CAPITULO 19.

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Cambridge, Inglaterra, 2020.

El clima era cálido y me invitaba a estar recostada bajo uno de los viejos robles que se encontraban alrededor del campus. La brisa ligera me hacia cerrar los ojos y descansar como nunca.

—Sé que te sientes tranquila, pero es hora de volver.

—Hoy no iré a clases —respondí sin abrir los ojos— No me siento de humor.

—Entiendo que tengas un conocimiento increíble y todo eso, pero es mejor que vayas, es la tercera vez en el semestre en que no tienes ganas de ir, Alice.

—Naelea, no te preocupes —abrí los ojos y ella estaba ahí de pie con una mirada de reproche. Todavía me movía algo dentro ver el gran parecido que tenía— No reprobaré. Es solo que de verdad hoy no siento que debería ir. Tu tampoco deberías.

—Que me pagues la universidad no implica que me digas cuando faltar y cuando no —ella se sentó a mi lado— Pero en esta ocasión te tomaré la palabra.

—Algunas veces es bueno tomarse la vida con tranquilidad, sobre todo cuando todavía te queda tanto camino.

—Todavía no me acostumbro a verte normal. Es que... ¿Cómo es posible?

—Han pasado 200 años y todavía no lo sé —decirlo en voz alta me cayó como concreto en el estomago— Doscientos años —susurré y miré a mi alrededor— Algunas veces no se siente así.

—En estos últimos días he querido realizarte una pregunta y es que mi mamá no sabe porque durante varias generaciones se ha usado mi nombre... o sea, ¿Quién era esa Naelea?

—Ella era mi mejor amiga —sonreí recordándola como la primera vez que la vi— Y créeme cuando te digo que de todas las generaciones que han existido en los últimos años, tu eres la más parecida —la miré un momento— Hasta tienes sus ojos grises.

—Ha de ser extraño mirarla en mi ¿No?

—Lo es —asentí cerrando los ojos— Pero me gusta, porque siento que no la perdí del todo.

Nos quedamos tumbadas sobre la yerba durante demasiado rato. El cielo empezaba a tornarse amarillo y la brisa empezaba a ser mas gélida que cálida. Naelea se marchó a su dormitorio cuando no soportó más el frio, pero yo me quedé allí recostada con un sentimiento persistente que desde hace días no desaparece.

—¡Alice, adiós! —una de las chicas de mi clase de literatura clásica me saludó mientras cruzaba de camino a su edificio— Te extrañamos hoy en clases.

—Estaba algo indispuesta.

—Puedes escribirme para pasarte los apuntes. Adiós.

Siguió caminando con una sonrisa tremenda, esa chica era un amor y me parecía que entre ella y Naelea hay algo desde hace meses, pero no he comentado nada para no hacerlas sentir incomodas.

Cuando la noche cayó totalmente decidí volver a mi habitación. El camino estaba vacío, algo demasiado raro para este campus y por primera vez en muchos años las vi. Correteaban entre los arboles con una energía que nunca les había visto. Se ocultaban de mi, pero me observaban de detrás de los arbustos.

—Las puedo ver aun —dije a lo bajo y una de ellas pareció sonreírme— Sigo siendo Alice. Su Alice.

Aprendí a no temerles, pues ellas se habían convertido en parte de mi hace demasiado tiempo. Descubrí que algunas de ellas simplemente se sentían solas y cuando empecé a hablarles se convirtieron más en una compañía que en unos perseguidores.

Mientras continuaba jugando al escondite con alguna de ellas una figura apareció en el pasillo que había dejado detrás. Caminaba directamente hacia mi y ese sentimiento raro se intensificó. Hace tiempo dejé de cargar mi usual cuchillo, pues en la actualidad puedo ir a la cárcel si de algún modo lo descubren conmigo, pero instintivamente llevé mi mano al nivel de mis costillas, para caer en esa realidad por nueva vez cada que me sentía insegura.

—¿Quién eres?

No respondió.

—Te he preguntado algo, ¿Quién demonios eres?

Otra vez el silencio.

—Seguiré alejándome si no te identificas.

Él se detuvo en seco y yo lo imité. Específicamente era un hombre, de algunos metro setenta y tenia el pelo recortado en un buzzcut. Dejó caer un papel y luego dio media vuelta. Yo me quedé un momento sopesando la idea de si ir en busca del papel y lo hice en cuanto lo vi lo suficientemente lejos de mi.

—¿Qué es esto?

Era un papel crema, no pareciese ser pintado de ese color, sino que los años se lo otorgaron. Era viejo y duro, sus orillas estaban irregulares, como si lo hubiesen arrancado de un libro.

"Muerte de la duquesa Marilyn Morgan consterna todo Londres, 1934.
¿Acaso no eres tu? Sé todo de tu pasado Alice Noelle Müller y estoy ansioso por acabar contigo."

