Capítulo único

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En sus tierras había un rito de iniciación. Le llamaban ratsu, el paso de niña a mujer. De débil a guerrera. Era bastante común, pero a mí siempre me pareció fundamental. En cuanto volvían del entrenamiento que comenzaban una vez les venía el primer sangrado, y habiendo derramado la sangre de un animal salvaje (hombre o silvestre), todas las mujeres se cortaban el cabello. Dejaban de lado las trenzas que cuidadosamente llevaban en sus cabezas todas las niñas del lugar, y en cambio pintaban sus cabezas de blanco, contrastando con su piel oscura, y dando muestra de su valentía. Ellas no temían que las vieran, no trataban con simples estrategias; se plantaban ante el enemigo en la noche de frente, como en las batallas de antaño, y si había magia que las guiara ésta iba solo de la mano con la fuerza de sus creencias y su espada.

Eran los faros de la noche. Las guerreras de la luna.

Eran quienes habían entrenado a mi hermana.

Yo no era ni sería nunca como ellas.

****

Yo te doy la bienvenida

hermana, amiga, amante.

Ven aquí y descansa,

Agua de manantial para refrescarte

—Canción tradicional cultura Kathar.

Habían tomado nuevos prisioneros. No era algo sorprendente, no al menos desde que había comenzado el contraataque en la guerra, pero aun así seguía sintiéndome inquieta cada vez que los veía llegar. Sus rostros pálidos y mirada perdida, más que una victoria, eran el recuerdo vivo de lo que podría haber sido de mí si hace dos inviernos mi hermana no hubiera vuelto. Si Liv no hubiera alzado su espada y declarado que nuestro reino jamás mientras viviera caería en manos extranjeras. Si ella junto a sus maestras no hubieran dicho con sangre enemiga que nuestra magia nos pertenecía. Si...

... En realidad no importaba. Eran millones de cosas, y ninguna de ellas evitaba que les tuviera empatía. La ironía no me pasaba desapercibida, pero no evitaba el sentimiento. Así, aunque sabía que si ellos hubieran podido me habrían robado hasta el último ápice de magia, sentía lástima de sus vidas despojadas de ella, despojadas de su esencia. Tan vacías y miserables. Cuando les veía ya no estaban los magos de guerra que sin pensarlo dos veces incendiaban aldeas y masacraban ejércitos; allí solo estaban los despojos de seres que en algún momento habían sido algo más.

—No —oí una voz a mi espalda, sobresaltándome.

—¿No a qué, Liv? —Ella simplemente me miró de esa forma tan franca que solo conocía ella, y clavando sus ojos celestes en los míos del mismo color. Era increíble lo mucho que nos parecíamos y lo diferente que éramos a la vez.

No dije nada y ella simplemente suspiró, de esa forma cansada que los padres suelen utilizar con sus niños cuando han cometido una travesura.

—A esa mirada en tus ojos, Dein. Soy tu hermana y te conozco, pero también soy la que sale a luchar y conoce al enemigo —dijo sin despegar la vista de mí, pero controlando su semblante, cuidando que la fachada de fortaleza impertérrita no se le escapara—. No merecen tu bondad, no merecen nada. Ni siquiera seguir vivos, pero quiero que lo sientan, que vivan como vivíamos nosotros.

«Con miedo», no aclaró; no hacía falta. Yo más que nadie sabía lo que era el miedo. Lo que era correr por tu vida. No por esa vida mortal unida a los latidos del corazón, sino que a esa más importante. A la que hace que te levantes todas las mañanas y te da un propósito.

—Tú nunca viviste así... —murmuré a pesar de que sabía era injusto. Ella siempre había cuidado de nosotros y sabía que se asustaba. Sin embargo no era lo mismo, no podía serlo, ella no tenía magia. Solo cuando era parte de ti podías comprender lo absurdo de su pérdida.

—¿No? ¿No te das cuenta Dein? —Su mirada ahora compasiva, sus manos acariciando mis mejillas—. Tu miedo es el mío, tu pérdida es la mía. No me alié con otros pueblos solo pensando en "Lyohar", también lo hice pensando en mi familia. No creas que mi mal fue un poco de cabello o juventud; mi mal habría sido encontrarme con que tú eras lo que nuestros padres acabaron siendo. No te atrevas a sentir lástima por ellos.

Y quizás fue su mirada vidriosa lo que me hizo desistir. O puede que simplemente fuera débil, pero no seguí con el tema. No hablé de resquemores, tampoco de lo terrible que puede llegar a ser una persona sin esperanza y menos, de la paz. La paz en tiempos de guerra no tenía cabida en realidad, menos en una guerra como ésta que parecía haber perdido la calma dentro de sus objetivos. Ya no estaba segura si Liv quería protegernos o simplemente derrotar al otro. Porque era diferente, sabía que lo era.

—Lo siento —dije sumisa, antes de que llegara al lugar Khelil. Cuando se acercó volví a desviar la mirada, pero esta vez Liv ni siquiera prestó atención, sabía que si Khelil estaba ahí significaba que las cosas estaban mal.

