CAPÍTULO 17: EVELYN Y DYLAN, EDWIN Y JADE, EMILY Y PETER

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Eran las nueve de la mañana cuando llegamos a París. Me había dormido en el hombro de Edwin casi todo el viaje, así que me resultó cegador salir del pequeño avión por la luz resplandeciente.

Mi novio se había quedado conmigo la noche anterior para salir juntos al amanecer hacia el aeropuerto. Ahí nos reunimos con nuestros amigos para comenzar la travesía que habíamos planeado desde hace meses. Yo no pude soportar la vigilia, así que me acosté en el cuerpo de Edwin mientras él leía su libro del mes. Me desperté cuando las azafatas empezaron a vender alimentos, escuchando cómo Jade y Peter platicaban en murmullo del otro lado del pasillo. Lo que me sorprendió fue que Dylan y Evelyn no estuvieran haciendo ruido —siempre eran muy escandalosos—, por lo tanto, volteé atrás para ver qué hacían... Mi corazón se derritió en miel: Ambos se hallaban profundamente dormidos con una cabeza encima de la otra. Miré a mi novio y me sonrió de forma cómplice. El pulso se me había acelerado por la ternura, así que le devolví el gesto. Después me acurruqué a su lado otra vez.

En el presente, los seis —despeinados, adormilados y con las mochilas en los hombros— seguimos a Evelyn después de que le dieron las llaves de la pequeña camioneta para viajar por el norte del país. Si se preguntan cómo me sentía al estar de regreso en mi lugar natal, no les mentiría al confesarles que me encontraba tranquila. No había fantasmas del pasado ni demonios serpientes atormentándome porque ahora me hallaba con mi dulce familia por elección, junto a ella sabía que nada malo pasaría; estaba a salvo.

En el estacionamiento nos encontramos con un vehículo marrón y viejo. Ninguno hizo algún comentario sarcástico sobre el automóvil, ya que era lo único que habíamos podido pagar. Simplemente contemplamos la camioneta arcaica, percatándonos de que en eso íbamos a viajar. Después nos dedicamos a subir el equipaje a la cajuela.

—¡Qué hermoso día! —exclamó Jade, mirando el cielo con sus lentes oscuros.

Supuse que mencionó aquello para subir los ánimos. La mañana parisina estaba nublada. Ja, viajar cientos de millas para encontrarnos con el mismo clima deprimente, pensé con burla.

—¡Yo conduzco! —informó Evelyn emocionada.

Nadie protestó. Dylan se puso como copiloto y los demás nos sentamos atrás. Peter se colocó junto a la ventana izquierda, yo tomé asiento a su lado, Edwin se puso junto a mí y Jade se sentó al lado de la ventana derecha.

—Recuerda que aquí es al revés —le dijo el rubio a la conductora antes de que ella arrancara.

—Sí, sí —contestó la rubia sin darle importancia—. Pon el GPS en tu celular porque no quiero perdernos.

El copiloto la obedeció.

—Listo —informó Dylan.

—Bien, damas y caballeros, oficialmente inicia nuestro viaje a Saint-Malo —anunció Evelyn extasiada y avanzó para salir del estacionamiento.

Dylan vitoreó, Edwin y Peter sonrieron de oreja a oreja, Jade aplaudió y yo me reí. Cuatro horas encerrados en el mismo vehículo, ¿qué podía salir mal? Las primeras dos horas nos la pasamos cantando lo que había en las listas de música de Peter mientras comíamos las botanas que compramos en París antes de salir a la carretera. Era divertido burlarse de la desentonación de los demás, incluyendo la mía. Los seis estábamos bastante relajados con los lentes oscuros para protegernos del sol matutino. La incomodidad inició cuando a Evelyn se le ocurrió su juego. Le bajó el volumen a la música y comenzó a hablar.

—Ya somos amigos otra vez desde hace casi seis meses, así que es tiempo de romper el hielo y actualizarnos en preguntas bochornosas.

¿Qué...? Fruncí el ceño porque no entendí su punto. Miré a Edwin para expresarle mi extrañeza; él tenía la boca torcida, ya que tampoco comprendía.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Peter confundido.

—Sí..., yo le hago una pregunta... interesante...

