CAPÍTULO 25

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Papeles comenzaban a volar aquí y allá con una alborotada Margaret que ansiaba saber a quién rayos le pertenecía aquél remedo de revista. Comenzó a dudar. Tuvo que sentarse de golpe en su silla y meditar con frialdad y muy calculadora a qué se atentaba. Comenzó a revisar foto por foto a ver si algún detalle valioso obtenía en tanto tamborileaba sus largos y finos dedos, o como Natasha les decía, "Sus feas y filosas garras", sobre el escritorio. Lanzó un gruñido a la portátil, molesta a tal grado que podría destilar ácido por los poros; en ninguna aparecía gente, era un estúpido espacio vacío.

Bajó tan solo un poco más a la página y apenas pudo distinguir el vuelo de una tela verde esmeralda que flotaba en una esquina de la fotografía que mostraba al puente Brooklyn. Tomó el teléfono y llamó a su agente. Necesitaba con urgencia que hallara a los autores. Podría ofrecerles una buena suma por la compra o mejor aún, podría solo arruinarlos.

— ¿Tatiana?

— Es Valerie, señora.

— Como sea, cuida mi puesto un momento, ya regreso.

Así como Peggy desapareció de su oficina, otros desaparecieron de su puesto de trabajo porque en algún momento cada trabajador saludable debe hacer una pausa activa. El baño era un lugar bastante estrecho; pero ambos agradecían que no hubiese nadie cerca que pudiera interrumpirlos. Natasha estaba sobre la barra de los lavabos y él quitaba con prisa los botones de su blusa, su falda ya la tenía enrollada en su cintura y sus labios se atacaban con fiereza. Era como un juego, no se sentía mal hacerlo con Steve en el baño de la agencia, al contrario; era divertido, placentero y le producía adrenalina.

 Manos grandes masajearon sus muslos y su lengua comenzó a deslizarse entre la calidez de su pecho; haciendo que la cabeza de Natasha se apoyara contra el cristal del espejo.

— ¿Crees que nos tome mucho tiempo?

— Solo si me tomo un par de molestias— dijo él, simplificando el asunto —. ¿Alguna objeción?

— Solo baja las bragas— pidió desesperada—. ¡Ahora, Steve!— él obedeció, tomando la tela entre sus dedos y deslizándola ágil por sus muslos para probarla a ella después, dejando que un gemido cargado de excitación saliera por su garganta.

— Esta es una posición bastante cómoda.

— Lo sería más si te bajaras los pantalones.— Steve obedeció, se puso de pie, quitó la cremallera y hundió el rostro en el hueco de su cuello, inhalando su perfume tanto como pudiese. Ella se aferró a la camisa cuando comenzó a penetrarla sin prisas, lo cual no convenía en absoluto pero se sentía bien.

— Eres exigente, Romanoff.

— Te tardas demasiado.

— Si fueras otra persona, olvidaría el hecho de tener  tantas contemplaciones. Pero somos amigos y eso lo hace mil veces mejor.

— Que bueno que hablamos de etiquetas ahora. Es halagador. — su sarcasmo apenas era palpable entre los jadeos ahogados.

— Cállate y disfruta.

Él atrapó sus labios una vez más y Natasha se permitió enredarse un rato con ellos. Todo estaba en perfectas condiciones; solos en su hora de descanso, sin complicaciones, siendo tan espontáneos como siempre, hasta que...

— Baja la voz. — pidió él.

— Eso trato, idiota.

— Sería más fácil si estuviéramos en la...— Steve dejó de moverse dentro de ella y Natasha lo vio con tanta frustración como con pánico. Ya no sabía cuál le costaba más.

— Mierda— susurraron al unísono. Él subió sus pantalones y ella bajó de un salto para subirse las bragas y arreglar su blusa cuando escucharon los golpes en la puerta.

— ¿Qué hacemos?—Steve preguntó, viéndose expuesto.

— Escóndete, yo fingiré que apenas salgo del baño y tú escapas cuando no haya moros en la costa, ¿De acuerdo?

— ¿Por qué yo no salgo primero?

— ¿Tu en el baño de damas?— le dirigió una mirada con incredulidad—. Es claro que no estás haciendo uso de tu cerebro conspirador ahora.