—Se escapó uno —le escuché decir mientras volvía a analizar a los prisioneros, cuidando mi expresión para que no revelara esa simpatía que hacía sentir a mi hermana incómoda. Estaban todos encerrados en una jaula en el patio central del castillo, peor que los caballos en los establos del sector sur donde predominaba el verde o que cualquiera de los animales de granja cuidadosamente atendidos en estos tiempos de escasez.

—¿Quién? —cuestionó Liv, insondable. No escuché a Khelil responder, pero sí la maldición de mi hermana—. Cuida de que la entrada de prisioneros se haga con normalidad —ordenó antes de irse caminando a paso firme.

—¿Qué pasó? —pregunté por fin, centrando mi atención en la guerrera. Ella sonrió, haciendo que su sonrisa brillara con fuerza en contraste con su piel oscura. Resultaba extraño ver una sonrisa tan hermosa y a la vez tan irónica.

—Tu hermana es fuerte, pero no siempre escucha —contestó crípticamente, fijando su atención en los prisioneros.

—No le pudieron quitar su magia, ¿no? —susurré sabiendo que a pesar de ello me oiría perfectamente. Khelil parecía saber siempre todo lo que ocurría a su alrededor. Había sido ella quien me había encontrado hacía dos años a pesar de que estuviera cuidadosamente escondida. Sabía que lo suyo no era magia, sino que más bien un conocimiento profundo del mundo que a pesar de ser fuerte a Liv se le escapaba. Creo que por eso me sentía intimidada por ella, porque sentía que sin esforzarse podía saber todo lo que estaba pensando; conocer mis miedos y destruirme.

—Trenzas... La magia no es algo que se arrebate —habló con actitud condescendiente y jugando con mi cabello. Siempre había sido consciente de mi debilidad frente a ellas, pero que constantemente me sacara en cara que era una niña a sus ojos todavía me molestaba. No, en realidad me dolía.

—¿Qué les pasa a ellos entonces? —volví a preguntar mientras fingía no notar la mirada de algunos de los soldados que había traído el esposo de Liv a nuestras tierras sobre Khelil. Su ropa no ocultaba mucho de su cuerpo, pero estaba segura de que no era el top rojo o las calzas ajustadas lo que les atraía. No, a ellos les atraía el misterio que ocultaban sus ojos marrones, pero que a veces te daban la sensación de ser dorados.

—Están asustados y su magia lo siente. Se encerró en un caparazón y no quiere salir a jugar, pero que eso no te quite el sueño, Trenzas. Tú vete a vivir tu vida —me sacó de mis pensamientos la guerrera. Lo que me molestó esta vez no fueron sus pullas, fue que se pusiera delante de mí y ocultara con su cuerpo mi presencia. O quizás lo que intentaba ocultar de verdad era lo que ocurría con los extranjeros.

El prófugo estaba con ellos. Había pasado todas las defensas.

La puerta estaba abierta.

****

«El fuego es vida. El fuego es muerte.

Solo el fuego y el poder importan para avanzar.

La búsqueda de la felicidad no es más que una quimera»

—Palabras del Rey Atón a su hija Dein al cumplir dieciséis años.

(Aun así ella nunca aprendió a encender una antorcha con magia)

El grito fue desgarrador. Resonó en todo el patio y así como parecía clavarse a fuego intenso en nuestras mentes, casi podía sentir todas las sensaciones en las que me hacía pensar el alarido, en el alma.

La puerta estaba abierta, pero nada importaba a estas alturas porque a pesar de eso nuestros enemigos no escapaban. Se quedaron mirando, en cambio, al que anteriormente fue su compañero como si fuera un loco y solo los remanentes de una curiosidad que parecía sin fin los llevaba a mantenerse medianamente alertas. Para todos fue igual, incluido el hijo del hombre que gritaba. Ahora era solo un hombre, su dolor era sentimiento humano y no intriga mágica.

Estaba empatizando de nuevo.

Una mano tomó con fuerza la mía. No intentando detenerme, pero compartiendo de alguna forma el sentimiento. Sus uñas se clavaban en mi piel sacándome sangre, aunque su mirada no diera muestras de nada. Y a pesar de que las órdenes de detención sonaron altas y claras, sabía en lo más profundo de mi mente o de mi alma, esa que había despertado con el grito, que no estaba sola. Que otros también veían el mundo aunque sea un poquito como yo, y de alguna forma eso se transformó en algo trascendental.

Yo también sostuve su mano.

—¿Cómo logró traspasar las defensas? —tronaba Liv a sus generales en el salón de guerra. Su esposo junto a mí en el salón compartiendo una sonrisa incómoda. No estábamos del todo de acuerdo, pero él ya había aprendido a no contradecirla. Yo solo era muy cobarde como para hacerlo.