—Incómoda, querrás decir —la interrumpió mi exnovio.

—... a alguno de ustedes —continuó como si nada—, ese alguien contesta y le cuestiona a otra persona lo que quiera —Edwin, Peter y yo habíamos empezado a lanzar quejidos entre dientes—. ¿Qué les parece?

—Es una pésima idea —opinó mi novio—, pero hay que jugar —soltó con indiferencia.

Puse los ojos en blanco. Tenía por sentado que en los próximos minutos me encontraría en una posición comprometida, pero no iba a discutir con ella ni con nadie. Que preguntaran lo que se les diera la gana, yo me desquitaría después.

—Está bien —accedió Jade—, pero nada de enojos.

Habla por ti misma, pensé.

—Bueno..., entonces empiezo yo —la rubia lo analizó por un segundo sin despegar los ojos de la autopista—. Hmm... Jade —un nudo me cerró la garganta. De soslayo vi que la pelirroja puso su cara de pocos amigos—, ¿quién lo hace mejor —por favor, no lo digas—: Edwin o Daniel?

Dylan y Peter no pudieron contener sus carcajadas, yo me sonrojé hasta que las mejillas me dolieron, y Jade y mi novio palidecieron por completo.

—¡¿Es en serio?! —estalló la pelirroja— ¡No voy a contestar eso!

—¡Tienes qué! —exclamó la rubia— Además, tú fuiste la que recalcó que nada de enojos.

Dylan seguía riéndose y había volteado para ver a Jade.

—Vamos, sólo responde —le insistió el rubio.

Después de unos segundos con la boca torcida y los ojos cerrados, lo sacó:

—Edwin —el auto se quedó en completo silencio y todos, a excepción de Evelyn, la observamos. Yo había abierto mucho los ojos y tenía la necesidad de hablar. Por el cristal vi que la mirada de mi novio le pedían una explicación a Jade. Agradecí mucho que lo aclarara—. Sí, tú lo hacías mejor en un principio —le dijo a Edwin—, pero eso no significa que yo no le esté enseñando a Daniel a hacerlo como me gusta —de inmediato despegamos la vista de la pelirroja y Dylan se tapó los oídos mientras hacía ruidos para no escucharla—. Oh, cálmate, payaso —le espetó al rubio, empujando el asiento con su fuerte pie—. Tú me incentivaste a que contara mi vida sexual.

Evelyn y yo nos reímos.

—Elige a alguien, Jade —la rubia le pidió que continuara.

—Edwin —contestó la pelirroja sin pensarlo dos veces y eso me asustó. No pude analizar a qué se debía mi reacción porque de inmediato lanzó la pregunta—. ¿Por qué terminaste con Lena?

Vi cómo los hombros de mi novio se relajaron. En cambio, mi corazón se aceleró con mucha violencia, electrizándome el pecho.

—Creí que había quedado claro —dijo Edwin con tranquilidad. Yo no pude mirar la escena, sino que me dispuse a ver el camino que teníamos por delante para no perder el control—: Fue por Emily.

Sentí cómo la camioneta retumbó porque todos se sentaron correctamente para escuchar bien sus palabras. Yo bajé la cabeza para rayarme las uñas.

—¿En serio? —cuestionó Jade con incredulidad.

—Sí... A Lena no le gustó que me empeñara tanto en buscarla. Parece que estás enamorado, me decía; así que ella terminó conmigo.

Una roca me aplastó el pecho mientras la luz iluminaba mi mente. Ya sabía por qué me incomodaba tanto que Edwin contara esa historia desde el día uno: Me sentía responsable. Si las cosas terminaban mal entre nosotros, experimentaría culpa. Un escalofrío se acomodó en mi espalda baja. Jamás me había planteado qué sucedería si rompía la relación amorosa con mi mejor amigo, ¿por qué me lo había comenzado a cuestionar ahora? ¿Qué había cambiado? Giré discretamente a la izquierda, encontrándome con la figura de Peter concentrándose en el paisaje de la ventana sin darle importancia a la respuesta de Edwin. Cerré los ojos con fuerza, los volví a abrir y volteé hacia el frente. Esto no podía volver a pasar, no arruinaría las cosas con Edwin por culpa de Peter otra vez. Mi mejor amigo y yo merecíamos una oportunidad...

