Capítulo 47

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Los brazos de Kai me sostuvieron hasta que me calmé por completo y durante todo ese tiempo, ninguno de los dos dijo nada. La situación y la presión que sentía sobre mí terminó pasándome factura. Tarde o temprano iba a terminar derrumbándome y aunque me hubiese gustado hacerlo en mi intimidad, la forma en la que Kai actuó me resultó reconfortante.

Comencé a apartarme y entonces sentí que su agarré se hacía más fuerte.

—Gracias—dije arrastrando las palabras mientras colocaba las manos sobre sus brazos y me inclinaba hacia atrás.

Me miró con el ceño fruncido, pero no me soltó.

—¿Te sientes mejor?

—Sí, perdona. Es que me está costando asimilarlo todo.

—Yo debería pedirte una disculpa.

Fue entonces cuando me soltó y retrocedió un paso hacia atrás. Por un instante, lo miré confundida, pues no sabía a lo que se estaba refiriendo.

—Anoche actué y dije cosas fuera de lugar.

¿Se refería a lo que dijo cuando fue mi turno en el juego de verdad o reto? Lo cierto es que sí actuó diferente, pero no era algo a lo que le hubiese dado muchas vueltas.

—No pasa nada, Kai. No te preocupes.

—Sé que te hice sentir incómoda, pero hay algo que quiero decirte. Yo...—el crujir de las puertas de la Sala del Consejo lo interrumpió y ambos nos giramos hacia ellas al mismo tiempo—. Será mejor que hablemos en otra parte—dijo mientras me rodeaba la muñeca y tiraba de mí, pero mis ojos seguían fijos en el encapuchado.

—¿Sabes quiénes son ellos?—susurré mientras apartaba la mirada.

En lugar de contestarme, aceleró el paso y nos condujo hasta la biblioteca. Cuando estuvimos dentro, aparté mi mano y rodeé mi adolorida muñeca con cuidado. Kai suspiró pesadamente y se giró hacia mí.

Kai dejó caer sus hombros y soltó el aire que había estado conteniendo en sus pulmones antes de hablar.

—Ven conmigo.

Parecía cansado y puede que un poco tenso. Mientras nos dirigíamos hacia la planta inferior, no pude evitar recordar todo lo que viví en ese mismo lugar la noche anterior. Ruby estuvo allí con uno de ellos. ¿Fuimos las últimas personas en verla con vida? Ese pensamiento provocó que una sensación desagradable se extendiera por todo mi cuerpo.

Kai se detuvo frente a los grandes ventanales y se cruzó de brazos. Me coloqué un par de pasos detrás de él y fijé mis ojos en el cielo encapotado.

—Soy consciente de todos los errores que he cometido desde el principio, pero quiero que entiendas que en ocasiones, me es imposible tomar mis propias decisiones.

—Lo sé. Tu trabajo se limita a controlar lo que hago y a informar a Morgan si ves algo sospechoso en mí.

Quizás estaba siendo muy dura con él, pero realmente no sabía qué decirle. Ni siquiera podía estar totalmente segura de si lo que estaba haciendo no era más que otra orden de Morgan.

—¿Es así como me ves?—giró ligeramente su cabeza hacia mí, pero nuestros ojos no llegaron a encontrarse.

—¿No es ese vuestro deber?

El sonido de la lluvia golpeando los cristales era lo único que cubría los silencios de nuestra conversación.

—Vivir aquí con los demás chicos y con Morgan es todo lo que he conocido desde que tengo uso de razón.

—Entiendo por qué actúas de esa forma cuando ella está presente y ya te perdoné por lo que pasó la noche de la prueba inicial.

En ese momento, se giró completamente y nuestros ojos se encontraron. Su expresión era de claro arrepentimiento.

—No lo comprendes...

—Kai—dije mientras dejaba caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo—Mi vida se desmoronó de la noche a la mañana. Descubrí que todo era una mentira y a pesar de que aquí encontré a chicas con mi mismo talento, no puedo hablar con ellas porque va en contra de las normas. Sin embargo, la noche después de cada prueba esas reglas no tienen validez. ¿Me puedes decir por qué?—como era de esperar, no me dijo nada, así que seguí hablando—. Me pides que te entienda y que confíe en ti, pero no me das ningún motivo para hacerlo.