—Es un mago fuerte, Liverry. Debimos haberlo matado, no quiso hacer entrega de su magia, Intentar controlar esa fuerza es imposible —habló Katja fríamente, quitándose de encima cualquier responsabilidad. Por el rabillo del ojo pude ver a Khelil sonriendo irónicamente, y a otros miembros de su familia frunciendo el ceño. Sabía que a ellas no les gustaba la pecosa, y en general, nadie que disfrutara del acto de matar.

"Es el honor, Trenzas. El honor es lo que diferencia a una guerrera de una carnicera; Katja no conoce esa diferencia", había dicho hace algún tiempo Khelil cuando le pregunté al respecto. Me sorprendió que fuera tan sincera, porque ella solía darle vueltas a todos los asuntos, pero no pude hacer más que darle la razón. Ahora tenía la sospecha de que su honestidad podría haber ido de la mano con el hecho de que ese día Katja había cortado su cabello. Se había hecho parte de su grupo y cultura sin preguntar, quizás incluso profanándola.

—Sinceramente no entiendo la razón de que mantengamos tantos prisioneros. Son un gasto de recursos innecesario— comentó Eric, quien a diferencia de su hermano aun no aprendía a mantener la boca cerrada. Sonreí ante sus palabras, y también cuando frunciendo el ceño Liv respondió.

—Son blancos disuasorios, nos ayudan a que menos magos de la otra parte entren a la batalla. Ya hemos hablado al respecto. Ellos son míos, parte de mi reino. Son los esclavos de esta guerra, y todo eso fue por su decisión.

Y seguí sonriendo, porque no quedaba de otra, porque ella no comprendía. Solo podía reírme de lo absurdo que resultaba todo esto y olvidar lo sobrecogedor del espectáculo.

—Tengo una sugerencia —se alzó una voz suavemente. La encargada del cuidado del castillo y de la guardia interior siempre aportaba un poco de lógica a las discusiones—. A las personas no les gusta toparse con ellos en su diario vivir y en un sótano igualmente cumplirán su rol —terminó de hablar, y en cuanto sus labios dejaron de emitir sonido alguno, pudimos escuchar los aplausos del resto.

Liv guardó silencio unos segundos más de lo necesario.

—Bien, que así sea. No más magos en el patio ni lloriqueos familiares, aunque no crean que por aceptar esto he olvidado lo que pasó hoy. La disciplina es lo que nos mantiene vivos.

Todos asintieron ante sus palabras menos yo. Algunos, me imaginaba que más por respeto a su fuerza que por cualquier otra cosa. Yo solo podía pensar en esos momentos en que ahora además de verse miserables, estarían en la humedad del subsuelo, alejados de la bondad de los elementos. De las últimas brisas de aire y rayos de sol, que aunque fueran solo una ilusión a ratos jugaban a devolverles la vida.

Una rabia que se venía instalando a fuego lento en mi interior comenzó a tomar forma en ese momento. La verdad es que no entendía qué hacía allí en su consejo de guerra; no podía opinar, nadie me respetaba por ser débil y a pesar de ser una de las hijas de los reyes anteriores, nadie dudaba de quién era la reina. Ni siquiera alcanzaba como elemento decorativo ni en el rol de la conciliación. Ya ni siquiera lo que pasaba en mi interior podía ser catalogado como tristeza, era demasiado intenso para ser eso, no era propio de mí tampoco.

Tuve que ir a verles una última vez, porque así como sabía que se haría lo que Liv había dictaminado, estaba prácticamente segura de que mi entrada en el lugar que determinara para ellos iba a estar prohibida. Ella iba más allá de la sobreprotección y no se daba cuenta, me ataba las manos ante cualquier avance que deseara hacer, y estaba segura de que ella también consideraba mi magia una debilidad. Mi magia iba de la mano con la alegría, con la música, las artes, con esas cosas que en medio de una batalla no sirven de nada y que en tiempos difíciles se dejan de lado. Ni siquiera era esa alegría festiva e intensa, casi sexual, que acompañaba a las guerreras y guerreros cuando volvían de la batalla. No, mi magia parecía imitar el susurro de una madre a sus hijos o la alegría tranquila de una melodía en el medio de la cena.

A pesar de que mi magia era inútil no sentí miedo, solo me quedé observando con tristeza al padre que aun abrazaba a su hijo pero que ya no lloraba, que había perdido la esperanza también. Esta vez quise gritar yo, gritarle a Liv qué era lo que estábamos haciendo. Gritarme a mí misma por qué no hacía nada y simplemente seguía jugueteando con mi cabello en un gesto nervioso.

No abracé. No grité. No cambié nada. Me evadí.

****

"Va a llegar pronto el tiempo de Dioses. Los hombres están perdiendo el miedo y cuando eso pasa, ellos bajan. De una u otra forma de manifiestan. A veces los mismos hombres los crean, pero gente, no creas que el tiempo de Dios será mejor; antes se teme a Dios que a demonios"

Profecía del Tiempo de Dioses.

