Campanas de boda

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Savannah, 1859

El tiempo vuela para aquellos que se aferran a una dulce espera. Los cuatro años de la formación de Jackson en el Instituto Militar de Virginia consiguieron varias cosas.

En primera instancia, la ansiada independencia de los Devereaux de Tallahassee. Para su segundo año, Jackson, quien a pesar de sus destellos rebeldes, probó tener una mente privilegiada para la formación y educación militar, obtuvo una segunda beca. Su aptitud para la administración y sumada al amor por el cálculo también le encontró en las gracias del tesorero del Instituto, quien lo empleó en la oficina de contables.

El gobierno de los Estados Unidos pagaría su educación a cambio de su entrega a la milicia como carrera y conforme con que tras su graduación regresara al Instituto como profesor, para garantizar sus servicios en tiempo de paz. El generoso plan de los Devereaux de Tallahassee, el cual ofrecía formación militar y la capacidad de volver a la hacienda, quedó en el olvido. La deuda, sin embargo, quedaba vigente y Jackson hizo todo lo necesario para saldarla.

En menos de tres años se libró  de todo aquello que le ligaba a sus generosos auspiciadores, logrando cortar con lo que Susanne había determinado sería una dependencia que se extendería al menos por cinco o seis años a partir de su graduación. En el fondo fue un alivio.

El Instituto, el cual  gozaba del mismo prestigio que West Point en el norte, era una ventana a las posibilidades. En unos cuantos años experimentó un cambio positivo. Las puertas se abrieron a reclutas de diferentes experiencias de vida. Ya no solo se trataba de aulas exclusivas para herederos, los cuales no tenían gran interés hacer carrera. La escuela se encontró revitalizada con la llegada de nuevos aspirantes y comenzó a dar forma a  lo que se esperaba fuera la misión de una nación en plena revolución industrial.

Con nuevas oportunidades, llegaron nuevas ideas,  entre las cuales se presentaban soluciones al asunto de la esclavitud, el cual se hacía cada día un punto de conflicto y una deshonra para los países civilizados. Si bien dichas discusiones se llevaban a puerta cerrada, fue un alivio encontrar amigos y profesores que compartieran su mismo pensar.  

Capaz de proveer para sí mismo y una familia en potencia, Pelman volvió a Savannah para pedir formalmente la mano de Magnolia. El matrimonio se fijó para el otoño de 1859. Los Devereaux de Tallahassee no se opusieron. Jeanine decidió desligar a Maurice de responsabilidades como albacea de Magnolia una vez la chica cumplió dieciocho. El dinero invertido no se cobraría. Su hermano había hecho bien para sí en esos años, pero ahora tendría que continuar su rumbo. Los Devereaux de Savannah y Tallahassee ya nada tendrían que ver en asuntos de negocios. Los de familia, se llevarían en paz.            

Magnolia había completado su educación formal. Dos años de instrucción privada en griego clásico y latín era más de lo que podía aspirar una señorita de la época.

La otra educación, aquella de la que nunca se pronunció palabra en público, también había dado sus frutos.

En el tiempo en que correspondió con Jackson, aprendió a definir su vida de manera independiente. Aun así, no contaba con tener que guardar secretos que jamás podría compartir con su amado.

La verdad sobre la negativa de recibir a Jackson en la casa nunca se discutió. Cuando Jeanine Devereaux murió a consecuencia de la devastación de la escoliosis, Magnolia no requirió de la presencia de Jackson o a Martha Pelman, los cuales se enteraron meses después, a través de una nota formal de parte de Maurice. Aún no habían terminado sus lecciones y la joven había entendido que aquella noche en que su madre pronunció que la separaría de su novio no había sido solamente por antojo.

—Es lo mejor —Trinidad le aseguró—. Jax perdonará esta falta. Deja la noticia en manos de Maurice. Él sabrá cuándo escribir la carta, con tal de no interrumpir lo que ya se ha previsto para Jackson. Un viaje ahora solo atrasaría su fecha de graduación, y por ende, la boda.

La mujer besó la mejilla de Magnolia, y no pasó desapercibida la obvia tensión de parte de la joven.  De un tiempo a esa parte la relación entre ambas había tomado un rumbo oscuro.

Al pie del lecho de muerte  de su madre, imposibilitada de librarle de una maldición generacional irreversible, Trinidad tuvo que revelar sus actos más inconcebibles ante la niña a quien cuidó hasta convertirse en mujer.

