Capitulo 73

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Un nudo en la garganta se me formó. Estaba temblando y no era por el frío o por la llovizna que empezaba a tomar fuerza. Aún así me repetía a mi misma que debía sonreír y mostrar tranquilidad.

—Al fin te encuentro —dijo él, suspirando aliviado—la nana Marion me llamó hace un momento, me dijo que te veías confundida y preocupada. Así que he corrido hasta aquí para verte... ¿estabas hablando con Camila? ¿Que te ha dicho?

Él se acercaba preocupado, tal vez asustado de que Camila me lo haya dicho todo.
Cuando estuvimos frente a frente, me aleje en cuanto él quiso besarme. Me alejé tanto como pude. Mire todo a mi alrededor y Camila ya no estaba por ningún lado, eso me alivió un poco, pero es que no me apetecía romperme en llanto mientras ella miraba por ahí la nueva desgracia en mi vida.

Estábamos los dos solos en frente de su casa, con la lluvia cayendo fuerte.

—¿Estas bien? —soltó preocupado.

No, me has roto el corazón.

—Si.

Quiso acercarse, pero yo me alejaba a cada paso que él daba. No quería tenerlo cerca. Ni por más que intentara disimular el odio que le tenía, el coraje que le tenía, la rabia que sentía por él.

—¿Te han expulsado?.

Mi silencio fue su respuesta.

—Lillie...—soltó asustado.

Él iba a abrazarme, pero lo esquivé.

—¿Que sucede? ¿Que sucede, Lillie? ¿Por qué siento que de repente te molesta mi cercanía?

Odiaba su presencia. Odiaba su inocencia fingida. Me molestaba su cercanía.

—Nada... tengo que volver a casa —dije evitándolo y tratando de ir a la salida.

Él me seguía, totalmente confundido. Estaba a escasos metros de la salida cuando él me detuvo. De un tirón me atrajo a sus brazos. Me quede ahí un instante, ni siquiera pensé en devolverle el abrazo. Su corazón latía rápidamente.

—Lillie, dime que te sucede.

—Es que tengo que irme.

—No lo hagas —pidió aterrado —por favor, pequeña.

Me alejé de él porque presentía que soltaría el llanto. Sus palabras me herían, su amor fingido me molestaba. Su hipocresía me asqueaba. Entonces decidí desenmascararlo. Decidí que sus mentiras seguirían hasta hoy. No me dejaría envolver y terminaría esto con madurez.

—Me has mentido, Santiago —mi voz fue agria.

Su cara se volvió pálida.

—Me has mentido en la cara todo este tiempo —susurré.

—Lillie, de que hablas? —preguntó sorprendido y pasando saliva por su garganta.

Entonces lo vi a los ojos. Me vi de nuevo pasando una decepción amorosa. De nuevo, me sentía traicionada. De nuevo, era a la que la miraban con lástima. De nuevo, sería la que llora por un chico. Cambié de tema, él no me diría la verdad. No hoy, tal vez nunca. Él no tenía la valentía para afrontar la situación, o tal vez yo tenía mucho miedo de afrontarlo.

—Dijiste qué harías todo para que no me expulsaran... me mentiste. Lo han hecho... me han expulsado...

No sé de donde saque fuerzas, pero no solté ni un sollozo. Nada más que frialdad.

—Lillie —pronunció apenado —no te preocupes, solucionaré todo, lo prometo. Lo haremos, no es algo de lo que te debas preocupar... yo me encargaré de todo, lo juro. 

Ambos nos quedamos en silencio, sólo con el sonido de la lluvia. Ambos bajo la lluvia mojándonos. Él me abrazó una vez más y acarició mi cabello como lo hacía de costumbre. Esa costumbre hoy me dolía.
Le di la espalda a Santiago, no quería que me viera llorando. Él haría más preguntas, preguntas que no quería responder, a penas y había salido sin llorar, hasta ahora.

—Lillie, ven aquí, por favor.

Él me había mentido, todos me habían mentido, me habían mentido en mi propia cara y yo ni lo sospechaba. Todo esto era como un balde de agua muy fría. Todo se estaba desmoronando en mi pequeña vida.

—Amor —esas palabras me hirieron más que lo que creí que harían.

Yo estaba lastimada. Yo estaba destrozada, sus palabras me destrozaban, sus pasos acercándose me molestaban. No me había dado cuenta de cuán enamorada estaba de Santiago hasta ahora que había descubierto la gran mentira que había sido mi vida con él.

Lo quería perdonar, quería hacerme de oídos sordos, pero era mi hermana, era Beth su novia. Él me había sido infiel. Me había mentido en mi estupida cara de idiota. Él me traicionó y me duele tanto que siento que podría llorar el resto del año.