La cascada siempre había tenido un efecto especial en mí. Me calmaba y obsesionaba a la vez ver cómo el agua fluía y caía desde ella, golpeando el lago formado a sus pies, casi reverenciándola y creando destellos de arcoíris cuando el agua se unía con el sol. Sabía que era solo una cascada, solo algo parte del entorno, pero parecía tan viva que no podía evitar dejar que mi imaginación volara, pensando en las relaciones que ésta tendría con los pequeños seres que a momentos se asomaban como a saludar desde detrás de la rocas. Para ser una cobarde no le temía mucho a lo desconocido, quizás solo porque era una optimista sin remedio o puede que fuera porque me transmitían un aura tranquila, algo puro.

—Si no estás de acuerdo con ella, deberías decírselo —comentó Khelil llegando hasta el lugar y sentándose a mi lado. Sabía que esta parte del Lyonhar le gustaba especialmente. Era diferente a su hogar, cálido y árido aunque querido, pero por algún motivo parecía recordárselo.

—No es tan fácil —dije sin molestarme en mirarla.

—Es tan fácil como tú quieres que sea —volvió a hablar, esta vez acercándose más hasta llegar a tocar mi cabello. No dije nada, nunca decía nada, no era la primera vez que la veía en este lugar, y aunque fuera un pensamiento infantil me sentía tan segura acá, que las distancias ya no importaban.

—Vas a tener que armarlas tú de nuevo —advertí más que nada porque sabía su respuesta.

—Soy la mejor trenzando cabello, mis habilidades no se ocupan acá.

Me reí, mientras ella seguía a lo suyo. Desenredaba cada una de las múltiples trencitas que adornaban mi cabeza con una meticulosidad y delicadeza inesperadas. Me habría quedado dormida de no ser que su presencia, a pesar de la falta de miedo, me afectara tanto.

Suspiré. Ella imitó mi suspiro. Volví a reír.

—Ven aquí —mandé, mientras me daba la vuelta hasta quedar frente a su rostro—. Ven aquí.

—Ven aquí tú.

Sonriendo me acerqué a ella y fui, aunque a mitad de camino ella me alcanzó. Sus labios se apropiaron de mis sonrisas, aunque ésta estaba en realidad ahí, esperando el momento de salir porque el sentimiento de alegría no se desvanecía, solo se veía complementado. Sus labios no eran exactamente dulces, pero se sentían suaves al tacto y su beso, aunque tierno, escondía una pasión que anhelaba hacer mía. Siempre anhelaba hacerla mía. En esos momentos me olvidaba de quién era y solo buscaba lo que necesitaba con ella.

No le importaba que arañara su espalda atrayéndola más hacia mí, y a mí no me importaba que terminara de desordenar mi cabello con sus manos. No le importaba que mis dientes mordieran sus labios, a mí tampoco me importaba que su lengua vagara por mi cuello hasta llegar a mis pechos. No le importaba que mis manos pellizcaran sus pezones y a mí no me importaba que ella chupara los míos.

Lo disfrutaba de hecho. Disfrutaba todo lo que me hacía, todo lo que hacíamos. Y mentiría si dijera que solo por un sentimiento de satisfacción morbosa y superficial. No me engañaba creyendo que lo nuestro solo por ser algo ocasional era menos sagrado. Y no era sagrado por nuestros cuerpos en contacto, lo era porque nuestras almas también se unían de una manera que apenas podía empezar a explicar.

Gemí cuando sus manos encontraron mi intimidad.

—Ah, me gusta esa bienvenida, Trenzas —murmuró besando mi cuello. Estaba sobre mí, su piel morena y la mía más pálida contrastando, pero creando una combinación que no podía considerar más que hermosa.

—A mí también me gustan las bienvenidas —dije por mi parte antes de atraer de nuevo sus labios a los míos y besarla. Esta vez un beso menos dulce, más primario, que acompañó a nuestras manos explorándonos y al choque de nuestras caderas buscando encontrarnos. No era solo placer, era la violencia de estar juntas, que pasado el frenesí del reencuentro daba lugar de nuevo a algo más tranquilo, a besos que iban mucho más allá de nuestros labios, y que me hacían conocerla como no había conocido a nadie nunca en mi vida.

Sus manos de vuelta en mi cabello, esta vez trenzándolo, ahora sí me dormían. No sé por qué pero seguíamos desnudas. Tal vez no queríamos que acabara el momento, pero creo que lo novedoso era lo mucho que disfrutaba de esta cercanía más casual.

—En realidad —comencé a hablar, somnolienta—, no me gusta que me digas así, «Trenzas» me refiero.

—¿Por qué? —preguntó realmente sorprendida.

—Por el ritual que tienen, el del cabello – volví a decir, apenas fijándome en la quietud que inundó su cuerpo.

—No entiendes, Dein – hubo un momento de silencio— ¿Sabes por qué cortamos nuestro cabello?

—Es el paso de niña a mujer, Liv me lo explicó cuando le pregunté por su cabello – respondí volteándome para estar frente a ella.