—Dylan —continuó mi novio, despertándome de mi inapropiado dilema.

—Pregunta, Bridgerton, pregunta; no tengo miedo —lo retó el rubio con su voz socarrona.

Edwin lanzó unas risitas.

—Si pudieras besar a alguien de este auto, ¿a quién sería?

Los cuatro pasajeros de atrás le clavamos la mirada muy interesados. Intenté emocionarme, pero la confusión me seguía arrastrando hacia atrás. Dylan nos examinó uno por uno y después vio a Evelyn. Visualicé cómo los hombros de mi amiga se tensaron.

—A Evelyn —el rubio rompió el silencio y las mariposas de mi estómago explotaron—, pero sólo porque ustedes cuatro ya se han involucrado bastante.

Las oraciones acusadoras de Peter, Jade y mi novio comenzaron.

—Yo ni siquiera dejaría que me besaras, así que ni te ilusiones —se defendió Evelyn, pero de inmediato supe que escondía un deseo incontrolable.

Apenas pude sonreír ante todas las bromas, ya que mi cabeza se llenó de Peter. Estaba junto a mí y yo sólo deseaba apretarle la mano para asegurarme de que fuera real. Quería deshacerme de este pesado hoyo —lleno de magnetismo— que me estaba atrayendo otra vez hacia él. ¡Qué locura! Estuve a punto de llorar en medio de Edwin y mi exnovio, quienes bromeaban con Dylan, ignorando por completo mi episodio de demencia. Edwin, Edwin, tu novio es Edwin. Peter y tú no han estado juntos desde hace casi tres años. Compórtate.

—¡Emily! —la exclamación de Dylan me regresó a la realidad.

—¿Sí? —pregunté desorientada.

—Es tu turno...

—¿Estás bien? —inquirió mi mejor amigo.

Asentí con la cabeza, forzando mi sonrisa. La verdad es que sólo deseaba cerrar los ojos y desaparecer. Aparté la vista para no leer su expresión y vi a Dylan.

—Pregunta, soy un libro abierto.

—Está bien... —el rubio relajó el ceño— ¿No se te hace extraño hacerlo con Bridgerton?

Al instante se escuchó un quejido. Vi de soslayo que mi novio y Peter dirigieron la vista hacia el otro lado, y yo puse los ojos en blanco. La única razón por la que me preguntaba esto era por Evelyn, estaba segura.

—No —contesté secamente sin ganas de dar más detalles. Estaba harta de que los dos rubios siguieran mandándose indirectas en lugar de ser completamente sinceros, así que iba a devolver el golpe—. Ahora es mi turno, quiero preguntarle a Evelyn —añadí de inmediato.

El silencio se adueñó del aire.

—Adelante —contestó mi amiga, aunque su voz tembló un poco.

—¿Estás enamorada de alguien? —escupí sin más, ansiosa por una respuesta.

Todos clavaron los ojos en ella; a excepción de Dylan, que agachó la cabeza. Su cuerpo todavía se encontraba orientado hacia nuestra dirección. Me percaté de que la sonrisa se le había borrado del rostro y había comenzado a rasguñarse las uñas para no mirarnos.

—Sí —respondió Evelyn, después de un resoplido, sin despegar los ojos del camino.

Por el espejo pude ver que su cara se había descompuesto a punto de llorar. En ese instante, me percaté de que esto era cruel y que no me correspondía juntarlos o algo por el estilo. Sin embargo, estaba tan molesta, que no me detuve.

—¿Ese alguien está en la camioneta?

Vi cómo Dylan pasó saliva, y Edwin y Peter se tensaron a mi lado. Hasta pude escuchar el estallido del corazón de Jade y observar perfectamente cómo los hombros de Evelyn se contracturaron. Admito que incluso mi pecho se congeló.

—Ya son dos preguntas —se excusó, recuperando el ánimo y rompiendo la situación sombría.

Jade y Peter lanzaron una carcajada, Dylan y Edwin sonrieron, y por el espejo vi que los labios de la rubia se habían estirado con una satisfacción salvaje. No me quedó más que apretar la boca y rendirme, azotándome contra el respaldo. Suspiré y crucé los brazos agotada.