—Tratamos en vano de librarte de tu destino, Magnolia. Pero seis generaciones previas a tu nacimiento, la primera de las brujas Devereaux prometió ofrendar tu alma al hombre de negro, la sombra que se sienta en la silla de Cassadaga. Muerte tras muerte, el poder adquirido por una se posa sobre la otra y con cada generación se hace más fuerte en la práctica, pero más vulnerable a la fragilidad humana.  Jackson no debe saberlo, ¿entiendes? Mientras yo viva no te va a tocar la desgracia que tocó a tu madre. Eres fuerte, pero me alegra que reconozcas que no lo eres lo suficiente.

El cuerpo de Jeanine no era más que un saco de huesos deformes envueltos en una mortaja.  Mientras Trinidad borraba la mueca de dolor que había quedado plasmada en su rostro, cerrando sus ojos y peinando su escaso cabello, le hizo saber que lo que en apariencia era desamor, fue todo lo contrario.

—Tu madre pagó más que su deuda. Nunca estuvo de acuerdo con el contrato de las Devereaux. Se prohibió a sí misma utilizar magia, con tal de no acrecentar su poder. Pero el pacto imponía que tu llegada comenzaría a marcar su deceso.

Fue demasiado para Maggie. Entendía perfectamente lo que Trinidad decía sobre su madre, pero la impresión era tan grande que no pudo derramar lágrimas por Jeanine. Sus pensamientos, acelerados, trataban de ubicar dónde quedaba ella como pieza en el tablero, pero antes, necesitaba saber el por qué se estaba jugando el juego.

—Años de práctica, tratando de entender la naturaleza del pacto y siempre llego a la misma pregunta. ¿Qué hay de importante en las brujas Devereaux? ¿Es acaso cuestión de haber estado en el lugar y la hora equivocada? ¿Mi destino está marcado por una vulgar y absurda mala decisión hecha por alguien que ya es polvo en tierra? ¡Me niego a aceptar tal cosa!

—¿Qué hay de importante con cualquier bruja? —Contestó Trinidad—. Sea cual sea nuestro camino, somos hijas del principio. Nacimos justo en ese momento cuando la humanidad decidió tomar su rumbo. Eso nos permite ver el mundo desde otra perspectiva. Somos mortales, cierto. Pero podemos ver más allá de lo que los hombres pretenden. Hemos visto la creación derramarse en lágrimas entre las lluvias de verano y almas ascendiendo donde otros ven el destello de un rayo en una noche de tormenta. Nuestras manos han cambiado el destino de muchos y los dioses, grandes y pequeños, nos han favorecido. Hay un grado de belleza en las brujas que tienta a los ángeles y la sombra que se sienta en Cassadaga, alguna vez lo fue.

Los ojos de Magnolia buscaban dónde posarse. Cuando era apenas una cría, nunca pensó que había un precio a pagar por dones que ella asumía naturales. Algo dentro de ella se resquebrajó. Empezó a sentir el peso de todo aquello que su madre no había podido detener. Su corazón latía con tal fuerza que podía sentirlo en sus sienes.

—No hay vuelta atrás. Eso es lo que estás tratando de decirme, Trini. No hay forma de desconectarme de esta maldición o de zafarme de hacer un pago a la deuda. Me han mantenido inocente y ahora, sin remedio, han abierto mis ojos. Y me toca aceptar a conciencia que todo lo que consideré luz en mi vida, aquellos pequeños escapes de la realidad que me permitían continuar mi existencia de niña... Todo, incluso los bailes con mi padre, tenían un precio.  Es obvio, ¿no?

Su risa nerviosa inundó la habitación, provocando que aquellos que desconocían lo que transpiraba a puerta cerrada, se persignaran, asombrados ante la frialdad de una hija frente a la muerte de una madre.  Maggie continuó riendo hasta que al fin encontró las lágrimas.

—Es sencillo, ¿no Trinidad? Algo tan básico. Toda oscuridad alguna vez nació de la luz, todo demonio en algún momento fue un ángel. Por ende, si tales cosas están ordenadas de esa manera en el cosmos, es natural pensar que toda bruja es benigna en el principio. Después de todo,  comenzamos por atesorar la magia, y terminamos guardándola de manera egoísta. Es una adicción poderosa, que acaba  destruyéndonos a menos que...

—A menos que encuentres un ancla. Algo, no alguien, Magnolia. Si bien estoy feliz de que aquella amistad que determiné creciera entre tú y Jackson ha llegado hasta aquí, me preocupa el rumbo una vez loa años te tienten a confiarle secretos.

La respuesta de Trinidad no le trajo consuelo. Si acaso, hizo que Magnolia se proyectara más rebelde. Trinidad determinó. Maldita palabra.

