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LUDOVICA

El Castillo de las Rosas era el principal del reino, pero últimamente me estaba hospedando en el castillo de la casa de Riven por temas de seguridad. Mantenerme a salvo de los mortifagos era la principal preocupación de mis padres, aunque preferiría mil veces irme a otro lado.

Amaba a la familia Riven, pero Alek a veces era una molestia. Él era uno de los muchos pretendientes que tendría que ver en la Ceremonia de Selección a la Corona, una fiesta que se hacía en el Castillo de las Rosas. En ella deberé elegir a quien será mi esposo y reinará conmigo. Para que esto se realice, muchas familias irán a la ceremonia, por supuesto, familias pertenecientes a la realeza y algunas pocas pertenecientes a países no monárquicos. Deberé elegir a alguien que me beneficie política y económicamente. Creo que estaba claro que nunca estuve a favor de esta fiesta. La cantidad de peleas que tuve con mis padres a lo largo de los años era la prueba. Mi deseo era elegir a alguien a quien amara y que fuera mutuo, pero en los planes de mis padres el amor no estaba, lo cual era muy injusto siendo que mi madre venía de una familia sin ninguna pizca de realeza: los Edevane, lo que significaba que mi padre no realizó la Ceremonia de Selección a la Corona.

Lo único que me calmaba era que aun faltaba un año para la ceremonia. Aunque saber que el tiempo pasaba corriendo y que seguramente en un abrir y cerrar de ojos ya estaría cerca de ese día me aterraba. Peor aun era el hecho de que se celebraría el día de mi cumpleaños. Sin duda sería el peor cumpleaños de mi vida.

─Alteza, su madre la espera en el salón principal, dice que es importante─ oí la voz de Teresa Riven, la matriarca de la familia.

─¡Ya voy!─ avisé, dejando de lado mis libros y comenzando a buscar mis zapatos.

Los pasillos del Castillo de Riven no eran tan extensos como lo era el de mi familia, pero todavía no me acostumbraba a ellos debido a que todos eran muy parecidos, con el mismo tono rojo en las paredes, los mismos techos dorados, los montones de cuadros y estatuas y el piso de alfombra con patrones rojos y dorados. En el Castillo de la Rosa pocos pasillos eran parecidos, la mayoría tenía una decoración en especial en honor a cada reinado.

─¿Lista para ir al Callejón Diagon?─ preguntó mi madre una vez que me vio llegar.

Vestía un vestido lila apenas ajustado que le llegaba por debajo de las rodillas y un saco largo en un tono más oscuro del lila. Había atado su oscuro cabello en un moño y lo tenía oculto en su sombrero.

─No sabía que iríamos hoy, madre─ contesté─. No estoy pronta.

─Ya veo─ dijo ella, posando su mirada en mis pantalones beige y mi buzo de lana rojo─. No importa, en estos tiempos es mejor que te vistas como una muggle común. Vamos.

Asentí dándole la razón. En otro momento me habría retado por infringir las normas, pero últimamente eso era lo que menos importaba si eso significaba protegerme del mago más temible de todos los tiempos.

Mi madre y yo nos aparecimos una vez que estuvimos fuera de los hechizos protectores que ella, mi padre y mi abuela habían puesto fuera del Castillo de Riven. Llegamos al Callejón Diagon sin problemas, pero eso no significó que mi madre bajara la guardia en ningún momento, al revés, la intensificó. Por precaución, me mantuve siempre con la mano puesta sobre el bolsillo de mi pantalón, en donde estaba mi varita mágica.

─Iremos primero a levantar tu túnica nueva y luego puedes ir a comprarte lo que quieras─ me dijo mi madre.

Ver al Callejón Diagon vacío era deprimente. Muy pocas personas andaban caminando por la calle. La mayoría de los puestos y tiendas estaban vacías, unas cuantas habían sido selladas con madera en las puertas y ventanas, dando a entender que habían sido abandonadas. El horrible sentimiento de que alguien me observaba en cada paso se hacía cada vez más intenso a medida que nos acercábamos a la tienda de Madame Malkin. Me sentía algo paranoica, si es así como era el sentimiento. Estaba en una constante alerta, como si fuera capaz de reconocer a un mortifago en cualquier momento, algo difícil porque jamás había visto a uno.

