Capítulo 68

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—¡Cuéntame lo que viste!—suplicó colocando la mano que tenía libre sobre la de él—. Puedo ayudarte. No dejaré que te pase nada.

—¿Es que no lo entiendes?—su tono era firme pero podía notar el dolor que corroía  sus palabras—. Todo el pueblo está intentando incriminaros—ella negó con la cabeza y cerró los ojos con fuerza.

—Nosotras no hemos hecho nada. Ellas son...—dejó caer las manos a ambos lados—incapaces de hacerle daño a alguien.

El niño se giró hacia ella y los dos quedaron frente al otro. La niña escondió la cara entre sus manos al tiempo que los hombros comenzaban a temblarle ligeramente. Jared se puso en pie con cuidado y yo lo seguí. El único sonido que podía escucharse era el del suave viento que mecía las ramas.

—Lo sé—susurró.

—¿Por qué no puedes decirme quién es el culpable?—habló sin mirarlo. Su voz era débil—. ¿Por qué?—sus manos se cerraron en dos puños—. Eres mi único amigo. No puedo arriesgarme a perderte—negó con la cabeza—. No quiero perderte.

—Deja que sea yo quién te proteja esta vez.

—No me debes nada—ella lo miró. Observé que sus rostro estaba bañado en lágrimas. 

—En realidad sí—él cogió su mano. Sentí una punzada de dolor en el corazón y deseé poder verle la cara—. Si no hubieras aparecido aquel día, no estaría aquí contigo.

—Ellos no...—arrastró las palabras—. No han vuelto a molestarte, ¿verdad?

—No. Desde ese día, mi vida comenzó a cambiar y todo es gracias a ti.

—Mientes—mis sentidos se pusieron alerta y noté que Jared se tensaba a mi lado. Sin ser realmente consciente de lo que hacía, eché a andar hacia delante hasta quedar situada a escasos pasos de ellos. Vi mis ojos reflejados en los de aquella niña—.Me estás mintiendo—ella movió la mano, zafándose de su agarre y apretó los labios—. Cada vez que te veo tienes una herida nueva. ¿Acaso crees que no me doy cuenta?—él no dijo nada. Su silencio parecía confirmar lo que decía—. ¿Son ellos?—colocó ambas manos sobre sus hombros—. Dímelo, por favor.

—Esto no...—susurró—no tiene nada que ver con ellos.

—¿Entonces?—lo zarandeó ligeramente—. ¿Quién te está haciendo esto?—noté que Jared se colocaba a mi lado. Su rostro estaba pálido—. Perdóname—ella cerró los ojos y el tiempo se paralizó—. Sicutliber, indica mihi fabulam tuam. Nulla sunt secreta inter nos, nunc mihicrede (como un libro, cuéntame tu historia. No hay secretos entre nosotros, ahora puedes confiar en mí).

Un suspiro entrecortado trepó por mi garganta cuando la escuché recitar el conjuro de la tercera prueba. Cuando vi que ella movía su mano y levantaba la manga del niño , comprendí lo que estaba haciendo. Quería averiguar quién había provocado sus heridas.

—Por Dios...—mis ojos se abrieron y me llevé las manos a la boca. Los ojos de ella se pusieron totalmente en blanco y él no se movió—. ¿Quién ha podido hacer esto?—los brazos del niño estaban llenos de moratones. Su piel iba del púrpura más oscuro al rojo más claro. ¿Cuánta fuerza habrían tenido que ejercer para provocar esos hematomas?

—¿Qué tipo de Dios permitiría esto?—susurró Jared a mi lado. Lo miré, pero sus ojos estaban fijos en el frente. Seguí su mirada y observé la escena. Los ojos de ella iban de un lado para otro, como si estuviese leyendo algo. Sus labios comenzaron a temblar y un instante después, sus ojos volvieron a la normalidad. Ella dejó caer su mano y su cara se crispó justo cuando las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

—¿Por qué no me lo has dicho?—su voz pendía de un hilo—. ¿Por qué?

—No tenías por qué saberlo. 

—Todo esto es culpa mía—ella dio dos pasos hacia atrás, alejándose de él.

—No, no lo es. Nada de esto es culpa tuya.

—Entonces, ¿por qué...?—pareció moverse con la intención de volver a acercarse—. Yo podría...

