Capitulo 42

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—¿Necesitas algo? —preguntó mi madre, que se veía muy cansada.

—Deberías ir a la casa de la abuela y descansar.

—Estoy bien.

—Te ves cansada, ve a descansar estaré bien —asegure pero ella negó —estoy en un hospital, creo que estaré bien cuidada, más con esos enfermeros tan bonitos.

—¡Es eso! —exclamó como si hubiera ganado el billete de la lotería—Quieres que tu pobre madre se vaya, para así poder coquetear con esos enfermeros, ¿eh?.

—Probablemente... Estoy bromeando, lo prometo.

Aurora se veía trágica, había pasado junto a mi dos dias seguidos estando hospitalizada mientras el para nada despreocupado de mi padre solucionaba unos problemas en su trabajo.

—Creo que debería quedarme contigo —suspiró.

—Yo creo que deberías dormir —insistí—me quedare aquí quieta y no haré ninguna locura, recuerdas que apenas puedo moverme con ayuda de alguien más?

Mi madre volvió a negar justo cuando creía que la convencía. No, no tenía ningún desquiciado plan al querer que mi madre se marche, pero estar aquí horas y horas aburridas no era algo divertido de ver o hacer. Ella necesitaba descansar y el incómodo sofá tosco no le serviría para ello.

—Eso es todavía peor y si necesitas ir al baño? O te da hambre?

—¡Ah! Madre no seas terca, quieres que me levante y te lleve hasta la salida?

—¡Está bien! ¡Está bien! —levantó sus manos en señal de rendición—Eso si, donde ocurre algo será tu culpa, ¿entendiste?

Asentí repetidamente hasta que me hizo quedar quieta.

—Igual estaré pendiente al teléfono por si algo ocurre, ¿de acuerdo?

—Bien.

—¿Me llamaras si algo malo ocurre?

—Depende.

—¿Cómo que depende?

—No lo se, si me desmayo o algo, entonces no podré llamarte —mi madre se horrorizó —es broma, evidentemente te llamarían los doctores o algo, puedes ir en paz.

—Está bien —mi madre se acercó a mi camilla y me besó en la frente —estaré aquí en primera hora.

Mamá salió del cuarto despidiéndose repetidamente.

Desde que entre al hospital ella no se movía ni para ir a comer, lL decía muy en serio y hasta tenía que obligarla y chantajearla diciéndole que no comería hasta que ella lo hiciera, podría decir que ella exageraba, pero la verdad entendía su preocupación y me había prometido a mi misma que no haría nada malo, estaría quieta y muy tranquila viendo el techo o televisión o mis uñas o lo que sea, siempre y cuando estuviera quieta.

Los días pasaban como en tortuga, eran lentos y difíciles, no podía comer cualquier cosa, es más, no comía comida decente o algo que llenara mi tripa, comía en líquido y era sumamente difícil porque solían salir esas propagandas de comida súper rica y deliciosa, ahí es donde me recordaba que el diablo es puerco. Después de la cirugía, tenía unos cuantos puntos en mi abdomen, había visto la cicatriz? Si, diría que era diminuta y venían a desinfectarla muy seguido.

—¿En que piensas?

Me sobresalte, tirando al piso mi celular.

—Me acabó de pegar el susto de mi vida —exclamé entre enojada y asustada.

Solo era Santiago, que sonrió ligeramente para luego sentarse en el mueble.  Se quedó en silencio mirándome desde aquel punto con una mirada inquisitiva y penetrante. ¿Estaba nerviosa? Físicamente me veía aburrida. Internamente me sentía como una gelatina bajo el sol caliente del verano. Y hablando de caliente ya sentía mis mejillas cocinándose a fuego lento.

—Primero que nada se dice hola— aclaré.

El asintió ligeramente y cruzó sus piernas.

—Hola —dijo de manera sospechosa.

—¿Cómo estas? —continúe tratando de ignorar su mirada clavada en mi.

¿Por qué nadie entraba cuando lo necesitaba? Su maldita y hermosa mirada estaba matándome lentamente. Si no dejaba de mirarme de esa manera iba a socorrer a mi plan "B".

—No pude descansar— informó con voz ronca y sexi.

¡Ya!

¡Basta!

Estaba ya muy decidida a aplastar el botón azul a lado de mi camilla.

—Había algo que no podía dejar de pensar—continuó.

—Claro, cuéntame. —moría lentamente.