Y de pronto, mis ojos chocaron con los de alguien que conocía perfectamente: los de Malfoy. Él estaba con su madre y tenía una cara de aburrimiento mientras Madame Malkin le tomaba las medidas. Por respeto a mi madre, Malfoy no dijo nada al verme, al revés, se hizo notar y fingió cordialidad.

─Su Majestad, su alteza, es un honor verlas aquí─ dijo el muy maldito, haciendo que su madre volteara a ver a la mía con sorpresa.

─Reina Colleen, su majestad, tanto tiempo─ la señora Malfoy hizo una elegante reverencia─. Princesa Ludovica, su alteza.

Mis cejas se levantaron e intenté ocultar las ganas de reír. Mi madre sonrió. Ella sabía muy bien quienes eran los Malfoy y sabía de mi odio hacia el menor.

─Veo que también está condenada a venir de compras con su hijo, señora Malfoy─ bromeó mi madre.

Narcissa Malfoy sonrió y asintió.

─Pegó un estirón en poco tiempo. Ya sabe, su Majestad, adolescentes.

─Entiendo. Mi hija también creció unos centímetros─ mi madre apoyó su mano en mi hombro y sonrió nuevamente, esta vez mirado a Draco─. Joven Malfoy, me sorprende lo idéntico que es a su padre cuando éste tenía su edad.

─Gracias, su Majestad. Mi padre es mi ejemplo a seguir─ se inclinó Malfoy.

Noté la mentira en su lengua. Vi su incomodidad y lo tenso que se volvió el ambiente. Me pareció extraño eso, pues Malfoy siempre hablaba de las grandezas de su padre como si fuera su héroe.

─Si, una pena─ murmuró eso último mi madre, pasando su vista a mi─. Bien, no les quito más tiempo, nosotras solo venimos a recoger lo que encargamos. Madame Malkin, por favor.

─Si, su Majestad─ dijo la mujer con gran alegría─. Por favor, síganme al mostrador.

Una vez que mi madre pagó por la túnica, nos dirigimos a la salida, chocando sin querer con el famoso trío de oro. Mi amistad con esos tres chicos prácticamente no existía, pero habíamos compartido varias conversaciones y siempre me resultaban divertidos. La única que me trataba con respeto era Hermione Granger, mientras que Ron Weasley y Harry Potter me trataban como si fuera una amiga de toda la vida. Eso me encantaba. Las formalidades a veces eran un poco aburridas.

─Su Majestad, su Alteza, lo lamentamos mucho─ dijo Hermione, inclinando su cabeza de tal forma que su cabello le tapó toda la cara.

─No te preocupes, querida, continúen su camino─ rió mi madre.

─¿Cómo están, chicos?─ pregunté yo, dejando que mi madre se me adelantara unos pasos.

─Excelente─ contestó Hermione.

─Bueno...─ comenzó a decir Ron, no muy de acuerdo con Hermione.

─Caótico─ dijo Harry─, esa es la nueva normalidad últimamente.

─Si, lo siento. El mundo entero enloqueció─ dije, volteando a ver las tiendas abandonadas─. Estaremos bien al regresar a Hogwarts, confío en eso.

Los tres chicos asintieron, deseando lo mismo que yo. Finalmente me despedí de ellos porque mi madre me esperaba algo impaciente.

El jardín del Castillo de Riven era, probablemente, mi lugar favorito, pero no podía seguir disfrutándolo mucho porque en media hora debía estar en el anden 9¾. Para matar el tiempo, con Alek habíamos decidido sentarnos a conversar. Era verdad que ese chico a veces me estresaba, pero siempre fue una gran ayuda cuando lo necesité. Nunca me negó una mano, aun sabiendo que no sentía por él lo mismo que él sentía por mí.

