Paz en las tormentas

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Pasaron dos años de destrucción y muerte en donde las fuerzas del gobierno federal comenzaron a ganar terreno. El sur continuaba rebelde y como suele suceder con casos perdidos, la verdad se niega y la crueldad aumenta. Se escuchaban barbaridades reportadas desde el campo, actos cruentos e inhumanos que requerían una respuesta de igual disposición.

Los que cuentan la historia dicen que al presidente se le partió el corazón al poner al general Sherman a cargo de las operaciones en Georgia. El hombre era conocido por su brillante brutalidad, conceptos que parecían dispares, hasta que se probaban en el campo de batalla.

Los corazones no se rompen, simplemente se ajustan y si el precio de la victoria era la destrucción de Georgia, entonces habrían de quemarla hasta los cimientos y llorar las perdidas una vez se tuviese el triunfo entre las manos. Atlanta ardió y con eso comenzó una marcha desde el interior del estado hasta el mar con la intención de aplacar la rebelión en el corazón del sur de una forma definitiva.

La locura se detuvo en Savannah. Y una vez más, los historiadores habrían de afirmar que el general Sherman consideró la ciudad demasiado hermosa para ser destruida y su llegada a las inmediaciones, apenas un par de días antes de Navidad, un buen augurio. La ciudad, que había sido nombrada orgullo del sur, se mantendría en pie como un regalo navideño a un presidente desesperado por ver el final de la guerra. Las llaves de Savannah le fueron entregadas a Lincoln como un recuerdo de la belleza que se mantiene intacta en medio de la violencia. Y entre esas bellezas no había una más encantadora que Magnolia Devereaux.

La joven viuda recibió a los oficiales en su casa, donde le acompañaba su nana fiel.

—Recuerdo con mucho cariño al capitán Pelman. Era un hombre curioso. Nunca ocultó el ser honrosamente sureño y hablaba de Savannah como el paraíso en la tierra. Siempre tuvo una palabra amable para usted, mi buena señora. —El capitán Godfry, quien apenas había sido un teniente en el fallido intento de toma de Fredericksburg, puso a un lado su taza de té para besar la mano de Magnolia, quien por causa de su don, pudo ver el rostro de Jackson cuando Godfry poso sus labios sobre piel. Le retuvo un momento, acariciando suavemente su mano, gesto que el joven pudo haber malentendido. Trinidad se limitó a toser.

—¿Usted sirvió junto a mi esposo en Virginia? Probablemente, fue de las últimas personas en verle con vida.

—Fuera de la señora Trinidad, supongo que sí.

Los ojos de Magnolia buscaron los de Trinidad, formulando una pregunta silente.

—Se equivoca, capitán. Lamentablemente, llegué un par de días tarde, junto con la tregua navideña. Lo recuerdo como ayer, aunque van ya dos años. Permanecí unos días, esperando noticias de Jackson y aunque su unidad lo reportó muerto, su cuerpo nunca fue recuperado. Se asume que alguien le reconoció y le enterró lejos de los suyos para evitar que se le honrara como un héroe para el norte. ¡Cuánta barbarie! Una de las tantas razones por las cuales soñamos con el fin de esta guerra.

Algo curioso sucedió con Godfry. En el momento en que escuchó las palabras de Trinidad, las mismas se hicieron una verdad absoluta en su mente, sin lugar a confusión, con toda certeza.

—Lamento mucho empañar sus amargos recuerdos con una recolección errada. Es vergonzoso.

—No se apene, capitán —Magnolia ofreció su brazo al galante militar—. Apuesto a que hay muchas otras anécdotas que pueda contarme. Le invito a ver los jardines, esta es una de esas pocas casas que tienen jardines ocultos, como los que solo se ven en Nueva Orleans. Una vuelta al pasillo y de repente, es como si estuviera en lugar separado de la realidad. El gazebo era uno de los lugares favoritos de mi esposo.

Trinidad terminó su té, observando a la pareja desaparecer rumbo al jardín. Rogó a sus adentros que Magnolia no extendiera la visita a pernoctar en la casa. Le había costado demasiado confundir a su niña, evitando que pudiera ver lo que para Trinidad fue un último recuerdo de Jackson. Pero si persistía con el joven capitán, sin duda habría de ver sobre sus mentiras. Por un lado, se alegró de que Godfry estuviese entusiasmado con Magnolia, la joven viuda lo descartaría de inmediato en lugar de insistir en la amistad.

La noche caía en Savannah, desenrollándose en suaves tonos púrpuras. El toque de queda exigía silencio en las calles. Solo se escuchaban los barcos militares de La Unión entrando al puerto, anunciando la llegada del abastecimiento para las tropas. Con suerte habría de ser el último. La rebelión estaba a punto de colapsar. Por primera vez en años, se respiraba un amago de paz.

✨✨✨

En las ciénagas en las afueras de Augusta, las aguas reflejaban un cielo color alquitrán.

Uno. Dos. Tres.

Vagos latidos y el intento de revivir un corazón muerto por más de dos inviernos hicieron que su cuerpo se estremeciera en convulsiones.