Mi corazón se detuvo en seco. Era imposible encontrar una foto de ella de ese entonces, pero ahí estaba. Una en la que intentaba esconderme de la cámara, pero fui captada con un rostro de terror, semanas antes de fingir mi muerte.

—Dios —susurré sintiendo como todo mi cuerpo se entumecía antes las posibilidades que habían nacido en base a este solo papel— Dios.

No recuerdo como llegué a mi habitación, solo se que cerré la puerta con seguro y me acobijé durante largas horas en la oscuridad. Recuerdos de lo que solía ser llegaron a mi cabeza, las cientos de personas que asesiné, las decenas que torturé por diversión. Lo hice cuando estaba totalmente desquiciada, pero he cambiado. Lo juro por dios que he cambiado.

...

—¿Alice? Se que estás ahí. Ábreme la puerta.

Me quedé en silencio

—Alice, han pasado dos cuatro desde la última vez que saliste. No sé que te está pasando pero necesito que me abras.

—Naelea, necesito estar sola. Solo márchate.

—¿Segura que estás bien?

—Sí.

Oí sus pasos alejarse y me acomodé en la cama. Desde hace demasiado tiempo era la primera vez que me atrevía a vivir mi marcada juventud como si todavía lo fuera. Había hecho amigos, tenía novio, encontré a Naelea y las cosas parecían mejorar, pero esas cartas empezaron a llegar nuevamente y todo mi mundo empezaba a derrumbarse.

—Ya no sé que hacer —susurré con lágrimas en los ojos— Estoy agotada, solo quiero vivir mi vida. SOLO QUIERO VIVIR MI MALDITA VIDA.

Las viejas sombras continuaban abarrotándose en el pequeño espacio. Hace tiempo descubrí que siempre que aparecen de esta manera las cosas no irán nada bien. Comencé a recoger todo el desorden que tenía en el lugar, ropa sucia, recipientes de comida vacía y botellas de agua a medio terminar.

"Necesitamos hablar, ya no lo soporto" Alice.

"¿Puedes venir?" Alice.

"Llego en unos minutos" Naelea.

Me quedé en la oscuridad esperándola y una pequeña nota se deslizó por debajo de la puerta, cuando abrí no pude dar con nadie en ningún pasillo. Volví a entrar cerrando todo detrás de mi, encendí una de las luces y noté la caligrafía. Fue escrito a pluma y era tan parecida a las que solían llegarme antes. ¿Por qué ahora? Después de tanto tiempo.

—Espero estés lista para por fin decirme todo lo que está pasando contigo, Alice. Me tienes asustada.

—Naelea... no quiero meterte en todo esto porque es un asunto muy serio que creí haber resuelto hace demasiado tiempo, pero al parecer me equivoqué.

Aún tenía la nota en mano sin leer.

—Hay alguien que sabe mi secreto.

—¿Qué? ¿Cómo es eso posible? Te juro que no se lo he contado a nadie.

—Sé que no lo has hecho —respiré hondo— Esta persona ha existido desde hace demasiadas décadas. Estas personas me han perseguido desde que asesiné al primero de ellos.

—No entiendo nada —se puso de pie y empezó a caminar por la habitación— ¿Quiénes son?

Las lágrimas amenazaban en salir, pues después de todo había tenido una historia con él y terminé asesinándolo como si no fuese nada, lo peor es que durante años ni siquiera me arrepentí.

—Su nombre era Damián Armstrong —dejé que una lágrima se escapara— Fue el primer amor de mi vida y lo asesiné sin siquiera pensarlo dos veces.

—Alice...

—Él planeaba entregarme a mi padre, yo... yo no podía volver a eso. No quería volver a eso. Así que simplemente lo maté y Klaus me ayudó a ocultarlo todo —a este punto no podía respirar bien por el llanto— En serio me arrepiento, pero he tenido que matar a dos de sus descendientes por el mismo motivo. Creí haber acabado con esto. Creí haberlos matado a todos.

—Yo... no... no sé que pensar.

—Necesito que me ayudes a encontrarlo.

—¿Para qué? —me observó muy seria— ¿Para matarlo?

Me quedé quieta un momento.

—Alice, ¿Vas a matarlo?

—Tengo que hacerlo.

—Sabes que en estos tiempos es más fácil que den contigo. Hay demasiada tecnología.

—No puedo dejar que mi secreto se sepa —la miré con desesperación— Nunca han sabido como asesinarme, pero tampoco puedo asegurar que en este tiempo no lo sepan.

—¿Crees que si sabe como matarte?

—Algo me dice que sí —me quedé observando las sombras que estaban de pie a mi espalda mientras me miraba en el espejo— Algo me asegura que esta vez si tiene la respuesta.

...

Las siguientes semanas fueron una tortura en su totalidad. Donde sea que fuese me encontraba pistas abandonada sobre mi pasado. Una foto fue colgada en medio de un pasillo, todos parecían ignorarla, pero yo notaba la diferencia, entre esa línea de primeras enfermeras de Londres se encontraba mi rostro grabado bajo el mismo nombre y apellido que llevo en este momento.

