CAPÍTULO 19

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El viernes había llegado demasiado pronto y Margaret no se las había puesto fácil, se había vuelto más irritante que de costumbre y tenía sus grandes ojos oscuros sobre ellos como un buitre listo a atacar. Para tener una vista de veinte veinte, también tenía un pésimo sentido de la intuición; eso era lo que causaba su falta de prosperidad en la búsqueda de los bandidos desvergonzados que andaban revolcándose en su oficina; casi nunca la usaba, pero suya a fin de cuentas.

Tenía a Natasha Romanoff hasta el tope de tareas innecesarias; una tras otra y más ridícula que la anterior. Ya ni siquiera podía sentarse en el cubículo junto a Steve sin que algún nombre que no era el suyo, pero que evidentemente trataba de serlo, fuera pronunciado de manera errónea y estrepitosa por Peggy. Ya incluso se le habían agotado las opciones con N.

Sea como fuere, ahora estaba en el baño luego de realizar una pequeña sección sobre los productos de belleza menos seguros. Era una cuestión de estética, y si era honesta, tenía miedo de seguir probando maquillaje barato en su rostro. Hasta era posible que un grano pasara luego a saludar. Sería lo último que podría sucederle en ese día. ¡Jugaban los Lakers versus los Knicks! ¡Los Knicks! Vaya que tendría mala suerte si no terminaba los quehaceres antes de las siete.

Su compañero la vio salir del baño de damas con la cara enrojecida y una mirada de muerte. Si Steve pudiera interpretarla como una frase, sería "vete al infierno". Lo gritaba toda su apariencia, era por eso que ni siquiera se molestó en preguntar; el gruñido de molestia se lo había dicho todo sin necesidad de palabras.

Natasha se quedó ahí, observaba su expresión dudosa durante al menos cinco segundos antes de pasarlo de largo. Steve reaccionó tomándola de su muñeca y logrando que pare frente a él.

— ¿Problemas?

— ¿Y lo preguntas? A veces termino por cuestionarme ¿Por qué demonios acepto propuestas que terminan con mi dignidad?

— Bueno, aceptaste la mía y no te has denigrado lo suficiente aún.

— Muy gracioso— entrecerró los ojos y dijo con sarcasmo palpable —. Esa bruja acabará con mi paciencia, estabilidad mental y ganas de seguir viviendo. Se supone que debería amar mi trabajo, pero no es así como lo imaginé, ¿Sabes? Yo soñaba con escribir artículos interesantes.

— Lo haces.

— Es un blog virtual, vivo del anonimato, Steve. Además aún debemos aguardar al fin de semana para contabilizar las ganancias.

— La única manera de saber que tan buena puedes ser en algo, es seguir intentando hasta creer en ti. Escribe tanto como puedas, escribe lo que sientas... Te sentirás libre haciendo lo que te gusta y alegrando a otros. Siempre puedes aprender cada día. — le sonrió tranquilizador y ella dejó que la mueca tan tensa que llevaba se desvaneciera de a poco.

— Aún me queda hacer este reporte o ella va a usarme de bufanda o alfombra uno de estos días.

— No puede ser tan malo.

— Se supone que eres mi asesor y pareces no conocer su método manipulador y explotador. Es fatal.

Steve rió al oírla chillar indignada. De alguna manera ella lograba aligerar el día pesado que también llevaba. Anne estaba cada vez más preocupada por el asunto de sus padres en cuanto a Olive y a él, pasar el tiempo en casa lo tenía abrumado.

— Bueno, déjame ayudarte con eso, no puede ser tan difícil. Además tenemos un partido al cual asistir.

— Solo espero hallar asientos libres, el Madison Square estará repleto.

Natasha dio media vuelta para volver a su cubículo a realizar su trabajo y él la siguió por detrás hasta quedar ambos frente a la pantalla del portátil. No supo descifrar muy bien que debía de hacer o como, así que ella giró su cabeza apenas un par de centímetros hasta que sus ojos se encontraron con los suyos.

Se quedaron así por un par de segundos. Él sonrió y ella le devolvió el gesto hasta terminar riendo por aquella tontería tan banal. Después de todo, ni siquiera la propia Margaret leía esa sección de la revista.