—Terminemos con esta ronda de preguntas —anunció Evelyn, tomando control de la situación otra vez—: Peter, es tu turno.

Al instante volví a sentarme con la espalda recta y me sequé el sudor de las manos en el pantalón. De seguro la rubia me metería en su cuestionamiento, esa sería su venganza por inquirirle lo de Dylan. Pensé que jamás estaría lista para aquella interrogante, pero, aun así, llegó.

—¿Quién besa mejor: Maddie o Emily? —soltó Evelyn rápidamente.

Yo perdí el aliento. Las palabras de mi amiga me supieron a veneno. Vi a Peter, las mejillas se le habían encendido; seguramente las mías estaban igual porque me cosquilleaban. No pude esconder que la respuesta que diera iba a importarme... y mucho.

—Hmm... —comenzó casi en un murmullo y así se quedó por mucho tiempo. Escuché las risas de Jade, Dylan y la rubia. Edwin estaba callado como una tumba, imaginé que sus ojos negros habían perdido todo su brillo, pero no me volteé para confirmarlo..., no podía, Peter con la cara roja de vergüenza y la mirada baja tenían toda mi atención. Soy yo, tengo que ser yo, hablaba la enfermedad dentro de mi cabeza. Los ojos se me llenaron de lágrimas, Peter tenía mi corazón sobre sus manos y podía despedazarlo con el simple hecho de pronunciar el nombre de Maddie. Una angustia exasperante me invadió el pecho, como si me sacudiera para hacer que entrara en razón— Emily —pronunció, dejando que mi alma respirara. Todos guardaron silencio, esperando una explicación. Un nudo en la garganta me impidió exclamar—. Es que ella fue mi primera experiencia en todo lo físico y sexual, así que supongo que estoy sesgado.

Después de esas palabras dejé de escuchar las frases, las risas y los juegos. Me senté correctamente para mirar mis manos imperfectas. En algún punto la música volvió a sonar, pero yo no podía despegar la vista de mis dedos pequeños. Sabía que algo malvado estaba resurgiendo en mi interior; que la felicidad de los meses pasados sólo se había tratado de una ilusión por haber postergado mis asuntos pendientes; que ahora todo explotaría en mi cara; que mi corazón me suplicaba sobrevivir, y eso incluía alejarme de Edwin para no lastimarlo y buscar en Peter la salvación. Así había funcionado toda mi vida, ¿por qué ahora sería diferente?


Cuando llegamos al modesto hotel, estábamos hambrientos; así que antes de ir a las habitaciones, comimos en el pequeño restaurante. Mi alma seguía ansiosa, por lo que me era imposible poner atención a mi alrededor. Mi cuerpo putrefacto se había despertado de la anestesia, recordándome que los deseos de morir aún me perseguían. Me encontré a punto de perder la compostura. Edwin está conmigo y los seis somos amigos otra vez, ¿por qué aún no es suficiente? ¿Qué es lo que falta? ¡Estoy de viaje con mi familia!, ¿entonces por qué todo está tan gris? La primera respuesta que se me ocurrió fue que todo se debía a que Peter y yo no estábamos juntos.

Después de la comida cada uno desempacó en sus respectivas recámaras. Peter y Dylan habían alquilado tres: Los dos tenían una; Jade y Evelyn, otra; y yo compartía la mía con Edwin. Mientras acomodaba mis cosas, evité mirar a mi novio o seguirle el hilo de la conversación porque tenía mucho miedo de echarme a llorar sin poder detenerme. Mi mente se remontó a la noche anterior y en la manera en la que me había acurrucado junto a él completamente cómoda. Ahora eso desaparecía más rápido de lo que me habría gustado. Mi mejor amigo no tardó en notar que mis respuestas eran cortantes, por lo que me preguntó si estaba bien; yo me limité a contestarle que sólo era cansancio por el viaje. Pensé en desmayarme en la almohada y no despertar hasta que alguien resolviera mis problemas, pero después, la idea de que Edwin se acostara junto a mí para abrazarme me inquietó. No podría soportar su tacto sin sentirme abrumada, culpable y confundida; así que le informé que iría a tomar el sol en la piscina del hotel. Me preparé en el sanitario, quitándome la ropa del viaje, poniéndome mi traje de baño negro y colocándome bloqueador por toda la piel descubierta.

