2-III

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Cuando el Jeep que conducía el Dr. Méndez se atravesó en el camino del autobús, Roger pisó el pedal del freno y dio un rápido corte a la izquierda. El impacto fue evadido por escasos centímetros. Sin embargo, desafortunadamente la bala perdida de la Makarov de Marcos, alcanzó el neumático delantero derecho del autobús.

Hubo una explosión seca que hizo que la goma se abriera a la mitad y esta salió desprendida varios metros hacia arriba, lo cual provocó que la estructura metálica de la llanta impactara en el suelo rasgando el asfalto y liberando un sinfín de chispas. Por el desnivel de neumáticos el autobús se inclinó peligrosamente a la derecha. El chofer intentó corregir la inclinación, pero resultó un intento fallido. Se precipitó irremediablemente hacia el lado carente de neumático, quedando volcado al lado izquierdo de la carretera.

María logró amortiguar el golpe de su pequeño hijo con su cuerpo, el cual, gracias a ella, no recibió daño alguno. En cambio, la joven recepcionista se encontraba inconsciente en el costado de la guagua que estaba pegado al asfalto, escondida tras unos asientos.

Yerandy se puso de pie al instante. Su uniforme ya no estaba perfectamente alisado como al salir de casa esta madrugada. La camisa del escolar estaba en su gran mayoría fuera del short y tenía varios botones desabrochados. No encontró una explicación lógica para lo que acababa de ocurrir. Buscó con desesperación a su madre, en sus ojos era como si el mundo se hubiera volteado todo hacia un lado. No entendía por qué los asientos estaban ahora en una posición imposibles de usar.

Sintió varios gemidos de dolor que lo único que lograron en él fue su desesperación. La respiración se le aceleró considerablemente, algo en su infantil cerebro le decía que todo estaba mal. No podía encontrar a su madre, aunque ella estuviese justo delante de él, no la hubiese reconocido, pues la desesperación por la que estaba pasando el pequeño de cinco años era tanta que le cegaba la visión. Sus ojos se empañaron y varias lágrimas se apresuraron sobre sus mejillas.

—¡Mamá dónde estás! —Gritó con la voz quebrantada por el llanto incontrolable—. ¡Dónde estás! —Repitió.

Alejandro, un hombre de veinticinco años que había abordado al autobús cinco paradas antes que ellos lo hicieran, detectó los sollozos del pequeño al instante. Él casi, no recibió golpes con el impacto, pues apenas el bus amenazó con doblar se aferró tan fuerte como pudo del asiento delantero al de su posición y al voltearse quedó enganchado a este. Su condición de fisiculturista le facilitó la maniobra, ya que su entrenamiento estaba destinado mayormente a la práctica de calistenia.

Alejandro acortó la distancia que le separaba del pequeño, lo hizo brincando varias filas de asientos. Al llegar lo levantó en peso con cuidado de no darle un golpe con los asientos de la fila contraria que les quedaban justo encima. El pequeño era tan liviano que no le costó el más mínimo esfuerzo.

—Tranquilo pequeñín, todo estará bien —dijo con voz serena mientras echaba un vistazo a todo a su alrededor, trataba de encontrar a la madre del pequeño.

—¿Dónde está mi mamá? —Repetía el niño constantemente entre un mar de lágrimas.

—No lo sé, debe de estar por aquí... En algún sitio —dijo después de varios segundos de silencio.

Temía lo peor, aunque no tenía forma de imaginar que la situación podría empeorar drásticamente de un momento a otro.

Se asomó a la fila de asientos aledaños a los que estaban él y el pequeño, lo recibió una mujer que empezaba a moverse lentamente.

—¿Está bien usted? —Inquirió dudoso.

María entreabrió los ojos y la primera imagen que captaron, entre la tenue luz del interior de la guagua, fue la de su pequeño en brazos de aquel hombre en cuyo rostro se asomaba una barba escasa perfectamente arreglada.

—¡Mamá, mamá! —Gritaba Yerandy lloroso aún.

—Sí, lo estoy, pero él...

—No se preocupe, su hijo está a salvo, no tiene ninguna herida.