—No, eso solo explica que exista una ceremonia, pero no lo específico del cabello—. Como no dije nada y solo la miré expectante ella sonrió y comenzó con su historia—. Hace mucho tiempo, nuestros guerreros dejaban su cabello crecer como símbolo de su fuerza, eran hombres y mujeres dominantes con trenzas tan largas que sueltas llegaban hasta el suelo. Dicen que era un espectáculo verlos aparecer, que su presencia era tan fuerte que los animales de alrededor guardaban silencio, y que esta quietud de alguna forma creaba una melodía.

—Esta no parece la historia de por qué se cortan el cabello – comenté sonriendo al verla tan inmersa en el relato.

—Ah, pero lo es— esperó unos segundos hasta que los murmullo que acompaña la vida del bosque tomara un receso—. Estos guerreros, luego de una batalla volvieron cambiados. Aunque físicamente iguales, sus almas ahora eran oscuras. Habían sido tocados por la magia del oeste y era la ambición la que dominaba sus vidas; ya no les importaba su pueblo y no se oía más la melodía del silencio. Había en su lugar fiestas llenas de libertinaje y degradación, sus familias ya no eran relevantes; algunos incluso vendían a sus hijas y esposas. Los nuevos dueños cortaban sus cabellos, las trenzas con las que jugaban sus bebés cuando les cantaban antes de dormir. Nada importaba.

Se quedó mirando el cielo, como si estuviera reviviendo esa época que en realidad a ella nunca le había pertenecido. Mientras sus ojos se perdían entre las nubes yo pensaba en la historia que contaba y lo que todavía faltaba por contar. Algún tipo de intuición me hizo saber el final.

— ¿Y entonces qué pasó? –cuestioné.

—¿Qué crees tú?

—Lucharon –respondí.

—En la noche, sin tener miedo de la luna llena iluminándolo todo, salieron de las casas de sus captores. Tomaban el cabello de lo enemigos, llevaban sus cabezas hacia atrás y cortaban sus gargantas.

—La primera batalla de la Guerreras de la luna. Ahora entiendo por qué cortaban su cabello, les recuerda quienes eran y su lucha.

—No. No es eso. Nos recuerda por quiénes luchamos, lo que es verdaderamente importante. No se trata de la arrogancia de cabello largo que no ha cortado el enemigo, es acerca de nuestras familias e historia. Luchamos, entre otras cosas, para que al volver esas trencitas, que tú consideras tontas, sigan intactas – dijo, haciéndome sentir como una tonta por interpretar un gesto de cariño como insulto. Por ver malicia donde no la había y regodearme en la autocompasión.

—¿Soy parte de tu familia entonces?

—Desde el principio, Trenzas.

El abrazo impetuoso pero está vez fraternal. Las lágrimas derramándose por mis mejillas humedeciendo su pecho oscuro, y uniéndonos incluso más que antes. Sabía y no sabía por qué lloraba, aunque el sentimiento no era de tristeza, no exactamente. Era felicidad, alegría y anhelo hechos realidad, quitándome un peso de encima y llenándome a la vez de nuevas emociones que iban mucho más allá de la mera aceptación. No se trataba de que me dijeran que formaba parte de algo, es que lo sentía en los hombros en que descansaba ahora mi cabeza y los brazos que me sostenían.

—Gracias –susurré.

—No, gracias a ti.

Ella también lloraba.

****

«Canten trovadores míos;

el día aun no llega y la noche es larga»

Reina Thailyn, tatara abuela de Dein y Liv

en una de sus aclamadas fiestas

Nunca llovía en casa, pero siempre que lo hacía todos nos sentíamos inquietos. En tiempos de lluvia difícilmente podías oír al enemigo llegar y así también difícilmente podías proteger a los tuyos. Hoy más que nunca estábamos asustados, nuestras tropas habían partido de nuevo tres lunas atrás, y aunque todavía quedaban soldados aún estaba ahí la sensación de inseguridad.

Yo en realidad era la más nerviosa de todos; había decidido bajas al subterráneo a ver a los prisioneros aprovechando que Liv no estaba y que los demás se encontraban ocupados en otras cosas. A nadie le importaría verme ahí de todas formas.

Caminaba por el castillo con seguridad. Como caminaba de niña cuando realmente nada importaba y no conocía las diferencias. Las paredes de piedra nos resguardaban del sol y la lluvia pero no enmudecían mis pasos que parecían resonar por toda la construcción. Tampoco enmudecían los gritos que a ratos escapaban de la prisión subterránea; no era algo constante, sino que un recordatorio casi aleatorio de que todavía estaban ahí, y de que sufrían.

Al llegar, en lo primero que me fijé fue en el hombre que había logrado escapar de la prisión. Su mirada aunque no estaba perdida transmitía una tristeza tan desgarradora que no podía entender cómo los guardias no acababan renunciando. No entendía cómo lograban soportar tanto dolor a su alrededor, tanta miseria desesperanzadora. Ellos sabían que no saldrían y parecía no importarles, nada hacía brillar sus ojos que aunque diferían unos de los otros fisiológicamente, se me hacían familiares. Como calcos de un molde de muñecos.