—No puedes ayudarme. Ni tú, ni nadie—cerró sus manos en dos puños con la esperanza de ocultar el pequeño temblor que sacudía su cuerpo—. Ya te he dicho que no te pondré en peligro y creo que la única manera de poder hacerlo es evitar que te involucres más.

—¿Qué quieres decir?

—Debo alejarme de ti si quiero que estés a salvo. 

—Te equivocas. 

—Si te pasara algo por mi culpa no podría perdonármelo.

—Si te vas...—comenzó a decir, pero él la interrumpió.

—Estarás bien. Todas vosotras lo estaréis.

—¿Y qué hay de ti?—dio un paso hacia delante—. No voy a abandonarte.

—Tendrías que haberme dejado morir ese día.

—Nunca me arrepentiré de haberlo hecho y volvería a hacerlo.

—Te estoy poniendo en peligro. Las estoy poniendo en peligro a ellas también. No puedo permitir que otros paguen por mis errores—ella no tuvo tiempo de contestar porque él comenzó a alejarse a toda velocidad y cuando se giró, sólo pudo ver cómo desaparecía entre la espesura de aquel bosque.  No lo pensé dos veces y comencé a andar tras él.

—¿Vas a seguirlo?—me giré. Estaba parado justo al lado de mi yo de diez años.

—Ella estará bien. ¿Vienes conmigo?

Dije esas palabras sintiendo un nudo en la garganta. ¿Qué paso entre nosotros hace tantos años?

Al parecer yo lo había salvado, pero era incapaz de recordar lo que sucedió y eso hacía que me sintiera frustrada. Algo en mi interior me decía que aquello que tanto temía el niño era que las personas que lo conocían descubrieran que tenía algún tipo de relación conmigo. Estaba claro que no nos querían en aquel pueblo.0, así que después de todo, era yo la quién lo estaba poniendo en peligro. Un sentimiento de culpabilidad había estado creciendo en mi interior desde que escuché de la boca de Cassandra y Morgana que algo le había sucedido a ese niño. No podía cambiar el pasado, pero tenía el derecho de saber qué había pasado. Si bien Gwen me había confesado que Morgan alteraba nuestros recuerdos al llegar a la academia, lo que había vivido antes de los diez años estaba guardado bajo llave en algún lugar de mi memoria.

—No te separes de mí. Recuerda que antes de irte tienes que darme algo—sonrió brevemente y apartó la mirada. A pesar de que trató de camuflar sus sentimientos, percibí cómo le había afectado lo que acabábamos de presenciar. 

—No lo haré.

Los dos comencemos a anda al mismo tiempo hacia el lugar por donde había desaparecido. Eché un vistazo rápido a mi alrededor. Podía oír el sonido de sus pasos en la lejanía y mis ojos se posaron en el brazo derecho de Jared. Observé los tatuajes que comenzaban en sus nudillos, se extendían por su codo y subían por su brazo hasta perderse bajo la manga de su camiseta y por un segundo me pregunté si aquellos tatuajes también cubrían heridas al igual que lo hacían los dos dragones que se entrelazaban en su espalda. 

Puede que Jared se viera reflejado en aquel niño. Quizás entendió el motivo por el cual él quería mantenerse alejado de ella para protegerla. Cabía la posibilidad de que él también hubiese querido proteger a alguien por encima de todo. Al fin y al cabo, aquella vez que entré en sus recuerdos descubrí que existió alguien muy importante para él . 

—Se ha ido por allí.

Señaló un punto en la lejanía. Lo miré y asentí. Sus labios gruesos estaban fruncidos en una delgada línea. Por un instante, me pareció captar que su barbilla temblaba ligeramente y moví mi mano hasta encontrar la suya. No pareció sorprenderse, ni tampoco comentó nada cuando nuestras manos se entrelazaron y me dio un ligero apretón en respuesta.

***

—¿Puedes verlo?

—Sí, está justo ahí.

Estuvimos siguiéndolo alrededor de media hora hora. Caminó en línea recta casi todo el tiempo  y sólo se detuvo una vez. Sus piernas dejaron de moverse cuando una casa surgió ante nuestros ojos. No se parecía en nada a las que formaban parte de ese pueblo. Era más antigua, más rural y estaba rodeada de flores. Pensé que entraría. ¿Acaso vivía alguien allí?