—¡Perfecto! Ahora tengo que comenzar a plantearme qué tan genuina es mi relación con Jackson. ¿Me ama? ¿O acaso tú manipulaste sus afectos también? Ahora entiendo tu insistencia de traerlo aunque fuese por una noche a Savannah, hace unos años. Necesitabas la aprobación de mi madre, o al menos querías darle el consuelo de hacerle saber que tenías ciertas bases cubiertas. ¡Te odio, Trini! No tienes idea del mal que me has hecho.

Podía tener ya veinte años, pero Maggie no había superado ese carácter impasible que la hacía llegar a conclusiones tempranas. Salió corriendo de la habitación.  Trinidad no se hizo esperar, dejando a todos perplejos, observando cómo la nueva señora de la casa y la que una vez fue su nana, pasaron por entre medio de todos sin dar razón. Trinidad la alcanzó en el jardín, tomándola  por los brazos y obligándola a prestar atención como solo ella podía hacerlo.

—No dudes lo que ambos sienten el uno por el otro. No hay poder en el mundo que pueda influenciar el corazón de tal manera. Pero sí hay cosas que pueden hacer que un hombre cambie de parecer. Este es el momento en que debes escoger, si guardar o no secretos, Magnolia. Debes aprovechar tu propio tiempo y no preocuparte por lo que depara el futuro. Ese es mi trabajo. Has dicho que me odias, pero es mentira. No tengo tiempo para hacerme la herida por tus palabras. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Trinidad le contó sin detenerse como Jeanine, quien con apenas quince años y recién enterada del precio de su poder, llegó hasta el barrio francés buscando ayuda de una mambo.

—Mi propia madre supo más que meter las manos por alguien que empeñó su vida con el Viejo Nick. Después de todo, él no es nuestro para preocuparnos. Pero yo vi en Jeanine algo más que una bruja de tez blanca. Aprendí a amar a tu madre. Su corazón me conquistó. Cuando desde los altares, Brigitte del Cementerio determinó que ofrecerle ayuda era condenación para cualquier mambo, abandoné el círculo y no volví a mirar atrás. Por todo el terrible dolor que ella soportó en su piel, y por todas las manchas que ha adquirido mi alma desde entonces... ¡Me debes, Magnolia!

No fue una súplica, más bien una orden.  Maggie accedió, sabiendo que era preferible no retar a Trinidad.

—¿Qué vas a pedir de mí?

—Algo sencillo, mi niña. Que vivas tu vida. Solo tienes que hacer tres cosas. La primera, mantener a Jackson al margen de lo que acabas de saber. Él sabe que somos susceptibles a ver espíritus, y que, a través de ti, él también puede verlos. Allí termina. No tiene por qué saber del pacto de Cassadaga.  Que se quede como hasta ahora. Una simple historia, producto de las malas lenguas que son rápidas para juzgar lo que no entienden. Segundo, bajo ninguna circunstancia debes ceder ante la magia. Lo que dijiste es muy cierto. Es una adicción para tu clan y una vez utilizas tu poder abiertamente, te conviertes es un faro de luz potente. Nick va a encontrarte. Ya lo hizo una vez. Tercero, bajo ninguna circunstancia debes concebir. Hay formas sencillas de prevenirlo. Un varón no traería problemas, pero una niña marcaría de inmediato la hora de tu muerte. Y si no estás dispuesta a jugar con la tirada de una moneda, si no tienes el valor que se necesita para deshacerte de tu propia sangre, entonces, simplemente evítate el dolor.

Magnolia enmudeció. Nada de lo dicho por Trinidad encajaba en la vida que ella había imaginado con Jackson. Ella ansiaba transparencia, felicidad, sin notas al calce, hijos...

—Necesito tiempo para ajustarme a todo lo que me has dicho. —Sus ojos se fijaron en los de Trinidad. La ansiedad ya estaba pasando, el dolor y la decepción, no tanto—. Tu misma lo has dicho, es imperante que me libre de la influencia de ese mundo que ustedes compartieron. Me has educado en lo que necesito saber, en lo que puedo hacer sin poner mi alma en peligro. Ahora, debes dejarme ir. Te quedarás aquí y yo viviré con Jackson en Virginia. No será difícil convencerlo de que extienda su contrato como profesor. No hay necesidad de volver a Savannah. Que se la quede el diablo...

Trinidad no argumentó. Se quedaba doblemente sola, pero era lo mejor en ese momento. 

