4. Xarkaxamum

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Dos proyecciones espirituales trascendieron más allá del sentido. Viajaban a una velocidad abismal. Se perdieron por caminos separados en los vastos mares de colores y vórtices luminosos de las distintas dimensiones. Fueron testigos de todo tipo de parajes armónicos, hasta que al final se reunieron en un punto muerto en el espacio-tiempo. A su alrededor no había nada más que energía de distintos colores moviéndose de un lado a otro en completa unidad, sin invadir sus tonos.

A ambos espíritus les trajo paz. Por un momento se detuvieron, al igual que el lugar donde se encontraban, ajenos al tiempo. Se sonrieron al verse. En ojos espirituales de ambos se reflejaba la luz áurea del entorno.

Mago tendió la palma de su mano, y Madame correspondió con la de ella. Solo observaron alrededor. Se dejaron envolver por la absoluta paz.

—El Limbo Temporal —dijeron al unísono, en voz baja.

A los segundos abandonaron aquella dimensión con la misma fugacidad en la que entraron. Los espíritus de ambos regresaron a sus cuerpos. Por el impacto del ingreso, perdieron la pose de meditación con la que levitaban. De no ser porque retomaron el vuelo, hubieran impactado de lleno en las aguas del lago sobre el que Mago solía concentrarse.

Los Universales descendieron en el puente que conectaba los dos extremos del Templo.

—Lo hemos encontrado, sir James... la respuesta a nuestros problemas —celebró Madame, con los ojos brillosos de la dicha—. Esto merece una celebración.

Un ligero temblor los llevó a otra habitación del Templo. Aparecieron sentados sobre las bancas de un bar, donde, por obra mágica de Madame, se sirvieron dos copas de vino.

—Por el tiempo, que nos reunió en esta encrucijada inesperada —brindó James, al tiempo en que la copa se movía a su mano.

—Y por nosotros, darling, que tenemos una larga tarea por cumplir. Long live to us. —Madame chocó la copa, y ambos bebieron hasta acabarla.

—Andando.

Con otra ligera sacudida, Mago y Madame Universal aparecieron en el lugar más antiguo del Templo Universal, a pocos metros del puente que conectaba el casco antiguo con los demás pasillos y corredores.

Se hallaban en medio de un círculo enmarcado en el suelo, de acabados rúnicos. Sobre ellos coronaba una cúpula gigantesca, en la que dibujos de antaño relataban la historia de la orden de los Universales. A su alrededor se alzaban numerosas columnas y arcos tan antiguos como la vida humana misma, con terminados suntuosos, cortinas, estandartes y alfombras. Bajo cada arco, por lo largo y ancho del lugar, se imponían estatuas en honor a todos los Hechiceros Universales previos a James Jerom, en orden cronológico.

Allí fueron recorridos por un brillo que reveló los trajes de hechicero de cada uno.

Los ojos de Mago resplandecieron en azul a la par en que sus manos iban y venían en movimientos coordinados.

Sever ed erroc opmeit le ednod ragul la oirautnas etse razalpsed arap, zev arto nertneucne es orutuf y etneserp, odasap —musitó.

Al final de la última palabra tendió las manos a cada lado, con un círculo mágico dibujado en cada una de ellas. Todo el Templo se sacudió por la contundencia de la orden recitada. Se estremeció toda la estructura hasta tal punto que Madame creyó que las estatuas comenzarían a venirse abajo, pero de pronto el temblor se detuvo.

—¿Funcionó? —inquirió Madame.

—Averigüémoslo. —Mago meneó la mano, y el pasillo faltante para llegar a un enorme ventanal quedó atrás. Se habían movido a toda velocidad.

Curiosos, se acercaron. A través del cristal contemplaron luz, armonía y color; todo convergido en un mismo sitio.

—Lo logró, darling, movió el Templo Universal al Limbo Temporal —confirmó con orgullo.

—Ahora cada uno estará a tan solo un salto temporal de llegar a su presente en caso de que el mundo nos necesite —dijo James—. No más copias de nosotros en reemplazo.

—Tal como usted lo dijo, my dear, burlamos al tiempo.

De repente, la tranquilidad del lugar se vio interrumpida cuando los Universales vieron a lo lejos el origen de una onda luminosa. En un parpadeo ya estaba frente a ellos. Por inercia, cubrieron sus rostros con los brazos. La energía entró con toda potencia y sacudió el Templo, aunque sin causar daños, nada más que un temblor que los hizo tambalear con brusquedad.

—Un cambio en la línea temporal —reconoció Madame—. No tenía idea de que en el Limbo se sintiera así de fuerte.

