5 Necrópolis

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Marcos golpeó a Roberto en el rostro, una buena trompada que le hizo caer y sangrar de inmediato por la nariz. El anciano, incrédulo de lo que acababa de ocurrir, volvió a accionar el gatillo de la Makarov una vez más.

No sucedió nada, el arma no se disparaba por más que accionaba el gatillo. Marcos, sin perder tiempo, le dio una patada en la mano que sostenía la pistola, la cual salió expulsada contra la hoja metálica de la puerta propiciando un tenue sonido metálico.

—¿Crees que soy idiota? —Replicó Marcos—. ¿En serio creíste que andaría con una pistola así porque sí, sin ponerle el seguro?

Roberto le miraba desconcertado. Pasó su mano por su nariz adolorida para limpiarse la sangre que brotaba de la misma. No podía dejar de mirar a Marcos, su rostro ruborizado denotaba furia contenida. Intentó recuperar el arma, sabía que ya no había vuelta atrás.

Recibió una nueva patada, esta vez en sus costillas. Se revolvió de dolor, la puntera de las botas militares que llevaba el joven, poseía un casquillo metálico.

—¿Sabes algo? —Rompió Marcos el silencio que se había instaurado, al tiempo que recogía la pistola del suelo, Roberto sólo podía mirarle adolorido desde el suelo—. Confié en ti, abrí mi alma contigo, te confesé cosas que me llevaré a la tumba y sinceramente... —Roberto intentó decir algo, pero Marcos negó enérgicamente con la cabeza y con su dedo índice hizo una señal de silencio, no le dejó hablar—. Sinceramente me has defraudado.

Roberto, se recostó a la pared lográndose sentar con sumo esfuerzo, le costaba respirar, a su edad un golpe tan fuerte como el que había recibido en las costillas, era muy peligroso. Consciente de ello, trataba de moverse lo menos posible. Milagrosamente, el golpe no había ocasionado daños mayores.

—Tenía que intentar frenar la locura que tienes en mente —susurró.

—Yo estaba tranquilo, había aceptado la jodida idea de quedarme aquí encerrado hasta que nos rescatasen —gritaba el más joven—. No iba a abrir esa puñetera puerta, pero ahora sí que lo haré. No puedo estar bajo el mismo techo que tú —dijo con cierto tono de desprecio en su voz—. Porque sé que, al menor descuido, me intentarás quitar nuevamente el arma.

Roberto le sostenía la mirada cargada de una mezcla de impotencia e ira. Por su parte, al escuchar las palabras del joven recluta, el miedo se apoderó por completo de él y su cuerpo se sacudió en su totalidad embriagado de un escalofrió repentino.

—Estuve más cerca de la muerte de lo que eres capaz de imaginar —continuó diciendo Marcos—. Vi las puertas del propio infierno en esos ojos blancos. Los enfrenté cara a cara, ¿sabes? —Hizo una pequeña pausa para tragar saliva—. Pero ni por un segundo sentí la inseguridad que siento aquí adentro contigo.

—Si abres esa puerta, nos condenarás a los dos —dijo Roberto entre dientes, podía sentir la frustración recorriendo su cuerpo.

—Detrás de esa puerta ahora mismo no hay nada —aseguró Marcos con suma seguridad en sus palabras.

—Eso no lo sabes —recriminó el bodeguero.

—Los muertos están siendo redireccionados hacia el sonido de los disparos. Si mi teoría es cierta, tengo una ligera oportunidad para salir de este infierno de pueblo y créeme, la aprovecharé.

—No pienso moverme de la seguridad que me propicia esta bodega.

—Tranquilo —dijo Marcos pensativo y observando el candado en la puerta, abierto aún—. No lo harás.

Marcos se agachó, retiró el candado con cuidado y levantó la hoja metálica hasta la mitad de su recorrido, lo hizo tan suave como pudo, tratando de realizar el menor ruido posible. Roberto al ver esa situación, se arrastró como pudo hasta el mostrador de la bodega, se posicionó detrás del mismo y se recostó para no ser visto desde el exterior.

—¿Hay muertos? —Inquirió preocupado Roberto desde la seguridad que le proporcionaba el mostrador.

—No cerca —dijo Marcos analizando la situación que se mostraba ahora ante sus ojos—. Me dará tiempo salir y correr.

—¿Te dará?

—¿Acaso crees que te llevaré conmigo después de lo que acabas de hacerme? —Susurró Marcos deslizándose sigilosamente al exterior de la bodega.

—No puedes dejarme aquí abandonado —reclamó Roberto.

—¿No? Mira y aprende.