Fue una pesadilla arreglarme porque el alma me pesaba, empujándome hacia el suelo. Sólo deseaba dejarme caer en el frío piso y llorar hasta que se me acabaran las lágrimas o alguien me diera un sedante para dormir indefinidamente. Cuando me vi al espejo, me volví a observar con las ojeras, los ojos delirantes, los dientes apretados, el cabello largo y desaliñado, y la bata del hospital psiquiátrico. Habían transcurrido casi tres años desde el día en que pensé en el suicidio por primera vez, pero ahora mi interior había revivido los deseos que me arrastraron hacia esa fantasía. El pecho me dolía, como siempre lo había hecho desde que tenía seis años, dándome a entender que había algo malo conmigo... Sí, se llama esquizofrenia, depresión..., ansiedad.

Cuando las lágrimas comenzaron a escurrirse por mis mejillas, me las limpié para disimular y me coloqué los lentes de sol; Edwin no podía ver mis ojos rojos porque empezaría a hacer preguntas. Él seguía arreglando sus cosas cuando salí del baño. Me despedí fugazmente, él me dijo que me alcanzaría al terminar.

A pesar de que mi ropa me dejaba respirar, las lágrimas no podían detenerse debajo de los lentes oscuros. Caminaba con sigilo, fingiendo que mis ojos no se ahogaban en llanto. Cuando llegué a la piscina, agradecí que no todas las sillas estuvieran ocupadas. Extendí mi toalla en la más apartada de la gente y me acosté sobre ella, perdiéndome en el cielo. Al instante pensé en mis días con Amanda, observando las nubes en el bosque. Mi cuerpo se quedó estático mientras la podredumbre se comía mi corazón. Mi piel estaba helada, a pesar del calor, y mis ojos se secaron por no parpadear. De esta forma transcurrió la tarde. Oí cuando Edwin llegó con nuestros amigos, pero apenas les hice caso. Después se pusieron a juguetear en la alberca, sin embargo, no me moví. Entre siseos escuché sus preguntas para asegurarse de que estuviera bien, pero pronto el ruido se alejó.

Realmente no había nada. Si Edwin, dar clases, mis hermanas, mi abuelo, mis amigos, la editorial, la terapia, mi imaginación sofocante y mi libro no podían darle sentido a mi vida, ¿cuál era el motivo? Ni siquiera Peter había podido acabar con la podredumbre en su momento, ¿entonces quién lo haría? ¿Quién iba a ser el superhéroe?, ¿acaso todavía no lo conocía?, ¿existiría tan siquiera? Lo que fuera, yo ya no podía esperarlo, la enfermedad me aplastaba poco a poco la garganta y tarde o temprano terminaría matándome. Eso era lo que más me aterraba: Aunque faltaran años para mi muerte, sabía que la causa sería suicidio porque mis ataques de ansiedad realmente distorsionaban mi visión, haciéndome desear intensamente clavarme un cuchillo en el pecho.

Temía enormemente volver a vivir arrastrándome, como había sucedido justo antes de entrar al Programa, deseando sentir algo porque todo se había apagado en mi interior. Así que de inmediato supe que tenía que aferrarme a Peter, su presencia me mantendrían a flote.

—Amor... —escuché a lo lejos cuando el cielo se había oscurecido—, Emily...

Cuando la mano me sacudió, fue que me percaté de que no era parte de una alucinación. Me senté abruptamente y me quité los lentes con agresión. De inmediato, mis oídos volvieron a distinguir los sonidos nítidos. Edwin estaba empapado frente a mí, mi corazón casi estalló por su atractivo.

—¿Qué sucede? —pregunté tímidamente.

—¿Quieres cenar?

Lo cierto es que en ese momento no tenía hambre, la verdad sólo deseaba bañarme para deshacerme del bloqueador pegajoso y dormir para siempre. Negué con la cabeza.

—Oh, está bien —contestó mi novio—. Bueno, los demás sí iremos a cenar.

Asentí, me levanté de la silla y recogí mi toalla.

—¡Ella no quiere! —le exclamó Edwin a mis amigos, que salían de la alberca.