—Tú tienes magia – dijo el antes prófugo en cuanto notó mi presencia—, tienes que saber que esto está mal.

—No importa lo que yo sienta –respondí, acercándome más a su celda—. ¿Por qué la guerra?

—Porque no había otra opción— contestó acercándose también—, matar a un hombre nunca es fácil. Nunca es impersonal, ni siquiera ocupando un fuego que no discrimina. Matar te va matando un poco cada vez, pero esto es mucho peor—. Sus manos se aferraban a la entrada de la celda con tanta fuerza que sus nudillos, se habían vuelto blancos—. He pensado en matarlo con mis propias manos... pero no puedo.

Al final se quebró, pero fue bueno, porque una persona sin expectativas de vida habría matado. Él no lo hacía.

Liv tenía que entenderlo. Él era mago, pero era humano. No podían estar así... La justicia no podía ser lo mismo que la venganza. Y nuestro reino, que estaba rearmándose, no podía tener sus pilares en el resentimiento.

—Hablaré con mi hermana...

—No, no te va a escuchar. Los líderes no escuchan, pero luego se lamentan. No importa. No... Acércate.

Dudé. Pasó un segundo. Un minuto. Una hora. No sé cuánto tiempo pasé mirando la distancia que nos separaba, pero supongo que tomé la decisión cuando recordé lo que me había dicho Khelil; la magia no tenía que abandonarme, no podía abandonarme; solo se escondía. Cerrando los ojos avancé hacia la celda y alargué el brazo hasta tocar el suyo.

No perdí nada, aunque definitivamente hubo magia. Ambos suspiramos.

—Tienes una magia antigua—comentó con una risita, deleitándose en el sentimiento—, casi puedo sentir la alegría recorriendo mis venas. Sangre trovadora, princesa. Magia de artista.

—Así parece— hablé, notando que la esencia de su magia no estaba en la destrucción. Era un sanador, perdido entremedio de la guerra.

—Sálvanos.

Negué con la cabeza llena de impotencia.

—No sé cómo.

—Comparte tu magia, deja que vuelvan a sentirlo. Devuélveles la vida.

El hechizo que la magia de ambos entrando en contacto se esfumó de un momento para otro, dejando en la el sótano solo olor a humedad y los sonidos de las gotas de lluvia golpeando las piedras.

—No puedo –susurré—, lo siento.

No mentía, no era de egoísmo. No pretendía estar por sobre sus necesidades, pero tampoco podía entregarle todo de mí a unos desconocidos. No podía traicionar así a mi hermana a pesar de no compartir sus ideas.

—Entonces ven y cántales. Inspírales, Musa.

—No canto.

—Aunque sea una pequeña melodía, cualquier cosa, pero vuelve.

Su rostro cansado y con arrugas a las que antes no les había prestado atención, recordaban al rostro de un niño que ha pedido a su madre que juegue más tiempo con él. Me sentía como una desnaturalizada negando sus deseos, aunque sabía perfectamente que no era su madre ni protectora.

—Está bien –respondí, porque era lo único que podía hacer.

Hubo semanas hermosas. Llenas de alegría, amor y cariño. Repletas de metas; iba todos los días a ver a los prisioneros, y para cuando Liv volvió ya tenía la costumbre tan arraigada que ni siquiera me molesté en discutirlo y simplemente seguí visitándolos. No lo hacía solo por algún tipo de obligación moral, ni porque me sintiera culpable por haberme evadido y no luchado más por ellos. Seguía yendo porque notaba que sus ojos vacíos a veces sonreían y denotaban inteligencia, una del tipo tan tranquila que la posibilidad de lucha me resultaba absurda.

El cariño venía de gente a la que había empezado a tratar más, me sentía más cómoda conmigo misma y supongo que eso ayudaba a que el resto se sintiera más cómodo conmigo. Yo no luchaba, probablemente nunca sería una guerrera, pero no necesitaba serlo tampoco; esa no era mi fortaleza, y así mientras mi hermana dirigía ejércitos yo era capaz de sacarle un poco de magia a lo que parecía un cascarón vacío.

El amor llegaba desde el mismo lugar de siempre aunque yo fuera muy ciega para darme cuenta. No eran grandes gestos los que nos unían o hacían feliz. Eran pequeñas cosas, como compartir sonrisas, besos o tomarnos de las manos. Ya no solo frente a una cascada como si Khelil fuera dos personas; creo que el mayor descubrimiento fue darme cuenta de que la que ponía las distancias no era más que yo, y que esa incomodidad de estar con ella nacía de mí. Que unas trenzas o su fortaleza no eran más que excusas para mantener la debilidad y considerarme víctima donde en realidad era profundamente valorada.

—No hagas locuras mientras no estoy – dijo Khelil, sosteniendo mi mano y mirándome a los ojos.

