Capitulo 62

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El lugar era una fábrica abandonada. El tipo era un estupido de alto nivel. Si fuera un secuestrador de calidad o al menos experimentado buscaría un lugar menos espacioso y con tantas entradas posibles. Nosotros le podíamos atacar por cualquier lado.

En fin, eso no era muy profesional de su parte.

Llamar a la policía nunca fue una opción, por muchos motivos implicados, como el nombre de la familia, eso me importaba un pepino a mi pero para los adultos no.
Había hecho una lista mental de los motivos por los cuales yo debería llevar el mando en el rescate de mi adorada prima.

1. Nuestros padres estaban fuera del país.
2. El secuestrador era un adolescente tirado a antisocial y criminal.
3. La policía de la ciudad era un asco, ni siquiera se reportaba por nuestro pequeño incidente en aquel club donde fuimos robadas en la noche de la despedida de soltera.
4. Podía con este tipo.

Si todo salía bien y como pensaba en menos de lo que cantaba un gallo estaríamos en casa, en camita y durmiendo como bebés recién nacidos.

—Y ahora que hacemos? —Nicolás susurró.

Ya habíamos ojeado bien el lugar. Estaba planeando todo según lo que mis ojos habían visto. Mucho o poco, ya tenía algo en mente.
Daniel sería el encargado de llevar el dinero al lugar donde Elio indicó.

—Daniel entregará el dinero.

—Dijiste que el dinero no sería necesario —Nicolás susurró.

—Y sigo sosteniendo mi palabra, pero tenemos que jugar con la mente de Elio, si ve el dinero su mente se nublará de avaricia y la avaricia es muy peligrosa.

—Pienso que si le entregamos esa bolsa huirá y se llevará a Pame.

Volteé mis ojos. Estaba perdiendo la paciencia con Nicolás.

—Nicolás, agradecería si cierras la boca y paras de cuestionar todos mis movimientos.

—Si, hazle caso a mi primita, ella sabe lo que hace, cierto Lillie?

Asentí muy confiada. Aunque no veía tanta confianza en los ojos de Daniel. Santiago bajaba el bolso con precaución de que no nos cayera alguna sorpresita.

Puse mi mejor parada de malota.
Ese era el primer paso de mi plan:

1. Lucir confiada y decidida.

2. Imponer fuerza.

3. Improvisar porque a pesar de haber recuperado a mi hámster de aquel secuestro, en ese momento tenía ocho años y fue muy fácil ya que solo acusé a la secuestradora con mi maestra, pero los chicos no tenían porque saberlo.

No, no me juzguen todavía tengo todo bajo control, pero si los chicos llegaban a saber toda la historia de mi hámster entonces ellos sí dudarían de mi poder.

—Necesito a alguien en el carro, esperando por nosotros.

—¿Por qué? ¿Que piensas hacer?

—Ah —me quejé —Nicolás deja de hacer tantas preguntas.

—Nicolás —Daniel habló —ve tú al carro.

—No, yo quiero estar aquí.

—Si, todos queremos, pero eres el más bullicioso y justo ahora solo necesitamos entrar en silencio sin advertirle a nuestro adversario de nuestra presencia.

Santiago murmuró, nosotros los apoyamos ya que tenía mucha razón.
Nicolás se fue refunfuñando en modo silencio.

Daniel se puso uno de sus auriculares y dejó otro para mi. Cuando Elio llamó para darle indicaciones, ambos escuchábamos a pesar de que estábamos lejos, eso Elio ni lo sospechaba.

"Déjalo en aquel basurero y aléjate muy despacio"

Daniel respondió algo, que no puede entender muy bien

"Te la daré cuando te alejes de aquí"

Si, el tipo quería pasarse de sabido.

—Es nuestro momento de entrar.

Le comenté a Santi, el estuvo de acuerdo y me siguió en completo silencio, mientras entrábamos por una puerta trasera de donde provenían unos quejidos. Era Pamela. Eran sus quejidos.

A pocos metros, veíamos a Pamela, atada de manos  y pies, en una silla y a cuidado de otro tipo, que desconocíamos.

Habían dos cuidándola. Elio brillaba por la ausencia. Asumí que estaba en el encuentro con Daniel. Tal y como lo predije. Daniel tenía que hacerlo hablar un poco y darnos tiempo para sacar a Pamela de aquí sin que nadie se diera cuenta.

Santiago agarro un fierro, me lo dio.

—Si alguien se te acerca, tendrás que golpearlo.

—No vamos a golpear a nadie —advertí —a nadie. Tenemos que salir de aquí como ninjas. Ese es el plan.

—Y si el plan sale mal, tendrás que defenderte, cariño.

Yo refunfuñe.

—Yo sé defenderme.

Santiago sonrió mostrando sus perfectos dientes.

—La ultima vez te recuerdo en el piso.

—Ya, la última vez decidí ser pacifista. Lastimosamente me derribaron. Aún así, no significa que esta vez vaya a dejarme.

Tome el tubo por precaución.

—Nada va a salir mal.

Nada debería salir mal por nuestro bien.

Piensa que rescatas a tu pequeño hámster. Me dije a mi misma.

Aquel hámster se murio en medio del rescate, así que no ayuda mucho.

No más.

Sin miedos.

Sin cobardía.

Esa no era yo. Jamás temía a lo que me enfrentaba, ni en mis peores pesadillas fui cobarde.
Si, era de esas personas, que cuando tenían pesadillas no querían despertar, sino quedarse hasta el último minuto de la pesadilla y ver lo que pasaba a pesar de temer.

También le podemos llamar trastorno.