Cuatro. Cinco.

Los espasmos violentos y le libraron de las ataduras de la mortaja. Sus brazos, con la piel pútrida y horadada en algunos lugares hasta el hueso, se movieron de forma frenética. Labios descosidos se abrieron en un grito que llenó sus pulmones de agua, pero no le ahogaba. Le tomó poco tiempo a partir de eso entender que los latidos no provenían de su corazón. Era un ritmo ajeno, una mano firme sobre el cuero de un tambor buleador al cual su cuerpo respondía como quien contesta un llamado. Cuando entendió que debía prestar atención, descubrió que la voz de una mujer le estaba guiando con un llamado que había comenzado en una fría noche de diciembre, dos años atrás.

—Lindo Jax —le llamaba—. Jax de los que regresan.

Se abrió paso hacia la superficie una vez entendió que tenía todo el tiempo del mundo para deshacerse de sus ataduras bajo el agua. En su ascenso, la vida pareció sumirse en silencio. Ojos de reluciente naranja le siguieron hasta la orilla. No fue hasta que pisó tierra firme que aceptó que estaba muerto.

La tierra olía acre; el aroma de las hojas en descomposición era abrumador a sus sentidos. No era como la tierra que había pisado en vida, la que estaba escondida debajo de las briznas de pasto, rica, suave y fragante.

Jax no tenía necesidad de guiarse por la luz. La convocatoria que le levantó de su sueño eterno, la energía oscura que le llevó al reino de los no-muertos le proporcionó ojos semejantes a los de un depredador que permitían una visión excelente. Fue más allá de distinguir sombras y formas, alcanzando una conexión íntima con el espacio.

No tenía memoria de los eventos que llevaron a su primera muerte. En un principio se conformó con pensar que había corrido con la suerte de muchos, asesinado en el camino, arrojado por algún maleante a una fosa líquida. La Dama se encargó de hacerle recordar.

No fue para nada extraño que no recordase a su esposa, su mente se inundó del hombre de negro, de las revelaciones que recibió de parte de ese demonio antes de quitarse su propia vida. No logró hacer la conexión entre Rashard y Trinidad, el elemento por el cual le fue tan fácil entregar su espíritu solo para caer en manos de la mujer que le había hecho tanto daño.

Brigitte del Cementerio le robó a Magnolia y tomó para sí la claridad de su mente, para salvarlo de un grave cargo de consciencia. Después de todo, Jackson Pelman viviría para siempre...

—Anda Jax, déjame ver esa cara bonita que te metió en tantos problemas... —la voz de La Dama se confundía con el tiritar de las estrellas. Jax volteó, buscando la poca luz que ofrecía el cielo en ese campo abandonado donde volvió a nacer.

Podredumbre y polvo habían hecho hogar en sus mejillas, aflojaron su cuero cabelludo y le volvieron la piel de un suave gris. Su torso desnudo estaba casi despegado del hueso, con un corte profundo en forma de equis. Pero La Dama, quien había prometido una semblanza de vida asomarse a raíz de su regreso, cumplió su promesa.

—La primera vez ha de ser mi regalo, Jax. No obstante, si quieres mantener tu apariencia y tu sano juicio, tendrás que alimentarte.

Dio sus primeros pasos, sintiéndose renovado. No podía ver su rostro o su cabello, pero pudo apreciar la magia que recubrió sus manos, donde la piel había cedido. Sintió como recuperaba masa muscular que le permitió moverse de manera cómoda, sin requerir recostarse de los árboles para recuperar el balance.

—Todo lo demás se esfumará a su tiempo, como un mal recuerdo. Solo tienes que seguir mi voz y obedecer el hambre.

Dio un par de pasos inseguros, mientras sus oídos se ajustaban a la sinfonía de la noche. En un principio únicamente escuchó los tambores y la voz de La Dama. En unos minutos pudo discernir, no solo las llamadas de las garzas en el pantano cercano, sino el encrespar de sus plumas, los insectos arrastrándose en un desesperado batir de alas al caer presos en el lodo.

Se le acercó una zarigüeya, que le olfateó curiosa, insegura de porque el vestigio de las ropas del hombre olían a putrefacción y muerte y, sin embargo, el mismo parecía vivo. El animal se detuvo y entendió la conexión inmediata, el silencioso abrazo. Con un pequeño chillido, pareció darle la bienvenida a la noche eterna. Se alejó escurridiza, entendiendo instintivamente lo que todos saben. Bajo el manto de la noche los grandes hacen presa de los pequeños.

Jax lo entendió también. El hambre y la sed  no esperan. Negarse a ellos es volver a vestir la mortaja. La necesidad imperiosa de beber sangre y consumir carne lo obligó a continuar. La sed era su canción de sirena, el amo que promete una medida de libertad, dentro de lo que permiten las cadenas.

Se encaminó al sudeste, hacia las tenues luces de un pueblo en toque de queda. En algún lugar, algún espíritu desafiante debió dejar una puerta abierta y para cumplir su cometido, aquello que La Dama susurró a su oído, debía alimentarse.

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