Marcos cerró la puerta tras de sí y colocó el candado, asegurando la hoja metálica al suelo. Miró nuevamente al muerto más cercano para cerciorarse de que todo estaba marchando bien. Este, estaba caminando con pasos erráticos en dirección a la iglesia, quizás enternecido por los disparos que se hacían sentir desde aquella zona.

Marcos sostuvo la pistola con fuerza y quitó el seguro para poder disparar cuando fuera necesario hacerlo, aunque sería algo que evitaría a toda costa. Sabía que bastaría un solo disparo para revelar su ubicación y que aquellos engendros le persiguieran nuevamente.

Miró a ambos lados. A su derecha observó la puerta destrozada del bar Lazo de Oro. A juzgar por la destrucción, podía jurar que una gran parte de aquellos seres se colaron allí, así que la idea de buscar refugio en él, la descartó al instante.

«Solo Dios sabe qué encontraré allí dentro» pensó.

La panorámica a su izquierda, pese a salpicaduras de sangre a cada pocos tramos, era mucho más alentadora. Tanto que, desde su posición, no se observaba a ninguno de aquellos seres.

Dos golpes metálicos a su espalda, le hicieron estremecerse, estos captaron la atención del muerto que recorría el camino a la iglesia.

—No puedes dejarme aquí encerrado mocoso —gritaba Roberto mientras golpeaba la puerta con sus manos.

El zombi, se giró torpemente buscando el origen del nuevo bullicio, carecía de la capacidad de pensar, pero Marcos pudo jurar que aquel horripilante ser, se encontraba confundido. Al voltearse, lo hizo con un gesto torpe, tal como si fuera una máquina oxidada por el devenir de los años.

El joven dio unos pequeños pasos atrás, el muerto reparó en él al instante, extendió sus brazos en un intento burdo de acortar la distancia que les separaba y avanzó hacia él corriendo torpemente.

De la puerta del bar, emergió una mujer dando pasos dubitativos. Las heridas a lo largo de todo su cuerpo, sumado a las oscuras manchas de sangre en lo que parecía ser su uniforme de trabajo, alertaron a Marcos de que se trataba de otro de ellos. Tras la mujer, en las penumbras del interior del local, se empezaron a ver figuras oscuras que se movían. Las puertas del Bar Lazo de Oro, eran ahora ante los ojos de Marcos, las mismísimas puertas del infierno.

Para el joven recluta fue más que suficiente, echó a correr en dirección contraria a la de su perseguidor. No se quedaría a hacerles frente, no podría, aunque quisiera, se encontraba agotado. Dejó atrás y abandonado a su suerte a Roberto, el cual, continuaba golpeando y gritando que le sacara de allí.

Marcos corrió tan rápido como le daban sus pies, sin mirar atrás, sin sentir gota de remordimiento por lo que hacía. No conocía muy bien el pueblo, pero sí estaba consciente de que sólo tenía una carretera principal y dos salidas. Si los muertos estaban siendo dirigidos en su mayoría a una de ellas, él, iría a la otra.

Avanzó una cuadra y dobló a su izquierda. Con la coleta del ojo, le pareció ver que los muertos no le seguían. Esto le hizo detenerse un segundo para cerciorarse de que todo iba bien. Asomó sólo la cabeza por el reborde de la edificación que hacía esquina. Su vista periférica no le había engañado, no le perseguían, sino que se aglutinaban en la puerta metálica de la bodega dando golpes y emitiendo alaridos guturales. En parte, sintió alivio y una sensación de falsa seguridad lo envolvió.

Su pausa fue momentánea, sólo lo suficiente para recuperar el aliento de la carrera. Continuó avanzando, esta vez con cautela y hacia la otra salida del pueblo. Avanzaba encorvado, buscando la cobertura de los muros de los jardines para no ser visto. Sostenía su arma con fuerza, tal pareciera que llevara años sirviendo a las milicias cuando en realidad, había ingresado hacía dos semanas y de manera obligatoria.

Avanzó la primera cuadra sin dificultad, al llegar a la esquina sintió el sonido de un motor acercándose, para luego ver pasar a toda velocidad un hermoso Chevrolet Impala color azul que se dirigía a la avenida principal del pueblo.

En un reflejo involuntario se pegó a la pared maldiciendo no haberse encontrado con el auto de frente para que le recogiesen. Esperó unos instantes para ver si aparecían los zombis, pero estos nunca llegaron.

Marcos se aproximó a la esquina y cubriéndose con unos arbustos grandes que crecían al libre albedrío en medio de la acera, echó una rápida ojeada a la dirección de donde había aparecido el auto. Casi al final de la calle, observó a un zombi arrastrarse haca el interior de una casa.

