S E I S

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*Reproduce la canción en el momento en que empieza a narrar Poe. Disfruta el capítulo y ya al final te dejo mi notita.

S E I S


Alena

El corazón me retumbaba en el pecho, agitado.

Apenas bajamos las escaleras entendimos qué sucedía. Adam parecía un maniaco. Rompía cada cosa que se le atravesaba. Incluso había roto una ventana, supuse que con el puño porque lo tenía empapado en sangre.

Mi mirada se deslizó desde los trozos de cristales desperdigados por el suelo, pasó por los muebles volcados, los cuadros despedazados y se detuvo sobre la figura hinchada de furia que era mi hermano.

—¡Adam! ¡¿Qué demonios estás haciendo?! —le grité sin entender el motivo de su comportamiento.

Hasta que se dio cuenta de que ya no estaba solo en la sala, se dio vuelta y ahí lo entendí. Me miró con perplejidad, pero un segundo después sus ojos adquirieron un brillo colérico. Era la misma mirada inhumana y maniática a la que me había enfrentado aquella noche de su ataque en el comedor.

Adam frunció el ceño, tensó las manos y avanzó con toda la intención de atacarme. Retrocedí, lista para echar a correr, pero entonces Poe actuó y se situó justo en frente, de nuevo como un poderoso muro que parecía imposible de atravesar.

—Adam, si intentas algo tendré que usar la fuerza, así que cálmate y respira —le sugirió él en buen plan.

Sin embargo, Adam se lanzó tan rápido que logró darle un golpe a Poe en la mejilla izquierda.

Quedé paralizada. Lo había golpeado. Había atacado al que consideraba su amigo, pero admití que lo que más me pasmó fue el hecho de que Adam, quien desprendía menos poder y superioridad que Poe, lograra atinarle. ¿Qué me tocaba a mí entonces? ¿Cuánta fuerza reunía Adam durante esos episodios? Una corriente helada de miedo me recorrió el cuerpo al imaginarlo.

No obstante, Poe no perdió el equilibrio. No se le desordenó ni un cabello rubio. Se mantuvo en pie y se tocó la comisura derecha como si quisiera comprobar que en verdad le había dado. Sus ágiles dedos palparon un rastro de sangre.

Y en lo que pareció un parpadeo le atestó un derechazo a Adam. El impacto fue superior, por supuesto. Mi hermano se balanceó hacia atrás y cayó sobre su trasero. Eso acentuó su ira. Detecté un impulso violento en sus ojos, pero antes de que pudiera levantarse y lograrlo, Poe se agachó por detrás de él y le rodeó el cuello con un brazo. Hizo una maniobra extraña: presionó y luchó con facilidad contra la fuerza de Adam hasta que este poco a poco se debilitó.

Apenas lo soltó, el cuerpo quedó tendido en el suelo.

Pensé que lo había matado. Quedé en completo shock. Las manos comenzaron a temblarme. Mi expresión debió demostrar lo que sentía, porque Poe notó mi pasmo y dijo:

—Solo está inconsciente. Ahora ayúdame a llevarlo arriba porque no despertará en un buen rato.

Un aire de alivio me refrescó los pensamientos. Reaccioné. Él lo tomó por debajo de los brazos y yo por los tobillos. Pesaba un buen el condenado, pero gracias a la fuerza de Poe se me hizo más liviano. Lo trasladamos en menos de lo que esperé y lo dejamos tendido sobre la cama.

No pude evitar mirarlo. No sabía qué demonios le estaba sucediendo, pero además de asustarme, me preocupaba. Lo peor era que no podía sentirlo. Cuando éramos pequeños, sus emociones eran más claras para mí. Ahora era como si... como si nuestro vínculo estuviera desapareciendo y solo quedara un hilo demasiado delgado y débil como para que circulara algo.

Sentí una mano deslizarse por mi cintura y abandoné mis pensamientos.

—Ven Alena, dejémoslo dormir —me dijo Poe al tiempo que me impulsaba con suavidad a salir de la habitación.

Por un instante no quise. Sentí la necesidad de quedarme vigilándolo, cuidándolo, pero todavía estaba nerviosa y todavía sentía algo de temor. Incluso eso me afectaba... temerle a mi propio hermano.

Salimos al pasillo y Poe cerró la puerta con cuidado.

—Tú eres como él —solté, incapaz de reprimir lo que me pasaba por la mente—. ¿Sabes por qué le suceden estas cosas?

—Sí, se llama el Hito —respondió con tranquilidad.

Avancé unos pasos, pero ya había quedado algo desconcertada.