—No haré nada malo, puedes ir tranquila.

—No todas las locuras son malas, tampoco hagas locuras buenas.

—Bueno, eso sí que no lo puedo prometer— contesté, riendo, antes de avanzar y besarla. De nuevo se iba a ir de misión, a explorar los alrededores y aunque iba a ser un viaje bastante corto sabía que la iba a extrañar. Extrañarla a ella, sus historias, sus risas y sus miradas enigmáticas al horizonte.

—Vuelvo pronto.

—Acá te espero, Khelil.

Solo que no la pude esperar

****

Enciende una vela por ella, posadero;

que la luz siempre acompañe al bardo.

Una flor en tu cabello camarera.

Una sonrisa en sus labios, invitados.

—Canción de inicio de los espectáculos bardos.

Hubieron momentos en los que creí que realmente las cosas iban a terminar bien, que podríamos vivir en paz de verdad. No en esa paz aparente nacida de la dominación, sino que de aquella donde al final del día dejas de reconocer al enemigo solo como enemigo, ves más allá y te das cuenta de que también es una persona. El amor me había quitado lo pesimista y dado más esperanzas de las que me merecía en este mundo, también había hecho que todo esto fuera más doloroso. No quería dejarla, no quería no sentir más sus besos, la quería aquí conmigo sonriendo irónica, la quería diciéndome que el honor era lo más importante.

—Yo la vi – gritó Katja—, les ayudó a escapar. Estábamos a punto de ganar la guerra y tu hermana lo arruinó.

Cerré los ojos negándome a ver a mi hermana. No iba a negar nada. No valía la pena, pues a pesar de que no habían sido mis manos las que hicieron el trabajo sí había sido mi magia la que había provocado todo eso. No me arrepentía, de hecho, estaba feliz de que lo hicieran antes de que los hubieran asesinado. En realidad Katja ni siquiera disfrutaba perjudicarme, solo estaba haciendo berrinche porque su plan no iba a llevarse a cabo.

El problema estaba en que el berrinche era público y yo me había transformado en una traidora.

—No podemos dejar esto así – habló por fin Liv—, Dein recibirá el castigo apropiado.

—Este es un acto de máxima traición, y la traición se paga con pena capital –señaló la jefa de la guardia interior. No me importó tampoco, si no lo hubiera dicho ella, lo habría señalado otro.

—¡No vamos a matar a Dein! – gritó mi cuñado. Alzando la voz que generalmente se limitaba a susurrar consejos al oído de su esposa. Estuve a punto de venirme abajo con eso, con la defensa impetuosa de alguien con quien apenas compartía asentimientos y un par de sonrisas.

—La ley está por sobre todos nosotros, no se puede desconocer un delito así— insistió la mujer, provocando casi que mi cuñado le saltara encima.

—Hay que investigar si la fuga de los prisioneros es realmente tan perjudicial. Eric hablaba de que eran un gasto de recursos, puede que su huida nos beneficie.

—No –dijo Liv, y el tema quedó zanjado— ¿Por qué Dein?

Su máscara de indiferencia se rompió al tiempo que hablaba, haciéndome sentir peor. No tenía planificado hablar, pero hablé. Lo hice porque necesitaba que se supiera que ellos eran personas, que no existía solo nuestro lado en la batalla y porque no quería que Khelil pensara que no luché hasta el final.

—Porque no merecían morir así. Cuando pienso en mejorar este Reino no veo a gente encerrada en calabozos sufriendo para satisfacer un anhelo morboso de venganza –comencé a decir, con voz ronca y a ratos entrecortada—. Quiero paz Liverry, pero no vamos a tenerla si sigues trayendo gente a este lugar a sufrir, como si nuestro hogar fuera una casa de torturas. Les quitas el alma al hacerlos creer que los despojaste de su magia. No puedo soportar verlos así.

—¿Y porque no podías soportar eso los dejaste ir?

—¡No! Los dejé ir porque no somos torturadores o asesinos, ni siquiera tú. Eres líder y guerrera, pero no cruel. Ellos no le hacían daño a nadie, cuando escaparon no hirieron a nadie...

—¡Violaron las defensas de Lyonhar!

—¡¡Yo lo hice!! – grité harta de todo el espectáculo, harta de su actitud. Harta también de Katja y sus conjeturas solo por el hecho de verme en una celda vacía. ¿Tan estúpida me creían que pensaban que me iba a quedar en la escena del crimen?

—¡Que el diablo te lleve Dein! Traicionaste mi confianza, nos traicionaste a todos – su voz glacial, sus sentimientos apartados en lo más profundo de su corazón.

—La traición es...

—Cualquiera que sea el castigo por traición, que así sea. La justicia es igual para todos en este lugar— declaró finalmente apartándose de mi lado y saliendo de la estancia en la que nos encontrábamos. Compartí una última frustración con mi cuñado, antes de que él la siguiera.