—Ojo Universal —llamó Mago.

Frente a ellos no tardó en aparecer el omnipoder conferido a los Universales. Con su brillo azulado se expandió con rapidez y reveló lo que sucedía: el imponente barco, reconocible como «Titanic» a causa de las letras que coronaban los laterales, era destruido por una criatura que superaba en tamaño la desmesura del navío. Lo hundió con rapidez y brutalidad, al envolver sus tentáculos en él. Lo destrozó hasta los cimientos.

—¡Qué catástrofe! —exclamó Madame—. No quedó ni un solo sobreviviente. Y sin duda la criatura da escalofríos.

—¿Sin sobrevivientes? —inquirió, atónito, por más que ya sabía la respuesta—. Eso borra todo registro histórico del Titanic, lo que significa que no quedaron testigos...—Una nueva visión les mostró la nueva realidad originada a raíz del cambio—. En esta nueva línea temporal ni siquiera se ha hallado el pecio del barco —reconoció—, es todo un misterio por resolver. Y sin evidencia no hay... —Amplió los ojos con horror—. ¡Por el primer Universal, no existe la película del Titanic!

—Desconozco ese barco, darling, pero por su preocupación suena muy importante.

—Fue un barco muy famoso en su época, Victoria, el más grande nunca antes construido por el hombre —relató Mago—. Partió de Southampton el diez de abril de mil novecientos doce hacia América, pero se hundió en el Atlántico tras chocar contra un iceberg. Fue una de las mayores catástrofes de la humanidad.

—Parece que conoce muy bien la historia, sir James.

—¿Qué te puedo decir? Mi madre adora esa película. Me la ha hecho ver infinidad de veces. Pero ahora la línea temporal cambió, no existe porque Cameron nunca la hizo. Y eso no es todo, según lo revela el Ojo, la catástrofe ocurrió un día antes.

—Entonces andando —manifestó Victoria mientras emprendían camino—. Nos vamos de travesía por el Atlántico, honey. Prepararé mi equipaje. Tenemos que evitar ese futuro a toda costa.

—No sin antes proteger al Templo con un escudo. —Se detuvo al llegar a una estatua en específico—. De lo contrario seguirá siendo susceptible a los cambios que las criaturas prófugas provoquen en la línea temporal. —Observó el monumento con atisbos de nostalgia. Bajo él un letrero lo identificaba como «Monje Universal»—. Además el viejo cascarrabias es el Hechicero Universal de esa época, detectará nuestra presencia en cuestión de minutos... lo mejor será mantenernos ocultos —musitó.

—Darling... —susurró Victoria. Había reconocido en su mirada algo inusual—, ¿está seguro de que es lo único que lo preocupa?

James suspiró.

—No soportaría perderlo de nuevo. Cuando comenzamos toda esta locura supuse que en algún momento tendría que toparme con él, pero no estoy preparado para verlo otra vez y luego tener que dejarlo... aún no.

—Lo entiendo, my dear. —Le reposó la mano en el hombro—. Prepararé el hechizo que proteja al Templo. Mientras tanto... ¿tiene idea de cómo cazar a Xarkaxamum?

Mago dejó caer algunos libros sobre una mesa oval en la que Victoria ya se había adelantado con uno; sus ojos vagaban con rapidez entre las páginas. Tras ellos, numerosos estantes indicaban que se encontraban en la biblioteca del Templo.

—Aunque es poco, algo de lo que hay aquí nos ayudará a saber más de Xarkaxamum —dijo James.

—Lo encontré —celebró Madame.

—Bueno... eso fue rápido. ¿Y qué tienes ahí?

—Habitó las profundidades del agua desde el origen de la vida misma —resumió Victoria—. Era un producto de la naturaleza, James, un fruto de la creación. Sus actos no eran más que por supervivencia... no entiendo cómo es que Olimpo Universal lo desterró a la Dimensión Oscura.

—Por alguna razón tuvo que haber terminado allí —repuso Mago—, no puede ser una casualidad que alguno de nuestros antepasados lo encerrara. Debió tener un motivo.

—Sin duda falta algo en la historia de Xarkaxamum. —Los dedos de Madame fueron invadidos por un brillo escarlata. Bastó moverlos un poco, y las páginas del libro se agitaron por sí solas casi hasta el final—. Y creo que lo encontré, es una nota escrita a mano por el mismo Olimpo. Está en griego antiguo.

—¿Y qué dice?

—Lo sabremos en breve. —Con otro movimiento de sus dedos, su magia se apoderó de las letras y la tradujo a un idioma entendible para ella.