—Gracias a Dios —dijo mientras intentaba pararse, su cabeza le daba vueltas, aún se encontraba confundida —. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé, tuvimos un accidente, pero no sé qué pasó o qué lo provocó.

En el interior del bus comenzaban a ponerse en pie varias personas, entre los que figuraban: Jeffrey el cual estaba un tanto aturdido aún por el golpe recibido y llevaba sus manos constantemente a su nariz por la sensación de dolor que estallaba en la zona. Roger que había quedado sujeto al asiento por el cinturón de seguridad y Julio al cual, del susto y los golpes al caer, se le había quitado el estado de embriaguez que traía, o al menos gran parte de este.

Margarita una señora de casi setenta años se incorporó con una fea herida en su rostro, la sangre salía a la desbandada por una pequeña brecha en su cabeza. Se encontraba desconcertada y casi no atinaba a nada. Había perdido su dentadura postiza, lo que hacía que sus labios penetrasen en su boca dando una sensación de vacío en su rostro.

—¡Cuidado mi abuela! —Jeffrey se acercó a ella y le sujetó a tiempo para impedir que cayera al suelo nuevamente, su nivel de desorientación era tal que no recordaba su nombre.

—¡Maldito mal nacido de los cojones! —Gritó Roger parado en las hojas de la puerta delantera de la guagua, su voz retumbó en toda la estructura metálica la cual le contestó con un eco a su última palabra.

—¡Hey! Un poco de ayuda por aquí, creo que mi novio no está respirando —gritó desesperada Fátima desde la puerta trasera del bus.

Fátima tenía dieciocho años. Su vestimenta era bastante liberal, llevaba un short corto que terminaba en la punta de sus nalgas y lo hacía en un flequillo que dejaba ver mucho más de lo que a su padre, si estuviera en vida, le hubiera gustado. Su blusa poseía un escote tan pronunciado que si se descuidaba solo un momento corría el riesgo de enseñar más de lo debido. A ella en sí, no le interesaba exhibir su cuerpo y más que sabía que a su novio le excitaba mucho verla vestir así.

El novio de Fátima, por su parte, estaba en el oscuro suelo, inmóvil, con la mirada perdida en algún punto de la rejilla que delimita el espacio correspondiente a la puerta trasera.

Julio se apresuró a su ayuda, llegó junto a Reina, una enfermera que recién se había recuperado de su caída y entró en acción. Al llegar, ambos detectaron una sustancia viscosa que se adosaba a sus zapatos. Era la única zona de la guagua que estaba oscura, así que la enfermera sacó su teléfono del bolsillo y prendió la linterna.

Los tres quedaron atónitos ante lo que descubrieron. El cuello del joven estaba perforado de atrás hacia adelante con un cristal de tamaño considerable proveniente de la puerta de la guagua. De la herida salía proyectado a presión un chorro de sangre que formaba un charco que iba en ascenso.

—¡Mierda! —Exclamaron los tres al unísono.

Retrocedieron unos pasos hasta pegarse a la estructura metálica del suelo. Fátima llevó sus manos a la boca y las lágrimas comenzaron a salir deliberadamente de sus ojos azules, su cuerpo se vio involucrado en un sinfín de temblores nerviosos.

Julio, por su parte, contuvo el intento de devolver el contenido de su estómago mientras acogía a la joven entre sus brazos apartándole la mirada de la escena. Ella se resistió con fuerzas, el mal olor que desprendía él, tras día enteros sin darse una ducha, era nauseabundo. La enfermera, por su parte, acostumbrada a ver escenas peores se acercó cuidadosamente al cadáver y le cerró los ojos, procurando no tocar la sangre con su piel.

—No puede ser, esto no puede estar pasando —dijo Fátima desconsoladamente.

Su rostro estaba en exceso inyectado en sangre. Intentaba contener su llanto, pero esto solo hacía que el rubor de su rostro aumentase más. Julio la tomó del brazo y la obligó nuevamente a pegar el rostro a su pecho para que no siguiera viendo al occiso. Esta vez, sí logró su objetivo pese a que ella se resistió. Los sollozos de Fátima se pronunciaron más aún, estaba quebrada ante la situación.

—Tenemos que salir de aquí —dijo alguien.

—¡Qué alguien llame a la policía! —exclamó otro.