—Ahí hay gente —susurró para sí mismo.

«Ve y ayúdalos» le dijo una voz en su cabeza.

«No eres un puto superhéroe para actuar como tal, vete y no mires atrás, sálvate tú primero, los demás no importan» le dijo la misma voz en su interior.

Marcos sacudió la cabeza para librarse de sus pensamientos contradictorios. Vaciló sus posibilidades, ir hacia aquel lugar era un caja de sorpresa, quizás encontraría más personas, pero por consecuente, también a más de esos seres infernales.

Se dijo así mismo que sólo le quedaba un puñetero cargador y que ya había gastado poco más de la mitad del que estaba usando. ¿Qué tan efectiva podría ser su puntería si se topara de cara con más de una decena de muertos vivientes? Era algo que, sin dudas, no quería volver a experimentar, pues sabía que no era la mejor.

Retomó su andar nuevamente, esta vez en el mismo sentido que lo había hecho el auto. Ahora avanzaba un poco más rápido, sin cuidar tanto sus pasos. Estaba motivado con la esperanza de volver a toparse con aquel precioso carro o, tal vez, estaba siendo guiado por el temor de que el sonido del Chevrolet, hubiera hecho reaccionar a algún zombi dentro de algún hogar y saliera ahora a la calle intentando encontrar la fuente del mismo.

Miró hacia atrás y observó a una persona corriendo a toda prisa hacia él, detrás venían un promedio de cinco más. Levantó la pistola y su dedo acarició el gatillo al tiempo que apuntó, sin embargo, no paró de correr. En primera instancia, pensó en los muertos, pero al verle un machete en la mano, le hizo reaccionar antes de disparar.

Lo poco que conocía de aquella hecatombe, era que: además de devolver la vida después de la muerte con un deseo depredador inigualable, quienes volvían de ella, no tenían la capacidad de pensar. Así que, si esa persona que corría hacia él, traía un machete en la mano, definitivamente, no era un zombi.

Tardó poco tiempo en reconocerle. Ese hombre de tes morena y de brazos prominentes que corría en su dirección, le salvó la vida dentro de la unidad militar cuando pensó que todo había acabado.

—¡Vamos Tomás, corre, corre! —Le alentó.

Tomás tenía a dos de los muertos que le perseguían, a una distancia muy peligrosa. A pesar de que él poseía una condición física inmejorable, su cuerpo estaba agotado de tantos golpes recibidos y el gran esfuerzo físico al que estuvo sometido desde que todo comenzó, apenas diez horas atrás.

Marcos no lo pensó dos veces para tomar cartas en el asunto. Frenó de golpe y levantó la pistola a la altura del pecho. Dos disparos retumbaron en las calles del Guatao, no lo había notado hasta ese entonces, pero desde que había salido corriendo de la bodega los disparos que se sentían de trasfondo habían disminuido hasta desaparecer.

El primer proyectil alcanzó al zombi más cercano de Tomás en el hombro, esto no bastó para detenerle, pues la articulación apenas describió un ligero movimiento hacia atrás. El segundo se clavó en el ojo derecho, penetrando a la cavidad craneana y acabando con la vida del zombi al instante.

No disparó más por miedo de herir a Tomás, el cual al ver a Marcos disparando en su dirección, disminuyó inconscientemente de manera drástica su velocidad.

Marcos con la impotencia recorriéndole la sangre comenzó a retroceder rápidamente sin perderle la vista a Tomás. No podían quedarse por más tiempo en el medio de la calle exponiéndose a la vista de más de aquellas criaturas.

Por estar más pendiente a lo que sucedía con Tomás que al propio camino se tropezó de cara contra una persona que había aparecido silenciosamente a sus espaldas. Ambos cayeron enredados en brazos y piernas, rodaron varias veces por el suelo y terminaron separados a pocos pasos uno del otro.

Aquella persona se reincorporó con suma velocidad y se lanzó a por Marcos, con un alarido que salió de lo más profundo de sus entrañas. Marcos, por su parte, no tuvo casi tiempo a reaccionar, lo único que alcanzó a hacer fue tratar de aguantar el embiste del muerto, le sujetó como pudo por el cuello con una mano y con la otra, tanteó por el asfalto en busca de su pistola.

¿Cómo había sido tan descuidado? ¿Cómo pudo desatender su camino, por atender el de otro? Fueron preguntas que se formularon en la cabeza del joven mientras intentaba alcanzar el arma. Llegaba a rozarla, pero se le terminaba escabullendo de sus dedos para alejarse cada vez más centímetros.