—Así debe ser, cariño. Así debe ser. Ahora, vamos arriba a atender el asunto del funeral de tu madre. Verás a Jackson  al final del verano, y para ese entonces tu cabeza estará llena de planes de boda.  Todo estará bien.

Trinidad estaba cansada de mentir, pero eso no quitaba que fuera una perfecta actriz a la hora de hacerlo. Para cuando Jackson regresó a Savannah con la intención de contraer matrimonio con Magnolia, lograría que la  joven captara todo lo pactado entre ella y Jeanine, sin cuestionarse.

✨✨✨

Octubre del 1859 halló a Jackson de vuelta en Savannah. El motivo era sin duda uno gozoso. Se aproximaba su boda con Magnolia Devereaux. Sería todo un evento. La ciudad por tradición era protestante, y las bodas católicas en sociedad eran pocas y muy comentadas.

Su reunión con Magnolia tuvo un sabor agridulce. A pesar de los meses pasados, la casa continuaba en un ambiente de perenne luto. Magnolia parecía retraída y Trinidad no expresaba el mismo ánimo y la voluntad que él conoció en la mujer desde niño. Fue como regresar a una realidad ajena a la cual debía conformarse.

No fue hasta el cuarto día desde su regreso que Maggie le regaló una genuina sonrisa, tras un beso furtivo en los jardines.

—Me llegaste a asustar, pensé que te había perdido.

No encontró qué más decir. Su prometida le había pedido que no trataran el tema de la muerte de su madre. Jackson no podía evitar pensar que, con la muerte de Jeanine, algo se había transformado de forma definitiva. Estaba dispuesto a todo por arreglarlo. Sin embargo, consideró imprudente abordarla de nuevo. Se conformó con saberla feliz en un instante. Ya tendrían tiempo para acumular recuerdos y experiencias que serían propias de los dos.

Si te preocupa que te deje plantado, ni lo sueñes —Maggie se perdió entre sus brazos—. De hecho, el Padre Silpher ha estado por aquí otra vez, esta mañana, mientras resolvías unos asuntos en el Registro de la ciudad. Supongo que nos sospecha pecadores y está algo apurado.

—El padrecito no es nada disimulado. Creo que le caigo lo suficientemente mal como para que diga lo que piensa. Habló conmigo el mismo día en que llegué, sin darme tiempo ni siquiera a bajar las maletas. "Joven, resolvamos este asunto, antes de que las nupcias se nos conviertan en náuseas".

Jax pensó que el chiste de embarazos adelantados sería tan gracioso para Magnolia como lo fue para él, pero solo consiguió que ella se alejara, recomendándole no olvidar que la cena estaría lista para las ocho.

Eran las cinco y Jax no tenía a dónde ir. Se le ocurrió concretar la pospuesta reunión con el Padre Silpher, pero como siempre pasa con aquellos por los que el cielo o el infierno disponen, entre la casa y la Plaza Lafayette, sus planes cambiaron. Acabó sin tener conciencia de cómo, allegándose a una taberna en la calle Harris.

De no haber pasado años en Virginia, Jackson Pelman hubiese tenido un mejor juicio. En el poco tiempo que llevaba el bar La Escalera se había convertido en un lugar infame. Los residentes locales no sabían exactamente qué hacer de ese lugar a donde nadie quería ir, pero a la larga terminaban visitando. Se había sembrado el rumor de que el recinto estaba embrujado, cosa que era completamente ridícula. Nadie en su sano juicio bebería lo suficiente en ese bar como para intoxicarse, mucho menos morir.

Le recibieron dos hombres, uno tras la barra al centro, haciendo obvia su posición de barman. Alto, pálido, con sonrisa benevolente. El otro, sentado al final de esta, se entretenía lanzando y atrapando una botella de whiskey de Tennessee cuyo perfecto ámbar hablaba de gran calidad. Era chocante ver a un hombre negro, aun cuando fuese liberto, sentado de forma tan prominente en un establecimiento. Jax sonrió haciendo una conexión inmediata de la razón por la cual un lugar tan fino estaba tan vacío.

—Puede que sí, puede que no. Creo que tienes un cliente, Sage.

El moreno, quien hacia el fin de la jornada Jackson conocería como Gerard, deslizó la botella hacia el barman, quien sirvió el whiskey y lo puso frente a Jackson sin molestarse en preguntar cuál era su preferencia.

Un ángel siempre se adelanta a sus clientes; un demonio sabe exactamente lo que desean. El trago era la medida perfecta.

—¿Qué le trae por aquí, amigo? ¿A caso anda arrepentido de los votos matrimoniales?