¿Yo era el reemplazo de Beth? ¿Yo era su juguete de distracción? ¿Él y Camila se burlaban de mí mientras estaban en la cama? ¿Sus padres sabían que yo solo era una presa de su hijo, una presa con la que se entretenía?

Él nunca me tomó en serio, para él yo nunca fui alguien importante.
Quería hacer muchas cosas como gritarle y golpearlo, quería golpearlo por haberme mentido todo este tiempo. Quería abofetearlo, pero eso no sería suficiente para calmar mi dolor.

—Lillie... cariño, que sucede, que más te tiene así? ¿Pasó algo más, cierto?

Puso sus manos sobre mis hombros. Me limpié las lágrimas que rodaban por mis mejillas, tal vez ni las notaría con la lluvia que caía fuertemente.

—No me llames así... por favor. No me gusta.

—Que te sucede, puedes decírmelo ya? —pidió ya muy estresado y algo asustado.

Lo miré a la cara y solo podía sentir odio, lo estaba odiando profundamente. Odiaba su cara de niño bueno, odiaba sus acciones buenas, odiaba sus perfectos ojos verdosos, odiaba su cabello mojado con la lluvia. Lo odiaba.
En otros tiempos me vengaría, me vengaría de él como lo hice con Lucas, pero él no era Lucas, era Santiago, el chico al que le había entregado mi corazón y el que se había encargado de romperlo en miles de pedazos como si fuera un martillo sobre un frágil vidrio.

—Estoy bien... solo estoy muy frustrada con esto de la escuela... de todo —suspiré agotada—yo estaba por irme a mi casa, mis padres deben estar muy preocupados.

No le tomó ni tres segundos al darse cuenta de mi estado, se fijo muy bien en mis ojos.

—¿Has estado llorando? —preguntó arrugando sus cejas.

Y odiaba tanto haberle permitido conocerme tan bien que ya no podía creerse ninguna mentira mía.

—Me expulsaron —solté obvia —me afecta... y he llorado por eso... me he arruinado el cumpleaños, eso es lo qué pasa y eso es por lo que he llorado.

Él suspiró afligido.

—Solucionaremos esto —dijo muy seguro —claro que si. Ven aquí, no sigas llorando...

Entonces empecé a llorar, no pude aguantar más.
¿Cómo podía seguir fingiendo amor? ¿Cómo podía seguir fingiendo comprensión? ¿Cómo podía seguirme mintiendo?

—Lillie, no llores —me abrazó —por favor no lo hagas.

Permití que me abrazara, es más, lo abrace fuertemente, inhalando su perfume. El perfume que tanto me gustaba. Lloré desconsoladamente por unos minutos, aunque mi llanto era opacado por la lluvia.

—Lillie, desearía que todo esto no estuviera pasando —decía.

Y yo deseaba no haberme enamorado nunca de ti.

—Aún podemos solucionarlo —aseguraba.

—No, no puedes.

Él me acarició el cabello, suavemente. Ni siquiera le importaba seguir bajo la lluvia.

—Que me importa, Lillie —dijo seriamente —no pueden expulsarte así por así... si lo hacen, entonces también me tendrán que expulsar a mi, podemos... no lo sé, hay una solución. Siempre hay una solución... la encontraremos, te lo prometo.

Yo seguía llorando.

La forma en la que me hablaba me hacía sentir qué tal vez esto era una confusión en donde nunca salió con Beth, en donde Camila soltó un poco de mentiras para envenenar nuestra relación... quisiera que fuera eso.

"Camila es una mosquita muerta" fueron palabras de mi amiga quien me hizo dudar. Tal vez había una buena explicación para todo esto. Una luz de esperanza se abrió ante mi. Él era Santiago, él no me lastimaría así. Tal vez si me diría la verdad. Todos merecemos una segunda oportunidad, esta segunda oportunidad seria para Santiago. Todo estaba en manos de él.

—Santi —lo llamé.

Podría perdonarlo, lo haría si él contestaba a mi siguiente pregunta. Me alejé y lo mire a los ojos, esperando ver la verdad reflejada en esos ojos verdes. Si él respondía a mi pregunta entonces le preguntaría por lo demás, le preguntaría sobre lo que me dijo Camila... sobre lo que dijo Oliver.

—Hay algo que me —mi corazón estaba alterado —hay algo que me estes ocultando?

Santiago dudó. Fue ese pequeño segundo en el que me di cuenta que él no respondería a mi pregunta con la verdad.

—No —susurró —No, Lillie, que te ocultaría?

Entonces termine de romperme. Sus palabras eran dolorosas para mi. Me había enamorado de alguien que no existía. Me había enamorado de un mentiroso.

"Todos mienten, todos tenemos secretos, no?"  Pamela lo sabía, lo trato de decir varias veces.

—Tengo que irme a casa —dije limpiando mis lágrimas.