Peter no estaba con ellos. Sin darle vueltas al asunto, me dirigí al cuarto. Al entrar me apresuré a sacar mis utensilios para la ducha y mi pijama, no quería encontrarme con Edwin. Me costó trabajo deshacerme del traje de baño, pero logré meterme a la regadera antes de que él llegara. Cuando arribó al cuarto, supongo que sólo se secó y se cambió la ropa porque a los pocos minutos me avisó que ya se iba a la cena.

Al estar sola pude volver a respirar. Después de bañarme y colocarme la pijama, decidí poner música para cepillarme el cabello. Mi ansiedad estaba en su máxima potencia, por lo que sólo deseaba desvanecerme y no recordar nada. Comencé a bailar con delicadeza por todo el cuarto, cerrando los ojos mientras la oscuridad daba vueltas a mi alrededor. Después se me ocurrió una idea extremadamente nociva. Revisé el pequeño refrigerador para fijarme si había alcohol y al comprobarlo, sonreí. Poco me importaba pagar más, así que saqué todas las botellas. Luego fui a mi bolsa y saqué el recipiente de mis píldoras. Abrí el tubo y me llevé una pastilla a la boca, después me la pasé con un trago de ron que me destruyó la garganta. Posterior a cerrar los párpados con fuerza y sacudir la cabeza para alejar el sabor, continué bailando, dándole más tragos a la bebida. Sólo deseaba ingerir todo el alcohol disponible y tragarme mis pastillas poco a poco como si fueran dulces. Sabía que esto probablemente me llevaría al hospital... o a la tumba, pero me tenía sin cuidado. Sólo quería sentir..., sentir porque sabía que pronto dejaría de hacerlo y desearía estar muerta.

Seguí brincoteando al ritmo de la música, dándole tragos al ron. Estaba en camino hacia el pastillero para tomarme la segunda píldora cuando la música se detuvo por una llamada entrante, se trataba de Peter. El corazón se me detuvo un segundo, pero después dejé la bebida a un lado y contesté aún con los ojos muy abiertos.

—¿Sí?

—¿Estás en el cuarto? —preguntó sin más.

—Así es —respondí.

—¿Puedo ir?

De inmediato el contenido de mi estómago comenzó a revolverse.

—Claro —contesté, pasando saliva.

—Perfecto.

Luego colgó. Mis piernas se enfriaron por el miedo, así que velozmente guardé todas las botellas en el refrigerador, metí las píldoras a mi bolsa y me llené la lengua de pasta dental para que no oliera el ron. Cuando llamó a la puerta, tuve que detenerme un segundo porque el ajetreo me había mareado. Me recargué un momento en la pared y respiré profundamente. Luego por fin lo dejé entrar.

—¿No estabas en la cena? —le cuestioné cuando abrí el umbral.

—No..., no tenía mucha hambre, pero traje las uvas que sobraron del viaje —me dijo, enseñándome la bolsa de plástico que contenía la fruta.

Ingresó al cuarto y cerré la puerta a sus espaldas. Pensé que tomaría asiento, pero se quedó a mitad del camino, viendo la habitación. Un nudo me había cerrado la garganta por el nerviosismo, no sabía qué pretendía con esta visita, pero me había erizado la piel.

—Siéntate en la cama —le pedí para que se moviera.

Él le dio la vuelta al lecho y tomó asiento en el otro extremo contrario al que yo me había puesto. Pensé que comenzaría a hablar para explicarme qué hacía aquí, pero se limitó a masticar una uva, colocando la bolsa en medio de los dos para que yo también comiera. Le hice caso y rompí la fruta con mis dientes, deleitándome con su sabor y el aroma del alcohol. De repente temí que Peter oliera que había estado bebiendo, por lo que me puse muy a la orilla del otro lado de la cama.

—Lamento lo que ocurrió en la camioneta —empezó, finalmente, sin mirarme—, lo de Maddie y tú... Supongo que fue igual de incómodo para ti que para mí.

Le clavé la vista, frunciendo el ceño. Tanto drama para esto, me parecía ilógico. Estábamos jugando, no tenía que disculparse.

—No te preocupes, todo está bien —le contesté, viendo la pantalla negra del televisor.