—Tienes razón—desvió su mirada, rompiendo el contacto visual—. Pero nunca antes me había planteado lo que hacía. Ni una sola vez—se pasó una mano por el pelo y fijó sus ojos azules en mí—. Desde que llegaste aquí, me siento diferente. No quiero que sigas creyendo que no me importas.

Dio un paso hacia delante y acortó la distancia que nos separaba.

—Te protegeré, Nina—dijo en voz baja—y si tengo una oportunidad contigo, no la desperdiciaré.

***

Jared

Estúpido. No había otra palabra que pudiera definirme mejor. La estaba volviendo loca y ella me estaba volviendo loco a mí. No lograba entender por qué actuaba de esa forma cuando la tenía delante. ¿Acaso no podía limitarme a seguir las órdenes como siempre hice?

Cuando nuestros labios se rozaron por primera vez, perdí la razón. Por un instante, quise olvidarme de todo y centrarme únicamente en ella. Quería responder a sus caricias. Quería mirarla como ella lo hacía conmigo, pero ese era un terreno muy peligroso y no podía arriesgarme. No iba a ponerla en peligro. Tenía que dejar mis emociones a un lado y ceñirme al plan acordado.

El sonido de la alarma del móvil que estaba sobre la mesilla de noche me sacó de mis pensamientos. Eran las ocho de la tarde y aunque estuve en la cama desde el mediodía, todavía estaba cansado. Al estirarme, el dolor en el cuello me hizo soltar un quejido, pero no podía hacer nada para aliviarlo. Me levanté de la cama y encendí el interruptor de la luz junto al armario.

Esa noche tenía que ir a la casa de Nina, otra vez, y cada vez que iba allí, revivía ese fatídico día.

Cogí unos pantalones deportivos negros, una camiseta de manga larga y una chaqueta del mismo color. Cerré el armario y dejé la ropa sobre el escritorio. Después estiré las sábanas de la cama y coloqué la ropa sobre la misma. El edificio en el que vivíamos los siete se encontraba en el centro de la ciudad y cada uno tenía su propio apartamento.

Salí de la habitación en dirección al cuarto de baño para darme una ducha. Necesitaba liberarme de la pesadez que sentía sobre mi cuerpo. Necesitaba pensar para tener claras mis ideas y lo próximo que haría. Estaba decidido a ayudarla, aun sabiendo lo que podía perder, pero no me importaba.

Encendí la luz y miré mi reflejo en el espejo. Los seres como nosotros deseábamos parecernos a los humanos, pero eso era prácticamente imposible, porque ellos tenían algo que nosotros no. La esencia de la vida. La ventaja era que podíamos cubrir nuestra apariencia real. Es decir, les mostrábamos aquello que querían ver. Cualquier cicatriz o herida podía ocultarse fácilmente, pero había algo que no podíamos esconder. El color de nuestros ojos. A simple vista, parecían de color negro, pero poseían pequeñas motas que contrastaban con la oscuridad que se apoderaba de nuestra mirada. Las mías eran ambarinas, las de Shiro azules y las de Noah marrones, y cada una contaba una historia diferente.

Parado frente al espejo y libre de cualquier ilusión que mantuviera mi apariencia oculta a los ojos de las personas corrientes, observé mis cicatrices. Aquellas que me recorrían los brazos me recordaban que no me había portado bien. La cicatriz que surcaba mi pecho me recordaba que en ocasiones hablaba demasiado. En mis ojos había tanta oscuridad que hacía tiempo que pensaba que nunca podría salir de allí. Sentía frío, pero cuando cerraba los ojos y la veía, todo cambiaba. Aun así, sabía que no la merecía. Si seguía mintiéndole, le haría más daño. Tenía que protegerla, costara lo que costara. Entonces, ¿por qué no era capaz de decirle la verdad?

Me giré y encendí el grifo de la ducha. Quería que el agua caliente me ayudara a quitar el frío que desde hacía tiempo se había colado en lo más profundo de mi ser. Mi mirada se desvió de nuevo hacia el espejo. Cruzando mi espalda de un extremo a otro, observé la cicatriz que me recordó quién era realmente. Mi pasado estaba grabado a fuego en esa maldita cicatriz.

Sentí miedo.

Miedo a perderla.

Porque si descubría quién era, se alejaría de mí. 

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