─Entonces ¿ése mago malo del que la Reina habla quiere eliminar a los que no somos magos o a los que son magos hijos de no magos?─ preguntó─. Es lo que no entiendo. No quiero morir.

─Su plan es eliminar a los magos hijos de muggles y controlar a los muggles─ contesté─. Aunque también han habido casos de muertes de familias muggles.

─Básicamente el señor se cree Hitler.

─No creo que sepa quien fue Hitler.

─Pero si estuvo vivo en plena segunda guerra mundial, de seguro una idea de él tiene.

Solté un resolplido mezclado con una risa falsa.

─El-que-no-debe-ser-nombrado no va a detenerse a oír las palabras de un muggle, no importa el rango o posición social que tenga─ dije─. Simplemente da la coincidencia de que tienen ideas parecidas y las aplican de forma belicosa. Ahora no solo el mundo mágico siente terror, el mundo muggle se va a sumar pronto cuando se de cuenta de las muertes en masa que se van a dar. Es cuestión de tiempo.

Alek asintió con comprensión. Él no sabía casi nada del mundo mágico, pues no era un mago. Aun así se esforzaba por aprender y había hecho un juramento a la Corona para ocultar el secreto. De todas formas, era un buen chico y confiaba en su silencio. Era lo más cercano a amigo que tenía y, aunque no lo amara de verdad, era el mejor candidato a la Corona.

No tuve mucho tiempo para despedirme de todos los Riven, pero pude prometer que volvería para pasar la navidad. Mi madre no pudo ir a llevarme a la estación de tren, en su lugar llegó mi padre.

El rey Viggo fue siempre una persona muy seria, pero era algo comprensible. Tuvo que encargarse del reino a una edad muy temprana debido a la muerte de mi abuelo, y todas las responsabilidades cayeron sobre su espalda sin darle siquiera un día de descanso para hacer el duelo. De todas formas siempre hubo un pequeño espacio para mi en toda su apretada agenda y jamás me quejé por eso. Vivir en la realeza implicaba ese tipo de cosas, era aceptar que los padres no tenían tiempo para cuidar de sus hijos y que para eso existían las institutrices, por eso me sentía bastante afortunada de que en las veinticuatro horas del día mi padre siempre lograba librarse de cinco minutos para fijarse en mi bienestar.

─Hogwarts es el lugar más seguro, pero aun así me he encargado de pedirle al director Dumbledore que me ayude en tu protección─ dijo mi padre antes de que me subiera al Expreso Hogwarts─. Verás un par de cambios cuando llegues, pero no te preocupes, no serán muy molestos. Creo que hasta te gustará. Solo promete que por cualquier cosa que suceda mandarás un Patronus a buscarme o irás directo a llamar al profesor Snape.

─Lo prometo, padre. Gracias por su preocupación─ le dije.

Él sonrió a medias y dejó un beso en mi frente. Con un movimiento de su varita, subió mi equipaje al tren y luego desapareció.

Recorriendo los vagones con mi equipaje en una mano y la jaula de mi lechuza en otra me encontré con mi amiga Daphne Greengrass. De todos los Slytherin, ella y Theodore Nott habían sido los únicos que se habían acercado a mi sin intenciones de resaltar por mi posición social. De hecho, habían estado siendo mis amigos sin saber quién era yo. Fueron tres días en los que me sentí libre al ser tratada informalmente.

─¡Ludovica, estamos aquí!─ gritó Daphne, saludándome desde el vagón de Slytherin.

Sonreí con emoción de verla y caminé rápidamente para sentarme a su lado. Enfrente se encontraba Theo leyendo un libro, como siempre.

─¿Cómo fueron tus vacaciones con el hermoso Alek?─ me preguntó Daphne una vez que me senté.

Daphne tenía un flechazo con Alek. Lo conoció dos años atrás, cuando pasó conmigo las vacaciones de navidad. Él había estado en el castillo por el baile de cumpleaños de mi padre, el veintisiete de diciembre, al cual asistieron solo las familias más cercanas a la Corona. De todas formas, Daphne sabía muy bien que Alek estaba interesado en mi y que probablemente se casaría conmigo. No pude ocultarle eso, no va en mi traicionar amistades cuando se trata de amor.

