Lo hice, sonreí.

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Recuerdo que hace años alguien me buscó

y una enseñanza para su alma me pidió:

quería aprender a sonreír como yo. 


En ese momento decidí regalarle mi atención

y mi historia, con sumo cariño, escuchó: 


Mi madre me rechazó,

mi padre me hirió,

la gente me despreció

y después me abandonó.

Aquel que me amó

un día me dejó.

El cielo se nubló

y el mundo oscureció.

Me llamaron error,

por lo que mi única voz 

fue el perdón.

La sociedad me susurró:

se esclavo del dolor,

descompón tu corazón,

llora por quien te dañó,

vive de la compasión,

 y aférrate a la justificación

para que nadie te diga adiós.

Sustituye tu lucha por temor,

abraza la noche, olvida el albor,

de fingir sé un gran actor. 

Siente el calor del rencor

porque incluso ella te odió,

porque eres de todos el peor

y, al final, sucumbe al sabor

de una amarga depresión.


Cuando el susurro terminó,

mi cuerpo se levantó,

 mi llanto cesó,

mi boca se curvó

y lo hice:

sonreí.


Olvidé a quien me rechazó,

perdoné a quien me hirió,

ignoré a quien me despreció,

el cielo a mi paso se abrió

y el mundo se me hizo acogedor.

Me volví un luchador

y mi única voz

fue por amor.

La sociedad ya nada me susurró

y mi reflejo me recordó:

libérate del dolor,

recompón tu corazón,

no importa quién te dañó,

eres un gran luchador,

vive con orgullo y valor,

la sonrisa será a partir de hoy

tu más bonita representación

y cada lucha tuya será por una buena acción.

Así que despide la noche, abraza el albor

y la felicidad se convertirá en tu mayor 

y en tu mejor definición.


He ahí mi explicación: 

le sonreí al mundo

y aunque este no me sonrió,

la vida me lo agradeció

con la curva del amor. 


04/09/2018

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