Capítulo 31: Verdades

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Todos los seres humanos tenemos límites. Recuerda que de la cordura a la locura hay un solo paso.

CHRISTINE WILLIAMS

—Esto es una locura, Chris, no y no y no. —Observo como todos dentro de la discoteca están bailando con una cerveza en la mano, las chicas contoneando sus caderas y los chicos tomándolas por la cintura o la nuca y acercándolas más a ellos. Las luces están titilando y la música atraviesa mis oídos como miles de agujas.—. Yo no soy una chica de fiestas, ni de beber demasiado. ¡Ni siquiera me gusta estar rodeada de gente!

—No seas aguafiestas, Laura, mira a Lucas. —Giro la cara y el de pelo azul está hablando con una chica de un modo efusivo y ella no para de sonreírle y decirle lo mucho que adora su peinado. Lo tomo del brazo antes de que se acerque mucho más a ella y decido hablarle:

—¿Te parece si vamos por unos tragos?

—Claro. —No suelta mi mano y juntos, seguidos de Chris, nos dirigimos a la barra. Un francés con barba de candado nos atiende y le pido una cerveza para cada uno. Apenas el sabor amargo del alcohol toca mi paladar, echo la cabeza hacia atrás para beberla por completo y pido la siguiente ronda.

Quince cervezas después me separo de la barra, agarro a Lucas de la camisa —Tiene los ojos un poco rojos y no para de saltar y gritar que es la persona más feliz de la tierra— y cuando estamos en el centro de la pista suena Don't start now a todo volumen obligándome a levantar las manos, mientras él agita su cabello y se acerca cada vez más a mí.

Las luces de colores se activan creando un ambiente bastante provocativo, siento que todo a mi alrededor gira al ritmo de la música y cuando devuelvo la mirada al chico, Josh está sonriéndome y su rostro brilla entre todos los demás.

—Ese vestido es demasiado sexy. —Toco su hombro para asegurarme de que es real y sus músculos están tensados bajo la camisa negra—. Todo en ti es demasiado sexy. —Baja sus manos por todo mi cuerpo hasta llegar a mis muslos y yo no puedo evitarlo. Doy el paso que nos separa y me acerco lentamente hacia su boca. Cierro los ojos al juntar nuestros labios, los suyos tensos sin hacer ningún movimiento y sintiendo que algo no va bien, abro los parpados y me estrello con unas pupilas azul eléctrico en lugar de grisáceas.

—Lo siento, lo siento. —Corro a toda velocidad hacia cualquier lugar lejos de él y al llegar al baño cierro la puerta apenas entro y Christine tiene las piernas pegadas a su pecho, agarradas con sus brazos y está en una esquina oscura y solitaria.

Me estoy acostumbrando a encontrarla así.

—Chris, ¿qué sucede?

Posa sus ojos en los míos y en ellos veo un poco de alivio, aunque luego se transforma en preocupación. 

—No sé qué hice, no quería escribirle, pero te vi tan sola y triste.

—¿De qué estás hablando?

Cae en cuenta de lo que está diciendo y cambia su gesto a una mueca feliz. No me molesto en seguir insistiendo porque estoy tan borracha que lo único que quiero hacer es divertirme, así que la tomo de las manos intentando que se ponga en pie.

—Vamos a bailar.

—No quiero hacerlo, en realidad yo... te amo.

—¿Qué? —Acaricia mis mejillas y yo abro los ojos tanto como puedo. Esto es una puta broma.

—No sé por qué te olvidaste tan rápido de mí, Harry, pero te amo. —Atrapa mi cara en sus manos e intenta besarme. La aparto de un golpe—. Te amo tanto que duele. ¿Tú también me amas?

—Soy Laura, Chris, Laura. Tu amiga. —No para de tomarme el pelo con sus delirios por un largo rato. De manera que, con el dolor de mi alma, estrello mi palma en su cachete y su mirada cambia a tristeza otra vez.

«Dios, esta chica está loca».

—Ah, hola, amiga mía. Tengo ganas de vomi... —No logra terminar la frase porque echa la cara al frente y vacía su estomago en el suelo del baño. Le paso una toalla desechable esforzándome en evitar las arcadas, sostengo su cabello mientras se inclina en el inodoro y la obligo a pararse.

