1-VIII

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Tomás estaba agotado, el delantal blanco que poseía era ahora de color rojo intenso y la humedad de la sangre se hacía sentir fría al tacto con la piel. Había logrado esconderse entre unos contenedores de basura. Se mantenía tranquilo repasando todo cuanto había hecho desde que se separó de José y Richard. Reconoció a varios de los zombis que le atacaban, la mayoría eran amigos de él, no entendía cómo era posible que no lo reconocieran y quisieran despedazarlo sin tan siquiera una pisca de remordimiento.

Desde su escondite se dedicaba a escuchar los disparos que resonaban como truenos y se hacían sentir por encima de la alarma. Esa sensación le daba seguridad, sabía que sus colegas estaban repeliendo la amenaza. Daba gracias a todas las deidades yorubas en las que tenía creencia religiosa por saber que, en algún lugar de la unidad militar, había personas que estaban al tanto de lo que sucedía y que estaban trabajando para lograr frenar a tan fulminante agresor.

Sintió el motor del Jeep a lo lejos, por lo que podía apreciar se acercaba hacia su posición, así que decidió salir de su escondite. Fue en extremo cauteloso, procuraba por todos los medios hacer el menor ruido posible. Llevaba un trozo de madera con un clavo grande pasante de lado a lado que se había encontrado en el suelo. Esa arma rudimentaria le había ayudado a librarse de aquellas monstruosidades. En más de una ocasión estuvo a punto de perderla, pues se quedaba atorada en los huesos del cráneo de sus agresores, pero para suerte suya, siempre logró recuperarla gracias a la fuerza física con la que contaba.

Miró a ambos lados y no vio a ningún zombi, esperó un segundo más hasta que el sonido del motor se hizo bien cercano y salió a la carrera, encorvado como si estuviera corriendo para no ser visto por un francotirador. Avanzó por el costado de la cocina, pudo sentir a varios muertos dentro, chocando con las cazuelas que habían caído al suelo cuando ellos mismos derribaron el aparador. Siguió bordeando la cocina y luego el comedor hasta que llegó al final de la pared. Echó una rápida mirada y observó dos muertos caminando de espalda a él por el medio de la plazoleta.

«Mierda que no se acaban» pensó mientras se aferraba a la tabla con ambas manos.

Volvió a mirar y vio a lo lejos un carro acercándose a una velocidad moderada, con más de una persona en su interior.

«Lo lograron, los cabrones lo lograron» Sintió una sensación de gratitud consigo mismo que lo inundó de felicidad, la cual fue interrumpida por un gruñido aterrador a sus espaldas.

Giró sobre su propio cuerpo y lo que vio no le gustó para nada, un zombi le miraba como si le costase distinguir si era una presa o una simple figura inmóvil. Volvió a soltar un nuevo alarido y se lanzó a la carrera. Tras de él, aparecieron cerca de diez zombis que le seguían como a un líder.

Tomás sabía que no podría contra todos ellos. Estaba cansado, la lucha con los siete zombis que le persiguieron cuando se separó de Richard y José le había agotado todas sus fuerzas y esos que venían a por él ahora, parecían mucho más activos que los anteriores. Así que hizo lo único que le quedaba por hacer. Salió de repente del borde de la pared y se paró con los brazos extendidos hacia adelante en señal de pare.

Las luces del Jeep lo iluminaron por completo, dejando ver la mancha entre negruzca y rojiza en el centro de su delantal. El carro se encontraba más cerca de lo que había imaginado, era casi inminente que lo terminaría atropellando.

El doctor Méndez tuvo una reacción impresionante, apenas vio a Tomás salir detrás de una pared, presionó el freno y le dio un corte al timón a su izquierda con la seguridad de un conductor profesional. No sabía que era él, fue un instinto nato de supervivencia lo que lo llevó a realizar tal acto.

—Es Tomás... es Tomás —gritó José a penas lo vio, una sensación de alivio le recorrió el cuerpo, le dedicó una mirada a Richard que yacía en el suelo del carro respirando pesadamente—. Lo consiguió, lo consiguió el hijo de su madre -le dijo, pero este, no reaccionó.

La parte trasera del Jeep pasó a menos de medio metro de Tomás, describió una curva que terminó siendo una media vuelta con un chillido de neumáticos que dejó marcas en el asfalto. Tomás quedó petrificado del susto, por un momento se había visualizado volando por el aire varios metros para caer al suelo, de donde sin duda no se levantaría por si solo y acabaría siendo comida de los zombis, pero no fue así.

—¡Vamos, rápido! ¿A qué esperas? ¿Acaso quieres una invitación o que te coman ellos? —Gritaba el Dr. Méndez con la vista fija en los zombis que corrían cada vez más rápido y estaban a punto de darle alcance.