Calló por un instante mientras leía.

—Al parecer Xarkaxamum consumió una ola de energía negativa que migró desde la Dimensión Oscura. Llegó a nuestro planeta por una brecha interdimensional como la que liberó a Cripto, a las Hermanas Slytherin, a la Lobizona y a muchos más.

—Así que era un ser sin consciencia hasta que la energía oscura le dio inteligencia —dedujo James—... una inteligencia demoniaca.

—Y no solo eso... una sed consumidora de poder. Desea reinar en las aguas como el único rey y señor.

—Por eso atacó el Titanic —teorizó—. Invadía sus dominios.

—Hay algo más... una advertencia de Olimpo —añadió Victoria—. Xarkaxamum es un ser indestructible. Lo intentó y casi le costó la vida. Solo se puede contener, no vencer. Por eso su única opción fue desterrarlo fuera de nuestro mundo.

—Tenemos la información, Madame. Ahora vamos por él. —Mago movió la mano, y en ella aparecieron dos boletos. Ella tomó uno.

—Oh, primera clase. —Sonrió—. Me agrada.

—Ojo Universal —habló James mientras caminaban—, toma control del Templo y traza curso a Southampton, el diez de abril de mil novecientos doce.

—Curso fijado —retumbó la voz serena de un hombre por las paredes. Era increíble su familiaridad a la del maestro de Mago—. Daremos el salto en cinco... cuatro... —Un temblor los llevó a la biblioteca, donde se sujetaron de la mesa oval sin pensarlo—. Tres...—Victoria y James cruzaron miradas.

—Aquí vamos —susurró Madame.

—Dos... uno.

Todo el recinto se movió a la fugacidad de la luz. Lucía como una mancha que viajaba en línea recta por el Limbo Temporal. Los Universales fueron uno con el Templo, aunque no por ello dejaron de sentir un mareo durante el trayecto. Solo se detuvo cuando la mancha no se vio más, se había perdido entre la inmensidad de los acontecimientos históricos en aquella línea llamada eternidad.

De pronto la estructura dejó de moverse. Les fue inevitable tambalear un poco al soltarse de la mesa.

—Viaje exitoso —anunció el Ojo.

—Bueno... pudo haber resultado peor —musitó Madame mientras peinaba su cabello.

La puerta principal del Templo se abrió para dar paso a James Jerom y Victoria Pembroke. En cuanto terminaron de bajar por las escaleras, se ocultó por orden del hechizo previo de Madame, camuflándose con la arquitectura británica de las calles.

Ambos vestían atuendos acordes a la época. Mientras James paneaba la zona, se ajustó la corbata y sacudió el traje azul de tono opaco. Llevaba un sombrero negro ovalado, pero corto, junto a un bastón en la mano izquierda. A su lado bajó Madame, con un vestido blanco tipo gabardina ajustada, de cuello escarlata, a juego con sus guantes y el gigantesco sombrero con moño en su cabeza. La caída del mismo era curva, de modo que le ocultaba un poco el rostro.

Mago le aproximó el brazo derecho, ella lo sujetó de gancho. Con cada paso, se apoyaba en la sombrilla que llevaba en la mano derecha.

—Oh, agradezco enormemente a los genios de la moda de este tiempo que le redujeron el ajuste al corset —susurró Madame en un suspiro—. De por sí el moño ya mata bastante.

Alrededor de ellos, tumultos de gente se mantenían en un movimiento ajetreado, tanto hombres como mujeres cubrían sus cabezas con bobinas o sombreros; iban y venían con equipaje.

Al dar unos pasos más, cruzaron la calle, y como si hubieran sido petrificados, se detuvieron ante lo que se alzaba frente a ellos. El Titanic aguardaba en el muelle con toda la majestuosidad de su imponente diseño. El lugar estaba abarrotado de personas, algunas subían por las pasarelas, otras despedían a los viajeros y luego estaban los fotógrafos, con cámaras de fuelle que parecían como una caja negra.

—Wow —dijeron al unísono.

—Impresionante, es toda una maravilla —manifestó Madame.

—Es mucho más grande de lo que pensé —comentó Mago—. Nunca creí que llegaría a verlo en persona.

—Pues ha cumplido su sueño, sir James. Disfrute la experiencia. —Sonrió—. Sigamos. Debo alzar alrededor del barco el mismo hechizo del Templo, de lo contrario, en cuanto nos alejemos de Reino Unido, Monje Universal nos encontrará.

Luego de atravesar el congestionado muelle y mostrar sus boletos, ascendieron con toda elegancia por la pasarela de primera clase. Finalmente estaban a bordo. El botones asignado los llevó hasta la suite, donde lo despidieron con serenidad.