Estaba a un centímetro de aplastar el botón cuando se levantó y se acercó sabiamente. Tomo mi mano, evitándome aplastar el botón.

—Ese enfermerito tuyo es muy intenso no crees?—entonces por ahí iba allá cosa?— lo he pensado y creo que es mejor si pedimos que lo cambien por la otra enfermera. ¿Que te parece la idea?

Entrecerré mis ojos. Mujer precavida vale por dos. Así que rápidamente negué.

—No. la verdad me gusta mucho ese enfermerito. Es muy atento y no parece querer clavarme la aguja en la garganta.

Prefería a mi precioso y atento enfermero que sacaba de casillas a mi precioso amigo aquí presente que a la otra enfermera, que siempre que entraba a esta habitación le apetecía arrancarme los ojos o mejor, pincharme las venas con esas dolorosas agujas.

—¡Claro, si lo único que le apetece al enfermerito es clavarte su indigna boca!

No se como, pero me aguante las inmensas ganas de reírme.

—¿Qué haces aquí? —pregunté enojada— ahora vienes a estas horas de la noche a preguntarme si quiero cambiar de enfermero? Después de que no viniste en cuantos? ¿Dos dias? —en realidad no había venido a verme en un día. Pero sabía de fuentes valiosas que había que hacer sufrir a un hombre y la mejor manera era exagerando un poco— Y no, no voy a cambiar de enfermero. Este es un hospital público y no puedo venir y hacer peticiones de cómo quiero o quien quiero que me atienda. Entendiste o quieres que le diga a mi enfermerito que te lo explique mejor?

Santiago se detuvo, anonadado con mi rabieta.

—Quería verte. —soltó atormentado— pero no puedo soportar ver cómo te mira.

—Entonces, puedes cerrar los ojos.

Me solté de su agarre y tome el control de la tv, ignorando su preciosa cara.

—Por cierto, ya me viste ahora puedes irte. Veré Sherk y se de fuentes confiables que no te gusta Sherk.

Se quedó plantado a mi lado. Diría que seguía procesando lo que acababa de pasar. ¡Dios mío! ¿Que acabo de pasar?

—Si me gusta —mintió.

—En serio?

—Si. Claro. Es, es ese muñeco verde. Todos lo conocen.

—Si, es ese muñeco verde que vive en un penhouse.

Ni siquiera pestañeó. ¿Sabía que era una pregunta capciosa?

—Bien, Sherk no me agrada. Lo admito no me gusta y ni siquiera lo he visto en mi vida, pero si quiero verte a ti.

Internamente estaba explotando de alergia. Físicamente estaba volteando mis ojos.

—Has hecho bien en admitir la verdad y no seguir mintiéndome en la cara. 

Agarro mi mano, de nuevo.

—Lo siento, no soy celoso y desconfiado... solo que todo esto es nuevo para mi y odio sentirme así.

—¿Así como?

—Así —decía avergonzado.

—¿Así como?

—¡CELOSO!

Y este es el momento donde me derrito ante sus encantos. Me moví lo suficiente como para darle espacio al chico celoso. Esa fue una señal muy clara ya que de inmediato se acomodó junto a mi.
Después de esa pequeña rabieta, nos reímos mucho de Sherk y Burro, más de Burro que de Sherk.

—Aún no comprendo porque no te gustaba Sherk, si ni siquiera la habías visto.

Me eche para atrás para apreciarlo mejor. Estaba sonrojado.

—Solo no me agradaba y ya.

—Que te hizo? Por que lo odiabas?

—No te lo diré.

Abrí mi boca, sorprendida.

¿Cómo que no te lo dire?

—Bien —mire el reloj colgante de la pared— tampoco tenía mucho tiempo, en dos minutos viene mi enfermero.

Dos minutos después.

—Basta—pidió avergonzado.

Yo estaba doblándome de la risa. Muerta de risa diría.

—Espera—trataba de superarlo— Ja, ja, ja —seguía riendo— Un hombre disfrazado de Shrek te aplasto durante una feria?

—No lo repitas, por favorrr —suplicó avergonzado.

Y yo seguí los próximos tres minutos riendo sin parar.

—Bueno, ya que hablamos de cosas vergonzosas—solté— cuando hice mi primera comunión pues...

Y mis palabras fueron mágicas porque era él quien escuchaba con atención.

—Continúa.