—¿Qué es eso? —inquirí con confusión.

Poe avanzó hacia la puerta de su habitación, la abrió y me hizo un gesto con la cabeza al mismo tiempo que decía:

—Es un poco largo de explicar.

Unos segundos después, entraba detrás de él. Entonces, apenas estuvimos solos, me lo contó todo:

El Hito es una fase por la que pasa todo noveno. Suele aparecer entre los diecisiete y los diecinueve años. Es el momento en el que la persona se debate entre el impulso noveno y su humanidad. Puede compararse perfectamente con un ring de boxeo: cada parte es un contrincante. La parte novena es la más agresiva e inicia la guerra. La parte humana se ve obligada a reaccionar. Como resultado, todo el tiempo ambas están peleando. La idea es que ninguna venza a la otra, sino que lleguen a un equilibrio.

Conseguir el equilibrio es el desafío.

El Hito suele durar entre seis meses a un año. Es algo natural, no se evita. No hay mucho que hacer, solo esperar que, en este caso, la parte humana de Adam no se rinda. Si lo hace, su instinto noveno lo dominará por completo y lo enloquecerá. No habrá una persona allí, sino un animal necesitado de sangre y muerte.

—¿Crees que lo logrará? —no pude evitar preguntar.

Me temblaban las manos. Siempre había pensado que la naturaleza de Adam era tan oscura que solo quedaba respetarla. Ahora que descubría que había algo mucho más allá de ser un asesino, que su propio ser al mismo tiempo podía consumirlo, me sentía en extremo preocupada.

—Sí, la verdad es que no le está afectando tan fuerte como puede ser capaz —respondió Poe. Estaba recargado en la pared de la habitación—. Hay Hitos más graves en los que el noveno se descontrola tanto que hace cosas que ni siquiera recuerda. Sus impulsos son el motor de su cerebro en ese momento. —Mi cara debió expresar todo el horror y el miedo que eso me causaba, porque él añadió como si quisiera tranquilizarme—: Este todavía es tu hermano, solo que con algunos ataques de histeria. Significa que está luchando bien, pero no significa que no podrías salir lastimada entre tanto.

Me había dejado tan inquieta que tuve que moverme por la habitación. Ni siquiera noté que me estaba apretujando mis propios dedos hasta que me dolieron.

—¿Estás seguro de que no hay nada que podamos hacer para ayudarlo?

—Solo hay que esperar a ver qué pasa —dijo con simpleza. Él hablaba de aquello con tanta naturalidad. ¿A cuántos novenos había visto pasar por el Hito? Sospeché que a muchos—. Mientras, no te le acerques en momentos así.

—¿Entonces sí me puede matar? —La pregunta me salió temblorosa.

Poe dio algunos pasos hacia mí. Se acercó hasta que pudo coger uno de los mechones de mi cabello. Lo enredó entre sus dedos y jugó con él, mirándolo con cierta fascinación.

—Si yo estoy aquí no te va a tocar ni una hebra de este cabello rojizo que tienes —aseguró como si fuera una promesa.

Se quedó mirando el mechón. Me habría parecido lindo de no ser porque mi cabeza era un caos de suposiciones y temores por Adam.

—Cuando tú pasaste por esto, ¿cómo fue? —me atreví a peguntarle.

Poe pensó. Tuve la impresión de que no quería decírmelo, pero luego su atención se deslizó desde mi cabello hacia mi rostro y esos ojos grisáceos, fieros, parecieron apartar todas las emociones para dar paso a una sola: el estremecimiento que me producía tenerlo tan cerca.

Durante un instante me fijé en la línea de sangre que todavía le resbalaba por la comisura derecha. En ese punto su piel pálida estaba enrojecida por el golpe. No se veía mal, de hecho, le daba un aire salvaje y acentuaba esa aura perversa y juguetona que lo caracterizaba. Sospeché que hasta en el peor de los casos se vería magnífico.

—Lo superé rápido, pero siempre depende del tipo de noveno. Hay algunos fuertes, mientras que otros son... especiales como yo —explicó, afincándose en la palabra "especiales"—. Tú lo percibes. Te atraigo demasiado y aunque lo ocultaras de la mejor manera, yo lo sabría.

—¿Porque lo hueles? —inquirí con cierta duda.

Soltó una risa tranquila y negó con la cabeza.

—No, Alena, porque esa es mi especialidad.

—¿Atraer?

—Tentar —me corrigió con detenimiento. Escrutó mi rostro de tal manera que no me quedó de otra que girar la cara para mirar hacia otro lado—. ¿Sientes lo bien que se me da?