—Bien, estamos dentro. Me encargaré de levantar el escudo —avisó Madame.

—Yo concentraré todo el radar del Ojo en buscar a Xarkaxamum. Si fue avistado en el Atlántico cuando atacó el barco, lo encontraremos luego de pasar la Costa de Irlanda, así que será mejor estar preparados para enfrentarlo antes de que destruya el Titanic otra vez.

—Está en lo correcto, sir James. Lo último que queremos es que los pasajeros que sobrevivan tengan recuerdos de haber visto un monstruo de tal magnitud.

Así, mientras los Universales se concentraban en sus labores, el barco zarpó. Tanto viajeros como espectadores en el muelle se despidieron con entusiastas movimientos de mano; todos y cada uno como testigo de uno de los acontecimientos más importantes que marcarían la historia de la humanidad.

Los Universales, tomados de gancho, se abrieron paso en el suntuoso restaurante destinado a la primera clase, en el que violín suave servía de dulce sinfonía. Madame había cambiado su atuendo a uno más ligero, aunque igual de elegante.

El salón estaba a reventar. Los meseros se movían apresurados, con bandejas y carritos, mientras que los ricos comían caviar y bebían champagne en sus mesas.

—Así que, darling —susurró Victoria, sonreía con disimulo a las miradas escaneadoras, maquilladas de cordialidad de la crema del barco—, ¿cómo fue que consiguió una invitación para cenar con los ingenieros que construyeron el barco?

—Verá, milady, que fue de lo más curioso —relató James—: salía a dar un recorrido mientras analizaba el radar del Ojo sobre cualquier avistamiento de Xarkaxamum, cuando me topé con una mujer muy particular que acababa de abordar en Cherburgo, Francia...


Mago caminaba por el salón, concentrado en el reloj de su muñeca, donde, solo a sus ojos se proyectaba un radar de energía azul.

Frente a él, sin que lo notara, una mujer de facciones un poco gruesas iba con el mismo nivel de distracción, a tal punto en que ambos chocaron.

Se escuchó una ligera exaltación de sorpresa en ambos.

—Disculpe, madame, qué torpe de mi parte no ver por dónde iba —expresó James, con un maquillado acento inglés que lo pasaba como oriundo de Londres.

Por dentro daba gracias a Victoria Pembroke de que su particular forma de hablar fuera tan pegadiza; debido a ella había aprendido a camuflarse en la época.

—Oh, hijo, la culpa es mía, debí tener más cuidado. —Sonrió—. Por cierto... Margaret, Margaret Brown. —Le tendió la mano—. Aunque mis amigos me llaman Molly.

Mago pasó saliva por un instante y exaltó sus ojos. Era idéntica a la Molly que recordaba de la película, como gemelas clonadas en una fotocopiadora. No dudó en corresponder y darle un pico en la mano, como era costumbre.

—Encantado de conocerla, Molly —condescendió—. He conocido parte de su trabajo en defensa de los derechos de las mujeres, sin duda excelente. Ya es hora de la liberación y el empoderamiento femenino.

—Curioso que sea un hombre quien lo reconozca, la mayoría de los que conozco son unos idiotas. —Rio—. Pero, usted, sin duda es de los caballeros, señor... —Buscó la respuesta con un gesto.

—James, James Jerom.

—Señor Jerom, me disculpo por no conocerlo de antes. Me agrada su forma de pensar. ¿A qué se dedica?

—Soy periodista... —Pensó con rapidez lo siguiente que diría—, del BBC de Londres.

—Interesante, aunque nunca escuché hablar de ella. Ha de ser una compañía pequeña, aún en crecimiento.

—Lo es. —Sonrió, cuando de repente en el mapa holográfico que se proyectaba de su reloj se marcó un punto titilante—. Oh, la hora del té, más vale que regrese con mi prometida.

—Las cuatro de la tarde, por supuesto —corroboró tras revisar su reloj—, ustedes los británicos son fieles a su tradición. Bien pueda, hijo. Fue un gusto conocerlo, aunque sería tonto de mi parte no conocerlo un poco mejor. —Volvió a sonreír—. Hoy, a las siete, cenaré con el señor Andrews, el diseñador del barco, y otros petulantes burócratas adinerados, sería un gusto que usted estuviera presente, y su prometida puede venir también, por supuesto. Alguien como usted le daría una lección ideológica a hombres tan machitas como ellos dos.

—Ahí estaré, madame Brown.


—Mmm, así que su prometida, ¿eh, sir James? —preguntó con picardía.