Jackson fue a abrir la boca, algo contrariado. Pero Gerard lo interrumpió, haciendo alarde de sus dotes de actor, se dirigió a Sage con un gesto exagerado, sin dar lugar a Jax.

—Señor Sage, no asuste al patrón. Mire que si su merced me permite, ya este establecimiento tiene la suficiente mala fama como para pasar por embrujado. Dígale de una vez que todo Savannah está a la expectativa de la boda, y que le ha visto salir de la casa grande esta tarde, ¡antes de que se espante!

—Pocas cosas me espantan, amigo.

La respuesta de Jackson no fue altanera o condescendiente. No trató a Gerard de "muchacho" como solían hacer algunos blancos con los de color para hacerles recordar su lugar. El ángel y el demonio cruzaron miradas. Esta vez fue Sage quien tomó control de la conversación.

—Sage, y este aquí es Gerard. Razones tengo para no presentarlo como mi socio. Por más que guste hacer el papel, tampoco es mi esclavo. Diremos que al igual que usted, es mi cliente. ¿Es usted simpatizante?

Simpatizante. Era una palabra peligrosa, utilizada solo en momentos de plena confianza y entre amigos; amigos cuyo interés era ver a la nación libre de la plaga de la esclavitud.

—Jackson Pelman—contestó sonriendo con los ojos. Extendió su mano hacia ambos hombres, saludándoles con el mismo nivel de dignidad, dejando implícito en el gesto su respuesta.

Tomaron como lo hacen los amigos, dejando escapar trivialidades entre trago y trago. Gerard mintió descaradamente en cada una de sus declaraciones, tal y como dictaba su naturaleza. Sage se las arregló para no tener que desvelar dolorosas verdades. Jackson simplemente sintió el alivio de poder discutir sus preocupaciones con un par de oídos sensatos.

Como militar, había ciertos temas que no encontraba prudente tratar con Magnolia, con tal de no preocuparla demasiado, pero estos hombres, al igual que él, podían percibir algo en el aire. Hacía apenas unos meses, Savannah fue testigo de un acto completamente repudiable, incluso para aquellos "amos moderados" entre los terratenientes. Se había llevado a cabo en suelo de la ciudad la venta de esclavos más grande jamás atestiguada en el sur. Cuatrocientas treinta y seis personas fueron puestas en venta. Familias enteras separadas para ser esparcidas a nuevas suertes a lo largo del río Mississippi. Las formas crueles y extravagantes, incluso para los tiempos, se estaban haciendo demasiado pesadas en la psiquis de una nación. Era libertador de alguna manera, teorizar que, en poco, todo lo que conocían se iría al infierno...

—Jackson Pelman es un buen hombre— comentó Gerard por lo bajo al verle partir—. Si tuviera corazón, pediría misericordia para él.

—Pero no lo tienes—replicó Sage—. Como yo tampoco tengo la capacidad de impartirla. Esto es un asunto mayor.

El demonio tomó en sus manos el vaso del cual había recién terminado de tomar Jax. Parte del líquido aún quedaba reposando en el fondo. Sin mucho miramiento mordió su lengua hasta sangrar y escupió en la copa. Sage le miró con cara de repugnancia. No era muy fanático del uso de la magia.

—No te hagas el santurrón, que es cosa de humanos. Este hombre ha estado cercano a Magnolia Devereaux y tiene su esencia impregnada. Aquí podemos enterarnos de algo que tus misericordias y mis potestades no nos han informado aún.

Gerard tomó lo que quedaba en el vaso mezclado con su propia saliva y sangre. Casi inmediatamente devolvió el contenido de su estómago sobre el tablado del bar. Ácido quemó la tela de su camisa y chamuscó su piel. Sage saltó sobre la barra y tocó al demonio. Su presencia celestial solía ser contraproducente en otras ocasiones, pero esta vez Gerard necesitaba exorcizarse de maldad.

—¿Qué viste? — preguntó el ángel, una vez Gerard recuperó el ánimo.

—Va a ser la boda del siglo, sin duda. Nick... —Su voz se entrecortó al mencionar el nombre—. El hombre de negro de Cassadaga viene de camino.

✨✨✨

N/A: A ver, a ver... El Viejo Nick o Ned es un nombre en el Sur para el diablo (nunca he podido conciliarme con Ned Flanders por esta razón.)

Y, como asunto de horrores, esto de la venta masiva de esclavos no es de mi invención. Es un punto bajo en la historia de Savannah, conocido como El Momento de las Lágrimas (The Weeping Time) y ocurrió en marzo 2-3 del 1859.

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