Sí lo sentía. ¿Qué si no? Nada en Poe era normal. Podías perder la noción del tiempo si estabas en una misma habitación que él. Debía ser parte de su naturaleza. Nada con él pasaba de manera común. Todo era intenso, precipitado, sin ningún sentido y al mismo tiempo con la más completa lógica. Así que sí lo sentía, pero también me sentía negada a admitir algo.

—No me tientas ni me atraes —refuté con rapidez.

—Y yo no soy perfecto, ¿cuántas mentiras quieres que nos digamos? —replicó después de un "já" burlón y sonoro. No lo miré. No dije nada. No quise aceptarlo. Hasta que él suspiró con cansancio y agregó—: Alena, es por completo normal lo que sientes.

Resoplé y giré los ojos.

—Fuera normal si no fuese a terminar mal —enfaticé.

Su sonrisa característica, ancha, perversa, apareció en su atractivo rostro. Incluso cada uno de sus dientes mantenían una forma perfecta, símil.

—¿Y quién dijo que terminará mal? —ronroneó—. Te aseguro que vas a terminar muchas veces y muy bien.

No entendí a qué se refería, pero me sonó sexual como casi todo lo que decía en doble sentido. Tenía la habilidad de darle ese toque a las palabras. Era condenadamente bueno en decir algo y provocar que pensaras de inmediato en irte a la cama con él.

Aunque... no sabía con exactitud si tenía ese efecto en todo el mundo. Desde que había llegado, algo había cambiado para mí. De nuevo, sabía que eran sentimientos precipitados, pero muy reales. Me sucedían cosas que nunca me habían sucedido. Pensaba en él de formas que no conocía. Experimentaba unas extrañas y dolorosas ganas de que me tocara al menos un cabello. Soñaba con él y en ninguno de mis sueños yo tenía ropa. Y juraría que el ambiente se volvía más caliente y más cerrado cuando compartíamos una habitación. No me era muy fácil pensar y tomar alguna decisión. Era como si obstruyera mi mente, como si intentara abrirse paso entre todo, como si quisiera apartar el resto y lo lograra para posicionarse en el centro de mi existencia.

No se podía ignorar a Poe Verne, pero algo aún peor era que no podías ignorar lo que te causaba. Notabas la diferencia y al momento en que descubrirás que tenía poder sobre ti, las sensaciones se acentuaban.

Así que esa era su especialidad.

—Poe...

Él colocó los dedos en mi barbilla y en un movimiento delicado y dominante, me obligó a mirarlo.

—Alena, solo déjalo fluir —me interrumpió. Su voz fue un susurro incitador, íntimo, embelesador—. Quiero sacarte de esa jaula en la que vives, pero no lo lograré si a pesar de que abro la puerta, tú te niegas a salir.

—Es que tengo miedo —confesé en apenas un murmullo.

Poe eliminó la poquita distancia que nos separaba. Movió los dedos que sostenían mi barbilla hasta que su pulgar presionó mi labio inferior y me exigió entreabrir la boca. Como era más alto, tuve que inclinar la cabeza hacia atrás. Me miró desde arriba con su rostro a centímetros del mío, con su respiración acariciándome la piel.

—¿Miedo de qué? —me preguntó, ligeramente ceñudo.

Cuando lo veías fijo a los ojos era difícil cubrirte con escudos. Esa mirada era su arma. Esos iris claros y brillantes dominaban de la misma forma que lo hacían sus manos.

—De estar equivocándome —admití.

Su comisura derecha se elevó en una sonrisa ladina y maliciosa.

—Si ese fuera el caso, esta sería la mejor equivocación de tu vida.

Y me besó. Su mano se deslizó hasta mí nunca y me atrajo hasta que su boca atacó la mía. Si había algo de preocupación en mí, desapareció.

En cuanto nuestros labios se unieron, en cuando percibí la calidez de su aliento, solo pude pensar en lo delicioso que era ese toque agrio de la sangre en su comisura; en su lengua húmeda y ágil acariciando la mía; en su mano enredada entre mi cabello como si tan solo ese agarre le bastara para mantenerme en pie. No me tocó con la otra mano a pesar de que deseé con todas mis fuerzas que me rodeara con sus brazos. No hizo más que besarme, más que dar unas pequeñas mordidas, unas convenientes succiones, y yo ya sentía que me estaba desarmando pieza por pieza, pensamiento por pensamiento, alma por alma.

Cuando sus labios se separaron de los míos, había una línea de sangre sobre los suyos. Él se relamió y la saboreó. Fue un gesto que se me antojó seductor.