Los demás me miraron simplemente antes de que los guardias del rey se hicieran cargo y me apresaran. Sé que lo hicieron por mi bien, para evitarme la vergüenza. Los últimos días los pasé en una habitación pequeña a la que los mismos guardias me llevaron, fingiendo que no lloraba por las noches y que era una mujer fuerte que aceptaba del todo su destino. Sin embargo no era así, yo era humana y aunque mantenía la compostura en el fondo me dolía el alma, y me dolía de felicidad. Dolía por los momentos que había tenido el último tiempo, que no podría alargar ni repetir. Dolía porque quería más.

En el fondo en eso me había transformado. En una idealista inconformista. Y aunque dolía me sentía feliz siendo así... porque mi muerte tenía que significar algo ¿no?

****

La Diosa, la luna y el bardo

Nunca robes las monedas a un trovador,

bandido mejor sigue tu camino.

La Diosa vela al juglar cansado

y la luna con espada resguarda al bardo.


¿Lo oyes, amigo?

No es el silencio, es la bienvenida del guerrero.

¿Lo escuchas, amigo?

Son los gritos silenciosos del perdido.

¿Lo entiendes, amigo?

Es lo que fuimos.


Nunca te creas protegido en luna llena

ella tiene honor pero su hoja, filo.

Guerrero mejor escapa

la guerra a la Diosa no agrada.


¿Lo oyes, amigo?

Son tus hijos y sus ruidos

¿Lo escuchas, amigo?

Es tu familia en el olvido

¿Lo entiendes, amigo?

Es fútil la victoria si no vences.

«Hasta el último momento no sentí miedo. Hasta el último momento fui fuerte. Hasta el último momento te quise. Hasta el último momento no me arrepentí. Hasta el último momento se transformó en un "hasta que te vi". Odio tener que dejarte, odio tu mirada de terror, odio que no pudieras hacer nada. No por mí, por ti, porque sé que sufrirás y lo lamento.

Odio también que no puedas leer mis pensamientos»   

Fin.

****



NO ES NECESARIO LEER ESTO

Hola gente, este relato lo subí hace un tiempo y no escribí nada de lo que quería escribir al final porque bueno, no tuve tiempo XD Este mensaje por cierto que no es necesario leerlo y tal vez quite un poco la magia de la historia si se lee, pero también puede que se entienda mejor por qué razón puse algunas cosas. 

Primero que todo ( y esto no es una crítica al feminismo eh) me molesta mucho cuando se habla de la fortaleza de las mujeres dando a entender que ellas también pueden hacer las cosas que hacen los hombres. Por ejemplo, cuando ponen que las mujeres también pueden ser luchadoras o no sé, profesiones que generalmente se asocian a lo masculino. Y no es que diga que esas mujeres no son fuertes, esa no es mi crítica, mi crítica va a que la fortaleza de una persona no tiene por qué ir relacionada a un tipo de profesión, y que las mujeres para ser fuertes tampoco tienen que hacer las cosas a las que se ha unido lo masculino. Esta tampoco es una defensa de la femineidad o algo por el estilo, es una defensa a que seas lo que te nace ser, pero de verdad, tampoco dejándote llevar por lo que te dice el entorno que es correcto. Eso ajjajajajajaj 

Segundo, y esto probablemente sea menos evidente que lo anterior jajajaj. Tengo una concepción del crimen y del castigo que admite muchos grises. Creo que la venganza no es el camino en ningún caso, aunque entiendo el sentimiento y el deseo de tenerla. Creo que ahí también tengo una dualidad que quise expresar un poco con los dos personajes. No puse a la protagonista defendiendo a las personas solo porque es buena, lo puse porque de verdad lo creo de corazoncito jajajaja. Mi corazoncito que está a favor al 100% de la reinserción (¿o inserción?) social y del cambio. Y quizás soy idealista, pero ¿saben? quizás no lo soy y los demás son los pesimistas.

Tercero. La verdad es que escribí con trama lésbica por un motivo muy personal... me molesta mucho que se busquen diferencias entre las relaciones solo porque sea entre hombres o entre mujeres. El amor es uno y no hay que hacer mucho escándalo al respecto, y creo que para mí como escritora (aunque amateur y lo que sea) era una deuda pendiente darle cabida a estas cosas. Porque a ver, la discriminación no es solo el mirar mal al otro, creo que también es discriminación el trato distinto y yo a esas relaciones las ignoraba mucho, sobre todo cuando era más pequeña en cuanto a escritura. Y no hay que mentirnos, uno a veces siente resquemores, pero no hay que tener miedo a escribir de esto,  y no creo tampoco que sean necesarias ni etiquetas particulares ni mierdas por el estilo.

Y eso ajjaja me enredé muchísimo y en verdad ni sé si lo leerán pero quería escribir un poco de cómo me sentía respecto al relato, porque aunque estuve a última hora con él, igualmente me representa mucho y quizás a veces es necesario hacer estas acotaciones jajajaj


Gracias por leer <3





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