Por ningún motivo dejaron pasar que su amiga traía el cabello revuelto, estaba agitada y la ropa apenas estaba en su lugar. Steve no distaba de ello, y aun así, se sentaron como si nada hubiera pasado; tratando de guardar la compostura hasta que Margaret atravesó el lugar y fijó su atención en ellos, que ya fingían trabajar con seriedad y distancia.

— Dos tipos, no sé quiénes pero voy a averiguarlo, se estuvieron revolcando en mí almacén y trataron de huir de mí en un patético intento. Que sepan que hasta que no los encuentre, estarán bajo vigilancia constante. — se acercó justo al escritorio de Steve, quien alzó la mirada con irritación característica.

— ¿Se te ofrece algo?

— Nada por ahora, ¿Cómodo, Steven?

— Lo estaba hasta que llegaste. ¡Oh, espera! No lo estoy nunca ya que me obligaste a terminar aquí.

— Ya sabes cómo remediarlo. — Natasha entendió la señal para intervenir cuando él se cruzó de brazos y la miró de reojo.

— Quizá podamos hablarlo y así puedas asignarme un compañero, el que tú quieras, pero no Roge...

— Nada, Nelsy, ese tema ha quedado cerrado. Volveré mañana. — salió enfurecida, con su característico movimiento de caderas, y Steve y ella pudieron relajarse sobre sus asientos.

— Que alivio. — le susurró él.

— Y que lo digas, sentí que iba a morir en cualquier momento cuando se acercó. — Steve rodó los ojos ante su constante estado de estrés

— Nunca es tan terrible, hubiera sido un desafortunado encuentro.

— Corrimos con suerte.

Natasha y él siguieron trabajando en silencio hasta la hora de la salida. Sam ya estaba esperándolos fuera, y hubieran llegado a tiempo de no ser porque su entrometida amiga; María, ya había salido justo tras ellos.

— ¿A dónde van?

— Sin ofender Hill, pero tenemos prisa. — Steve giró en su lugar, para encararla y detener lo que sería una larga sesión de preguntas con una mano.

— El que digan "sin ofender" no quiere decir que no me ofenda. Ustedes dos se portan muy extraño. Al menos tú, Natasha, se supone que somos amigas. ¿Qué no nos estás diciendo?

Ella miró a Steve en busca de ayuda pero no encontró las respuestas que esperaba, así que era mejor tomar el asunto entre sus manos. Con nerviosismo intentó hablar y en vez de ello salió un tartamudeo extraño que de nada le había servido.

— Es complicado, lo siento.

— Claro. Tienes tiempo para él y no para tus amigas de siempre, las que han estado para tí desde que pisaste este lugar. — refunfuñó con verdadera molestia.

— María, no es...

— Tenemos un proyecto juntos— afirmó Steve—, no queremos que alguien más lo sepa porque si llega a oídos de Margaret, puede no resultar luego. Así que preferimos mantenerlo en el anonimato.

— ¿Ah, sí?, ¿Y de qué trata?

— Es una revista. — respondió con simpleza.

— Mala elección de palabras, Rogers. Trabajas en una, no necesitas otra.

— No lo sabes. Venimos trabajando en ello hace semanas, puedes creerlo o no; pero te aseguro que es la verdad y no tienes que enfadarte con Natasha. Ella solo busca seguir su propio camino, no puedes culparla.

María miró sus zapatos, todavía enfadada, cuando notó el gesto de desapruebo, hasta que escuchó una voz tras ellos que terminó por alertar a la morena.

— ¿Listos, chicos?

— ¿Y este quién es?— preguntó escandalizada.

— Samuel Wilson; editor. Encantado.— Steve aclaró su garganta como un incentivo para que Sam acortara el camino que seguía su mano y así estrechar la de la mujer.

— Sam, ella es María Hill; una entrometida compañera.

— Y yo soy Natasha Romanoff, pero ya me conoces. — soltó como si nada y de repente apretó los labios. No sabía con exactitud si ese comentario fue para aligerar el ambiente o dejar de sentirse como una tonta y mala amiga.

Sin embargo, a pesar de lo que Natasha pensara, Sam la saludó como si le estuviera siguiendo el juego. A sus ojos era tan bella que le sorprendía que Steve no le hubiese dado más detalles aquel domingo en la playa, pero sin duda su atención inicial se la llevaba la mujer entrometida como su amigo la había llamado; quien aún seguía acusándolos con su mirada azul encendida en curiosidad.

— Un gusto volver a verte, arreglaré la página para que esté lista y pueda subirse. Lo ideal sería coordinarlo lo más pronto posible. Si están listos, podemos irnos ya.— Steve asintió convencido se giró para obtener una respuesta de la pelirroja.

— Un segundo, tengo algo que hacer...Ya los alcanzo. — dejó que los hombres siguieran su camino y ella se quedó junto a su amiga que veía la escena atónita y hasta indignada.

— ¿Una revista y no me lo dijiste?

— Es algo que se nos ocurrió, sonaba bien; tenemos una estructura y creo que es una buena oportunidad. Steve tiene contactos, aunque preferimos mantener un perfil bajo por ahora.

— Ya veo...— comprendió de a poco, sintiéndose boba—. Escucha, lo siento. No creí que esto fuera tan importante, tal vez no debí inmiscuirme. Es solo que Pepper y yo hemos estado tan preocupadas por ti. Ya no pasas tiempo con nosotras solo vas con él.

— Lo sé y lo lamento. Se nos ha pasado, pero prometo que tendremos el fin de semana juntas.

— De acuerdo, te creo.

— Gracias, ahora debo irme la... Revista espera.

— ¡Nat!— la paró a medio camino—. Será un éxito. — corrió a sus brazos y la apretó con fuerza, brindándole todo el apoyo que era posible transmitir.

— Gracias, es justo lo que necesitaba.

Se separaron y María la dejó ir con él; sonriendo a la nada a medida que Natasha se alejaba para llegar junto a su compañero y sostenerse de sus brazos; cansada de correr con aquellos tacones. María se enorgulleció de que su amiga estuviese tomando confianza;  Sabía que Steve ya no le parecía tan desagradable como en un inicio, y ahora él rodeaba su cintura con familiaridad y eso llamó su atención. Los dos podrían negarlo cuánto quisieran, pero ahí estaba, en los pequeños detalles.

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