─Nada interesante, estuve encerrada intentando aprenderme de memoria su castillo. No vi mucho a Alek, la verdad, solo en el almuerzo. Se la pasó yendo a fiestas o haciendo salidas nocturnas con sus amigos─ le mostré una media sonrisa─. No me permitieron salir a mi.

─Ay, que feo─ expresó.

Yo me encogí de hombros. Realmente no me importaba estar encerrada si eso aseguraba mi protección y la protección de mi país. Si Voldemort lograba llegar a mi, podría utilizarme para hacer un imperio de solo magos y eso sería un paso más a su dominio absoluto.

─Bueno, mis padres, hermana y yo estuvimos un tiempo en Italia, pero al volver nos quedamos solo en casa─ contó Daphne─. ¿Y tú, Theo? ¿Qué hiciste?

Nuestro amigo nos miró por sobre su libro y suspiró con pesadez. Se acomodó en el asiento y pensó por un momento.

─Bueno, salí a dar vueltas nocturnas en escoba─ comenzó a hablar─. Estuve diez días en casa de Draco por... temas familiares, supongo. Luego fui junto a Parkinson a la fiesta de Zabini. Y ya, para el final del mes me quedé en casa.

Rato después oí la puerta del vagón abrirse. Malfoy pasó por mi lado luego de ver como Blaise Zabini se quejaba de que la puerta no quería cerrar. Ambos chicos estaban vistiendo elegantes trajes negros. Pansy Parkinson los esperaba sentada en una mesa similar a la que estábamos sentados mis amigos y yo. Ella también vestía de traje negro. ¿Era el día de combinar ropa entre amigos?

─Deberíamos copiarles, ¿no? Se ven sexys los tres─ oí decir a Daphne.

─Me encantaría, pero si mis padres se enteraran se armaría un escandalo─ reí.

─Yo acepto mientras el traje sea azul marino─ dijo Theo.

─Creo que deberíamos usar ropa elegante como la de Ludo, así Colleen y Viggo no se enojan─ dijo Daphne.

─Ya veo a Theo con mis faldas.

Daphne y yo reimos ante la expresión de fastidio de Theodore.

No sabía en qué momento el vagón entero se había llenado de un humo negro. Me encontraba tosiendo fuertemente mientras me levantaba para ver quién había sido el gracioso que hizo la broma. En la búsqueda, mis ojos se cruzaron con los de Malfoy.

─¿Perdiste algo, Olnova?─ preguntó con brusquedad.

Ahora si se comportaba como el maldito irrespetuoso que era y siempre fue. No estaba su mami y tampoco contaba con la presencia de la mía.

─Solo me preguntaba cómo haces para ser tan imbécil, ¿naciste así?─ solté con molestia.

─No tengo ganas de discutir, Olnova, hay cosas más importantes en mi vida que oírte hablar.

─¿Qué puede ser tan importante en tu vida, Malfoy?─ me burlé─. Tu única responsabilidad debe ser andar a la sombra de tu padre.

Vi como su cara se contraía, sus puños se apretaban y sus ojos se teñían de ira. Temí haber tocado un punto débil, pero no podía mostrar que me importaba eso.

─Draco, ven, siéntate─ se oyó la voz de Parkinson.

─Hazle caso a tu novia, Malfoy─ sonreí burlona.

Él iba a decir algo, pero decidió callar y darme la espalda.

Finalmente llegamos a Hogwarts sin ningún problema. Una vez más las enormes puertas de roble se abrían ante todos para mostrarnos el hermoso Gran Comedor y para recibirnos en un nuevo período escolar. Junto a Daphne y Theo me senté en la mesa de Slytherin, lista para esperar a que el director Dumbledore comenzara su discurso de todos los años luego del banquete, y esperando oír los cambios de los que me habló mi padre antes de subir al tren.

