1-VI

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Richard estaba cada vez más pálido y sudoroso, lo habían recostado encima de una mesa mientras planeaban la forma de salir de aquel lugar. La puerta que dividía la cocina del comedor se estremecía cada vez más, lo que hacía que las mesas que la mantenían cerrada cedieran de poco en poco.

-Tenemos que salir de aquí -dijo José-. Tenemos que avisar al resto de la unidad.

-Creo que ya es muy tarde -dijo Tomás llevándose ambas manos a la cabeza-. Vi como una mujer acababa con un hombre cerca del dormitorio y a juzgar por los gritos de hace un rato ya todos deben de estar muertos.

-Hay que llegar al edificio central antes de que sea demasiado tarde, tenemos que avisar al gobierno de lo que sucede -dijo el doctor mientras inspeccionaba desde lo lejos a través de una de las ventanas.

-Sí, es buena idea, ellos sabrán qué hacer, o al menos vendrán en nuestra ayuda -agregó Tomás.

-¿Qué haremos con el chico? -susurró Méndez sin perder la vista del exterior.

Todos miraron inconscientemente a Richard, su pecho subía y bajaba lenta y pesadamente. Por sus venas corría Macrófagos vitae y ganaba la batalla contra las defensas de su organismo. Por el momento se mantenía con vida y permanecía consciente de todo cuanto sucedía a su alrededor, pero no tenía fuerzas para mantenerse en pie. Su herida había sido cauterizada, pero, aun así, la pérdida de sangre había sido mucha y le comenzaba a pasar factura.

-No podemos abandonarle a su suerte -susurró José al fin.

-Está infectado, sólo traerá problemas -afirmó el doctor negando con la cabeza-. Además, nos hará retrasar la marcha.

-No... no pienso dejar a mi compañero ahí tirado como a un perro, así tenga que cargarlo y correr con él en brazos nos lo llevamos -dijo Tomás en tono enfurecido y alzando la voz por encima de los decibeles normales.

El joven en la mesa ante el tono sobresaltado de su compañero, realizó un esfuerzo por erguir la cabeza, sintió una sensación de presión sobre la misma que se lo imposibilitó. Era tan fuerte que tal pareciera que le estuvieran apretando la sien con un tornillo de banco. Sin embargo, pudo observar al doctor levantar ambas manos en gesto de resignación mientras sacudía su cabeza en forma de negación.

-¿Cómo llegaremos al edificio? Por el barullo que se escucha eso allá afuera debe ser un desfile de esos malditos, así no podremos salir -intervino José tratando de centralizar el tema nuevamente.

-¡Tendremos que andar rápido! -exclamó el doctor con el rostro desencajado y ladeando la cabeza para señalar a Richard.

-¡Asere, ya basta! -protestó Tomás.

Las venas del cuello se le hincharon tanto que parecían que iban a explotar en cualquier momento, su rostro se enrojeció, aunque apenas fue perceptible debido a su raza. La piel encima de la nariz comenzó a temblarle mientras sus ojos miraban amenazadoramente a Méndez.

-De él. -Señaló al joven que con gran esfuerzo se había logrado sentar -. Me haré cargo yo.

José se posicionó en el medio de ellos y colocó sus manos en ambos pechos ejerciendo una breve presión hacia afuera.

-¡Basta ya! -Alternó la mirada entre ambos-. Parece mentira que yo sea el más pequeño de todos, dejen ya de comportarse de una puta vez como dos fiñes.

Un silencio sepulcral los rodeó, las miradas hablaron por sí solas. Ambos sabían que no era el momento ni el lugar para ese tipo de pleitos, deberían estar unidos y trabajar en equipo si querían salir con vida de aquel comedor. Avergonzados por su actuar, bajaron la cabeza y afirmaron con convicción, sabían que era lo mejor.

-La puerta de entrada de aquí, da a la plazoleta de la unidad -dijo por fin Tomás-. Desde allí podemos cruzarla, pasar la enfermería y doblar para llegar a la calle que va recta hasta el edificio principal, es el camino más rápido y lejano del Sector Nueve.

-No -agregó pensativo Méndez-. Si cruzamos por la plazoleta quedaremos a la descubierta y si se nos cruza uno de ellos en el camino, no nos dará tiempo a nada.

-Es verdad. -Recapacitó Tomás, por primera vez en la noche estaba de acuerdo con Méndez.