—Ya es hora de irnos, Chris

—No me quiero ir, ¡la fiesta apenas empieza, bitch! —Escapa de mí, estampando sus tacones en el piso. Cansada de toda esta mierda, busco mi chaqueta entre todas las que están colgadas en la puerta y me siento en un muro cerca al bar, deseando con toda mi fuerza un cigarrillo.

Miro el cielo estrellado, intentando controlar el mareo y minutos después alguien se sienta a mi lado. Ni siquiera giro para saber quién es. Ese perfume extraño lo reconozco a metros.

—Lucas. —Chasqueo la lengua.

—Laura Blair.

Ajusto todos los botones de mi chaqueta y miro mi celular. Tengo un montón de llamadas de una tal "Vicky", un mensaje de Christine de hace cinco horas en donde me decía que no sabía qué ponerse, el reloj marca las 12:12 —Muy temprano para mi gusto— y el fondo de pantalla es Hermione Granger, la crush literaria de Josh.

—¿Quieres uno? —Saca una caja de cigarros y tomo uno agradecida. Cuando lo coloco entre mis labios, acerca el encendedor y prende la mecha, sin separar sus ojos de mi boca.

La tensión se puede cortar con un cuchillo.

Le doy una larga calada soltando el humo a un ritmo pausado y cuando este se termina, me dispongo a pedirle otro más, pero me toma por sorpresa cuando me besa y toma un mechón de mi cabello con sus dedos. Sabe a tabaco, cerveza y necesidad.

Estoy en una lucha interna entre corresponderlo o rechazarlo, por un segundo no hago absolutamente nada y solo acepto el beso, intentando pensar que es otra persona, pero muy culpable me separo y junto nuestras frentes, mientras respiramos frenéticamente.

—Mereces a una chica que te quiera en verdad, no una que mientras te besa está pensando en alguien más.

—Puedo soportarlo.

—No seas estúpido, Lucas, no aceptes migajas cuando mereces algo mejor. Yo nunca podré darte lo que tú quieres.

—Solo quiero un beso.

—Yo solo quiero alejarme de ti.

Quiero entrar de nuevo al bar, pero se planta frente a mí pidiendo una explicación.

—¿Por qué me besaste antes?, ¿estás jugando conmigo?

—Pensé que eras otra persona. Eres un completo desconocido.

Su corazón se quiebra y el mío también por la culpa.

«No otra vez. Lucas no se lo merece»

—¿Por qué te portas tan cruel?

—No me porto cruel, yo solo soy así.

Intento alejarme de nuevo, pero vuelve a plantarse al frente. Con toda la rabia que tengo acumulada le pego una bofetada que lo descoloca, veo en sus ojos un frenesí intenso que me asusta y al tiempo que se acerca voy perdiendo la conciencia.

***

Cuando abro lo ojos solo hay luz a mi alrededor. Al analizar el lugar en el que estoy acostada, reconozco la cama del hotel y Christine está tirada en el piso, con la mano en la cabeza y solo con la ropa interior. Yo estoy igual.

—¿Qué mierda pasó? —Una especie de alarido sale de mi garganta y ella se para de inmediato.

—¿Ah?, ¿por qué estamos aquí? —Está tan desconcertada como yo. Cierro los ojos intentando recordar algo de anoche y una imagen de Christine vomitando sobre mí abarca toda mi cabeza.

—Creo que vomitaste mi vestido, por eso estamos así.

—¡No! —Niega con la cabeza.

—Y creo que intentaste besarme porque pensaste que era mi hermano.

—¡NO!

—Sí.

—Y una mierda. ¿Entonces dónde está la ropa?

—La dejamos en el bar, supongo.

—¡Entonces llegamos aquí así!

—Qué afortunado quien nos haya visto. —Es lo único que digo, sonriendo.

—Sí es verdad. —Intenta reírse conmigo, pero toca su cabeza con fuerza y suelta un quejido. Su dolor me recuerda el mío. El cráneo me está matando.

Voy al baño, me lavo la cara, tomo una ducha y me pongo una sudadera con la primera camisa que encuentro. Espero a que Christine se aliste y salga del baño. Cuando lo hace, nos damos cuenta de que no tenemos ganas de hacer absolutamente nada, así que nos dormimos otra vez.

Me levanto a las dos de la tarde con el dolor aun martillándome la cabeza, tomo un abrigo, dejo mi teléfono en la mesa de noche, empaco unas cuantas cosas en un bolso y le escribo una nota a Chris.