Él me detuvo, una vez más.

—No puedes irte así, te vas a enfermar.

Un fuerte trueno sonó acompañado de un rayo. Santiago corrió a mi como una acción de protección, incluso volvió a acurrucarme en sus brazos. Sus odiosos brazos.

—Lillie, por favor no seas testaruda... te daré ropa limpia mientras te das un baño caliente, también te prepararé chocolate con leche... puedes enfermarte si nos quedamos más tiempo aquí.

Un nudo se alojó en mi garganta.

—Mi hermana hacía exactamente lo que tú haces ahora, lo sabías? Es como si... me conocieras de toda la vida... haces y dices cosas que ella hacía conmigo. Si se hubieran conocido se hubieran llevado muy bien... ella...

Él se quedó en silencio. Podía escuchar su corazón latir rápidamente.

—Ella me protegía de todo —susurré.

Él no dijo absolutamente nada, nos quedamos unos segundos más así.

—Hay que entrar.

Me levantó y me cargó hasta entrar a su casa, no le importaba que mojara su costosa alfombra o que mojara su preciosa habitación.

—Buscaré algo caliente —susurró.

Abrió su armario y buscó entre su ropa.
Me ayudó a meterme a la ducha e incluso se encargó de que el agua estuviera tibia.

—Iré por el chocolate.

Yo asentí y espere a que se fuera. Entonces continué llorando en silencio.

¿Por qué todo tenía que suceder así?
¿Por qué?
¿Por qué seguía aquí, en esta casa con él cuando me había dicho puras mentiras, cuando había jugado conmigo y mis sentimientos.

Las lágrimas se camuflaron con las gotas de agua. El agua estaba tibia, pero yo me sentía fría, tal vez por pasar mucho rato bajo la lluvia o porque ya no me sentía como yo.
Me ayudó a ponerme lo que había buscado para mi. Era ropa de él. Todo llevaba su olor.

—Iré a bañarme.

Agarré su mano, deteniéndolo.

—No te vayas.

—Lillie, solo iré a bañarme y volveré.

—Por favor...

Él se sacó la camiseta húmeda e inmediatamente se cambió por una seca y limpia. Se acomodó junto a mi y pasó su mano por mi cuello, me abrazó fuertemente.
Pasaron varias horas, yo lloraba en silencio mientras veía la ventana y la lluvia que no paraba.

—Pequeña, estás despierta? —preguntó.

—Lo estoy.

Él sacó algo de su mesita de noche.

—Se que este no es el mejor momento, pero tengo un regalo para ti.

Me entregó una cajita. Yo finji una sonrisa.

—No tenías que hacerlo.

—Pero es que quería hacerlo.

Abrí la cajita y entonces volví a llorar.

—¿No te gustó? ¿Es muy horrible?

Me limpié las lágrimas.

—No, es preciosa —dije observando el regalo —me encanta.

Santi agarró la pulsera y me explicaba cada figura que tenía.

—Está es de cuando nos conocimos —aclaraba —estábamos discutiendo por un...

Lo recordaba perfectamente.

—Por un asiento.

Él empezó a reírse divertido.

—Si... —continuó —esta es de nuestro primer beso.

Era una figura de fresa.

—Cuando buscaba el borrador de fresa y terminé besándote.

Él sonrió.

—Está de nuestra primera cita —dijo señalando un carrusel.

Me limpié las lágrimas riendo.

—Te has vuelto en todo un cursi.

Él recogió una mecha que se interpuso en mi cara.

—Es que contigo puedo serlo, Lillie.

Quería gritarle en su cara lo mentiroso que era. Quería abofetear su delicada mejilla. Quería partirle la cabeza.
¿Era normal querer partirle la cabeza? Tal vez, esto pasa cuando te rompen el corazón, aunque creo que no debemos hacerlo.

—Te ayudo —dijo agarrando la pulsera.

Me ayudó a abrocharla y nos volvimos a acostar en la misma posición de antes. Lo único que se oía aparte de nuestras lentas respiraciones era la lluvia golpeando el techo.

—Mañana iré al colegio a primera hora —informó —y me aseguraré de que Carolina cambie de opinión.

—No lo hará.

—Lo hará. Me aseguraré de eso.

—Y si no puedes?

—Entonces buscaremos otra escuela.

Escondí mi cara en su pecho. Quería estar así, cerca de él por última vez.

—Te amo, Lillie... —susurró antes de quedarse dormido.

Eran las nueve de la noche cuando me salí de su cama. Él no me sintió ya que puse una almohada a la que abrazaba felizmente. Era lo menos que me merecía.