Sin embargo, cuando las luces se encendieron, él volvió a andar aumentando el ritmo. Jared no soltó mi mano en ningún momento y cuando comenzábamos a abandonar aquel pequeño claro donde se encontraba la casa, giró la cabeza hacia ella.

—No sabía que había una casa aquí.

—El pueblo es pequeño, pero el bosque...—mientras hablaba, iba apartando algunas de las ramas que dificultaban nuestro paso—es inmenso.  

—¿Por qué viviría alguien en un lugar tan alejado del pueblo?

—Estar rodeado de gente no hará que te sientas menos solo.

Cada una de esas palabras se me quedó grabada a fuego. Las sentí como un golpe realidad. Tenía razón. En la academia estaba rodeada de personas, pero aquellos a los que más quería estaban lejos de mi. Mi madre y Ane se encontraban bien. Él me lo había dicho y yo confiaba en su palabra. Mis días de soledad estaban llegando a su fin. Ese era el pensamiento al que me aferraba porque antes de Gwen y Rina, me había sentido realmente sola. 

Antes de que él llegara, me había sentido perdida.

Me he sentido así toda mi vida. 

Ese pensamiento me estremeció. ¿Era culpa mía o simplemente había estado tratando de encajar en un lugar al que no pertenecía?

Seguimos caminado durante un rato y pronto comencé a ubicarme. Nos estábamos dirigiendo al pueblo. Iba a decirlo justo en el momento en el que un grito ensordecedor se abrió paso entre el silencio.

—¿¡Dónde estabas!?—la voz alterada de una mujer emergió del lugar donde había desaparecido el niño—. Estabas con ella otra vez, ¿verdad?—avancé con rapidez, tirando de Jared hacia delante—. ¿¡Cuántas veces más tendré que repetírtelo!?—giramos hacia la derecha y justo en ese momento oí un golpe seco—. Acabarás convirtiéndote en un monstruo como ellas.

—¡No!—grité. Jared deslizó su mano sobre mi vientre y me mantuvo pegada a él—.¡No le ponga una mano encima!—traté de zafarme de su agarre en vano—. ¡Suéltame!

El niño cayó de rodillas al suelo mientras se sujetaba la mejilla derecha con la mano. La mujer, de unos cuarenta años y con una mirada fría, estaba de brazos cruzados. Su rostro impasible me heló la sangre.

—Sabes que no pueden verte—susurró en mi oído—. Tranquilízate. Esto pasó hace mucho tiempo.

—Ella no es un monstruo—dejé de moverme, pero las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos—. Me ha enseñado a querer. ¡Yo también merezco ser querido!

—¡Cállate!—gritó. Se agachó y lo agarró del brazo—. Volvamos a casa. Parece que todavía no has aprendido la lección.

La mujer tiró de él y lo levantó con facilidad. El niño no habló y tampoco se quejó del dolor que tenía que estar sintiendo.

—¿Por qué...?—susurré—¿por qué el mundo es tan cruel?

—Crueles son las personas—en ese instante, sentí que el cuerpo de Jared se vencía hacia delante. Me giré hacia él y coloqué las manos sobre su pecho. 

—¡Jared!—sus rodillas cedieron y yo con él. Lo rodeé con uno de mis brazos y con la mano que tenía libre lo obligué a mirarme—. ¿Qué te pasa?

—Sólo estoy cansado.

—Te encontrabas mal desde el principio, ¿verdad?—un sentimiento de culpa trepó por mi pecho—. ¡Te he hecho correr por todo el bosque!

—Un paso mío son tres tuyos—una de las comisuras de sus labios se levantó—. Perdóname, pero creo que tengo que irme ya.

—Lo siento—susurré colocándolo sobre mi regazo—. He sido una egoísta.

—Deja de culparte. He sido yo el que te ha seguido. No te dejaré sola.

—Jared—dije su nombre siendo que el nudo de mi garganta crecía.

—Primero bésame y después hazme la pregunta.

Una lágrima golpeó su mejilla cuando me incliné hacia él. Nuestros labios se fundieron en un beso que hizo que mi corazón se acelerase y cuando me aparté, sus ojos estaban cerrados.

—¿En qué lugar y época estamos?

—Buena pregunta—sonrió—. Salem. 1652.

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