-Podemos bordear la plazoleta hasta llegar a los garajes, desde ahí tendremos una buena cobertura para llegar al edificio y, de ser necesario, nos pudiéramos refugiar en él -dijo pensativo José.

-El chico tiene razón -expresó el doctor mientras afirmaba con la cabeza, pasó la mano por el hombro del joven y dio un suave apretón fraternal.

-Manos a las obras. -Apresuró Tomás que había visto como la puerta por donde ellos habían salido comenzaba a abrirse y dejaba entrever el rostro desfigurado y desesperado de uno de los muertos.

Tomás se acercó a Richard y no pudo dejar de observar su fea herida con cara de asco. Ya no sangraba, pero la piel ennegrecida por la acción del fuego daba un escenario pavoroso, a lo que se le sumaba el olor a carne quemada que aún desprendía. Le hizo una seña a su ayudante y este comprendió al instante.

Intentó ponerse en pie, pero sentía cada parte de su cuerpo más pesada que nunca. No estaba seguro de si iba a poder aguantar el traslado, pero lo intentaría, no quería morir allí. Tomás le socorrió de inmediato, al igual que en la vez anterior, colocó su brazo sano por encima de sus hombros y le ayudó a caminar.

-Necesito que cooperes un poco -expresó Tomás-. Te ayudaré, pero necesito que también pongas de tu parte.

Richard afirmó tan enérgicamente como pudo y poniendo todas las fuerzas que tenía, comenzó a dar pequeños pasos que luego fueron mejorando con la marcha.

José junto al Dr. Méndez se habían acercado a la puerta de entrada, echaron una pequeña ojeada al exterior y no detectaron nada fuera de lo común. La noche desde ese ángulo, a no ser por los gritos y los alaridos de los muertos, parecía una noche cualquiera en la unidad. Ambos realizaron señas a Tomás indicándole que todo estaba bien; este, por su parte, apresuró el paso cuanto pudo, sentía que Richard pesaba una tonelada a cada paso pese a lo descarnado que era.

Al salir los cuatro al exterior del comedor, cerraron la puerta tras de sí y se recostaron a la pared en busca de la cobertura que esta brindaba. Esperaron par de segundos para ver qué sucedía y adaptar la vista a la oscura noche. Sintieron un estruendo dentro del local que habían abandonado y todos se miraron entre sí con sabor a victoria en la boca. Sabían lo que significaba, los muertos habían entrado, pero no los habían visto; sin embargo, todo a sus alrededores parecía tranquilo.

José hizo varias señas con la mano como si fuese el líder de un escuadrón especial. No hicieron faltas las palabras, ni la previa preparación, tampoco importaron los grados militares, todos le entendieron a la perfección y sin pensarlo dos veces, comenzaron a avanzar con pasos ligeros pero rápidos, bordeando la plazoleta.

No habían avanzado ni medio metro cuando un sonido estridente acompañado de luces naranjas intermitentes se les clavó en los oídos dejándolos congelados en el lugar. Era la alerta de combate de la unidad, en ese mismo instante el informático de guardia se había percatado de lo que sucedía y había hecho sonar, quizás demasiado tarde, la alarma.

Todos se miraron entre sí dubitativos, una sombra de desesperación cruzaba por sus pupilas. No estaban seguros si quedarse en el lugar o seguir avanzando, al menos ahora sabían que era casi seguro que los principales mandatarios de la unidad estaban al tanto de lo que sucedía. Sin embargo, no tenían forma de imaginar que ellos ya estaban despertando de la muerte.

En medio de la confusión José fue el primero que los vio aparecer a unos cien metros de ellos. Eran más de lo que había imaginado y se dirigían a la carrera directamente hacia ellos. Su rostro palideció, sus ojos se abrieron tanto que daba la impresión de estar mirando los de un búho. Intentó avisar al resto que se encontraban enternecidos con el sonar de las sirenas, pero de su boca no salía más que balbuceo, sentía su lengua adormecida en su totalidad, su cuerpo no respondía a las señales que su cerebro le daba. Méndez le dedicó una mirada entre rizas nerviosas por no saber qué hacer y, a través de sus ojos, descubrió un sentimiento que ya conocía en carne propia, sin duda el miedo se había hecho con el control de aquel joven frente a él una vez más en la noche.