Recogí todas mis cosas. Me quite la pulsera y la dejé en su respectiva caja, caja que dejé sobre su mesa de noche. Salí de la habitación en silencio, pero me detuve en la puerta, estaba soportando mucho. Estaba aguantando mi impulso por desenmascarar sus mentiras. Salí de esa casa como alma que lleva el diablo, corrí toda la avenida hasta llegar a casa de mi abuela. Me detuve antes de entrar y envíe un mensaje a Carolina.

Ya no había paso atrás. Yo ya había tomado una decisión.

Entré a casa derramando agua a cada paso que daba.

—¡SORPRESA!

Gritaron todos. Ahí estaba toda la familia, incluido Nicolás y Jenny.

Todo estaba hermoso decorado, pero era el peor momento.

Nicolás sopló su silbato y reventó un tubo de serpentina que me golpeó en la cara. Me limpié la cara adolorida por el azote que sentí.

—¿Sorpresa? —repetí incrédula, casi escupiendo saliva con serpentina.

Todos se detuvieron al ver mi cara.

—Hija, olvidamos desearte el feliz cumpleaños por todo este problema en el que te están inculpando.

Los odiaba a todos.

—Les mentí, si hice eso de lo que tanto me acusan —le dije a mi madre —y sabes que? También odio toda esta decoración de mierda!

Mi madre se cubrió la boca. La abuela estaba sorprendida al igual que los demás.

—Eh, de que me perdí? —Pamela preguntó.

Yo agarré el pastel y se lo lancé encima.

—¡ERES UNA MENTIROSA! —le grité—¡TODOS USTEDES SON UNOS MENTIROSOS DE MIERDA Y LOS DETESTO!

Mi madre me dio una bofetada. Y yo me detuve rígida ante el golpe.

—Lillie, que sucede? —preguntó la abuela.

Miré a la abuela con odio.

—¿Que que me pasa? Que me han mentido abuela, que me he dejado engañar. Eso es lo qué pasa.

Yo estaba llorando. Ya no me importaba hacerlo en frente de todos. Ya había perdido la dignidad desde hace mucho.

—Wow, sabía que estaría en shock —Nicolás soltó divertido —es el mejor cumpleaños para Lillie, les dije.

—Está llorando imbecil —le dijo Daniel.

—Si pero de emoción, o no?

Todos lo miraron mal.

—Estrellita, no sabíamos que no te iba a agradar la sorpresa.

Ignoré a todos y me encargué de destruir toda la decoración. Todo. Me había vuelto loca, bueno, ahora sabía lo que era sufrir una ruptura real.

—Eres una mentirosa —dijo mi madre —aseguraste no haber sido participe de esa fiesta cuando salimos de la oficina de Carolina.

Todos estaban expectantes de lo que iba a decir.

—Mentirosa yo? —me señalé casi sarcástica y la miré —que me dicen ustedes, eh, que me dicen de la relación que tuvo Beth?

Todos se quedaron rígidos.

—EH? QUE ME PUEDEN DECIR DE BETH Y SANTIAGO? QUE MENTIRAS ME VAN A DECIR A LA CARA? QUE ME VAN A DECIR!

Caí al piso. Llorando a mares.

—Odio todo esto —dije entre sollozos —odio todas las mentiras de esta familia. Odio que me mintieran sobre Santiago y Beth... odio estar enamorada de ese cobarde... odio que ustedes me hayan ocultado la verdad... nadie puede culparme por odiarlos.

Todos estaban sorprendidos, aunque a mi ya no me sorprendía sus mentiras y descaros.

—Prima, no era nuestro deber contártelo —Daniel aseguró.

Mi padre iba a abrazarme.

—Me enamoré de la persona equivocada, papi... y ahora siento mi corazón despedazado.

Permití que mi padre me abrazara. Estaba tan destruída que ya no me importaba que todos presenciaran mi nueva ruptura amorosa. Ya no me importaba la lástima que sentían por mi.

—Lillie —Pamela habló —yo... yo pretendía decírtelo pero... Santiago me detuvo... yo

Me levanté del piso.

—No quiero oír más nada —dije determinada —De nadie. Yo ya me he enterado de todo y no por boca de ustedes.

Y ahora todos me observaban con compasión.

Corrí a mi habitación y preparé las maletas, después de una hora bajé y encontré a todos aún reunidos. Parecía velorio. Se sentía más pena que en el mismo velorio de Mila.

—Hija —dijo con mucho esperanza.

Mi madre se levantó cuando me vio entrar con una maleta.

—Que? Que vas hacer hija? —su esperanza se había marchado tan pronto había llegado. Miró con rareza mi maleta.

La ignoré.

—Lillie, estas exagerando las cosas, ven aquí y lo solucionaremos.

Me giré hacia la abuela, observándola con todo el odio que había en mi ser.

—No, no voy a solucionar nada porque no hay solución para esto. Estoy harta de todas estas mentiras, de los secretos, de las verdades. Estoy cansada, abuela —admití —y no pienso quedarme a qué me terminen de consumir.