Me levante del piso, donde estaba acuclillada.
El plan era ser sigilosos y silenciosos. El plan cambió cuando esos tipos empezaron a molestar a Pamela.

Golpeé el tubo de fierro con una cerca de alambre, llamando la atención de aquellos tipos.

—¿Quien anda ahí? —preguntó uno de ellos.

Santiago refunfuñó.

—Cariño —se quejó susurrando —creí que seríamos silenciosos.

—Tu abuela —le respondí al maleante —mocoso insoportable y sin oficio.

—Alguien se nos unió a la fiesta —dijo su compañero, divertido —y es una chica, una muy bonita y tierna. Mírala, es como una pulguita tratando de intimidar.

Ellos se estaban burlando de mi, en mi propia cara.

—No soy alguien —les aclaraba —. Soy Lillie y esta pulguita viene a darles una paliza.

Ambos seguían burlándose de mi. Yo me les iba acercando mientras arrastraba el palo con el piso.

—Lillie —repitió el hombre —estas perdida? Si eso es así, te daremos una oportunidad de huir por tu vida.

—Yo no huyó.

Los hombres se golpeaban divertidos. Eran unos burlones.

—Pues deberías.

—Aqui los que deberían huir son ustedes —mi amado flaco apareció de entre la oscuridad —Al menos que quieran descubrir que tan duro golpea esta mujer.

Santiago llegó a mi, se acercó un poco y susurró.

—Creí que entraríamos silenciosamente.

Me encogí los hombros.

—Los planes cambian.

Uno de ellos, se acercó con toda la fuerza y voluntad de detenernos o inmovilizarnos.
Al acercarse, levantó su puño, para acercarse a velocidad e intentar noquearme.
Santiago me cubrió y lo golpeó fuertemente con su puño.

—Oye —Santiago le dijo al tipo que pretendía golpearme —la próxima que intentes golpear a mi novia tendrás que pensarlo mil veces antes de que termines sin manos.

El tipo escupió sangre mientras nos miraba con odio. De verdad nos estaba odiando.

—Rico —dijo el que estaba en el piso —ayúdame estupido.

El mencionado reaccionó y venía a atacar a mi flaco. Entonces yo agarre el palo de hierro que tenía en mi poder y lo golpeé tirándolo al piso. El tipo se retorcía como gusano.

—Discúlpame —me apresuré a decir cuando lo escuché gruñir del dolor —no quería golpearte tan duro, por cierto, soy Lillie y vengo por mi prima, si, esa a la que estaban molestando hace un rato.

Le di una sonrisa triunfal, ver su rostro desfigurado por el dolor, me hizo sentir increíblemente poderosa.

El chico se levanto en un segundo, venía a luchar pero se ganó otro golpe. Esta vez creo que si me pase un poquito, ya que el señor hasta de desmayó.

—Dulces sueños, querido.

Corrí a desamarrar a Pamela, su rostro estaba totalmente hecho un desastre, el delineado en sus ojos no era más que una gran mancha negra que se esparcía por sus mejillas, su cabello era una maraña y llevaba una cinta tapando su boca, se la quite en segundos.

—¡Auch! Lillie, se más amable —se quejó.

—¿Esas son tus primeras palabras?

—No, claro que no. Pero debo avisarles qué hay tres hombres más, ellos andan armados y vigilando de que nadie invada el lugar.

—Muy tarde, ya están aquí.

Santiago, comentó, uniéndose a nosotras.

—Bien...Creen que sean armas de juguete?

Si, esas palabras fueron las que susurré.

¿Donde estaba toda mi valentía? Al ver las armas de esos tipos, se fueron por arte de magia. Ellos tenían pistolas y nosotros, nosotros teníamos un tubo de metal y puños.
Aunque era difícil admitirlo, no teníamos oportunidad.

Cuando se acercaron apuntando a nuestras cabezas, Daniel apareció, tumbando unas cajas, distrayéndolos.

—¡Vámonos de aquí! —gritó.

Nosotros ni cortos ni perezosos obedecimos a sus órdenes.
Corrimos, corrimos como almas que lleva el Satanas. Corrimos, sin parar, sin importar los disparos de oíamos.

—Ya vienen? Tan rápido? —preguntó Nicolás mientras devoraba un chocolate.

Todos corríamos en dirección al carro. Nicolás estaba desconcertado de nuestra carrera al carro, pero nadie se detenía a decirle que debía correr por su vida antes de que le dispararan. Así que como nadie estaba en el asiento del conductor fui yo la que lo tomó.

—Arranca! —todos pedían.

Nicolás subió a tropiezos.

—Lillie —todos gritaban al mismo tiempo —enciende el carro.

Santiago tomo el lugar del copiloto.
Debo admitir que estaba nerviosa, ya no recordaba nada de las clases de conducción.

—Un momento —me detuve girándome para verlos a todos —y si chocó el carro?

—Y si morimos aquí? —Nicolás debatió.

—Cambiemos de puesto —pedí rápidamente a mi novio.

—Ay Dios —Pamela se quejó casi en llantos —ya siento un balazo en mi precioso cerebro.

—Y tienes uno? —Daniel debatió.

—Estrellita, o conduces ahora o morimos acribillados aquí mismo.

Los tipos salieron de la fábrica y empezaron a repartir bala.
Santiago tomo mi mano.

—Tu puedes.

Cerré mis ojos y encendí el carro.

—Pero no cierres los ojos —también dijo.

Él, yo y todos estábamos muy nerviosos. Giré la llave y el carro ronroneo. Entonces salimos de ahí como lo haría Dominic Toretto, Rápido y Miedosos, que diga, furiosos.

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