Reina intentó llamar, pero fue en vano, la voz de la contestadora de la compañía telefónica le dejó saber que las líneas estaban congestionadas, lo cual le resultó curiosamente inusual.

—Salgamos de aquí de una maldita vez —dijo Roger intentando abrir la escotilla de socorro del techo que le quedaba a la altura del pecho.

Sabía que él no cabía por ahí, pero sería una vía de escape para algunos.
Todos se quedaron quietos cuando sintieron una serie de golpes que impresionaron ser pasos en el lateral de la guagua que ahora era el techo de ellos. De inmediato el chofer pensó en los integrantes de Jeep que se le había cruzado en frente y que causó la situación en la que estaban.

—¿Quién anda ahí? —preguntó el obeso chofer.

—Tienen que salir de ahí tan rápido como puedan, estamos todos en peligro —dijo Marcos asomándose a una de las ventanillas de la guagua.

Un silencio sepulcral se apoderó de la situación, todos quedaron atónitos ante las palabras de aquel chico vestido de militar.

—Es obvio —dijo irónicamente Roger—, tenemos un muerto aquí, la guagua está volteada. Capaz que coja candela esta mierda, me parece que es bastante peligrosa la situación, ¿no crees?

Marcos nunca se refirió al hecho de que el autobús estaba totalmente volcado, ni siquiera al fallecido dentro del mismo, tampoco le interesaron las repercusiones sociales y legales que podría tener para Méndez el haber provocado el accidente. Sabía que allá fuera había cosas peores al asecho, pero no dijo nada, lo que menos quería es que lo volvieran a tildar de loco.

—¿Vas a quedarte ahí parado no más? —Dijo Jeffrey mientras intentaba salir por una de las ventanas.

—No, claro que no —dijo saliendo de sus pensamientos.

Marcos, luego de indicar que retrocedieran un poco, pateó el cristal de una de las ventanillas el cual estalló en mil pedazos bajo el peso de sus botas militares. Los picos filosos de cristal que quedaron adosado al borde metálico de la guagua, amenazaban con cortar en dos a quien se atreviera a cruzarla. Pensó rápido y se quitó la camisa, tuvo especial cuidado de que no se le cayera la pistola. Colocó la camisa en el borde de la ventanilla cubriendo los bordes filosos. El gélido clima de la madrugada lo zarandeó, su pálida piel se erizó bajo la fina tela de una camiseta de algodón blanca ajustada al cuerpo.

La primera en salir fue la enfermera Reina, lo hizo ayudada de Julio. Este la ayudó a trepar por los asientos e incluso le hizo una especie de escalón entrelazando los dedos de ambas manos. Una vez arriba ella intentó llamar nuevamente a las autoridades desde su teléfono celular, pero resultó una pérdida de tiempo. Salía el mismo mensaje de voz de la operadora de la central de comunicaciones diciendo que había congestión en las líneas.

Tras la enfermera salieron Julio y Jeffrey, ambos se unieron a la labor de Marcos en ayudar a salir desde arriba a los pasajeros del bus. Entre los tres resultaba mucho más fácil, llegaban a cargar prácticamente a las personas evitando feas heridas con los cristales puntiagudos.

Roger por su parte se encontraba ayudando en lo que podía a sus pasajeros, pues debido a su peso le era casi imposible trepar por encima de los asientos el solo y mucho menos en pensar que lo cargarían. Por tanto, servía de apoyo desde abajo. Ayudó a subir a la señora Margarita, la cargó en peso como si fuera una pluma de ave y se la dejó en los brazos a Julio. La señora temblaba debido al miedo incontrolable que le provocaban las alturas en los últimos años de su vida.

Alejandro y María se acercaron y lograron salir por donde mismo salían los demás. Al principio, ella sintió pavor debido a que el hombre que la tenía que ayudar a subir era aquel que siempre la incomodaba a diario. En cambio, no le quedó de otra, era la única salida que le quedaba.

Para su tranquilidad el conductor ni siquiera le dedicó una mirada, en su mente estaba tratando de encontrar una solución para lo ocurrido. El pequeño Yerandy seguía en brazos del hombre que lo había rescatado. Solo se separó de él en el momento en que Marcos le agarró para que Alejandro pudiera salir fuera del autobús. María ni siquiera sabía cómo se llamaba aquel musculoso joven, solo sabía que estaba protegiendo a su pequeño y eso era lo único que le interesaba.