Pamela, que estaba en el sillón limpiándose la cara del tortazo que le dí, por ahora se lo quitaba con pañitos húmedos, se levantó asustada. Jenny lloraba en el otro sillón. Nicolás, él estaba pálido mirando a Daniel, como si él pudiera hacer algo.

—Santiago... te lo dijo? —preguntó Daniel.

Yo lo observé.

—No, le quedaba muy grande la tarea de contarme la verdad.

—Hija, que vas hacer con esa maleta? —mi madre se acercaba casi que incrédula.

—Me largo. Oficialmente cumplí la mayoría de edad y soy libre de hacer todo lo que se me antoje. Justo ahora se me antoja no verlos. A nadie. Esta familia lo único que ha hecho es traicionarme por la espalda.

Mi madre me detenía al igual que mi padre. La abuela estaba desesperada y Dorothea estaba en shock.

—Quédate, hija, por favor.

—No permitiré que te vayas —dijo mi madre —ya perdimos a Beth, no permitiré que te vayas.

Dejé el odio a un lado, mis padres no me habían mentido, lo había hecho Santiago. Y Pamela tenía razón, el que me tenía que contarme la verdad no lo hizo y los demás no estaban en la obligación de hacerlo. Aunque debían, claro está.

—No quiero estar aquí... todo me recuerda a Santiago, todo huele a él... cada rincón de esta maldita casa me lo recuerda. ¡LA MALDITA CIUDAD ME LO RECUERDA Y LA EMPIEZO A ODIAR!

Mi madre empezó a llorar desconsoladamente.

—Lillie —habló la abuela —te prohíbo irte de esta casa.

Miré tristemente a la abuela.

—Ojalá también me hubieras prohibido enamorarme de Santiago.

Abrí la puerta y escuché un escándalo. Pamela corría tras de mi. Mi madre se había desmayado. La abuela estaba en el piso, lamentando todo.

—Lillie, no te vayas —suplicó —prima, yo debí habértelo dicho, juro que varias veces pensé en decírtelo, pero estaba Santiago, él es...

Me detuve.

—Él es tu amigo y yo tu prima la recién aparecida.

—No, eso no es así. Lo estás sacando de contexto.

—Sabes, Pamela, creí que eras la más honesta de toda la familia... pero también me confundí contigo. Con todos.

—Si no te lo dijo Santiago, entonces quien fue?

—No revelaré mi fuente.

—Lillie, hay cosas que no sabes. Santiago puede contartelo mejor que yo. Siempre hay dos verdades detrás de una historia. Además, ¿a donde irás? No puedes irte así por así. No tienes dinero.

Jenny llegó a mi.

—¿Lillie, qué haces? ¿Esto ya lo sabe Santiago? ¿Santiago que dijo sobre esto?

Negué, limpiando mi cara.

—Santiago no sabe que yo se la verdad y no lo sabrá nunca. Él me ha vivido mintiendo, ahora que se atenga a las consecuencias.

Jenny se cubrió su boca. Pamela levantó una ceja.

—Debes enfrentarlo, tienes que decirle la verdad. Si te vas y no le dices nada él sufrirá —Jenny me convencía.

—Pues que sufra como yo estoy sufriendo. Él no me habló con la verdad, le di la oportunidad de hacerlo Jenny y no lo hizo y yo tampoco lo haré.

Ambas me volvieron a detener.

—¿A dónde irás? —Pamela cuestionó.

—Al menos responde la pregunta.

—Me voy del país —confesé —del continente.

Ambas se quejaron. Jenny seguía llorando.

—Lillie, segura de lo qué haces?

—Voy a arrancar a Santiago de mi corazón, si lo tengo que hacer marcando distancia entonces lo haré.

Pamela asintió.

—Bien, hazlo, pero al menos déjame acompañarte.

Acepté.

—Primero debemos hacer algo más —anuncié.

Llegamos a la casa de Carolina.
Ella nos atendió con un té. La lluvia continuaba sin dar tregua.

—Aquí está toda tu documentación —dijo dejando los papeles sobre la mesa —ya estás matriculada en el internado... cursaras tu último año en Europa.

Jenny sollozaba y Pamela estaba muy seria.

—Lillie, te toca tu parte del trato.

Accedí.

Las chicas me ayudaron con mi desastrosa cara. Me puse en frente de cámaras.

—Tres, dos... uno —decía Carolina —grabando.

—Soy Lillie... Lillie Torrez...

Pasamos la noche en un hotel. Empaque todo de nuevo. Esta vez tenía mi pasaporte estudiantil y mi boleto en mano.
Aún ni amanecía cuando salimos del hotel. Ni Pamela ni Jenny se marcharon, ellas seguían conmigo, gracias a ellas seguía cuerda y no llorando.

