Me, Myself and Hyde

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 Volvió en si, dentro de ese callejon, notando que había pasado por las manchas de sangre en sus manos. De nuevo había hecho algo horroroso, fruto de su perdida de control. La lluvia cubría su cuerpo, dejando ver las cicatrices de su guerra interna. 

 Aquella guerra había echo que abandonara su corazón con piedad por una mente homicida, pero ahora aceptaba lo que sea que stuviera en su mente, porque a sus enemigos no podía dejar de ver.

 ¿¡Acaso pensaba qué él iba a retroceder!? Lo había destruido antes y lo volvería a hacer.

 Era el fuego que su futuro iluminaba, listo para quemar su pasado, era la contraparte "malvada" pero  siempre la más eficaz.

 Ambos quizás compartían cuerpo, pero solo a uno le pertenecería su espina. 

 Él sabría pronto que no era más que un espectador, él era quien los había salvado. Era su final.

 Porque bajo esa lluvia estaba perdiendo la guerra contra si mismo. 

 Se había vuelto un asesino, sin poder hacer más que maldecir que había dentro de él.

 Porque solo veía el rojo otra vez.

 ¿Realmente pensabas qué podías esconderte otra vez, sargento? 

 ¿¡Acaso olvidaste el legado qué dejaron sobre la carne de su ciudad!?

 Era una explosiva primera imprensión. uno se había vuelto un artista de la infección y el otro una mera pieza en su colección. 

 Un vago reflejo de la perfección, cuyo tiempo acaba de llegar. 

 Y mientras caía de nuevo en la lluvia, trataba de volver en si. La guerra había terminado hace años, pero los efectos secundarios le volvieron una víctima.

 Incluso si su piedad le dejaba a veces controlar al homicida, solo podía maldecir lo que había dentro de su cabeza. Porque el rojo no se iba.

 Sus amigos y vecinos fueron testigos, oyendo la revelación, aquel que actuaba por supervivencia revelando lo peor que tenía. 

 Solo muerte traía a quienes intentaron atacarlo, sin dejar a nadie.

 Solo él quedó en esa casa, desgarrando las páginas que contaban su vida. 

 La lluvia paró de golpe, junto con la batalla que se daba en su mente. Observó alrededor, maldiciendo su situación, y viendo alrededor, como se esparcía el color rojo. No dejaba de verlos.

 El sargento estaba muerto. Finalmente lo había matado. 

 Lo despidió, sabiendo que pronto el infierno lo espararía.  

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