Alzo el mentón, direcciono el ojo hacia arriba de vez en vez, alerta. Le temo al cielo de día y más cuando se hace de día siendo de noche.

Sin embargo, los momentos en donde todo está tranquilo, le doy una oportunidad: con el ceño hundido —fingiendo ser valiente— le miro y se distorciona. Brilla hasta hacerse azul, con nubes regordetas de colores similares a los pasteles; estrellas salpicadas aunque no sea su hora; y esas aves surcando, una gran bandada mixturada sobre el lienzo, trazando el aire cual pinceles. Seguramente haciendo un escándalo arrítmico, pero armónicamente natural con sus alas…

Extraño oír sus aleteos. 

Extraño oír. 

Y me arde la herida abierta del rostro cuando mis lágrimas desbordan.

Mi cielo de fantasía se derrumba como los templos y las casas; las aves siguen migrando, ¡quiero migrar con ellas! ¡Alá, quiero volar lejos aunque me dé miedo el cielo! 

¡Alá, dime!

Dime, por favor… Dime que eso que baja del cielo es solamente una golondrina.