—Te extrañaremos mucho —decía Jenny llorando a mares.

La abracé.

—Y yo a ti... no sigas llorando que terminaré llorando también.

Pamela nos abrazó.

—Te quiero mucho, Lillie —soltó en llanto.

Yo estaba riéndome de la cara del taxista. Era como de "¿estas locas de donde diablos salieron?"

—Bien, mucho llanto por hoy.

Nos limpiamos las lágrimas. Empecé a recibir mensajes de Santiago cuando llegue al aeropuerto.

—¿Es mi tía? Respóndele esta muy preocupada.

Mi silencio fue la respuesta para Pamela.

—Seguramente el video está siendo reproducido en la escuela —Jenny cambio de tema —todos estarán desconcertados.

Yo sonreí.

—Es lo que tenía que hacer.

—Para salvar nuestros traseros de la insoportable de Carolina —dijo Pamela.

Yo sonreí divertida.

—Sus traseros son hermosos como para que Carolina se les cargue por algo que no hicieron.

Jenny resopló.

—Tu tampoco hiciste nada.

Suspiré agotada.

—Es momento de irme.

Fue el momento en el que todas nos rompimos. Lloramos cierto tiempo como si no nos volveríamos a ver nunca más.

—Eres la mejor prima que tengo —Pamela dijo llorando.

—Ya lo sé.

Jenny se limpiaba los mocos.

—Eres la mejor amiga que he podido tener, sin ofenderte Pamela.

Ambas nos reímos.

—Hablaremos pronto —me despedí.

—Lillie, hija —mi madre apareció llorando —Lillie debemos hablar. Hija, no te vayas, al menos hablemos de esto.

Miré a Pamela y a Jenny.  Ambas negaron.

—Yo... iré a terminar mis estudios y luego me ocuparé de todo lo que me dejó Mila. No quiero hablar de nada más.

Ella asintió. Me abrazó fuertemente.

—Perdónanos, Lillie —dijo sollozando —yo... no supe mucho de la relación de Beth y —yo la interrumpí.

—No quiero saber ya nada... me harías el favor de no mencionarlo?

—Está bien, esta bien.

Mi padre me abrazó y me besó en la cabeza.

—Estudia mucho y si necesitas fiesta pues ve a una.

Yo reí tristemente.

—Seguro que lo haré.

La abuela también apareció.

—Lillie... sabes que te amamos mucho —dijo abrazándome fuertemente —sé que puedes sobrevivir lejos de nosotros... eres una chica fuerte, Mila lo sabía y yo también. Una ruptura no te va a detener.

Yo asentí llena de lágrimas.

—No, no me va a detener.

Nicolás se acercó. Él estaba serio.

—Estrellita —dijo abrazándome —sabes que te extrañare mucho, ya no tendré quien me haga reír con sus locuras, lo sabes, no?

Yo asentí.

—Deberas conseguirte a una nueva payasa. Aunque dudo que consigas una tan buena como yo.

—Yo también lo dudo.

Daniel se acercó para abrazarme. Al igual que Dorothea.

—Cuando vuelva me traes un europeo —dijo con tono pícaro.

Yo solté la risa.

—Ya estás casada, no?

—Ay Lillie, yo soy a lo Fleur.

Casi me atraganto con mi saliva.

—¿A lo que?

—No te hagas, me he leído todos esos libros que tienes en tu estante. Bien escondido lo tenías eh, picarona.

Me empecé a reír divertida y atrapada.

—Tranquila, que es un secreto de ambas... aquí entre nos, me muero por un Pierce.

—Y yo por un Mason o un Heist.

Me volvió a abrazar y cuando me separé vi de lejos a Santiago salir de su auto. Miré a Jenny y ella negó desde la lejanía.

—No quiero verlo —admití —ni quiero que sepa dónde iré.

Todos asintieron. Pero ya no importaba mucho, ya está él aquí, no?

—¡LILLIE! —gritó acercándose —¡LILLIE, ESPERA!

Yo no me detenía, yo seguía caminando con mi maleta y mi bolso. Yo quería alejarme de él, pero me alcanzó.

—Lillie, espera, debemos hablar... no se lo que está pasando... no sé nada y estoy muy confundido... he visto el video y ahora Nicolás me dijo que estaban aquí y que te ibas.

—Nicolás debería cerrar el pico.

Yo seguí mi camino. Estaba por entrar al aeropuerto cuando me detuvo.

—No, no puedes irte sin darme primero una explicación —entonces levanté mi cara y lo vi. Él estaba mal —por favor, Lillie. Dime algo. Necesito que me expliques esto.

Accedí, porque era eso o que me siguiera por todo el aeropuerto.

—No aquí.