Las cartas ya no solo llegaban a mi departamento, sino que también estaban en algún lado del salón de clases al que asistiría, las encontraba colgadas de un tronco a dos pasillos de mi edificio, me las entregaban repartidores e incluso una de ellas me la entregó Helena, la que sospecho es la novia de Naelea.

—¿Qué tal ha ido el día?

—Han colgado una foto en el pasillo.

—Lo sé.

—Estoy ahí.

—También lo noté.

—Si alguien curioso lo nota me veré en la obligación de hacer algo que no quiero.

—Alice, estás cayendo en la paranoia. No tienes que matar a todo el mundo.

—Tengo doscientos años viva porque eso es lo que he hecho —la miré con el semblante duro— Porque me convertí en la cazadora y dejé de ser la puta presa.

—No tienes que asesinar a nadie, Alice.

—El tiempo lo dirá.

Creí que dar una vuelta sería la mejor idea por lo que me encaminé sola por todo el campus. Eso no me ayudó a calmarme para nada y solo hizo que mirará a todo el mundo como si cada una de las personas de este maldito plantel supiesen mi jodido secreto.

Naelea estaba en clases, mientras yo me quedé en la biblioteca sola esperando a su salida. Estaba casi vacía y eso no me asustaba para nada, podía escuchar mi propia respiración mientras caía la noche.

—Ya estoy aquí.

—Demonios Naelea, me asustaste.

—Te dije que estás demasiado paranoica. Nadie se atreverá a hacerte algo en un espacio publico.

—Me quemaron viva en un espacio publico. Me colgaron en un maldito espacio publico y me ahogaron en un espacio publico también —ella tragó en seco— No me sería raro ser asesinada por nueva vez en un biblioteca de una universidad.

—Creo que tengo una pista.

—Adelante.

—Hay un grupo de jóvenes nuevos, todos provenientes de una universidad privada en Alemania. Todo inicio justo la semana en la que esos jóvenes llegaron a la institución ¿Crees en la posibilidad que el haya venido en ese grupo con la intención de acosarte?

—Todo es posible por la jodida sed de venganza.

—Trataré de conseguir los nombres.

—Eso me ayudaría un poco.

—Con esa mirada vacía de vida lo único que me causas es miedo —dijo mientras reía incomoda— Das mucho miedo una vez te conocen, Alice.

—Da más miedo lo que soy capaz de hacer y tu eres la única que sabe eso.

—Definitivamente eres terrorífica.

Nos pusimos de pie y nos fuimos del lugar antes de que cerraran. La noche cayó fría y llena de neblina, algo común por estos alrededores, pero daba al ambiente un horror de película, pues todo lo que veía se me parecía a una sombra o un cuerpo extraño, lo cual no me parecía raro, sino estúpido. Quizá Naelea tiene razón y estoy pasándome de paranoica esta vez.

—Acortemos camino por el ala de artes. Creo que a esta hora no hay nadie, así que no notaran nuestra presencia.

—Bien.

Caminábamos por el pasillo de las aulas cuando escuchamos el estruendoso sonido de un piano. Fue golpeado a propósito, pero lo que me heló la sangre no fue eso, sino el hecho de que empezaron a tocar una melodía que no estaba escrita en ningún papel. Una melodía única que yo misma compuse y que solo una persona fuera de mi sabía de su existencia.

—Alice, ¿Estás bien? Es solo un piano.

—No es solo un piano —comenté con lágrimas en los ojos y un gran nudo en la garganta— Necesito abrir esa puerta.

—Alice...

—¡¿Hola?! —intenté girar la perilla, pero estaba asegurada— ¿quién está ahí dentro? Por favor, abra la puerta.

—Alice, tranquilízate, es solo un piano.

—¡No lo entiendes Naelea! —la grité y ella dio un paso lejos de mi— No es solo un piano. Esa es mi canción.

—¿Qué?

—Esa es mi canción. La mía y de Klaus. Nuestra canción.

Seguí aporreando la puerta hasta que en algún momento cedió, pero adentro no había nadie. La melodía seguía sonando en algún lugar, pero era claro que no estaba siendo tocada en el piano.

—¿Klaus? —grité por él aunque sabía que era imposible— ¿Quién eres? —continué llorando desesperada— No me importa que me mandes cartas, que me tortures en revelar mi pasado, pero su memoria déjala en paz. A él déjalo en paz.

—Alice, vámonos.

—A KLAUS DEJALO EN PAZ.

—Alice, tenemos que irnos.

Naelea me arrastró fuera del lugar mientras yo continuaba llorando sin poder respirar bien. Una cosa es que se metieran conmigo, pero remover sentimientos tan profundos me hacían sentir rabia e impotencia.

Necesitaba saber quien diablos era esta persona y rápido.











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