—¿Te digo un secreto? —me susurró con un aire juguetón. Yo asentí con la cabeza. Era incapaz de hablar. Me había dejado casi sin aliento—. Puedo saber lo que deseas con tan solo besarte.

Eso me puso algo nerviosa. Aunque bueno, ya era común que después de un beso suyo yo quedara temblando de debilidad.

—¿Y qué se supone que deseo? —pregunté en un hálito de voz.

Él emitió esa risilla distintiva.

—Quiero que me leas —dijo, omitiendo mi pregunta—. ¿Puedes?

Me gustaba mucho que me pidiera eso. Era la única petición que podía cumplir sin dudas ni objeciones.

—Claro que sí —asentí, evitando sonreír como estúpida.

Su mirada adquirió un brillo demoniaco, divertido, perverso.

—Pero esta vez quiero que sea distinto —pautó con detenimiento.

—¿Distinto cómo? —inquirí, algo desconcertada.

—Date la vuelta y te mostraré.

Cada cosa que me pedía me hacía temer y en igual parte me despertaba una enorme y cosquilleante curiosidad. Así que me di la vuelta con cierta incertidumbre y fijé la mirada en el armario del fondo. Mis sentidos se encontraban más alertas que nunca, esperando por lo que fuera a hacer.

Me apartó el cabello que me caía sobre la espalda. Lo acomodó de modo que cayera sobre mi pecho, dejando al descubierto una gran parte de mi cuello y mi hombro. Después, con sus nudillos comenzó una larga caricia que inició en mi nuca y siguió la línea de la columna. Me estremecí por la suavidad del contacto. Sentí que chispearon ansias, deseos.

—Desde que estábamos en el despacho he imaginado mil formas de quitarte este vestido —susurró él de pronto, casi como un suspiro ronco—. Ninguna me parecía lo suficientemente creativa.

Sus dedos se detuvieron sobre la cremallera del vestido. En cuanto me di cuenta de que intentaba bajarla, di un paso adelante, pero él me detuvo al no soltar el cierre.

—¿Qué haces? —Mi pregunta fue apenas una exhalación nerviosa.

—Confía en mí, ¿sí? Recuerda que hay tres reglas en este trato y una es hacer lo que te digo —me recordó en un tono bajo, intimo, aterciopelado—. ¿O quieres irte? Si eso quieres, creo que todavía puedo darte la oportunidad, pero es solo si en verdad lo quieres, Alena.

No quiero, pensé de manera inconsciente. La idea me asustaba, pero también me tentaba. La piel me ardía cuando él me tocaba, así que me pregunté qué tanto me quemaría si me tocaba otros lugares. Sería lo más arriesgado que haría, ¿no? Quizás aquella sí era la única oportunidad que tenía de experimentar con un hombre, de sentirme más que la mascota obediente de Adam.

De pronto pensé que si estaría confinada a pasar mi vida en esos terrenos sin interactuar con nadie, merecía tener al menos un recuerdo que me hiciera sentir que viví una vez.

Y ese recuerdo podría acompañarme siempre.

No quiero irme.

Quiero quedarme.

Ser tentada.

Ser tocada.

Ser.

Solo ser.

Poe tiró de la tela para acercarme de nuevo. Fue un gesto demandante que me produjo una chispa de entusiasmo. Bajó la cremallera con agilidad hasta que sentí el frío del ambiente en la piel. Me tomó por los hombros y me dio vuelta. Entonces, sin apartar ni un segundo sus ojos de los míos, deslizó los tirantes hacia los lados y el vestido cayó por mi cuerpo hasta el suelo.

Lo único que me cubría era un brassier sin tirantes y una braga blanca de lo más común.

Estaba casi desnuda, pero Poe no se detuvo a mirar mi cuerpo. Seguía mirando mis ojos como si mi desnudez fuera algo que reservara para después, como si por el momento quisiera mantener el control que ejercía su mirada sobre la mía. Y justo eso causó en mí una corriente tan intensa que se concentró como un palpito en mi parte baja.

Él se movió hasta la mesita de noche, cogió un libro que estaba allí y me lo ofreció. Luego, su orden fue clara y con esa sutil pero excitante nota de demanda:

—Ahora recuéstate en la cama y léeme.

Poe

Para mí las cosas son bastante sencillas.

Soy el hombre que la situación requiera, siempre con el objetivo de voltearla a mi favor. ¿Una cara? No, tengo una colección infinita para cada ocasión. ¿Una respuesta? No, tengo la indicada para el momento apropiado. Es una de mis habilidades. Queda perfecta con la frase «soy experto en ella» del tiempo «suelo aplicarla siempre».