Dejé mis maletas bajo el cuidado de mi madre. Y cruzamos la calle para ir al parque que estaba en frente. Me dió la ligera sensación de que toda la familia esperaba ansiosa a que resolviera mis problemas con Santiago.

Nos sentamos en una banca de madera. No había nadie cerca. Pero al otro lado de la calle estaba mi familia mirando no muy discretos.
Necesitaba un poco más de privacidad.

Me levanté y caminé hasta llegar a un puente de madera. En el rio habían muchos peces, nadando por todos lados. Me quedé mirando a esos peces por unos segundos. Él me tendió la pulsera que me regaló y que había dejado en su casa.

—La has dejado olvidada en mi casa —comentó.

Yo agarre la pulsera.

—No la he olvidado, la he dejado porque no la quiero... —dije seriamente mirando la pulsera.

Esa pulsera tan bonita solo era el recordatorio de todas las mentiras de mi relación con Santiago. Me recordaba lo estúpida que fui con él.

Santiago me miró dolido.

—Puedes...puedes decirme que es lo qué pasa —su voz estaba ronca.

¿Él de verdad creía que no sabía su mentira? ¿De verdad me creía tan estúpida?

"La vida es muy corta para no decirle a las personas como nos sentimos. Sé honesta y vulnerable, eso es lo que te hace humana y sentirte viva, lo bueno y lo malo, es lo que la vida es"

Decidí ser directa aunque mis palabras me dolieran.

—Me voy... no pienso seguir siendo tu Beth. No pienso seguir siendo el remplazo de nadie, Santiago.

Él quedó rígido a mi lado. Él me miraba el perfil, seriamente hasta que mis palabras lo avergonzaron y fijó su mirada en los peces.

—¿Que creías? —continué —¿Que la mentira te iba a durar toda la vida? ¿Que la estúpida de Lillie estaría ocupando el lugar de su hermana muerta? ¿Que esta chica estaría siempre a tu lado? Te has equivocado de persona, Santiago.

Él escuchaba atentamente todo, hasta que decidió darme la cara y verme a los ojos. Estaba llorando. Sus lágrimas corrían por su cara como una Magdalena.
Verlo así era como un pinchazo en mi corazón.

—Lillie... tu no eres el remplazo de nadie —confesó —Yo de verdad que te amo...

Sonreí tristemente.

—Sabes —dije melancólica —cuando hacías todas esas cosas... cuando me abrazabas cuando un rayo se escuchaba por el cielo... cuando hacías eso, de verdad creía que me conocías... pero eso ha sido una de las tantas cosas que te contó mi hermana de mi... nuestra relación ha sido más que un engaño... No pienso seguir con esto. No merezco ser tu distracción... ni tu juguete, mucho menos ser tu burla.

Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, sin parar y lo que más odiaba de esto, es que quería que parara de llorar, no lo quería ver mal. Me dolía que estuviera lastimado. Me dolía su estado así, más que el mío.

—Yo no te lo dije por que —yo lo interrumpí.

—Me tengo que ir ya —dije seriamente —tampoco quiero saber, ni enredarme más con tus mentiras. Ya no tengo tiempo para ti.

Recogí mi bolso y caminé dispuesta a irme.
Santiago me detuvo.

—Por favor. Por favor, Lillie —suplicó —no me dejes. No me dejes solo, por favor. Yo te necesito.

Yo sonreí melancólica, al final sonreí mostrando valentía y fortaleza, aunque no sentía ni una pizca.

—Pues yo ya no te necesito a ti.

Pude ver como le afectó mis palabras. Pude sentir el dolor que sintió cuando mis palabras le llegaron. Soltó mi mano, dolido como si mi piel quemara.

—Eres lo que construyes Santiago y sabemos que eres una mentira... solo eso.

Mire por última vez la pulsera que tenía entre mis manos.

—Tómala —se la tendí —no la quiero.

Él me miró, herido.

—Lillie, es tuya... es mi regalo para ti.

Yo sonreí burlona.

—Tu regaló no me interesa.

Lancé la pulsera al agua, porque no pretendía quedármela y él tampoco. Su mirada fue de sorpresa y dolor.

—Adiós.

Crucé la calle, dejándolo atónito, más cuando recibió una llamada.

—Y sabes que —dije dándole la última mirada —que se jodan tú y todos los mentirosos que existen en el mundo. También que se joda tu jodida novia perfecta. Seguramente tus padres la aceptaron gustosamente y que se joda toda tu maldita vida perfecta creada a bases de mentiras y engaños. Que te jodas, Santiago. Que te jodas.

Santiago se limpió las lágrimas y trato de entender todo lo que había dicho, ignorando algo su celular. Para cuando lo hizo, yo ya estaba muy lejos de él, recogiendo mis cosas.

—Adiós —dije despidiéndome en general.