—Lo eres por esta noche, Victoria. —En la mano de Madame apareció un anillo delgado, con un perla escarlata—. Debemos camuflarnos hasta que aparezca Xarkaxamum. Ese último avistamiento fue cerca.

Oh it's lovely! No me lo quitaré nunca, gracias, darling.

Le dio un inesperado beso en la mejilla que avivó en los cachetes de James un ligero sonrojo.

—Ahí están —escuchó a madame Brown—. Se ven lo más de tiernos. James, qué bueno que viniste. —Luego se dirigió a Victoria—. Mucho gusto, querida, Margaret Brown.

—Victoria Pembroke. —Sonrió—. Encantada de conocerla, madame.

La cena avanzó en medio de una charla demasiado refinada para el gusto de James; algunos chistes, incluso, eran tan sin gracia que solo reía por educación; hasta su compañero Vigilante le hacía más gracia. Solo rogaba porque el monstruo apareciera y poder salir de allí.

Victoria Pembroke, por su parte, se veía en su territorio, sabía muy bien cómo tratar con ese tipo de personas y mezclarse entre ellas; al fin y al cabo era una mujer nacida en una familia burguesa, había crecido entre bailes y cenas de distintos eventos sociales.

Por suerte para James, mientras bebía del champagne, el reloj en su muñeca le envió una alerta que Madame Universal también percibió. De inmediato cruzaron miradas cómplices.

—Damas, caballeros, un gusto compartir con ustedes la cena, pero mi prometida y yo debemos retirarnos —interrumpió Mago.

—Un gusto conocerlos a todos —siguió Madame.

—¿Se va sin antes aceptarnos un brandi, caballero? —preguntó uno de los hombres en la mesa.

—Así es, caballeros, no acostumbro a sumirme en un espectáculo de humo mientras escuchó a otros hombres alabarse a sí mismos como dioses, no me agrada la idea de replicar ni imperar actitudes de tal estilo. —Sonrió. Habían quedado perplejos. Molly esbozó una sonrisa orgullosa desde su lugar en la mesa—. Que pasen buena noche.

—¿Qué fue eso, sir James?

—Parafraseé una de mis escenas favoritas de la película —le respondió en susurro, con una sonrisa triunfante—. Eso les enseñará a esas serpientes venenosas a no creerse los amos del universo. —Rio por lo bajo.

Al dar unos pasos más, atravesaron una puerta en la que se reflejó un brillo residual, que entremezcló sus tonos escarlata y azul. Mágicamente aparecieron en proa, con sus trajes de hechiceros al descubierto.

Mago extendió sus manos, y se escaló el mapa holográfico, donde un punto señalaba al monstruo.

—Eso no es muy lejos de aquí —habló Victoria, con atisbos de terror—. Xarkaxamum está llegando. Atacará el barco pronto.

—No si le tendemos una trampa.

—Incluso así, darling, es mejor prevenir. Laropmet elcub.

En la muñeca de cada uno apareció un reloj de energía escarlata, tan delgado como una pulsera.

Mago asintió.

—Bien pensando. —Movió sus manos en un movimiento coordinado. Mientras recitaba el hechizo, sus ojos resplandecieron—: Zolev otneimazalpsed, acinatit noisuli.

Los hechiceros fueron despedidos a una velocidad arrolladora más allá de proa, se movieron a tal magnitud que el mundo alrededor de ellos parecía correr a la velocidad de la luz, como si atravesaran un vórtice. Al final sintieron un tambaleo ligero. El hechizo había lanzado al transatlántico a varios metros de distancia, en aguas tranquilas sobre un cielo despejado.

—¿Y bien, sir James, dónde está el monstruo? —inquirió Victoria, exhalando aire frío de su boca con cada palabra.

—Según mi radar, está... —Calló—, justo... aquí. —Cruzó una mirada aterrada con Madame.

En tan solo segundos el barco fue embestido por el frenético emerger de la criatura desde lo más profundo del agua. Atacó con tal furia que su piel acorazada partió el navío partió en dos, atravesó toda la estructura como si fuera papel. La brutalidad del repentino golpe había lanzado a los Universales en diferentes direcciones: Victoria descendió a toda velocidad en el océano, congelándose con rapidez en donde solo reinaba oscuridad; mientras que James fue víctima de la inminente caída de una chimenea sobre él.

Xarkaxamum se valió de la oscuridad en el océano y volvió al agua al instante, había bastado su cabeza y una parte de su lomo para provocar la catástrofe. El resto del barco terminó de hundirse por la furia de sus descomunales tentáculos.

