CAPÍTULO 07

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Enemigos del heredero, temed.

Eso era lo que decía en la pared, y aunque el niño había dicho con elocuencia que los primeros serían las sangres sucias, en la chispa de miedo en sus ojos podía apreciarse el hecho de que en realidad no tenía la menor idea de lo que decía, que hablaba repitiendo lo que alguien le dijo alguna vez y que el temor y la crianza eran los autores de la mayoría de las cosas que decía, incluyendo eso.

Así que estaba en riesgo, todos lo estaban, sin importar si eran hijos de muggles, mestizos o sangre pura.

No volverían a casa, no se trataba de eso, si no de que acababa de descubrir que parecían haber demasiadas cosas de las cuales ella no podía protegerlos, y eso la estaba matando lentamente.

Perséfone siempre había sido poderosa, más que la mayoría, así que la impotencia había sido sencilla de evitar mientras crecía. Siempre la más fuerte (mágicamente hablando, claro, pues había crecido entre hombres), siempre la más inteligente, siempre la más manipuladora.

Ahora, todo se sentía como si se desmoronara, y no podía evitar preguntarse qué se suponía que tenía que hacer, cuál se suponía que era su papel, si no podía protegerlos a todos.

Había comenzado a tener sus propios secretos, que ocultaría con recelo inclusive de su hermano, y se colaría todos los días, durante, al menos, una hora, en la sección prohibida de la biblioteca, con un permiso firmado por el profesor Lockhart, que había sido lo suficientemente estúpido para permitirle el acceso después de un par de cumplidos. Después de semanas de lectura intensa, libro tras libro, cada uno más peligroso y oscuro que el interior, estuvo a punto de rendirse. Hasta que encontró algo muchísimo mejor: un inventario.

Perséfone no estaba del todo segura de por qué el inventario se guardaba en la sección prohibida, cuando debería estar al cuidado de Madame Pince o del director, pero no se quejaría. El inventario era un libro pequeño encuadernado en cuero que se escribía con magia y se actualizaba constantemente, como el libro de estudiantes en el que se basaba la pluma automática para escribir las cartas de aceptación a Hogwarts cada año. Era un listado de cada libro que se había almacenado en la biblioteca del castillo desde su creación, cientos se encontraban tachados porque habían sido destruidos, pero algunos solo habían sido trasladados y contenían los datos de su nueva ubicación, como la oficina del director, de algún profesor e inclusive la oficina de Filch, probablemente confiscados.

Durante días, estuvo cargando con el inventario y un pergamino, pasando cada minuto que tenía libre examinando el listado de libros sobrevivientes y transcribiendo los títulos que fueran de su interés al pergamino junto con su ubicación actual. Al final, había solo cinco libros que le parecieron útiles, según sus objetivos actuales, y, sin embargo, conseguirlos todos no era una opción.

"Protecciones mágicas y otras barreras" estaba en el despacho de McGonagall, "Magia defensiva avanzada" estaba en la sala de profesores, "Sanguis Potiones" estaba en las habitaciones personales de Snape, y "Encantamientos indetectables" y "Ritualis magicae" estaban en la oficina del director.

De algún modo, su mayor posibilidad era robarle al director, pues no dudaba que sería el sitio con la biblioteca más grande y de donde pasaría desapercibida la ausencia de un par de libros. También estaba el hecho de que había leído suficiente de Historia de Hogwarts como para saber que la oficina del director era uno de los únicos sitios en el castillo a los que no se les podía poner barreras para impedir el acceso de los estudiantes, esto era por si en algún momento alguien tenía una emergencia. Mientras no hubiera nadie, debería ser sencillo entrar y salir.

— ¡Fred! ¡George! —llamó Perséfone, cuando los atrapó saliendo de un aula en desuso en el tercer piso.

Los gemelos se miraron.

—No he hecho ninguna broma a Perce, ¿y tú? —se preguntaron el uno al otro al unísono, antes de mirar a su hermana mayor.

—No vine por eso, de hecho, los he estado buscando todo el día.

—Bueno, hermanita... —comenzó George.

—Claramente no buscaste bien —continuó Fred.

—Hemos estado en...