Me adapto gracias a un simple análisis:

Alena es una criatura débil: necesita ver fuerza.

Alena tiene miedo: necesita que la protejan.

Alena quiere descubrir el mundo: necesita quién le dé el mapa y las instrucciones.

Es justo lo que he estado haciendo desde que llegué. La escena de hace unos minutos no pudo ser más asertiva. Hasta me reí internamente. ¿Adam en estado salvaje propenso a lastimarla? Significa que Poe saldrá al rescate. ¿Y el resultado? Ella diciendo: Poe, soy toda tuya.

Por eso me dejé golpear. Vamos, Adam destrozaría a alguien como Alena en segundos, pero a mí no me tocaría ni el cuello de la camisa. Mi intención fue alimentar el teatrillo un poco más. Después de todo, mostrar perfección es lo contrario a lo que tengo planeado. Alena está acostumbrada a eso, necesita presenciar un poco de caos.

Hay algo en esta chica que quiero tomar. No me atrae demasiado su belleza. De hecho, Alena es bastante común. He visto mujeres más hermosas, y ese es el punto: ella no es una mujer todavía. Está encerrada, dormida, apagada. Y qué casualidad, ¿no? Mi especialidad es iluminar, liberar y encender.

Seamos sinceros, soy lo mejor que le ha sucedido hasta ahora. Su desquiciado e insoportable hermano tiene una ridícula obsesión por protegerla que al mismo tiempo se convierte en algo peligroso. A Adam lo considero un buen... amigo, en el más superficial sentido de la palabra. Hay lealtad en él, que es lo único por lo que confío, pero me gusta decir las cosas como son: y la verdad es que esas escenitas violentas no me sorprenden. Es un maldito obsesivo paranoico. Yo puedo evitar que la lastime porque pienso que sería una lástima que nadie tocara esa piel nunca, que nadie explorara esa tierra virgen, pero no estaré aquí para siempre.

Ella tiene potencial. Lo noté al instante en que se resistió. Es difícil no caer cuando aplico mis mejores tácticas. No he conocido ninguna mujer que me haya sido indiferente, excepto... De acuerdo, me encanta pensar, pero hay ciertas cosas que quiero evitar por los momentos. Cuando tengo un objetivo me concentro en él hasta el final.

Mi objetivo temporal es Alena.

Pauvre, pauvre Alena... encarcelada en esta casa, destinada a servir al monstruo de su hermano, condenada a mirar el mundo desde la cima de una torre de desgracias y temores. ¡Qué suerte que hay un príncipe por aquí! Me queda bastante impresionante ese papel, ¿lo he dicho? No hay nada que vulnere más a una chica como ella que ser salvada en el momento adecuado; y no hay nada que me estimule más que vulnerar cuerpos.

Alena me obedece. Quiere hacerlo, le gusta. A mí me encanta dar órdenes, pero mi sexualidad abarca demasiados placeres y para obtener cada uno no hay que enfrascarse en un solo método. Mis visiones son amplias. En una encrucijada de cinco caminos elijo uno, lo exploro y luego me regreso a explorar el siguiente hasta que los conozca todos. Es así como he descubierto que mientras más sucio esté el sendero, más exquisito es su final.

Sin embargo, para Alena seré todo lo que ha deseado. Un hombre en específico, una figura ideal, un sueño cumplido. Desde que la besé sentí su rendición, sus ansias, su necesidad de vivir. El único control que ella conoce es el que la daña, quiero enseñarle el control capaz de satisfacer.

Se sienta en la cama, sube las piernas y se recuesta del espaldar. Para mí es fácil captar cualquier detalle. He ampliado mi capacidad perceptiva. De nuevo, esto es una habilidad. Se aprende al vivir sin restricciones, al conseguir un equilibrio entre las necesidades y los impulsos. Un impulso innecesario jamás me domina. Yo domino lo que soy y lo que hago. Me lo han enseñado desde los novenos más peligrosos hasta los andróginos más perversos. He sido aprendiz y luego maestro. He sido todo lo que practico.

Lo que veo ahora es que Alena está apretando ligeramente los muslos. Eso quiere decir que se siente húmeda y no sabe cómo manejarlo. La posición que adopta es relajada: codo sobre la almohada, cadera sobre el colchón. Al estar así se siente expuesta, vulnerable, un tanto insegura pero dispuesta.

Doy unos pasos por la habitación hasta que empieza a leer. En ese instante la miro por completo. Su piel es muy blanca. Una ligera presión la enrojecería. Decido que es una de las cosas que quiero hacer: enterrarle los dedos entre los muslos, apretarlos hasta ver esa piel ardiendo, enrojecida, marcada por mí. He dejado tantas marcas en tantos cuerpos que ya he olvidado sus formas y sus tamaños, pero uno más nunca es suficiente.