El muerto, se revolvía furioso e intentaba morderle, este, en vida, no contó con tanta fuerza, ni tampoco gozó de gran tamaño, apenas un metro cincuenta de estatura y un cuerpo delgado. Pero, para un Marcos exhausto, aquel escuálido zombi era como un luchador de la UFC.

Tomás clavó el machete, en el cráneo del muerto que Marcos tenía encima, el cual perdió toda su vitalidad al instante. Debido a este gesto que realizó para liberar al recluta de su cancerbero, no tuvo tiempo a reaccionar para evadir al muerto que él traía pisándole los talones y este se lanzó hacia él.

Tomás le propició dos buenos golpes en el rostro, estaba consciente de que eso no lo detendría, pero al menos le daría algo de tiempo para reaccionar. El muerto retrocedió dos pasos producto de la inercia de los golpes y tras dos pequeñas explosiones cayó al suelo, carente de vida.

Tomás quedó con el machete en alto cuando a su lado estallaron dos disparos consecutivos. Miró a esa dirección y desde el suelo estaba Marcos, apuntando con la pistola, cuyo cañón estaba humeante aún.

El resto de los muertos que perseguían a Tomás estaban ya lo suficientemente cerca, pero no era toda la amenaza. No se habían percatado, pero de las viviendas de la calle, habían empezado a emerger muchos más de aquellos seres, atraídos por la escaramuza que estaban formando.

—Son muchos, no podremos con todos —dijo Tomás ayudando a Marcos a ponerse en pie.

Ambos miraban como la calle se les había empezado a llenar de muertos en un abrir y cerrar de ojos. En un gesto involuntario cada uno se aferró a su arma con mucha fuerza.

—Aquí no nos podemos quedar, tenemos que hacer algo —dijo Marcos—. ¿De dónde han salido tantos?

—Son los civiles del pueblo, se han convertido en su mayoría —informó Tomás—. Tenemos que encontrar a Méndez a como dé lugar, este virus se ha esparcido con mucha rapidez.

—Bien, no sé de qué carajos de virus hablas porque hasta ahora me entero de que esto lo causa uno, pero de lo que sí estoy seguro es de que la tenemos bien fea aquí —dijo Marcos mirando a todos lados, tratando de encontrar una vía de escape.

Tomás recordó de que Marcos no había estado en la explicación que les dio Méndez en la cocina de la unidad militar y por un momento pensó, que lo mejor era que no supiera a ciencia cierta la historia que el doctor había contado.

Los muertos cada vez estaban más cerca y los rodeaban, caminaban lentos pero constantes hacia ellos, lanzando escalofriantes alaridos que se clavaban en sus oídos hasta ser irresistibles.

—Por allí. —Tomás señaló con su machete y sin analizarlo más se lanzó a la carrera.

Había encontrado una pequeña brecha que, si eran lo suficientemente rápidos, lograrían evadir a los muertos, o al menos, no estar rodeados de aquella veintena de zombis.

Marcos le siguió sin reclamar nada.

Corrieron tan rápido como pudieron, con la muerte pisándole los talones en cada pisada. En más de una ocasión Tomás tuvo que empujar a uno que otro zombi que le cortaba el paso, incluso acabó con par de ellos clavándoles el machete justo en la cabeza. Marcos, en cambio, sólo se limitaba a correr detrás de Tomás, sabía que su arma tenía que ser usada con mucha precisión para no desperdiciar la poca munición que tenían.

Por suerte para ellos, aquellos zombis no estaban tan activos como los dos primeros que encabezaban la persecución hacia Tomás, pero el exceso de movimiento a su alrededor los estaba haciendo despertarse.

Uno de aquellos seres logró aferrarse a Tomás, lo desbalanceó un poco, pero el muerto cayó inerte con un disparo a bocajarro de parte de Marcos. La materia cerebral de aquel individuo salió salpicada por todos lado.

Otro zombi se le lanzó arriba a Marcos y esta vez fue Tomás quien lo liberó de sus ataduras clavando el machete en la frente desprovista de cabellos del zombis.

—Tenemos que seguir corriendo —dijo Tomás.

Una ráfaga de disparos inesperados les hizo agacharse. Varios muertos, los más cercanos a ellos, cayeron carentes de hálito de vida al suelo.

—¡Vamos, no se queden ahí agachados como idiotas! —Gritó una voz gruesa al tiempo que otra ráfaga de disparos tenía lugar.

Ambos se miraron sorprendidos de lo que acababade suceder, pero guiados por la voz de aquel hombre corrieron hacia él.

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