-¡¡¡Vienen!!! -Dio un grito epopéyico, sintió como toda su garganta vibró y aunque su voz no se prolongó demasiado en el tiempo, si bastó para sacar del enternecimiento a sus amigos.

-Por allá. ¡Rápido! -gritó Tomás.

Todos salieron corriendo en dirección a la plazoleta, para cuando se percataron del camino que escogieron ya era demasiado tarde para dar media vuelta. Habían avanzado un poco más de la mitad de la misma, se encontraban cruzándola y los zombis ganaban cada vez más terreno, nada había salido según el plan.

Tomás estaba sufriendo dificultad para correr debido a Richard. Este no lograba alcanzar la velocidad requerida y muchas veces sus pies eran arrastrados por el asfalto ante la ausencia de un paso que quedaba perdido en el tiempo. José se percató en una de las tantas veces que miró hacia atrás a ver qué tan cerca estaban y disminuyó el paso. Agarró a Richard por la axila libre y junto a Tomás lo levantaron casi que en peso y corrieron tan rápido como les daban los pies.

-¡Síganme! -gritó Méndez mientras giraba en dirección al garaje, sólo rezaba para que las puertas estuvieran abiertas.

Los cuatros corrían tan rápido como podían. Méndez iba en la cabeza y les sacaba buena ventaja, por su parte José y Tomás batallaban junto a Richard que ya casi no estaba cooperando y lo tenían suspendido en el aire para no arrastrarlo. Esto les costaba gran esfuerzo y la pérdida de un preciado tiempo, el trabajo más fuerte lo hacía Tomás ya que cargaba casi con todo el peso por ser el más atlético de los dos.

El doctor llegó al garaje y accionó el interruptor de color verde que se encontraba empotrado a la pared. La hoja de metal dio un chillido seco que logró erizar la piel del doctor y que este se tapara los oídos para no escucharlo, pues la sensación que le daba el sonido no era mucho de su agrado. Acto seguido la puerta comenzó a subir lentamente resonando por el óxido acumulado.

Realizó una rápida mirada a sus compañeros que se habían quedado bien rezagados y lo que alcanzó a ver en la oscuridad de la noche le derrumbó el alma. Detrás de ellos venía una turba de zombis corriendo y no estaba tan distante. No se había imaginado que pudiera haber tantos, pero ahora estaba más que convencido que sería bien difícil que ellos lograran a salir vivos de allí. Sin embargo, aún le quedaban esperanzas, sabía que dentro del garaje había varios vehículos y ya eso lo tranquilizaba, al menos un poco.

-¡Vamos, vamos! -Les alentaba de lejos y le hacía señas con la mano para que apresuraran el paso.

Cuando la hoja metálica hubo alcanzado un poco menos de la mitad de su recorrido, él pasó por debajo de la misma agachando la cabeza y corrió hacia el primer carro que encontró entre la oscuridad del local. Se trataba de un Jeep Willys del año 1952. Sabía que no era el ideal, en ese tipo de carros no tendrían ni la más mínima gota de seguridad, pero todos eran de ese modelo según recordaba. Por tanto, no le quedó más remedio que tomar el primero que alcanzó a ver.

Se sentó en el lugar del conductor y rebuscó por los alrededores del asiento tratando de hallar las llaves del auto con el tacto de sus manos, pues la visión en la oscuridad del local era imposible. Ejecutaba rápidas miradas a la puerta que estaba cada vez más abierta y ya, desde su posición, podía divisarse el exterior, cuestión que le ponía los nervios de punta, pues podía entrar no sólo sus compañeros, sino también algún zombi antes de ellos y tomarle desprevenido, entre tanta oscuridad.

Abrió la guantera del carro y ahí las encontró, el contacto del metal se sintió como el de un hielo. Apresuró las llaves al chucho de arranque y la introdujo guiándose solamente de sus dedos. Sus ojos, con las pupilas dilatadas a su máxima capacidad por la carencia de luz, no salían de la hendidura de la puerta. Giró el chucho y el motor gimoteó un poco para apagarse sin ni siquiera hacer el intento de encender.

-Vamos, vamos -dijo en susurro.

Volvió en un segundo intento, esta vez tenía los ojos cerrados como quien no quiere ver el resultado de sus actos. En esta ocasión, el motor rugió como el rey de la selva y sintió como todo el auto se estremeció, sacando gran parte del polvo acumulado en el capó.

-¡Esooo! -dijo con cierto sabor a victoria en su boca.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro