La educación de Magnolia Devereaux

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La partida de Jackson dejó más que un espacio en la vida de Magnolia. La joven quedó ligada a una realidad la cual había rechazado desde niña, lidiando con una parte de sí que se había obligado a sublimar, pero que ahora debía despertar, ante la inevitable muerte de su madre.

—Hay diferentes tipos de magia, mon chéri. Entiendo que cerraras tus ojos y oídos al don hace años, cuando mis obligaciones te dejaron junto a Trinidad.— Jeanine tomó la mano de su hija entre las suyas, mientras Trinidad las ungía a ambas con un aceite perfumado—. Es hora de convertirte en testigo, para que a la larga, no seas cómplice. Tenemos una deuda que pagar, pero la misma termina conmigo. Mi esperanza no es que ocultes quién eres, más bien que puedas manifestarlo sin miedo.

Maman... ¿Es cierto? Todo lo que dicen, aquellos terribles relatos de los que Trinidad trató de alejarme, ¿no eran comentarios maliciosos?

—Si nadie sabe la historia, siempre han de ser maliciosos. Eso sí, aquellos que nos pintaban como víctimas, sin duda alguna, eran los más equivocados.

Jeanine volvió a guardar silencio. El par de días que entretuvo a los Pelman le costaron muchísimo. Últimamente sentía un frío pesado en los pulmones con cada respiro. Sabía que su tiempo estaba cerca. Trinidad tomó la palabra en su lugar.

—Debes entrar a este círculo con total fe y carente de mentiras, Magnolia. Las mentiras son armas para blandir afuera. No somos un aquelarre común. No tenemos familiares, paladines o rituales que nos unen. Hemos renunciado a nuestros amos y por falta a esas promesas, siendo ya aborrecidas por el cielo, si alguna vez el infierno nos alcanza, no esperamos ser exaltadas. Estamos perdidas y solo nos tenemos a nosotras mismas. Todo lo que amas debe estar en este círculo, Magnolia.

La joven no zafó su mano de entre las de las mujeres que la sostenían en sus primeros pasos, pero se detuvo, considerando sus palabras.

—¿Esto es parte del ritual o quieres meterte en mis asuntos Trini? Maman, tú y yo pudimos discutir mis asuntos sobre un café y no en medio de una noche de invierno, expuestas a los elementos? ¿Qué quieres que confiese?

—¿Sientes algo por Jackson? —Esta vez su madre insistió con autoridad—. Si es así, renuncia. Las guardas de esta casa están debilitadas a penas si sostienen protegernos. Debes permanecer concentrada en estas cuatro paredes, de lo contrario nuestros esfuerzos serán en vano.

Trinidad tensó su rostro de manera visible. Por años ella había dado parte a Jeanine de lo que sospechaba era el sentimiento creciente entre los chicos y ella nunca se manifestó en contra. Si lugar a dudas, el descubrir que Jackson no tenía dones ocultos le había hecho cambiar su posición.

Magnolia no tardó en contestar, aunque en retrospectiva, se arrepintió de haber tratado así a su madre y a su nana. Más aún sabiendo que el tiempo no perdonaría sus imprudencias.

—¿Sientes algo por Trinidad, maman? Seguramente más fuerte de lo que sentiste alguna vez por daddy, pero nunca lo suficiente como para enfrentarlo. Yo voy a atreverme a decir lo que ustedes no pronunciaron. Amo a Jackson y él me ama. Y ese sentimiento ha de anclar mi poder a esta casa y a dondequiera que él esté presente.

—Calla, niña, que no es por vergüenza ni por miedo que se oculta aquello a lo que se ama. —Trinidad trató de afianzar su mano, pero Magnolia la retiró. Se separó del círculo y señalando hacia el cielo dio la primera muestra de su poder en años.

La joven bruja contaba con la capacidad de desenmascarar presencias, hacer visibles a los espíritus y permitirse ser un conducto, si ella así lo deseaba.

El despliegue de poder frente a sus mayores no era solo extravagante, también peligroso. Las palabras comenzaron a salir de su boca de forma frenética, obviando las advertencias de su nana y su madre.

—Al norte, mi salvación, aquel que lleva en sus manos el descanso de mi alma. Al este, el ángel que se obliga a aparecer con la primera luz del alba, elevándose en alas terribles y abriendo atentos ojos. Al oeste, el ángel que descubre sus pecados cada noche. Mismas alas, mismos ojos, vuelo en contra de la luz, de mirada acostumbrada a disfrazar la crueldad de gentileza. Al sur, más lejos de lo que nuestros pies han pisado, la sombra que se levanta desde Cassadaga. ¡Todos aquí, ahora! Dime, madre, dime, nana, ¿todavía piensan que no somos de interés al cielo o al infierno, que no tenemos con quién negociar?

El suelo comenzó a estremecerse. Los perros aullaron en la distancia y varios vecinos se levantaron sobresaltados de entre las sábanas, corriendo hacia la fría calle. Los temblores eran cosas inusuales y poco les importó salir a la calle en ropa interior con tal de no acabar víctimas entre escombros. Fue un susto memorable, aunque lo peor de la noche les pasó desapercibido.

Nadie presenció lo que las mujeres de la casa de Savannah vieron a raíz del temblor. Ante
los sorprendidos ojos de Trinidad y Jeanine, Magnolia había conjurado cuatro figuras fantasmales, la copia fiel de espíritus encasillados en carne.

Jackson parecía estar sentado en el vacío, sus ojos clavados entre lo que debían ser papeles, seguramente estudiando algunos apuntes para un examen temprano.

A su derecha e izquierda, respectivamente, un ángel de cabello oscuro y ojos grises parecía estar tratando de rescatar algo de dignidad, haciendo un esfuerzo vano por disiparse. El demonio, por su parte, parecía encontrar la situación extremadamente divertida, tratando de probar qué tan libre se encontraba de actuar sobre el conjuro que le había separado de su cuerpo, el cual, junto al del ángel, se mantenía a puerta cerrada en la taberna de la calle Harris. Ambos reconocieron a la muchacha, fue la misma bruja que les había detenido sobre sus pasos hace apenas unas semanas, cuando llegaron a la ciudad.

En un instante todos los presentes, incluyendo a Jackson, inexplicablemente abandonaron lo que hacían en el mundo real y el espectral para fijar sus ojos en lo que se estaba manifestando a espaldas de Magnolia.

La joven giró sobre sus talones sin inmutarse.

Allí, a sus espaldas, no había una presencia, más bien un par de objetos. Una silla en apariencia de ladrillo pero tan transparente como alas de libélula y frente a ella, una botella de whiskey.

Una voz desencarnada rompió el silencio de las tres.

Valiente conjuro. Tienes más confianza en ti misma que tus predecesoras. Esta noche abriste los ojos de las que te creían frágil, descubriste al cielo y al infierno y encontraste a tu paladín. ¿Quieres cerrar el ciclo? ¿Te animas a ver quién es más fuerte? Ven, niña. Toma un trago al filo de la medianoche y haz una pregunta al hombre de negro.

Magnolia caminó hacia la visión sin el mínimo temor y extendió su mano hasta tocar la tapa de la botella. Un frío intenso congeló sus manos, mientras que una mancha negra se esparcía desde la punta de sus delicados dedos más arriba de los nudillos. Jeanine gritó, impulsándose, al punto que en su afán de detenerla, olvidó estar atada a una silla. Fue Trinidad quien logró agarrar a la muchacha por los hombros y atraerla hacia el círculo.

—¡Suéltame, Trini! Puedo vencerlo. Pude traerlo hasta aquí.

La mano de Trinidad hizo lo impensable, le pegó con toda fuerza a Magnolia, impactando su rostro. Antes de que la muchacha reaccionara, levantó la mano de la joven a la altura de sus ojos y le hizo ver la marca de bruja que apenas comenzaba a disiparse, devolviéndole el color natural a su piel.

—Te perdoné lo imprudente, pero no he de dejarte lo soberbia. ¡No le estabas atrapando! Le abriste una puerta. ¿Cómo te atreviste a convocar aquello de lo que solo habías oído?

A sus pies, toda ilusión desapareció, solo quedó una botella rota, cuyo líquido mojaba tierra a cientos de millas de distancia; prueba de lo dicho por Trinidad.

—Hoy comienza tu educación Magnolia Devereaux. Desde hoy hasta el día de mi muerte —Jeanine hizo lo imposible por levantarse sola—. Lamento hacer difícil tu proceso, pero mañana en la mañana sale una misiva que aunque no lo creas, ha de salvar tu vida y la del hombre que amas. Mi muerte está a las puertas, puedo sentirlo. Cuéntate por afortunada que no quiero llevarme el infierno, un pecado que pueda evitar, y ese es el odio de mi hija. Mientras yo viva, Jackson permanecerá en Virginia. Esa es mi condición para su compromiso y su boda. Esperemos que para ese entonces seas un poco más juiciosa. Mientras tanto aprende tu historia, Magnolia.

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