Entrada la noche, volvieron a casa para arreglarse antes del juego. Steve no solía llevar jeans y camisetas tan seguido, de hecho no lo hacía y se preguntaba por qué rayos tenía tantas en su armario. Habían dado las siete treinta y junto a Natasha habían terminado el artículo con éxito ganándose la aprobación de su jefa. Ahora debía pasar por ella para dirigirse al Madison. Llevaba una camiseta enorme de los Knicks; en algún momento recordó que Thomas y él eran fanáticos del equipo y hoy jugaban contra el mejor de los ángeles. Debía de admitir que Natasha tenía un buen gusto por los deportes.

Cuando estacionó frente a su apartamento no la vio afuera, y supuso que aún estaba ocupada en sus asuntos. Aguardó contra el capó del auto; tocando la bocina para que asomara su cabeza por la ventana, suponía que llevaría la bufanda en mano y no importaba si estaban a puertas de julio donde el calor que azotaba la ciudad se volvía insoportable. Solo fue hasta que ella salió que lo dejó sorprendido una vez más. Él acostumbraba a verla enfundada en trajes de oficina, también en vestidos ligeros pero elegantes; más no en pantalones de mezclilla y camisetas sin mangas. Ya conocía la desnudez de sus brazos, solo era el simple hecho de verla tan poco formal y que caminara a su lado con aquellos tenis bajos lo que la hacía encontrarla bella de un modo distinto. Adorable y sencilla, y además, era una de esas pocas veces que no llevaba la bufanda verde rodeando su cuello.

— ¿Listo, Rogers?

— Preparado...

— Si no ganan este partido, perderé una jugosa apuesta con María.

— ¿Ella vendrá? — se alarmó cuando evaluó la probabilidad de que alguien más descubriera ese lado que tan solo le había mostrado a ella.

— Claro que no, lo verá por la televisión.

Steve arrancó el auto hasta llegar a Madison Square, tal como lo habían predicho; estaba repleto, no querían ni pensar en que se ahogarían ahí dentro. Lo bueno de todo era que los asientos les hacían justicia estando justo al frente, los ancianos del costado no importaban mucho.

Natasha llevaba una bandeja con bebidas y todo tipo de confitería y él miraba asombrado como le cabía una soda extra grande con dos salchichas. Era sorprendente ver a una mujer que gozaba de un físico increíble comer toda esa cantidad de cosas. No sucedía cuando estaba con Sharon; que se cuidaba incluso de las ensaladas. Natasha solo se mantenía serena y expectante, y claro, con una enorme sonrisa que lo contagiaba mientras engullía sin problema.

El juego comenzó y llevaron bien los primeros minutos, aunque él no le estaba prestando tanta atención.

— ¿A quién le vas?

— Randle.

— Es bueno.

— Por supuesto que lo es, si lo logra, ganaré cincuenta dólares.

Ella abucheó poniéndose de pie y él casi se ríe por la osadía de tirar un pedazo de pan al frente. Natasha estaba eufórica, casi tanto como la pareja de ancianos. Un tipo sentado a su lado pareció haberse unido a la causa y congeniaron demasiado rápido, tan rápido que ella había olvidado por un momento que él estaba ahí.

— Si no sabes de deportes muchacho, vas a perder a la dama; se ve que es una admiradora— el anciano del costado le dijo con tono amable, mientras su esposa reía por lo bajo—, justo así conocí a mi querida Gale.

Steve lo miró entre horrorizado, por él mismo, y también nervioso. No había movimiento que quisiera hacer porque... era Natasha. Entonces pensó, sí... Es Natasha; su compañera y la mujer que de algún modo le había dado la vuelta a su vida en cuestión de minutos, un grano en el trasero y una aventura andante. Demandante, caprichosa, demasiado organizada para su propio bien, y era natural, dedicada, amable y algo ingenua. Natasha era artística, como esas explosiones de pintura multicolor sobre un lienzo en blanco; indescifrable y emocionante. Giró su vista hacia ella que sonreía por la anotación. Se sintió bien en esa brevedad de segundo, hasta que hicieron una pausa para...

— No puede ser.

Él murmuró algo frustrado cuando una cámara enorme enfocó a la pareja de ancianos y todos a su alrededor comenzaron a murmurar enternecidos. Tuvo que encogerse en su asiento y tomar una de las salchichas de la bandeja para distraerse lo suficiente cuando los arrugados rostros se acercaron para unir sus labios en un beso efusivo.