Contemplo sus caderas y voy viajando hacia cintura. Me detengo en sus pechos cubiertos por la prenda íntima. No son tan grandes. De apretarlos, me quedaría espacio en las manos. En el cuerpo de Alena, nada es demasiado de nada y en ciertas partes muy poco. Tiene un aire delicado, fresco, adolescente, inexplorado.

No puedo ni describir cuánto me deleita eso. Nadie la ha tocado nunca. Fui el primero en besarla. El olor tan puro, tan intacto, tan incorrupto que desprende es incitante. Ella es como un lienzo en blanco. Necesito pintarla. Necesito hacer una obra maestra sobre su piel, convertirla en una pintura a la que si miras por mucho tiempo te llegaría a escandalizar. Incluso se me ocurre que podría añadirle un toque lúgubre y lujurioso al mismo tiempo, usar matices de perversión y castigo...

La examino, la estudio, la escruto a fondo y ella lo siente. Ya debería de entender el erotismo de esto. Lo interesante y excitante que es el simple hecho de estar desnuda frente a alguien, de ser contemplada, de ser deseada. Se me antoja comprobar si entre sus piernas palpita una necesidad deliciosa e inquieta, pero no pienso tocarla todavía.

Ella lo quiere, pero el hecho de no hacerlo al mismo tiempo aumentará sus ganas. Es lo que busco. Pretendo hacer que enloquezca de necesidad, que llore de exigencia, que se atreva a pedirme cada deseo que le cruce la mente. Quiero calentarla hasta el tope, que descubra cuán demandante puede llegar a ser la necesidad del contacto físico. Alena no lo sabe. Ella cree que en la vida solo sufres o disfrutas. Hay otro lado: sufrir disfrutando, disfrutar del sufrimiento...

—Poe... —pronuncia ella de repente con esa voz dócil e insegura que puede adquirir un tono firme cuando se esfuerza.

Tiene una voz que adoptaría una nota deliciosa al gemir.

—Lee, Alena —le interrumpo, suave pero dictatorial para que entienda que no hay derecho a réplica—. Solo lee.

—Pero quiero...

No completa la frase. No le sale de la garganta porque piensa que no es adecuado. Duda, teme, no sabe ni qué letra es correcta y eso ensancha mi sonrisa a un punto perverso. Alena es un títere sentado en pleno escenario, esperando por su titiritero. Yo sé tirar muy bien de las cuerdas...

—Lee hasta que puedas decir lo que quieres —le exijo—. Dije que iba a enseñarte, ¿no es así? Lee hasta que la voz te salga en jadeos y no te quede de otra que pedirme lo que quieres.

Me detengo frente a la cama, apoyo una mano en las barras de madera del dosel y luego descanso la cabeza en ella. Adopto una postura relajada, observadora. Ya no la miro a los ojos, me concentro en contemplar su cuerpo, en demostrarle que me gusta, que lo deseo, que puedo causar mil sensaciones en él con solo verlo desde lejos.

Ella vuelve a leer, pero ya no hay manera de que entienda los párrafos. Yo le pongo atención a las palabras, pero no dejo de estar atento a su cuerpo. Que me lean es algo que me gusta desde niño, pero hubo dos etapas en ello: cuando mi madre me leía, para mí era algo puro y relajante que me ayudaba a conciliar el sueño; cuando mi madre le entregó los libros a la niñera, pasó a ser un juego erótico. Hay algo fetichista en escuchar a las mujeres narrar y hay algo mucho más fetichista en oírlas narrar mientras están excitadas. Pero si de fetiches se trata, mi lista es infinita.

Sé que pasan minutos. Alena no deja de tensar los muslos. Sospecho que la presión se hace tan intensa que se ve obligada a juntar las piernas y moverlas en un gesto inquieto. Pronuncia las palabras con dificultad y cada vez que busca mi rostro y encuentra mis ojos viendo con fijeza sus pechos o sus caderas, sé que se enciende más.

Llega un momento en el que ya no lee con coherencia. Ya ni siquiera es capaz de recordar por donde va. Ya no puede concentrarse en nada. La necesidad le duele. No me es necesario leerle la mente. Puedo deducirlo, casi escucharla:

Quiero... Quiero... Soy capaz de...

—Hazlo —le ordeno con suma tranquilidad desde mi posición. Me observa con los ojos ambarinos abiertos al límite como si le asustara la idea de que leyera su mente o sus deseos—. Tócate.