Ya habían salido la mayoría de los integrantes de la guagua, solo restaban Roger y la joven Fátima que se encontraba acurrucada en un rincón llorando inconsolablemente. Él se acercó a ella con cautela, entendía la situación y temía a la reacción que pudiera tener la muchacha.

—Tenemos que salir de aquí —dijo casi en susurros para no alterarla más de lo que estaba.

—No quiero —dijo secamente—. Solo quiero morirme —Sus lágrimas salían a la desbandada por sus ojos, su voz sonaba a reproche.

—Vale —dijo pensativo mientras se posicionaba justo delante de ella —. Una vez que estés fuera del autobús haces lo que se te venga en gana, no quiero otro muerto en mi guagua, no quiero pagar por dos.

La agarró por los brazos y de un tirón la puso en pie. La joven intentó poner resistencia, pero fue una batalla perdida, su frágil cuerpo no podía hacer nada contra el de aquel hombre que le cuadruplicaba en peso corporal. Así que, sin más, se vio suspendida en el aire y proyectada fuera del autobús en pocos segundos.

Roger echó una última mirada dentro del bus que conducía diariamente y se percató de algo que no habían visto en la oscuridad, había otro cuerpo tirado dentro de la guagua.

—Esperen hay otra persona ahí.

Desde arriba Marcos realizaba constantes miradas de preocupación a su alrededor. Estaba consciente de que tarde o temprano la situación cambiaría para mal. Jeffrey volvió a entrar al bus con cuidado de no cortarse con los vidrios rotos del ventanal. Una vez abajo encontró a Roger examinando dudoso al estudiante de medicina.

—Yo no sé mucho de estas mamadas, pero creo que está vivo aún, aunque no reacciona.

—Deja ver.

Jeffrey pasó por donde estaba Roger y colocó sutilmente sus dedos en el cuello de Miguel. Comprobó que tenía pulso al instante.

—Sí, aún vive, el golpe en la cabeza tuvo que haberle causado una conmoción cerebral o algo, no lo sé, no soy médico. Hay que sacarlo de aquí.

—Lo cargamos y lo sacamos por arriba como los otros, no debe de pesar tanto.

Ambos afirmaron con la cabeza y se pusieron en marcha. Roger lo cogió por debajo de las axilas y Jeffrey lo levantó por las piernas. Pasaron un poco de trabajo, el cuerpo flácido era difícil de sostener. Al final, lograron sacarlo con gran esfuerzo. Una vez arriba, Jeffrey salió para ayudar a poner a Miguel en el suelo apoyado al techo del autobús y después regresar en ayuda del chofer. La enfermera comenzó a examinar al estudiante.

Roger intentaba salir del bus, estaba intentando subir por uno de los asientos volteados mientras Marcos, Jeffrey y Julio le sostenían por la camisa y los brazos al tiempo que tiraban de él. Todo marchaba a su favor, cuando un alarido seguido por un chillido de dolor y miedo hizo callar los murmullos de las personas que hablaban alrededor de la guagua.

Marcos no lo pensó dos veces, soltó a Roger y agarró su pistola. Su dedo acarició inconscientemente el gatillo de su arma mientras miraba hacia todos lados tratando de localizar al zombi. El chofer por su parte se precipitó nuevamente al interior de la guagua escapándoseles de las manos a Julio y a Jeffrey.

—¿Acaso eres idiota? —Reclamó molesto Roger.

—¿Qué ha sido eso? —Interrogaron al unísono los dos hombres que ayudaban a Marcos a subir al conductor.

—Eso… Eso es la razón del accidente.

—¿Qué fue? —Preguntaron confundidos al mismo tiempo.

Marcos no respondió, toda su atención estaba destinada a encontrar al zombi. Caminaba de un lado a otro tratando de aumentar su campo visual. Julio, confundido por las palabras del joven militar, no hacía más que mirar la pistola fijamente, empezó a acercársele lentamente con el fin de quitársela. Jeffrey solo se limitó a mirar.

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