Con la poderosa sensación de que todo terminará pronto, pido un taxi y le pido al conductor que me lleve a cualquier lugar misterioso que conozca.

Me asomo por la ventana, que para mí se asemeja a un álbum de recuerdos, viendo toda mi vida pasar sin hacer nada para detenerla. 

Josh y yo en el lago, debatiendo el significado del amor, cuando me enseñó a conducir, mi madre feliz, bailando conmigo, mi papá cargándome en sus hombros y abriendo los brazos como un avión, Chris maquillándome y riendo a carcajadas cada que algo le salía bien, el día en el que conocí a mis hermanos, sus abrazos de consuelo, el amor que me dedicaron en tan solo unas horas, mi abuela y sus locuras, sus bromas, sus "te quiero", la confesión de Josh, cuando mi corazón saltó cuando dijo que le gustaba, mi rechazo muy poco delicado. La torre Eiffel, el cabello de puntas de Lucas, sus mentiras cuando lo conocí en el avión, sus ojos azul eléctrico rogando que lo besara, los de Josh del color de una tormenta deseando que no me marchara de ese modo. La muerte de Christian, de mi madre, de Tomas, su cuerpo alejándose en el río, el último latido del corazón de mi madre, el último respiro del hermano de Chris.

Sonrío con calma, como si la vida se estuviera despidiendo de mí y todo lo que sucede me condujera al final. Al llegar al lugar que el conductor eligió —un campo de hierba seca—, le pago el viaje con una propina gigante y me despido con la mano.

En toda la puerta hay un señor con pinta de que me quiere robar hasta la dignidad. Sin nadie más al cual preguntarle, le pido la ruta hacia el pueblo más cercano y me indica que siga derecho por el sendero de rocas.

• • •

—Espero encontrarte algún día hijo de puta y cuando lo logre, te arrepentirás de haberme conocido; te lo aseguro. —maldigo con todas mis fuerzas al viento, mientras arranco cada planta que se me atraviesa, imaginando que es la cabeza del misterioso hombre que me encontré en la entrada.

Dijo que mi destino estaba a tan solo diez minutos; llevo casi dos horas andando y no he tocado un piso plano y que no huela a estiércol. Deseo con todas mis fuerzas que me haya perseguido y esté corriendo con la misma suerte.

—¡Eso me pasa por confiar en todo lo que habla! —Me reclamo a mí misma la gran locura que cometí, mientras limpio el sudor de mi frente. Soy una estúpida.

Todo lo que me rodea es hierba amarillenta y muy alta que, al parecer, va creciendo a medida que paso ya que es interminable. Avanzo un poco, hasta llegar a una parte más densa del lugar, pero un rayo de luz me alumbra la cara directamente.

Un dolor punzante en mi pecho me tumba al suelo y sin ganas de continuar ni nada por lo cual hacerlo, cierro los ojos, respiro lentamente y solo veo un sendero oscuro y una luz en el fondo.

Un millón de voces conocidas me invitan a seguir el camino hacia la luz y yo no paro de sonreír. Me siento feliz, me siento en casa, me siento bien.

Mi madre me espera muy cerca, con su mano abierta, estirada hacia mí. Correspondo su gesto y la rodeo con mis brazos sin evitar llorar.

—Te esperé por mucho tiempo, hija. Aunque es muy pronto.

—Perdón por tardarme. Te extrañé... te extrañé como no puedes imaginarlo. —Dejo mis lágrimas caer y suelto todo el dolor que por toda mi vida guardé en mi pecho. Me siento libre, me siento bien.

—¿Estás lista?

—Nací lista. —Me voy junto a ella atravesando la luz y como no lo fui nunca y no lo pude ser, logro sentirme como yo, como Laura. Sin nadie más.

• • •

Christine

Les muestro la foto en mi celular a todas las personas que me encuentro de camino a la recepción del hotel y la mayoría me ignora, otras ni siquiera la observan y niegan con la cabeza, y algunas solo suben el pulgar y sonríen.

Cuanto quisiera saber habla francés en este momento.

Llego a la recepción por fin y le hablo a la chica que nos recibió en primer lugar —Es políglota y me entiende perfectamente— y cuando le pregunto si debo pagar la estadía, me dice que no y me confiesa que Laura consignó todos los días hasta hoy mucho antes de llegar a París. Vuelvo a la habitación abrumada, hallando su teléfono en la mesa de noche y preocupada por el paradero de la rubia se me ocurre revisar de nuevo la lista de la muerte, recordando que su última anotación era ir a un lugar viejo y misterioso.