Pero entonces, cuando toda esperanza estuvo perdida, en lo más hondo de las aguas resplandeció un brillo escarlata.

Al abrir los ojos, James Jerom y Victoria Pembroke estaban de nuevo en proa. El bucle creado por Madame los había salvado.

—Eso fue... confuso —susurró James.

—Y frío —musitó.

Victoria, anonadada, se estremeció al sentir un viento gélido recorrerle todo el cuerpo.

—Vamos de nuevo. Esta vez con mayor preocupación. —Tanto en sus manos como en las de Madame aparecieron dos sellos de energía—. Zolev otneimazalpsed, acinatit noisuli.

Una vez más, viajaron una larga distancia que, en medio de un espectáculo de luz, los llevó al punto anterior.

—Alerta, sir James.

Los ojos de ambos vagaban entre la oscuridad, deseosos de poder ver más allá de turrones de hielo y agua oscura.

De pronto un leve roce en el lateral derecho con uno objeto no identificado sacudió todo el navío.

—Es él —reconoció Mago—, nos está acechando.

—Pero esta presa no caerá tan fácil. —Los ojos de Victoria centellaron en magia, al igual que sus manos—. ¡Oleih ed saup setnetop ocovni!

Madame bateó las manos a cada lado, y descomunales picos de hielo emergieron alrededor del barco, tan grandes que igualaban la altura de la cubierta.

Se escuchó un bramido colérico hacer eco a través del agua. Habían despertado la furia del monstruo.

De la nada se alzaron numerosos tentáculos que, como lanzas en campo de guerra, descendieron a ellos con rapidez, mas fueron repelidos por un choque emergente. El campo de fuerza que Madame había alzado alrededor del barco apareció para protegerlos.

Suspiraron aliviados por un momento, pero ambos eran conscientes de que no estaban a salvo. Lo confirmaron cuando los tentáculos volvieron, aunque no con la misma cólera imperante; descendieron como serpientes por el escudo, lentos y meticulosos.

Al poco tiempo lo habían rodeado casi por completo, de tal manera que el cielo oscuro no se vio más, sino solo la piel bizarra de sus mortales extremidades. Y, con una fuerza bruta nunca antes vista, comprimió el escudo de tal forma que lo destruyó.

Madame Universal chasqueó los dedos, y ambos fueron teletransportados lejos del Titanic, antes de que los tentáculos cayeran sobre ellos. Se limitaron a ver desde el aire cómo se hundía por demanda de Xarkaxamum.

Entonces, el monstruo los halló.

Desde su posición, contemplaron el origen de una luz en el agua. Se extendió a tal rapidez que no les dio tiempo de moverse. En cuestión de segundos de ella se originaron dos rayos potentes. Viajaron a los hechiceros tan rápido como la luz. Mago Universal a penas alcanzó a conjurar un escudo, que no fue suficiente para contener la estampida eléctrica. James Jerom se estremeció en el aire tras el fuerte choque, luego descendió en picada.

—¡James! —exclamó Madame, e intentó volar hacia él.

Sin embargo, otro tentáculo emergió, y la atacó antes de que lo rescatara. La pelirroja impactó contra un enorme bloque de hielo, donde la contundencia del golpe provocó que rocas congeladas cayeran sobre ella.

El brillo escarlata imperó una segunda vez. Mago y Madame Universal regresaron al punto donde fue establecido el bucle, dieron pasos trastabillantes hacia atrás, agobiados.

—Debemos reconsiderar nuestro plan de ataque —musitó Victoria, con el corazón agitado—. No me agrada la idea de seguir muriendo hasta detenerlo.

—Se dice que la tercera es la vencida, espero que sea cierto —dijo James.

—Eso no me reconforta en lo absoluto.

—Tengo una idea... en cuanto mi magia nos lleve a él, conjura este hechizo. —Llevó su dedo corazón y anular a la sien de Madame; el contacto produjo un leve resplandor azul—. Suena demente, lo sé; pero espero funcione, por nuestro bien.

Madame asintió.

—Lo hará, darling, confío en usted.

—¡Zolev otneimazalpsed, acinatit noisuli!

Rogando en sus adentros que fuera la última vez, el hechizo de ilusión duplicó el barco y viajó a través del vórtice, con ellos dos como únicos pasajeros. Los arrojó al punto esperado.

Entonces un oleaje desenfrenado sacudió el navío. Xarkaxamum estaba cerca.

—Ahora —avisó Mago.

¡Ares acinatit adanibmoc aigam artseun, lasrevinu nu, sorecihceh sod! —exclamaron al unísono, con ojos brillantes.