—Es que yo...

—Nunca lo has hecho —asiento de manera comprensiva—. Ese es el punto. Conmigo vas a hacer las cosas que nunca te has permitido hacer.

Podría darle lo que quiere. Podría acercarme a ella y follármela al instante, pero ¿cuál sería el chiste entonces? Mi necesidad actúa de un modo distinto. Siempre debo jugar y jugar con mi presa antes de llegar al final. Necesito alcanzar un punto de demencia, un punto en el que la desesperación se concentra como una bomba de sangre y me duele, me tensa, me tortura. Allí es cuando voy con todo.

Con Alena apenas estoy empezando. Tengo ideas demasiado creativas y pienso recrearlas todas.

—Pero, Poe, tú...

—Tócate Alena, quiero ver que lo hagas —le ordeno como punto final.

Esas palabras hacen efecto en ella. La ponen todavía más. Ayuda que mi voz le guste tanto, que añada una nota seductora y distintiva. Sé todo lo que a Alena le gusta de mí. Sé a lo que le teme y a lo que no. Sé con la misma seguridad de que puedo controlarla si sostengo su mirada, que está tan al límite que no rechaza la idea. De hecho, le intriga, le parece excitante. Es nuevo, es algo que nunca consideró, pero sobre todo es algo que podría hacer...

—Te guiare —añado con una suavidad ronca, ansiosa. Ella asiente con cierta inseguridad—. Abre las piernas.

Traga saliva. Su cuello es delgado y delicado. Lo imagino moteado de violeta, pero la idea desaparece cuando veo que se relame los labios con sutileza, un gesto inconsciente. Me tenso. Se me ocurren demasiados juegos para esa boca. Quisiera ver cuánto puede abrirse, cuánto puede hundirse mi polla en ella. También se me antoja morderle los labios, verlos de nuevo con una línea de sangre sobre ellos, pero me recuerdo que no voy a tocarla aún.

Este juego también es divertido. Que la guie le parece aún más intenso. Es tan erótico que no duda en hacerlo. Así que aun boca arriba, justo en el centro de la cama, por completo frente a mí y con el libro a un lado, despliega las piernas.

La sangre comienza a concentrarse, pero necesito mucho más para ponerme duro. Me encanta lo que veo. Alena está tan húmeda que la tela se le ha pegado a la piel. Quiero trazar con mis dedos la forma que se marca debajo de esa humedad. Tan solo imaginar que nadie ha entrado allí, que el camino es tan estrecho, tan apretado, me tienta en niveles dolorosos.

—Lleva tu mano al punto que más te duele —continúo.

Ella conduce la mano derecha por su muslo hasta llegar al centro de sus piernas. Piensa deslizarla hacia el interior de la tela, pero me apresuro a decirle:

—No. Presiona tus dedos sobre la tela mojada.

Quiero verla desnuda, pero no en este momento. Es cuestión de mañas. Necesito desearla más, tentarla, vulnerarla.

Alena mueve los dedos sobre la tela hasta que su índice hace presión en ese punto sensible y abultado. Un toque, un simple toque como a un botón con mi dedo, y la haría estallar. Pero no quiero que nada sea rápido. Debo enseñarle resistencia, aunque tardará un poco. Me doy cuenta de eso porque justo en el momento en que ella misma aprieta su clítoris con sus dedos, se le escapa un gemido suave. Es tan repentino y tan desconocido que busca mis ojos con vergüenza.

Si ella supiera cuánto empeora mis deseos con esa mirada de pavor, de inseguridad, de timidez... Si ella supiera las perversiones que se me ocurren tan solo cuando abre la boca para decir una palabra. Si Alena supiera todo, entendería el peligro al que se somete ella misma al estar en esta habitación conmigo.

Ella comienza a mover sus dedos con mucha lentitud sobre el punto que acaba de descubrir. Movimientos circulares, irregulares, cuidadosos como los de alguien que apenas descubre para qué funciona algo. Toca su propia humedad, caliente. Aprieta los tentadores labios para no dejar escapar nada extraño, pero se le hace imposible. Los gemidos se le escapan de todos modos, pequeños e inexpertos. Me suenan a pedido. A pesar de que no forman palabras, esos gemiditos y jadeos gritan mi nombre en cada tono.

—Juega contigo misma —le aconsejo en un susurro—. Lento, rápido, sin miedo.

—¿Esto...? —intenta decir como si quisiera retractarse.

Entonces me aseguro de no perder el control y le digo en un tono que calentaría al cuerpo más frío:

—Juega para mí, Alena.