— Estamos atrapados, Natasha.

— No si te quedas quieto dentro del cubículo. — lo arrastró hasta allí y trató de estar en perfectas condiciones antes de ir y enfrentarse a la persona tras la puerta.

— Espera— él tiró de su mano sin ser brusco y la llamó para acomodar su cabello desordenado limpiar el labial corrido de sus labios—. Ahora estás lista. — Natasha rodó los ojos y conmovida se inclinó para robarle un último beso, pero jamás dejaría ver que lo estaba. Las cosas con Steve eran espontáneas y cualquier indicio de sentimiento era fracaso seguro.

— Deséame suerte. — cuando dejó el pase libre desde dentro no imaginó que la persona que entraría sería Margaret. ¿Le estaban tomando el pelo? Oh, seguro que sí. Alguien debía de estar tomándole el pelo. ¡Maldición, claro que lo hacían! Porque no podía tener tanta mala suerte. No había necesidad alguna de su jefa que se presentara ahí.

— ¿Nivia? ¿Por qué tardabas tanto?

— Peggy, yo... Eh... Problemas de chicas— susurró ante su expresión impasible. Se sentía una tonta, pero había que distraer a su jefa con algo o el juego que se traía con Steve se iría a la basura igual que sus trabajos—. Necesitaba un tampón.

— ¡Dios mío, muchacha! No digas esas cosas por aquí.

— Lamento mucho mi poca vergüenza, debí abrir antes, pero ya ves... No todo siempre es bueno.

— Como sea, mi lavabo se descompuso. Hazte a un lado. — Natasha la observó de lejos, aguardando a que terminase su pesada tarea y rogando en su fuero interno que no abriera la puerta del último cubículo. Se había vuelto más religiosa en los últimos cinco minutos de lo que había sido en toda su patética existencia. O dios la odiaba o debería dejar de pedir cosas imposibles. Abrió los ojos como si acabara de presenciar una masacre y corrió agitando las manos al aire.

—¡No, espera! — ella la detuvo y la mujer la escaneó tal y como haría con una incompetente, como si se le hubiese perdido toda la caja de tornillos que le ajustaban las neuronas—. Ese... Ese baño está descompuesto, ¿Puedes creerlo? Nadie aquí se toma el tiempo de verificar lo que está mal, que triste. Hablaré con el conserje por tí, estoy segura de que agradecerás el buen servicio, pero por favor, entra al primero. Te lo digo yo, de dama a... dama.

La mujer, desconcertada y para no seguirla oyendo, hizo caso y se liberó de su presencia como si quemara o tuviera una enfermedad contagiosa, lo cual le dio tiempo a Natasha de soltar un suspiro de alivio y tomar la mano de Steve para liberarlo del baño cuando no hubo moros en la costa.

— ¿Tampones?, ¿En serio?

— ¿A tí se te ocurrió algo mejor?

—No... Pero no hubiera dicho tampones.

— La próxima vez que lo hagamos en el trabajo, recuerda que debemos usar el sótano del edificio.

— ¿Entonces hablamos de segundas rondas justo ahora? Que interesante propuesta.

— ¿Te parece que la situación se presta para eso?— ella cubrió el rostro de Steve con la mano y él rió sobre esta, sacándole una sonrisa involuntaria—. ¿Unas salchichas en la estatua de la libertad?

— A veces me preguntó cómo no mueres por intoxicación.

— Eres solo tú el que exagera. Será divertido.

Steve rodó los ojos, estaba loco si creía que iba a escapar de esa. Pero no iba a mentirse, le gustaba la idea de pasar tiempo con ella.

Rato después ya estaban en la entrada del ascensor que los subiría hasta la cima de la estatua. Ella compraba dos salchichas y él frunció el ceño con desapruebo. Había tenido la oportunidad de comer algunas...de un restaurante cerca a su casa, más no del carrito de comida rápida. A eso él le llamaba ser intrépido.

— Ya que estamos aquí, ¿Recuérdame por qué no vinimos antes?, ¿O es que debimos ir a Times Square?— Natasha sacó una fotografía del panorama y una de él con la comida en la mano, incapaz de hacer algo más que mirarla.

— No creo que Times Square nos diera esta vista.