Llamo a la policía, tomo el traductor y les empiezo a explicar la situación. Me prometen que llegaran en un par de minutos y dando vueltas por la habitación, con las lágrimas asomándose y las esperanzas en el suelo, hallo la nota.

Estoy dispuesta a abrirla, pero la guardo en mi bolso apenas llegan los oficiales, me subo a la patrulla e iniciamos la búsqueda.

Mientras algunos policías buscan en museos y otros en edificaciones, nosotros nos enfocamos en lugares aledaños. De camino a un pueblo muy antiguo a las afueras de París, el celular de Laura empieza a vibrar así que intento contestar, pero se detiene antes de que lo logre.

Al llegar al sitio, debemos atravesar una hierba muy alta y amarillenta en la que nos perdemos un rato. A solo minutos del objetivo vuelven a timbrar y esta vez sí contesto.

—¿Sí?

—Ya no puedo soportarlo, Laura, no puedo ocultarlo más.

Quiero confesarle que no soy Laura, que la verdadera está desaparecida, que tengo miedo y no quiero escucharla, pero en su lugar leo su contacto y asiento:

—Te escucho, Vicky.

—Este secreto me ha carcomido por dentro, me está destruyendo y todo el mundo lo sabrá. He grabado un video y se publicara en unas horas, estoy subida en una silla con la soga al cuello y es tu culpa. —Avanzamos por el pueblo extraño y a lo lejos diviso una cruz muy tenebrosa. Caminamos hacia allá a pasos rápidos—. Me voy a matar y será tu culpa, porque lo que hicimos no tiene perdón, nunca lo tendrá.

Nos acercamos cada vez más y más a la cruz y siento miedo. Miedo de verdad. Miedo por lo que la tal Vicky me está diciendo y lo que podamos encontrar en esa cruz.

—Ya es suficiente, ya es hora de que todo el mundo sepa que... —Llegamos al sitio y me quedo helada por lo que estoy viendo. No, esto no... no puede...—. Matamos a tu madre juntas, ¡está muerta!, ¡ESTÁ MUERTA, LAURA, LA MATAMOS! —Suena como si algo se hubiera roto del otro lado y la línea se corta.

La escena que tengo al frente es la cosa más escalofriante que he visto jamás y recuerdos de mi trauma dan vueltas en mi mente.

Estoy pisando un charco de sangre y su cabello rubio está desparramado en el suelo sin ningún sentido, su ropa está teñida de carmesí, tiene el arma en su mano derecha y su rostro... su rostro está irreconocible ya que la bala atravesó todo su cráneo. Tiene la cabeza recostada en la base de la cruz y una enorme sonrisa en su cara.

—¡NOOOOO!, ¡LAURAAAAAA!, ¡NOOOOO! —Siento que mi garganta se desgarra y me tiro a su lado tomando su cabeza. Es una asesina, es una asesina, pero no debía morir. No entiendo qué está pasando, mi mente es un revoltijo de emociones, pero me tiro a su lado y tomo el arma con fuerza.

—¡Iré contigo!, ¡no quiero estar aquí si no estás tú!, ¡NO TENGO A NADIE A MI LADO!, ¡YA NO ESTÁS TÚ!, ¡NO! —Pongo el arma en mi cabeza y los policías me inmovilizan en el suelo—. ¡Esto no es real!, ¡no es real!, ¡LEVÁNTATE, LAURA, LEVÁNTATE!

Me quedo observando su cara y el reloj de mi vida gira cada vez más lento. Grito, maldigo, intento alcanzar el arma y todos a mi alrededor me miran como si estuviera loca, como si me tuvieran miedo. Identifico una aguja en la mano de alguien que se acerca, me muevo y lucho por levantarme para que no me inyecten el líquido y cuando lo hacen, mis ojos enfocan su cadáver desfigurado antes de que todo se vuelva negro.

• • •

Sé que no entienden absolutamente nada y han quedado con más dudas que respuestas, pero esperen el siguiente capítulo. Las piezas en sus cerebros empezarán a encajar.

Besos de confusión, muerte, asesinato y un poco de amor.

Los quierooo <3

Por: Luna V


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