Al final unieron sus manos, y sus cuerpos se tornaron en bruma azul y escarlata que ascendió por los cielos. Luego aterrizó de golpe en el agua, lo más lejos posible de barco falso. Al caer expandió niebla alrededor. De ella emergió un gigante de energía que entrelazaba ambos colores, con forma de ser humano, sin género. Llevaba una capa como la de Mago y el símbolo de los Universales en el pecho, donde levitaban James Jerom y Victoria Pembroke, como el corazón del coloso.

—¡Etartseum, Xarkaxamum, ocovni et! —decía con voz tronante, en una combinación de ambos.

En el agua apareció un sello, que fue atravesado por una descomunal cabeza de hidra con bigotes de medusa, alrededor lo cubría un pliegue de piel, como una corona. Su cuerpo continuó el emerger, revelando así su aspecto escamoso de características humanoides: pecho, tronco y brazos. La espalda se la cubría una filosa aleta.

Se mantuvo hasta ahí, mas a su alrededor brotaron sus feroces tentáculos numerosos. Con un rugido, mostró sus dientes de piraña y las cinco lenguas puntudas que le salían de la boca como arpones.

El temible Xarkaxamum superaba por varios metros al coloso de energía, aun así el gran Universal se mantuvo firme, aun cuando los ojos del monstruo reptiliano centellaron en electricidad, como indicio del vigoroso par de rayos que cayó sobre él.

Bastó conjurar un sello, y los rayos chocaron de regreso al gigante marino, haciéndolo víctima de su poderosa descarga. Retrocedió, pero se mantuvo.

Colérico, Xarkaxamum envió sus tentáculos en movimientos frenéticos e indescifrables que golpearon por diferentes direcciones. El gran Universal perdió el equilibrio y cayó en el agua. El impacto desencadenó un oleaje feroz.

Con otro bramido, Xarkaxamum lanzó uno de sus fornidos brazos, que amenazaron en rasgar con sus garras el corazón del gigante mágico. Pero él levantó una de sus manos, y le contuvo la garra con magia. Después la bestia lanzó la otra, y también se vio atrapada en la riña por el control, en un puje intenso en el que el uno buscaba agredir y el otro defenderse.

Entonces el monstruo esbozó una sonrisa escalofriante en la que mostró sus dientes picudos. Sus tentáculos se deslizaron mientras el puje continuaba, para después atrapar al gigante por brazos y tronco.

Con toda su fuerza lo levantó frente a él. Ya con sus manos libres, le dio un puñetazo de gancho derecho. En el gigante mágico se formó una expresión de dolor. Luego lanzó el otro por el lado izquierdo. El tercer golpe fue un cabezazo. Después lo arrojó contra el iceberg más próximo, causándole un gemido doloroso. Para finalizar, remató con un disparo certero de sus furiosos rayos, terminándolo por hundir en lo profundo del bloque de hielo.

Con su rival sumergiéndose en la derrota, Xarkaxamum emitió un estruendoso grito de victoria, con el que se proclamaba como el rey de los mares, mientras sus puños le golpeaban el pecho y sus tentáculos se sacudían.

Triunfante, dio media vuelta, sin prever que, mientras hacía su espectáculo, el mar poco a poco se iba tornado turbio. Segundos después una ola desenfrenada, tan potente como un tsunami, chocó contra él, obligándolo a retroceder con brusquedad. No terminó de recuperarse por completo, y otra igual de potente lo hizo tambalear.

Xarkaxamum gruñó, molesto.

El causante del oleaje se reveló, era el gigante mágico, que levitó fuera del agua. Con delicadeza, movió su mano de derecha a izquierda, y de una de las piedras congeladas salió disparado un ariete de hielo que lo golpeó por un costado. Con otro movimiento, esa vez de izquierda a derecha, otro ariete congelado lo atacó por el otro lado.

Desde el aire, el gigante de luz azul y escarlata levitó todos los trozos cercanos de hielo. Al descender los brazos, llovieron sobre Xarkaxamum. Cada bloque golpeó con precisión, uno tras otro, terminándolo de hundir.

El gigante no le dio oportunidad de recuperarse. Movió sus manos en una sola dirección, en un empuje fluido que tiraba con elegancia. En consecuencia, el agua giró bajo su control, en obediencia a sus movimientos.

Xarkaxamum giró y giró en el remolino, con cada vuelta el agua se tornaba mucho más turbia.

De pronto los ojos del gigante se tornaron oscuros.

¡Le a ecenetrep euq ol esevell y ateirg anu esertlif, redop im rop arreit al arab es euq! —exclamó con potencia, su voz múltiple tronaba como una tormenta—. ¡Arucso noisnemid al a latrop le arba es euq!