Ya no estaba triste, ahora estaba enojada. No me lo podía creer como Santiago pasaba de victimario a víctima. No podía creer como de nuevo me estaba tratando de engatusar con sus palabras vacías. Con sus lágrimas de cocodrilo.

—Lillie, espera, espera un momento, por favor.

Odiaba su voz. Odiaba su presencia. Odiaba el hecho que quería detenerme y besarlo. Odiaba que mi corazón todavía latiera rápidamente por él.
Odiaba esta ciudad y todo lo que se entrelazará con Santiago.

—Lillie —él me detuvo, de nuevo.

Solo que esta vez no habló. Esta vez él me besó. Era un beso urgido y necesitado, estaba desesperado lo podía sentir. Yo acepté al final su beso. Una lagrima se escapó y rodó por mi mejilla.
Ese beso revolvió de nuevo todos mis sentimientos, pero tenía algo muy claro. No quería depender de un hombre, mucho menos de un mentiroso como él.

Nos separamos, pero tenía su frente con la mía. Parecía que solo éramos él y yo para siempre. Pero eso no era así.
De nuevo me permití ilusionarme con que todo esto era una cruel broma. Deseaba mucho que si lo fuera.

—¿Amaste mucho a Beth? —pregunté martirizándome más —al menos respóndeme... por favor.

Santiago dejó escapar una lagrima llena de dolor por su cara.

—Mucho.

Fue como si un cuchillo se clavara en mi pecho.

—Te acostaste con Camila, cierto?

Por favor, por favor que lo niegue. Que lo niegue. Dios, te lo pido.
Su silencio duró unos segundos.

—Si... me acosté con Camila.

Mi pecho ardió completamente de dolor.
Si anteriormente me sentí devastada, no sabría explicar cómo su confesión me hirió tanto. Era más que una puñalada en mi corazón. Me lo había destrozado.

—Y también estabas muy avergonzado de mi, por eso ibas a terminarme, cierto?

Sus ojos se abrieron, estaban rojizos y llenos de lágrimas.
Ambos nos miramos a los ojos.

—Lo estaba... estaba muy avergonzado de ti —afirmó —por eso no quería que conocieras a mis padres... no quería pasar más vergüenza contigo.

Eso terminó de despedazar mi corazón. Si es que tenía uno aún. Todo dentro de mi se sentía herido, lastimado y humillado.

—Terminamos, Santiago —dije asintiendo, me limpié las lágrimas —no quiero volver a verte nunca más en mi vida.

Lo dejé una vez más, rígido y completamente dolido.
Me di la vuelta y continué arrastrando mis maletas.
No escuché sus palabras, ni siquiera miré atrás. Yo solo seguí con mi vida y me perdí de su vista entre el resto de personas.

Hice todo los papeleos, todo en estaba en regla. Estaba por abordar el avión cuando una llamada me detuvo.

Era Santiago.

Ni siquiera pensé en contestar la llamada. Es que ya no me apetecía escuchar más nada de él. Él ya me había lastimado suficiente y yo lo había permitido. Había olvidado quien era y como era... había olvidado mi ser, mi esencia.

Una vez escuché que las mujeres no deben de llorar por un hombre, adivinen, es cierto, apenas derramé un par de lágrimas por los hombres Gibson y ahora por segunda vez lloraba por un hombre. Un hombre al que me había dedicado a amar, pero de donde salí lastimada, mucho. Lloré mucho por ese idiota, por esos idiotas. Así que decidí que no volvería a llorar por un hombre, mucho menos por uno de ojos verdosos y de cabello claro. Esos hombres ya estaban tachados de mi lista de pretendientes y ahora marchaban directo a mi lista negra llamada:

Chicos a los que odio:
Santiago.

Él era el primer afortunado o desafortunado en pertenecer a la despreciable lista.

—Desgraciado —escupí con odio.

El señor que revisaba por último mis papeles antes de cederme el paso, se detuvo mirándome casi insultado.

—Me ha dicho "Desgraciado", señorita?

—Usted se llama Santiago y tiene ojos verdes?

Él dudó y negó lentamente.

—No, no me llamo Santiago.

Hice una mueca de disgusto al escuchar ese nombre.

—Entonces, evidentemente no le decía "desgraciado" a usted. Continué con su labor, mejor.

Volví a mi mundo donde tenía una llamada por responder. Me lo pensé. Contestar la llamada era un premio para Santiago, así que, simplemente tire el chip a la basura.
No necesito nada de él, ya había obtenido demasiado.

—Pasajeros del avión —hablaban por el micrófono —... abordar su vuelo.

Continué sin mirar atrás.

Yo ya había tomado una decisión y no daría marcha atrás.

—Good Morning —me saludó la azafata —bienvenida a tu vuelo con dirección a...

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