Al cabo de unos segundos puedo asegurar que ella no sabe en qué mundo está. Recorro con la mirada cada centímetro de su cuerpo para seguir excitándola. Le encanta que la observe. Es una chiquilla perversa a su manera, pero todavía no se da cuenta. De igual modo la ayudo. Miro ese natural y virginal cuerpo como si pudiera tocarlo desde mi posición. Alena se relame los labios y luego los suelta, húmedos, rosados, perfectos. Después se muerde el inferior en un gesto inconsciente.

Sus dedos siguen moviéndose. Cada vez que presiona la parte hinchada y sensible que ahora no podrá evitar querer manipular cuando esté sola y aburrida, en su rostro aparece una sutil expresión que delata que experimenta una sensación deliciosa.

Su excitación crece, crece y crece hasta que estalla con una intensidad que ella nunca había conocido. Arquea la espalda y emite un gemido poderoso y desinhibido. Se sacude de una manera natural y sensual. La imagino moviéndose de esa misma forma debajo y encima de mí y me punza la polla en exigencia. Pero no es mi momento. Es el suyo. Es su primer orgasmo, de seguro lo sintió con fuerza. Es bueno, porque se sorprenderá después. Ella ni siquiera se imagina lo que le espera cuando yo la toque. Experimentará algo tan potente, tan titánico, tan explosivo que perderá la razón. Por ahora este la deja exhausta. Queda tendida en la cama con la mano todavía entre sus piernas. Mantiene los ojos cerrados durante un momento, temblando, hasta que se arma de valor y los abre.

Toda la confianza y la valentía producida por la excitación se ha esfumado. De nuevo su mirada es insegura, es la de alguien que no sabe si ser fuerte o demostrar su debilidad.

Doy unos cuantos pasos para rodear la cama y acercarme a ella. Debo besarla ahora o perderé lo que he logrado. Debo transmitirle seguridad, hacerle entender que estuvo bien, que no tiene que volver a su burbuja.

Pero no me deja. Apenas extiendo la mano hacia ella para ayudarla a levantarse, Alena se pone en pie con rapidez, coge su vestido del suelo y sale de la habitación dando un portazo sin decir nada.

No la sigo. Lo empeoraría. Debe de estar avergonzada, pero no cambiará nada. Le gusto mucho, se resiste bastante bien, pero terminará cediendo. Eso es lo más divertido de este juego, que Alena intenta ponérmela difícil. Me encanta lo difícil. Quiero ver hasta qué punto se negará. Quiero saber hasta qué punto llegaremos.

Como dije, soy el hombre que la situación requiera, siempre con el objetivo de voltearla a mi favor.

Haré con Alena lo que yo quiera.

Incluso si para lograrlo tengo que fingir amor. 

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Hola, aquí Alex :) sí, sé que tardé mucho. Les expliqué lo que me pasó con Word y el capítulo. Bueno, después de eso me dio mucha rabia. Escribir de nuevo este capítulo fue muy difícil. Abría el documento, recordaba todo lo que había escrito y lo cerraba con arrechera (es una palabra venezolana que significa: rabia, ira, furia). Estuve así por todos estos días. No lo sé. Yo había escrito mucho más, pero ya luego no lo recordaba muy bien. Y no sé qué sucedió que nada fluía, que se me hacía en extremo complicado.

Al final lo terminé, claro. Sigo motivada con la historia. Creo que esto me sucedió por todos los inconvenientes. Mis ideas siguen en pie y continuaré con muchísimo gusto. Espero que sigan ahí. Les prometo que se pondrá mejor.

Poe y Alena apenas empiezan esto. Todo puede pasar. Muchas cosas pueden cambiar. Recuerden que Poe no es un hombre común. Tiene la habilidad de tentar a una persona al instante. Puede confundirse con amor, por supuesto. Aclaro esto porque leí por ahí que alguien comentó: van muy rápido. Claro que van rápido. Poe tiene habilidades que rozan lo sobrenatural, es parte de su naturaleza. Bueno, él mismo lo ha dicho, pero ya después irá revelando más cosas.

Espero que el capítulo siete sea más largo, se los prometo. ❤️

Y nada, eso. Hoy no me siento muy bien u.u pero ya quería actualizar. Les mando muchos besos. Sonrían. Sean felices.

Recuerden que pueden seguirme en Instagram si van a ver el live: @alexsmrz y que si lo hacen, es 100% seguro real no fake 1 link por mega full crack que un Poe Verne aparece en sus camas listo para ustedes. ❤️

Si no me creen, aquí les muestro el mío. Vayan a comprobarlo ;)


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