Las palabras de Méndez lo hicieron reaccionar, le dio la vuelta por detrás al carro y cuando apenas había puesto un pie en el escalón, una mano en el asiento del copiloto y la otra en la pizarra del Jeep con el fin de subir, el doctor, sin previo aviso, apretó el acelerador a fondo haciendo que el motor crujiera como si estuviese enfadado y el carro saliera disparado hacia adelante chillando goma. Esto le hizo perder el contacto de su pie con el carro, estuvo a punto de caer, si no llega a ser porque se había aferrado bien al asiento hubiera caído irremediablemente de cara al suelo, llevando una muerte despiadada a manos de los zombis.

Su mano estuvo a punto de ceder al sentirse arrastrado desde el suelo por los pies, los cuales no le respondían a lo que su cerebro ordenaba. Simplemente no le daba tiempo a reaccionar, rozaban el suelo y la velocidad del carro era por mucho mayor a la de él. Una mano le sostuvo por la camisa, le ayudó a estabilizarse y lo jaló hacia dentro del coche. Había sido José quien corrió a su auxilio.

—¡Hijo de puta, casi me matas! —Dijo Tomás mientras se acomodaba en el asiento, de su boca salieron cientos de pequeñas gotas de saliva que se estamparon en el rostro del doctor que permanecía con la mirada fija en el camino.

—Casi nos atrapan. —Hizo una pequeña pausa tratando de que los ánimos se calmaran—. De hecho, uno de ellos llegó a rozarme el brazo y otro casi se logra subir por detrás. De no ser por lo que hice ahora mismo no estaríamos haciendo el cuento.

El pecho de Tomás subía y bajaba muy rápidamente, estaba agitado, aún podía sentir su corazón en la garganta del susto de caer. Sus ojos llenos de rabia estaban clavados como estacas en el doctor, el cual, intentaba prestar toda atención a manejar el Jeep. Hubo un silencio bastante tenso entre ellos, interrumpido únicamente por la alarma de combate de la unidad que desde que había comenzado a sonar no se detenía y por lo que claramente eran disparos que provenían del edificio central.

-Tengo que ir a la sala de seguridad del edificio central a enviar un mensaje al gobierno con lo que sucede -dijo al fin el doctor sin despegar los ojos del camino mientras cambió el rumbo hacia esa dirección.

—Será imposible —expresó Tomás-. Cuando me separé de ustedes corrí bastante cerca de allá después que me deshice de los que me persiguieron, casi me tropiezo con un buen número de zombis en esa zona. Milagrosamente no me vieron, creo que ahí están la mayoría.

—¿Cómo te deshiciste de ellos? Llevas mucha sangre encima, ¿estás herido? —Preguntaba insistente José.

—¿Cuántos son? —Preguntó Méndez al unísono de José.

—Créeme, hay bastantes, creo que la unidad completa está convertida en esos malditos y están siendo atraídos hacia allá por la puñetera alarma de los cojones que ya me la tiene pelada —dijo con voz de quien ha sido sometido a mucho estrés psicológico durante un largo período.

» No, no estoy herido —prosiguió—, la sangre no es mía, descubrí la forma de matarlos, si se daña su cerebro mueren, caen al instante como si los hubiesen desactivado.

No pudo evitar sentir repugnancia por las imágenes que le vinieron a la mente, había golpeado hasta la muerte a muchos que consideraba sus amigos. No quiso hacerlo, pero no le quedó otra opción para sobrevivir.

—Pero tengo que llegar allá e informar —dijo Méndez insistente.

—Podemos ir si así deseas, verás que será imposible acercarse tan siquiera al lugar, al menos no sin que se nos lancen encima, son muchos.

—Vale la pena intentarlo al menos, quizás haya personas resistiendo dentro, aún se escuchan disparos —concluyó el doctor.

—Chicos miren allá arriba en la segunda planta del edificio —exclamó José que hasta ahora había permanecido callado y expectante a todo cuanto sucedía a su alrededor.

Los dos hombres alzaron la mirada y lograron ver a un joven colgando de cabeza desde una ventana. Uno de los zombis lo tenía agarrado y luchaba por morderle el pie, detrás de este se podían observar varios muertos forcejeando por salir por la ventana. El joven se sacudía con ímpetu para liberarse de las garras del monstruo. Disparó dos veces, los proyectiles no detuvieron al muerto, pero sirvió para que con el forcejeo lo soltara y este cayera de cabeza desde el segundo piso.

—¡Joder! ¡Se acaba de caer de cabeza! —José se llevó ambas manos a la cabeza y su boca estaba tan abierta que cabría una manzana entera en ella, se le hizo un nudo en la garganta que fue difícil de tragar.

—Han entrado en la cede y llegado a la planta de arriba —El rostro de Méndez estaba desencajado, ahí estaba la única esperanza de poder alertar a la nación y con tantos muertos en el lugar resultaría imposible—. Estamos perdidos.

—¡Acelera, acelera, tenemos que ir a por él! —Gritaba desesperado Tomás.

El doctor aceleró tanto como pudo. El carro, perseguido por una horda bastante numerosa de zombis, parecía volar por dentro de aquellas calles de la unidad.

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