—Los jardines...

—Todo el día —terminaron ambos juntos.

—Seguro —dijo Perséfone, sin creerse ni una palabra, pero poco dispuesta a perder el tiempo ahondando en eso—. Hagamos esto, yo no intentaré averiguar qué estuvieron haciendo todo el día ni qué hay en esa aula, pero necesito un favor.

— ¿Está todo bien? —preguntaron ambos,

Perséfone quiso llorar, ya sintiendo el dolor de cabeza que se vendría.

—Sin preguntas —respondió ella.

Los gemelos se encogieron de hombros y compartieron una mirada antes de responder: —De acuerdo. ¿Qué necesitas?

—Si, hipotéticamente, necesitara entrar al despacho del director, ¿me ayudarían? —preguntó ella, directo al punto.

—Vaya, Perse —empezó Fred.

—Nunca haces mucho... —siguió George.

—Pero cuando lo haces...

—Es a lo grande.

Si Perséfone no lo supiera mejor, creería que la voz de sus hermanos tenía algo similar a la admiración, pero no podía ser, no cuando ellos estaban habituado a las bromas más masivas, y, sobre todo, a verla como al enemigo, otra persona que creía que no llegarían a ningún sitio, que los frenaría y de quien debían esconderse, porque ella era exactamente como Percy y su madre.

—Te ayudaremos...

—Si aceptas evitar este pasillo...

—Cuando hagas...

—Tus rondas de prefecto.

No era realmente demasiado pedir, ella lo haría de todos modos, no quería que ellos tuvieran problemas, aunque no lo fuera a admitir en voz alta.

—Me parece que tenemos un trato —declaró Perséfone.

Fred se dio la vuelta y entró al aula, solo para salir unos segundos más tarde con un viejo trozo doblado de pergamino en la mano.

—Este es el secreto de nuestro éxito... —dijo Fred.

—Y lo esperamos de regreso...

—Pero lo necesitarás...

—Con lo que sea que piensas hacer...

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —dijeron ambos, colocando sus varitas sobre el pergamino en blanco.

Pequeñas manchas comenzaron a aparecer en el pergamino, como si lo sumergieran en café y poco a poco comenzaron a tomar forma. En el centro, estaba el trazo de un castillo, de una de las torres había una bandera que llevaba escrita la palabra "Hogwarts", arriba de esto: "Los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta, los proveedores de ayuda mágica a los traviesos se enorgullecen en presentar", y, finalmente, en el interior del castillo, decía "El Mapa del Merodeador".

Los gemelos extendieron el mapa ante la mirada sorprendida de Perséfone.

—Es un mapa...

—Centímetro a centímetro...

—De toda la escuela...

—Y de todo en ella...

Era cierto, había cientos de pequeñas huellas de pies con el nombre de la persona correspondiente.

—Para borrarlo...

—Debes decir...

—Travesura realizada —dijeron, nuevamente presionando su varita contra el pergamino, y este volvió a estar en blanco.

—O cualquiera podrá leerlo.

Perséfone se preguntó si existiría algún modo de duplicarlo antes de devolverlo, pero al final descartó la idea, no era prioritario en esos momentos, y ya que ya conocía su existencia, algo le daba la impresión de que los gemelos estarían dispuestos a prestárselo nuevamente si lo necesitaba alguna vez.

—Gracias —dijo ella, aceptando el pergamino que le entregaban.

—Haremos un gran escándalo mañana...

—A la hora de la cena...

—Debería entretener a Dumbledore...

—Pero vigila el mapa...

—Y buena suerte —concluyeron ambos.

Parecía un hecho, la estudiante ejemplar iba a entrar a escondidas y robarle al director, y no podía encontrar en sí misma que eso le importara cuando sabía que era por el bien de su familia.

NOTA DE AUTOR:

¡Hola! Espero que les esté gustando la historia, quería hacerles saber que la parte introductoria está cerca de terminar, probablemente Tom (el diario) aparezca por primera vez más o menos en el capítulo 10 o 11, y es cuando lo mejor va a comenzar. Disfruten la lectura y dejen sus comentarios, me encantaría conocer sus opiniones <3

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