CAPÍTULO 15

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Cuando se le ofreció la oportunidad de huir de su casa por un rato con su padre, Perséfone no dudó un instante en tomarla. Llevaba una semana de regreso y jamás habría imaginado lo agónico que era tener toda la atención de su madre para ella sola, ahora solo podía añorar volver a la escuela y que, cuando regresara durante el verano, todos sus hermanos la acompañaran.

Ella suspiró, esperando a que su padre saliera del boticario, a donde su madre lo había enviado por algunos cuantos ingredientes, y ella, que acababa de almorzar, había preferido quedarse afuera a esperar, lejos de los ojos de tritón, pelaje de escarbato y otras excentricidades desagradables a la vista. Sin embargo, ella se encontró arrepintiéndose de su decisión cuando vio a su padre salir acompañado de una mujer.

Arthur Weasley observaba las bolsas de compras en sus manos mientras abría la puerta para la mujer, que le agradeció con una sonrisa e inclinación de cabeza. La mujer era casi desagradablemente bonita, con cabello rubio dorado, como de princesa, piel blanca y con algunas pecas esparcidas, ojos de color verde oscuro, y solo unas cuantas arrugas que denotaban que estaba a mediados de sus cuarentas, pero no hacían nada por arruinar su inherente belleza; Perséfone se descubrió acercándose a paso rápido y apretando el diario de Tom con fuerza desde el bolsillo de su túnica, una ola de rabia la atravesó.

Para cuando estuvo al lado de ambos, la mujer reía por algo que Arthur había dicho y él la observaba con curiosidad, como a un objeto cuyo funcionamiento no comprendía.

Perséfone carraspeó.

—Papá, ¿quién es ella? —preguntó.

Las mejillas de la mujer se tiñeron ligeramente de rojo, pero su padre no lo notó porque observaba a su hija con aire distraído.

—Ah, cariño, acabo de conocerla en la Botica, ella es Cereus Greengrass —dijo Arthur.

—Greengrass —dijo Perséfone, con lentitud—, ¿madre de Daphne y Astoria, quizás?

—Esa sería mi hermana mayor —corrigió Cereus.

—Ya veo —respondió Perséfone, examinando a la mujer, hasta finalmente acercarse para saludar, y normalmente solo habría extendido la mano, pero la señorita Greengrass se merecía algo distinto, más apropiado, inclusive. Una cortesía digna de una mujer sangre pura.

Así que se acercó y aprovechó sus estaturas similares, y cuando se presionaron sus mejillas como las normas de etiqueta indicaban, Perséfone clavó su varita dolorosamente en las costillas de la mujer y hundió sus dedos adornados con uñas largas y afiladas en su hombro con tanta fuerza que no le sorprendería que sacaran sangre.

—No te vuelvas a acercar a mi padre —espetó Perséfone en un susurro en su oído, y después, como ocurrencia tardía, agregó: —Traidora.

Antes de que la mujer respondiera, Perséfone se apresuró a lanzar un confundus no verbal tras otro, cada uno más fuerte que el anterior, y para cuando se separaron, en cuestión de segundos, los ojos de Cereus Greengrass estaban vidriosos y se tambaleaba un poco. Miró a su alrededor rápidamente y se sintió profundamente complacida al notar que no había nadie más que su padre, que observaba la vitrina del boticario con interés como si no acabara de salir de ahí.

—Volvamos a casa, papá —dijo Perséfone, tirando del brazo de su padre, que la siguió con facilidad, dejando atrás a su recién conocida.

Perséfone deslizó su mano libre hacia el bolsillo de su túnica, rozando con su dedo índice la cubierta de piel del diario de Tom y un escalofrío la recorrió, y ella sonrió, una gran sonrisa maliciosa. Quizá sus padres y hermanos jamás aprobarían el monstruo que era en el fondo, pero sabía de alguien que haría más incluso que aceptarla, alguien que estaría orgulloso de ella, y eso no podía ser malo si finalmente la hacía libre.

Perséfone arrastró a su padre de regreso a casa, su pulso aún acelerado por la furia derivada del encuentro con Cereus Greengrass. Aunque había logrado mantener la compostura en frente de su padre, la idea de que esta mujer intentara acercarse a él la hacía sentirse enferma. Sabía que tenía que proteger a su familia a toda costa, incluso si eso significaba utilizar métodos poco convencionales.

Al llegar a la Madriguera, Perséfone ayudó a su padre a llevar las bolsas de compras hasta el comedor. Su madre, cuya residencia permanente parecía ser la cocina de la casa, salió de allí hacia ellos y el estómago se le apretó a Perséfone al verla, para variar, no por la aprensión, sino por la comprensión devastadora de que por un momento ellas tendrían algo en común, en un mundo en el que ella hubiera estado ahí en su visita al Callejón Diagon, Molly habría odiado a la traidora y descarada sangre pura tanto como ella.

La realización la devastó: se parecía a su madre.

Finalmente, cuando su padre se distrajo con una vieja tostadora muggle que había metido a la casa a pesar de la renuencia de Molly y su madre se dirigió a desempacar las compras, Perséfone se tomó un momento para reflexionar lo que había sucedido, esta vez intentando que su incomodidad por el reciente descubrimiento no la distrajera. No estaba segura de por qué Cereus Greengrass había aparecido en sus vidas, pero estaba decidida a descubrirlo, porque alguien como ella, confiada en la pureza de su sangre como si su extraordinaria ascendencia fuera a hacer de ésta algo más que roja y espesa, con una fortuna en su bolsillo, y en el limbo permanente entre luz y oscuridad, no podía ser fruto de la coincidencia, no en un mundo en el que una mujer como ella preferiría dispararse a sí misma un Avada Kedavra que hablar con un traidor a la sangre, un Weasley. No permitiría que nadie amenazara la seguridad de su familia, especialmente ahora que tenía un aliado en la sombra, el diario de Tom Riddle.

Mientras pensaba en su próximo paso, Perséfone sacó el diario de su bolsillo y lo observó con cuidado. Las páginas parecían vibrar con una energía oscura, y su conexión con él la aterraba y la emocionaba al mismo tiempo. Era un secreto que guardaba celosamente, un poder que estaba dispuesta a utilizar para proteger a su familia y, quizás, para alcanzar sus propios objetivos.

Con una mirada decidida en sus ojos, Perséfone volvió a guardar el diario y se dirigió hacia la sala de estar. Sabía que este era solo el comienzo de una serie de eventos que la llevarían por un camino peligroso y oscuro, pero estaba dispuesta a enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino.

El legado de los Weasley estaba en juego, y Perséfone estaba decidida a escribir su propio destino en esta historia. Con el diario de Tom Riddle como su aliado y su determinación inquebrantable, no había obstáculo que no pudiera superar. El juego apenas comenzaba, y Perséfone no sería quien se moviera por el tablero, ya no más, ahora ella y Tom se limitarían a mover las piezas y esperar su predecible victoria, un jaque mate.

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