—Pero no te burles —advertí— pues, el imbecil del fotógrafo me aplastó mientras yo estaba arrodillada pidiendo por La Paz mundial.

PASARON DIEZ LARGOS Y ESTUPIDOS MINUTOS DONDE SANTIAGO NO PARABA DE REÍR.

—¡No es gracioso!... fue traumante y fue la última vez que pedí por La Paz mundial.

—Que—dijo aún riendo pero tomando seriedad para respirar— que hiciste?

—Pues de forma espiritual estaba avergonzada y llorando a mares.

—Y de forma presencial? —preguntó curioso.

Chasquee mis muelas, avergonzada. Ya había soltado la lengua y no podía dejar mi vergonzosa vivencia a mitad de cuento.

—Pues... creo que lo agarre de las mechas y luego tire la estúpida cámara al pozo de agua bendita.

ESTA VEZ YA PARECÍA UNA ETERNIDAD DONDE SANTIAGO NO PARABA DE REÍR A CARCAJADAS. 

—En este precioso instante ya no me parece gracioso.

Me crucé de brazos. Esto era el karma.

—Está bien— levantó sus manos como si lo apuntara con un arma— como fundador oficial del club de los "aplastados" te ofrezco unas disculpas por reírme de tu traumante comunión.

—Que ahora somos un club?

—Bienvenida a la primera dama al club de los "aplastados"

Sonreí divertida.

—Primera dama, ¿eh?

—Primera dama —repitió y dio un vasto beso en mis manos —Bienvenida.

Estábamos viendo la siguiente película.

—Ese es su camerino? —preguntó entre risas, al igual que yo.

—Si, si ese es su camerino.

Ambos estábamos muriendonos de la risa, a pesar de que aún me molestaba un poco la herida.

—Por que odia tanto a Sherk?

—Porque le robo a la princesa —respondí, muy divertida

Estábamos muy divertidos hasta que la enfermera apareció.  Y si, cuando decía enfermera me refería a la enfermera pasiva agresiva que quería matarme por alguna razón desconocida.

—Buenas noches —saludo con brutalidad.

Que podía decir de ella? Su nombre es Lucy, en una ocasión intento inyectarme para que me quedara dormida, claro que no me deje y la abuela pidió que no la dejaran cuidarme.

Un punto para mi amada abuela.

—Señorita, está prohibido ver televisión a estas horas de la noche —desconectó el cable de la tv.

—¿Y eso porque? —Santiago preguntó.

Yo seguía en shock por lo que acababa de hacer.

—Hay más pacientes y necesitan dormir, sus risillas no les permiten el sueño.

Abrí mi boca, sorprendida. Todas las noches veía películas y en todas esas veces nunca me decían nada, ahora que me veía muy alegre, venía y me arrebataba la diversión.

—Si no se da cuenta, esta es mi última noche y se me esta volviendo tan larga que parece que nunca va a amanecer y la televisión me estaba entreteniendo.

—Está bien, Lillie. Voy a leerte poesía hasta que te quedes dormida —susurró tranquilizándome.

—Bien.

Accedí y mire con una sonrisa a la enfermera hasta verla salir por la puerta.

—¿Viste eso? Ella estaba celosa. Pues me parece falta de ética eso de sonreírle a las visitas de sus pacientes.

—No —negó —francamente estaba admirando a otra persona.

Iba a molestarme, si, pero luego me di cuenta que hablaba de mi. Mi corazón parecía que estaba corriendo a kilómetros.

—Es tarde, creo que deberías ir a tu casa y descansar, además mi mamá se enojaría mucho si se entera que otra persona que no es ella, estuvo conmigo todo el rato en el que ella no estuvo.

Negó.

—La vi al entrar y ella me pidió que te cuidara.

—No lo creo.

—Bueno, más bien yo le rogué para que me dejara quedarme.

Sonreí.

—Entonces fuiste muy persistente porque mi madre es como un hueso difícil de roer.

—No has conocido todos mis alcances.

Lo golpeé en el pecho.

—Bueno y donde esta esa poesía que escucharé hasta quedarme dormida?

El sonrió ante mi impaciencia. Lo hice apurar mientras esperaba con ansias.

—"Ella es el tipo de chica que puede estar demasiado herida pero todavía puede mirarte a los ojos y sonreír" —susurró.

Y fue en ese momento en el que supe que ya no estaba perdida. Había encontrado mi camino. Miraba nostálgica a los ojos de la persona que amaría por el resto de mi vida.

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