Sintió una pizca de envidia en su interior. Algún día habría querido todo eso. Por un momento, la cámara se mantuvo quieta en ellos hasta que dobló a su izquierda. Pudo haber respirado con alivio de no ser él a quien la odiosa besocam decidió enfocar, pero, aquello no lo relajaba en absoluto. El anciano le dedicó una cruel expresión de "te lo dije". Él ni siquiera quería pensar en ello, ¿Cómo? Si apenas estaba seguro de sentir.

Su único problema, era que enfocaba a Natasha y ella no estaba sola. Aquel tipo con el peinado de una cacatúa se estaba acercando con total descaro. ¡Y ella no estaba haciendo nada por detenerlo! Estaba pensándolo. Ella quería hacerlo y eso era lo que más lo incomodaba.

No solía reclamar nada, menos cuando no era suyo; pero por dentro era extraño, como si su estómago comenzara a encogerse.

El pánico lo inundó cuando lo vio acercarse todavía más a la pelirroja, y tuvo que batallar consigo mismo durante dos larguísimos minutos a ver si se decidía entre su orgullo y parar esa sensación tan abrumadora que era como ácido en las entrañas.

Cerró los ojos y dejó caer la salchicha de su mano, entonces se apresuró a llamar la atención de Natasha; la tomó por el hombro y pasó su brazo sobre el para decirle al tipo que podía retroceder hasta estar muy lejos.

Funcionó, la cámara se había desviado al igual que él. Natasha tembló apenas un poco cuando se percató de lo que hacía; frunció el ceño con dirección a su expresión triunfante y era que a veces no lo entendía. Pero a esas alturas ya no distinguía entre lo que iba a hacer y el sentimiento que inundaba su pecho. Era raro, pesado, pero agradable. Abrió los ojos alarmada y Steve adoptó el mismo gesto.

De pronto, su rostro aparecía en la pantalla grande y ambos se quedaron paralizados no sabiendo que músculo mover primero. Demasiado cerca para pensar de manera razonable.

Podían oír los gritos de la gente al rededor, y ella no tenía ni la menor idea de cómo actuar. Steve parecía pensarlo, de hecho, lo hacía. No era una cosa fácil, tampoco era íntimo. No había nada de natural y privado en un beso forzado, solo que no lo era; eran ellos quienes no pensaron que el momento llegaría.

Steve sabía que la responsabilidad caía sobre él, y entonces tuvo que colocarse la armadura y salir a la batalla aun con todas las alarmas de Natasha disparadas. Tomó una bocanada de aire y el delicado rostro entre sus manos para verla a los ojos brillantes por el desconcierto. Se detuvo ahí un segundo antes de asentir para darse seguridad y acercarse lo suficiente, no opuso resistencia, tampoco cuando sus narices se tocaron y sus alientos se mezclaron. Estaba mareado por la sensación, era nuevo al igual que todo lo demás vivido a su lado. Con cuidado, cuando la vio cerrar sus párpados, dejó que sus labios tocaran con suavidad los de ella; quedándose quietos y dejando que la textura algodonada se presionara contra su boca.

No era un beso épico, lo mínimo que había distinguido era que el ruido a su al rededor se había cortado de pronto. Pero admitiría que besarla no había sido malo, todo lo contrario, tenía la intención de seguir así aún si su sabor no se entremezclaba con el suyo, disfrutando del tacto.

El ruido estridente de la bocina los distrajo e hizo que se separaran de un salto para continuar mirando el juego. Por supuesto que había incomodidad, tanta que Steve solo se dedicó a copiar todo lo que ella dictaba en la página de la revista y subiendo algunas tomas desde su móvil.

"From New York with love"... Se asombró y los ojos casi salen de su órbita, justo en el momento final del partido cuando todo el Madison se puso de pie en una ovación a Randle, tan solo por el único hecho de romper el récord en visitas toda esa última semana. ¡Era rotundo éxito! Fotografías excelentes, buenas recomendaciones, miles de comentarios y la parte maravillosa eran los suscriptores que compraban la revista virtual.

Apenas reaccionó cuando tenía a Natasha entre sus brazos; eufórica. Puede que por haberse ganado cincuenta dólares, pero era lo de menos.

— ¡Gané!

— ¡Somos más que famosos!

