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Era la primera vez que visitaba una residencia de ancianos. El lugar tenía muchas áreas verdes, música clásica a un volumen moderado y un aroma muy cálido, muy acogedor.

Le indicaron la habitación de Park Song-I. Una puerta de madera blanca lo dividía del exterior. Cuando la abrió, observó a una dulce anciana con el cabello canoso. Era una mujer con mejillas regordetas y pequeñas pecas, su rostro con arrugas y unos ojos pequeños color café. Era el mismo retrato de Jimin.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó la mujer al ver al hombre ingresando a su habitación.

Jungkook entró con el ramo de flores y la caja de bombones.

—Hola, Song-I. Soy Jeon Jungkook, un amigo de Jimin —se presentó entregando el ramo.

—Oh. ¿De mi Jiminnie? —preguntó cogiendo las flores—. Me llamo Park Song-I. Todavía no te he dado permiso para que me llames Song-I, muchachito.

—Lo siento, señora Park Song-I. —Jungkook levantó la caja de bombones—. Le he traído un regalo.

—¿Qué es?

—Bombones, he oído que le gustan mucho. ¿Gustaría probarlos?

Song-I apretó los labios mientras lo observaba.

—No tienes muchas luces, ¿verdad?

—¿Perdón?

—Que no podemos comer si mi Jiminie no está aquí, tengo que compartir con él.

—Ah.

El rostro de Jungkook reveló su vergüenza con un leve sonrojo en sus mejillas. La anciana empezó a reírse a carcajadas por la situación.

—A Jiminie debe gustarle tu cara bonita, dudo que sea por tu inteligencia.

El afilado ingenio de la abuela Park hizo que Jungkook sonriera. Le recordaba a su Nana, que fue la única persona que se preocupó por él cuando era pequeño. Era directa y sin pelos en la lengua.

Song-I entendió el brazo para presionar un botón situado en la pared para avisar a un cuidador.

—Jenn pondrá las flores en agua. Y si se lo pido con educación, podrá traernos un poco de café.

—Quizás esto ayude —dijo a Jungkook, volviendo a señalar la caja de bombones.

La mujer lo miró con una ceja enarcada.

—Puede que todavía haya esperanza para ti. Anda, siéntate y dime de qué conoces a mi Jiminie —dijo sonriendo al ver que Jungkook sacaba los dulces—. Si son para mí, te doy permiso para que me llames Song-I.

Park Song-I era lista e inteligente, tenía un montón de anécdotas de la adolescencia de Jimin. Sin embargo, Jungkook también descubrió que su memoria a corto plazo era titubeante. En más de una ocasión, se percató de que algo velaba su mirada y se perdía por momentos en el presente.

Supo que el amor que sentía por su nieto era palpable y algo dentro él ansió por oír cosas acerca de la vida de su prometido.

Los recuerdos de Song-I se volvieron más erráticos y de un momento a otro se quedó  dormida en su silla de ruedas.

Jungkook echó un vistazo a su alrededor y comprendió por qué Jimin quería que estuviera allí y por qué trabajaba con tanta dedicación para que fuera algo permanente.

La habitación era luminosa y espaciosa, gracias a los enormes ventanales; había muchos lienzos y muñequitos tejidos. Y en un rincón de la mesita, una fotografía de Jimin cuando era pequeño.

El extraño sentimiento de culpa se apoderó de él al recordar el pequeño cuadro que Jimin llevaba en manos hace meses. Ese dibujo que alguna vez le pareció ridículo y que no quería verlo colgado en algún lugar de su casa.

Estaba tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de la presencia de su prometido.

—¿Jungkook? ¿Qué haces aquí?

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