El agua terminó de volverse oscura, negativa, más agitada que nunca.

Gracias a su oleaje mortal, Xarkaxamum fue arrastrado a lo profundo del vórtice, donde, por demanda del hechizo, fue absorbido. Y tan pronto como la Dimensión Oscura reclamó a su habitante, la brecha se cerró.

Y así, poco a poco, tanto el agua, como los ojos del gigante volvieron a la normalidad.

Con la satisfacción del deber cumplido, el Universal colosal se desintegró en bruma azul y escarlata. Ambas nubes viajaron de regreso a proa, en el barco de la ilusión creada por Mago, donde él y Madame eran los únicos tripulantes.

Los Universales tomaron una bocanada de aire y exhalaron.

—Eso, darling, fue toda una aventura por los mares —comentó Victoria, recobrando el aliento—. De las más barmy de mi vida.

—Ni que lo digas, Victoria. —Llevó las manos a la cadera y tronó la cabeza a cada lado—. Me duele la espalda, siento como si me hubiera pasado por encima un Xarkaxamum.

Ambos rieron por lo bajo.

—Tiene un buen gancho, he de reconocerlo. Anyway, esto terminó. —Sacudió su traje—. Ahora, regresemos al Templo, my dear, tengo una película pendiente por ver.

—No aún, milady. Primero el baile pendiente. —Se acercó y la tomó de las manos.

—No recuerdo ningún baile, my dear —contestó ella con interés—. ¿Cuándo se programó?

—Bueno, es mejor vivir la película, que ver la película, darling.

Alrededor de ellos, la ilusión que replicaba el barco se difuminó, tornándose en la luz que los regresó de vuelta al Titanic. Aparecieron en un gran salón de recepción destinado a la primera clase, vacío y suntuoso.

James vestía un traje elegante. Se encontraba peinado hacia atrás a la perfección. Se hallaba bajo una cúpula de cristal, al inicio de una gran escalera con paneles de roble, pasamanos de bronce reluciente y querubines que resaltaban sus acabados.

Victoria había aparecido donde se conectaban las escaleras de estribor y babor, frente a un reloj adherido a la pared. Lucía un traje sencillo, pero que resaltaba por los acabados brillantes.

Mago chasqueó los dedos, y una canción suave y sentimental empezó a sonar; los instrumentos se tocaban por sí solos.

En Madame se produjo un ruborizado suave mientras descendía por las gradas, James la esperaba con la mano izquierda detrás de la cadera. Al terminar de bajar, la recibió la derecha y le depositó un beso en la mano.

—James. —Los ojos le brillaron por un instante.

—Esta es nuestra noche, Victoria. —Sonrió.

Así, terminaron de ubicarse en el salón. Tomados de la mano, dieron pasos lentos al compás de «My heart will go on». Las letras de la balada romántica se apoderaron de ellos y simplemente vivieron el momento. El tiempo los había juntado por una extraña razón; en el proceso terminaron enamorándose uno de lo otro, pero bien eran conscientes de que su relación no podría tener un y vivieron felices para siempre; ambos lo sabían bien, pero se negaban a meditarlo. Solo les quedaba disfrutar del tiempo que su encrucijada durara y vivirlo al máximo.

Victoria reposó su cabeza sobre el pecho de James. Bailaron hasta finalizar el tema.

Lejos de poder salvar a la tripulación del Titanic de su inminente catástrofe, y conscientes de los miles de sueños que se hundirían bajo el mar, abandonaron el transatlántico en un portal que los llevó de vuelta al Templo Universal, escondido en Southampton. Desde allí regresaron al Limbo Temporal, en donde corroboraron que la línea temporal se había restablecido, el barco se había hundido en lo profundo del mar tras el choque con un iceberg en la noche del catorce a la madrugada del quince de abril de 1912.

Tierras del Norte, 980.

Desde donde la nieve era eterna y cubría con su manto de pureza cada valle y montaña, una grieta oscura dividió la tierra. Con su paso se sacudió todo el terreno y numerosos pinos se vinieron abajo.

—El Norte será cubierto con dolor. Muerta será la esperanza —retumbó una voz tronante desde la grieta—. ¡Álcense, Gigantes de Niflheim!

Manos y piernas surcaron la brecha y emergieron poco a poco las criaturas. Eran seres colosales, tan oscuros como la dimensión de donde salían. Poseían tétricos cuernos torcidos y sus cuerpos ardían en llamaradas púrpuras.

Pusieron su mirada en el poblado más cercano, atacarían sin piedad.



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