—Intento comportarme como tu amigo, pero a veces es muy difícil —comentó, acelerando mis latidos. Nuestras miradas se cruzaron, sus ojos verdes brillaban—; más cuando nuestros amigos bufones preguntan sobre nuestras relaciones íntimas —no pude evitar sonreír a punto de reírme. Él me copió el gesto—. Sin embargo, no dejaré de intentarlo..., así que vine para preguntarte cómo te va con Edwin.

La sonrisa se me borró y arrugué el ceño. Mis manos se congelaron.

—¿Quieres hablar de mi relación con Edwin?, ¿en serio? —inquirí casi asqueada por pensar en contarle todos los detalles.

—Sí... —musitó con la cara roja de vergüenza y completamente inseguro— Si soy tu amigo, se supone que tengo que preguntarte este tipo de cosas, ¿no?

Casi me carcajeé.

—Pues no lo sé..., ¿acaso tú me quieres contar sobre tu vida amorosa con Maddie? —él retrocedió más asustado que antes. Yo me comencé a reír completamente divertida con su expresión—, ¿de tu vida sexual? —mis carcajadas no podían detenerse y Peter dibujó una sonrisa en su cara— Vamos, yo te contaré lo que hago con Edwin si tú me cuentas lo que haces con Maddie.

El sarcasmo me dobló de la risa y las sonoras carcajadas de Peter entraron por mis oídos.

—Detente —me pidió, lanzándome una almohada para que me callara.

—Lo lamento, Peter Bennet, pero habrá algunas cosas de las que aún no estamos listos para hablar —concluí, controlando mis risotadas.

Su sonrisa no había desaparecido.

—Tienes razón —suspiró y se dejó caer en la cama.

Yo me recosté a su lado un poco después y ambos nos perdimos en las imperfecciones del techo, respirando el mismo aire amigable.

—¿Cuándo supiste que estabas enamorada de Edwin? — cuestionó de repente, rompiendo el silencio.

Por algún motivo, no me molestaba responderle esa pregunta.

—Unos días después de salir del psiquiátrico, estaba acostada en el cuarto cuando me di cuenta de que me ahogaba de enamoramiento —esperé a que agregara algo o tan siquiera me observara, pero sus ojos seguían clavados en el concreto. Decidí averiguarlo yo también—. ¿Y tú? —inquirí—, ¿cuándo te percataste que te habías enamorado de Maddie?

No despegué mi vista de su apacible perfil, sin embargo, seguía sin mirarme.

—Fue a principios de este año —comentó—, después de la discusión en el club entre Jade, Edwin, tú y yo me di cuenta de que estaba enamorado...

No podía creérmelo.

—¿Estuviste saliendo casi un año con esa chica sin estar enamorado? —espeté de inmediato completamente extrañada.

Por fin me observó, atravesándome con sus enormes ojos verdosos.

—Algo así... La verdad es que cuando comencé a salir con Maddie, le pedí que fuéramos lento porque aún no me sentía listo para una relación. Ella fue muy paciente y comprensiva...; por ejemplo, le comenté que tenía miedo de ir a la cena de compromiso de Jennifer y David en tu antigua casa porque sabía que te volvería a ver, así que no dudó en acompañarme para ser mi apoyo —me había quedado sin palabras impactada—. O cuando fue la fiesta de egresados, le mencioné que me angustiaba encontrarme con los recuerdos del pasado, así que se ofreció a ir también —todas esas veces en las que mi mente me saboteó, haciéndome creer que ellos dos tenían una relación estable, sólo habían sido una prueba para ver si se gustaban del todo—. Pero entonces llegó el 2015 y te vi besando a Edwin en la pista de baile, y me liberaste —eso me golpeó fuertemente—. Ahí finalmente entendí que todo había acabado y que sólo estaba esperando a alguien que nunca iba a volver —me lo contaba con un tono tan calmado, que mi rostro se descompuso y la violencia atacó mi corazón—, por lo tanto, pude mirar a Maddie por completo y caí —concluyó, lanzando unas risitas inocentes.