Los niños de primero eran notablemente menos que los de años anteriores. Estaba claro que muchos padres habían preferido la seguridad de sus hijos antes que el estudio, lo cual comprendía completamente.

El Sombrero Seleccionador se puso a cantar su nueva canción. Todos los años cantaba una diferente creada por él mismo, aunque esa vez repitió lo mismo del año anterior: unirnos en contra de nuestros enemigos. La verdad que, para mi, aun habiendo crecido siendo consciente de la magia, me sorprendía y al mismo tiempo me daba curiosidad saber cómo había sido posible darle vida, voz y razón a un ser inanimado.

Pocos minutos después de que el banquete iniciara, Harry entró al comedor con sangre en su nariz. No fui la única que notó aquello, y las risas de Malfoy y sus amigos me daban una idea acerca de lo que había sucedido con el niño del rayo.

─¿Por qué no me sorprende?─ oí que Theo preguntaba.

─Es Potter─ contestó Daphne con obviedad.

Cuando el momento del discurso del director llegó me acomodé para prestar atención.

─¡La mejor de las noches para todos ustedes!─ exclamó Dumbledore.

─Oh, por Salazar, mira su mano─ susurró Daphne.

Mis ojos viajaron hacia la mano derecha de Dumbledore. Estaba negra, como si estuviera muerta, y me daba un muy mal presentimiento. Él notó que la mayoría de los estudiantes lo estábamos mirando con preocupación, o curiosidad, pero supo hacernos volver a lo principal sin problemas. Procedió hablando de las prohibiciones del casillo, como ir al Bosque Prohibido, a la Sección Prohibida de la biblioteca y comprar artículos de Sortilegios Weasley. Comentó también sobre adónde ir si se quiere jugar Quidditch y sobre la falta de un comentarista. Luego siguió presentando al nuevo profesor de Pociones, Horace Slughorn, dejando así a Severus Snape para el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, lo cual sorprendió y molestó a muchos.

─Bueno, ya sabemos qué profesor se irá este año─ dijo Theo.

─Shh, viene la parte buena─ dijo Daphne.

─Ahora, como todos en este salón sabemos, lord Voldemort y sus seguidores están una vez más ganando fuerzas─ siguió el director, cortando muchas respiraciones al decir ese nombre─. No puedo enfatizar lo suficientemente fuerte qué tan peligrosa es la situación presente, y qué tanto cuidado debemos de tener cada uno de nosotros en Hogwarts para mantenernos a salvo. Las protecciones mágicas del castillo han sido reforzadas durante el verano, estamos protegidos de formas nuevas y más poderosas, pero aún así debemos cuidar escrupulosamente el descuido por parte de cualquier estudiante o miembro del equipo docente. Los instamos por tal motivo, a obedecer cualquier restricción de seguridad que sus maestros les impongan, por más irritante que parezca... en particular, la regla de que no deben estar fuera a deshoras. Les ruego, si se percatan de cualquier cosa extraña o sospechosa dentro o fuera del castillo, repórtenlo a un miembro del personal inmediatamente. Confío en que se conducirán siempre de la mejor manera para su seguridad y la de los demás─ luego sus ojos viajaron hacia la mesa de Slytherin, o, mejor dicho, hacia mí─. Y me temo que habrán nuevos cambios en las reglas a pedido del rey Viggo de Arglonia: se darán inspecciones en las habitaciones una vez a la semana y las fiestas, hablándole especialmente a la casa de Slytherin, quedarán prohibidas hasta nuevo aviso.

Gran parte del comedor comenzó a quejarse. Muchos me miraron mal, mayoritariamente mis compañeros de casa.

─¿Por qué tu padre debe meter sus narices en todo?─ soltó Pansy con molestia.

Me sentí avergonzada. Aunque a mi no me importaran mucho esos cambios, sabía que muchas personas tenían una extensa vida social, les gustaba juntarse a bailar y apreciaban mucho su privacidad. Suponía que el enojo era entendible. De todas formas, no entendía porqué era mi culpa. Quizá no les importaba el peligro y solo querían vivir sus vidas.

Yo ya quería irme a mi habitación.



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