Gritaron al unísono, dándose cuenta por fin de lo juntos y revueltos que estaban; creando cierto ambiente de incomodidad.

— ¿A qué te refieres?— preguntó ella.

— La semana pasada tuvimos vistas, esta semana tenemos a más de medio Nueva York esperando contenido novedoso. Margaret será historia.— ella sonrió, disfrutando de ganar por una vez en su vida y sin quererlo, lo volvió a abrazar. Steve la recibió gustoso; estrechándola con fuerza.

Cuando estuvieron fuera del estadio, caminando lento y algo torpes, el cielo estrellado parecía mil veces más entretenido. Las luces de neón, los carteles enormes y la pantalla brillante que estaba sobre el Madison; daban ese toque perfecto para completar su noche.

Eran dos adultos que actuaban como niños avergonzados, pocos podían decir que lograban conectarse con esa parte dentro de ellos que los volvía vulnerables y libres. Era la gracia de las mejillas rojas y ojos relucientes, de la timidez al roce más mínimo y el latido de sus corazones lo que los hizo darse cuenta de que a partir de ese punto ya no había nada normal entre ellos. Pero, ¿Qué más daba?... Nunca lo había sido de todos modos.

Fueron directo a la dirección de Natasha, quien bajó del auto sin intenciones de mirar atrás. Tenía miedo de lo que podría suceder. Se mostró dubitativa, quería alzar la mano como siempre y decirle que se verían mañana, solo que no era como cualquier día habitual.

Steve la vislumbró bajo las bombillas ámbar que iluminaban la entrada carente de encanto. Era la propia Natasha quien le daba aquel toque único, quien resaltaba entre las sombras y se veía como la más magnífica cosa que jamás hubiese tenido el placer de ver.

— Me divertí. — dijo él, evitando que siguiera y colocara la mano en el pomo de la puerta.

— Yo igual— Natasha murmuró apenas, incapaz de dar la cara. Era casi ridículo si incluso otros días tenían la confianza de hasta llegar a insultarse por simple diversión y costumbre—. Nos vemos.

Pero Steve no podía dejar las cosas ahí, no cuando no estaba satisfecho con una muestra tan pobre de pasión y adrenalina. Había visto sus ojos verdes quedar casi negros por completo cuando sus pupilas se expandieron. Necesitaba saber en ese instante que Natasha se sentía justo como él, aún si no tenía nada definido. Saber que estaban conectados.

Entonces gritó y ella se volvió hacia él; confundida.

— ¡Oye, Romanoff!

— ¿Si?

Natasha no tuvo mucho tiempo de reaccionar, tampoco lo hubiera querido cuando Steve se acercó y tiró de su mano para apegarla a su pecho en un agarre firme. Vio como sus labios temblaron y a su mirada vagar por su rostro. El suspiro que ella dejó salir de sus labios era tan solo una confirmación de sus sospechas.

— Steve...

Él acarició su rostro con los pulgares ásperos, delineó su perfil; relajándola hasta que se sumiera en el momento. Era hermosa, y estaba tan cerca... Aspiró ese aroma dulce a vainilla que desprendía su cabello y fue suficiente para sentirse seguro de que lo quería.

— No me disculpes si no quieres.

Fue cuando tomó su labio inferior y tiró de él con fiereza; enredándolos y disfrutando del sabor a cereza de su lápiz labial, deslizando su lengua por entre su boca hasta hacerla derretirse bajo él y sus manos que ahora estrechaban su cintura. Era asombroso, porque justo cuando planeó separarse; inseguro, ella se lo devolvió con la misma intensidad.

Natasha envolvió sus brazos tras su cuello; revolviendo los mechones cortos y dorados que se escurrían entre sus dedos traviesos. Steve apenas podía pensar, ella se sentía demasiado bien; tan entregada, íntima, tan suya aunque no lo fuera.

De pie contra la puerta del auto, en una noche de verano, con el cielo haciendo un estruendo que anunciaba una lluvia imparable durante las próximas horas; ellos se perdieron un momento en el otro.

Era así: no se podía decir que algo no es para tí hasta que lo hayas probado ya. Steve lo sabía, y no se arrepentía de ello. Ahora solo debía ser paciente, adaptarse al cambio era complicado; más cuando se trataba de sentimientos. Pero esa noche solo querían degustar el sabor de los besos durante unos minutos más, hasta que uno dijera adiós...

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