— Cierto. Estás aprendiendo, Rogers. Hace un tiempo no habrías dicho lo mismo.

— No, tienes razón. —él miró dudoso la salchicha.

— Anda, no vas a morir.

— Solo me cercioro.— dijo con cautela. Ella, en cambio, lo tomó entre sus manos y acercó la comida a su boca, hasta obligarlo a masticar.

— ¿Y bien?

— Mhm. No tan malo como pensé. Es gracioso, siempre me haces probar algo que no se me hubiera cruzado jamás por la cabeza.

— ¿Ah, sí? Entonces he revolucionado tu aburrido estilo de vida.

— No, ese fui yo. Velo de este modo. Es como si yo hubiese aportado el lienzo y tú la pintura. Yo pongo la idea y tú el lugar.

— Supongo que funcionamos bien.

— Mejor que Pepper y Tony, eso es seguro. — chocaron sus salchichas como si se tratase de una copa de Merlot.

— ¿Qué sucedió con ellos, por cierto?

— Tony intenta reconquistar a tu amiga con delicias turcas de un precio obsceno.

— Es un buen comienzo.

— ¿Sabes? Es bueno no necesitar todo eso. Digo, míranos; peleamos todo el tiempo y a veces nunca nos ponemos de acuerdo. Aun así, encajamos. — los ojos verdes fueron a parar a su perfil, iluminado con la luz de la puesta de sol. Claro, el tipo era más que perfecto y debía de brillar bajo los rayos del sol. Pensó con ironía.

— Se llama ley de atracción.

— Especifícate, Romanoff— le pidió, divertido, y ella soltó una risa ligera que a Steve le lleno el pecho de alegría y disipó los pensamientos sobre sus padres que lo tenían atormentado esas últimas semanas.

— Los opuestos se atraen. Es simple.

— Oh, ¿Entonces yo te atraigo?

— O al contrario. Eso no te lo diré.

— Tomaré eso como un, "me encantas, apuesto hombre de negocios".

— Eres un mimado ridículo. No imagino si llegara el momento en que de verdad consideres estar con alguien más. — eso los hizo pensarlo un minuto, sin mucho gusto.

— Pues...para empezar no soy un mimado ridículo; solo me gusta fastidiarte, segundo; dudo mucho de la posibilidad de encontrar a alguien.

— ¿Por qué?— parpadeó perpleja.

Y bueno, cuando se dio cuenta de que parecía que ya había encontrado a ese alguien con el que no tiene nada pero parecía un algo, se vio en una encrucijada. Natasha se quedaría sin una respuesta del todo acertada. Incluso para él era como intentar besar a Margaret. Difícil.

— Porque ya tenemos esto. Es cómodo, ligero; peleamos y no importara nunca porque somos amigos, sabemos que estaremos bien. Es como flotar en una nube. Podemos serlo todo a la vez. Buscar a alguien es complicado y tratar de que se quede lo es aún más.

La mujer negó con diversión y se puso de puntillas, exigiéndole una muda muestra de afecto. Steve ni siquiera había notado el momento en el que se había quitado los zapatos, tal vez era por eso que la había tenido que levantar un par de centímetros del suelo para que ella pudiese alcanzar sus labios. Había algo distinto, era un beso más lento, podían sentirlo esparcir una sensación cálida por todo su cuerpo, sencillo y afectuoso en cuanto él posó las manos en sus caderas y ella acariciaba su cuello y su mandíbula.

— ¿Te digo otra ventaja de esto?

— Te oigo.

— No tengo la necesidad de fingir contigo. He sido honesto todo el tiempo.

El corazón de la pelirroja se alegró por la inocente confesión. Sí, ella podría decir lo mismo, podría...

— Y yo puedo besarte todo el tiempo que quiera.

— Me gusta esa parte.

— Y no importara en absoluto.

— No, claro que no. — eso les bastó para que ella se abrazara a su torso y él le susurrara que podrían salir de ahí en ese momento y así buscar un mejor lugar donde terminar lo que empezaron en el baño esa mañana. Natasha suspiró en medio del beso y él se separó para mirarla a los ojos.

— Ese fue un suspiro de me encantas, Steve.

— Vuelve a decir eso y regresaré a casa yo sola.

— Bueno, bueno... Solo decía.

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