Intenté sonreír a pesar de que mis prejuicios se desmoronaban por completo. La idea de que sí había existido la posibilidad de que él y yo fuéramos novios otra vez después de mi intento de suicidio me atormentaba. No obstante, Peter desapareció del mapa y me cegué por Edwin... ¿De haberlo sabido, lo habría elegido a él en vez de aventurarme con mi mejor amigo? Me resultaba imposible definir la respuesta.

Antes de que pudiera agregar algo o confesara una imprudencia que destrozaría una vez más al grupo, la puerta del cuarto se abrió. Peter y yo nos sentamos de inmediato, viendo que Jade y Edwin entraban con una actitud bastante risueña. Mi novio se detuvo en seco, frunciendo el ceño cuando nos vio a los dos sobre la cama, pero no dijo nada. Jade siguió el camino hacia el lecho sin inmutarse por la presencia de Peter. Tomó una uva de la bolsa y se sentó.

—¿Qué tal estuvo la cena? —pregunté para dirigir la atención a otro lado, dándome cuenta de que había transcurrido mucho tiempo desde que Edwin había salido de la recámara.

—¡Estupenda! —exclamó la pelirroja— Después los dos fuimos a caminar a la playa un rato... —así que ellos también habían tenido su charla, las carcajadas al ingresar a la habitación lo comprobaban—; mañana todos debemos ir, la vista es preciosa.

—¿Evelyn y Dylan no los acompañaron? —cuestionó Peter.

—No, ellos se quedaron en el bar —respondió Jade con una risita.

Después, un silencio incómodo se hizo presente. Peter había bajado la mirada; a Edwin se le había descompuesto el rostro; Jade examinaba la situación, notando que el cabello se le había esponjado un poco por la humedad; y yo sólo deseaba que alguien rompiera la tensión.

—Bueno —inició la pelirroja, lo cual me alivió mucho—, es hora de dormir, ¿no, Peter? —inquirió para que se moviera.

—Sí, sí —contestó mi exnovio, aparentando tranquilidad, pero supe de inmediato que estaba nervioso—; ha sido un día largo.

Empezaron a despedirse y yo caí en la cuenta de que me iba a quedar sola con Edwin... No, no, no... No estaba lista. De seguro sólo harían falta unas cuantas oraciones de su parte para que le confesara todo lo que estaba sintiendo en ese momento; eso lo lastimaría mucho, no cabía duda.

Antes de que Peter y Jade salieran del cuarto se escuchó un ruido que cambió el humor por completo. Las paredes eran delgadas porque no era un hotel muy costoso, así que oímos claramente cuando cerraron de un portazo la habitación de Jade y Evelyn. Todos nos callamos, el corazón se me había congelado por imaginar lo peor. Estuvimos casi un minuto en silencio y estáticos como piedras para escuchar algún otro ruido sospechoso, pero de la nada, un sonido incómodo atravesó nuestros oídos. El caos se desató cuando nos dimos cuenta de que eran los gemidos de una mujer.

—¡Evelyn...! —exclamó Jade agitada— ¡Evelyn está con Dylan...! —brumó histérica. Ahogué un grito y abrí muchos los ojos al conectar las piezas— ¡Evelyn está con Dylan en mi habitación! —bufó la pelirroja asqueada y a punto de perder el control.

Edwin tuvo que tomarla de los hombros para que se calmara. Yo me había quedado sin habla completamente helada. De soslayo pude ver que Peter aún no podía moverse por el aturdimiento. No escuché lo que mi novio le murmuró a Jade porque mi mente no entendía nada. Sin embargo, después se oyó cómo la cabecera de la cama comenzó a estamparse contra la pared, ya no gemía sólo Evelyn, sino también Dylan. El pánico aumentó en la habitación, ahora éramos los cuatro los que nos quejábamos mientras nos tapábamos los oídos para borrar aquellos ruidos de nuestra cabeza. Al final tuvimos que poner la televisión a todo volumen para no escucharlos, pero no funcionó. Nos rendimos, acostándonos horizontalmente sobre la cama. Me preguntaba cómo era posible que los rubios no hubieran oído nuestras quejas, aunque de seguro estaban muy concentrados en lo suyo. Escuchábamos el programa y mirábamos hacia el techo, esperando a que terminaran para fingir que nada de esto había ocurrido. No obstante, los cuatro debimos estar agotados porque nos quedamos dormidos sin completar el plan.

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