PREFACIO.

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Reino de Prusia, Norte de Berlín, 1820.

Mi pelo húmedo por la lluvia se pegaba a mi rostro mientras intentaba mantener la mirada en el suelo para no resbalar y caer. Sus pasos se escuchaban cada vez más cerca y algo me decía que esta vez no podría escapar, algo me decía que luchar no sería mi salida.

La oscuridad era estremecedora y el sonido del rio no me tranquilizaba para nada, sabía que estaba cerca, pero no podía diferenciar que tanto. El temor de estar próxima al acantilado me helaba el alma, pero mi única solución era correr, aunque no supiera hacía donde.

—Dios —murmuré mientras las lágrimas nublaban mi rostro— Si alguna vez fui tu hija, no permitas que me asesinen de esta manera.

Seguí corriendo a la velocidad que el fuerte torrencial me permitía y aunque las ramas arañaban mi largo vestido y el lodo ensuciaba mis manos cada vez que intentaba sostenerlo no paré

—¡Alice! —su voz se escuchó gutural y los truenos me hacían brincar del miedo cada vez que percibía mi nombre gritado por él— ¡Alice!

Mi llanto se intensificó y el miedo hacía flaquear mis piernas. No entiendo como él fue quien me vio crecer y ahora será quien dicte mi muerte.

—¡Alice!

Un relámpago alumbró el cielo permitiéndome frenar a último minuto antes de pisar el borde del acantilado hacia el rio Danubio. El agua había subido su nivel y el torrente sonaba peligroso frente a mis ojos. Cuando volví a escuchar sus pasos ya se encontraba a unos metros de mí, no tenía salida.

—Alice, hija —sus mano estaba enroscada a un largo cuchillo de caza— Te pedí que no corrieras, todo sería más fácil así.

—Solo quiero volver a casa, padre —lloré cayendo en mis rodillas— Solo quiero ver a madre y Louise.

—Nunca te permitiría estar cerca de Louise, estás manchada.

—¡No fue mi culpa! —grité sosteniéndome el pecho— ¡Sabes que no fue mi culpa!

—Siempre es culpa de las mujeres, si no fueran tan provocadoras nada pasara.

—Dejame ir —mascullé en suplica— Te juro que jamás sabrás de mí. Prometo que me iré del país.

—Alice —dijo en un tono dulce acercándose a mi— Mi pequeña y hermosa Alice, ¿Crees que te dejaría la oportunidad de contarle a tu madre lo que ha pasado? —sonrió y yo me puse de pie en un último instinto de lucha —Me tomaste ventaja allá atrás, pero aquí —señaló detrás de mí— Solo quedamos tú, yo y el rio.

—Padre...

—Terminemos esto por la paz Alice.

Se impulsó hacía mi y yo di vario pasos hacia atrás quedando en el borde del risco. Varías piedras se deslizaron y nunca pude escuchar como cayeron al agua. Mi corazón latía con fuerza, pero era seguro que mi muerte no sería por manos de mi padre, si tenía que suicidarme lo haría, pero no me iría con el sufrimiento de saber que él fue la persona que más me ha herido y quien acabó con ese sufrimiento, yo merecía morir por mí.

—No sé que hice para merecer lo que me has hecho —grité por encima de la lluvia— Nunca entenderé porque lo haces, pero padre, no te odio, a pesar de todo, no te odio.

—Alice, camina hacia mí —por primera vez noté algo de arrepentimiento en su mirada.

—Lo siento.

Di un último paso hacia atrás y me desplome al vacío. Pude escuchar su grito a la distancia, pero sabía que en menos de tres segundos mi cuerpo se estrellaría contra el agua fría y las rocas del rio.

No lo sentí al principio, el shock hipotérmico por las horas bajo la lluvia no me permitió sentir lo fría que estaba el agua, lo agudo de las rocas mientras cortaban mi piel y el dolor en el pecho mientras me daba cuenta de que me estaba ahogando. Abrí mis ojos debajo de la turbulenta corriente, fracasé al intentar sostenerme de algo y seguí siendo arrastrada por la corriente. Sentí mi garganta quemar y mis pulmones casi explotar rogando por aire, pero fue en vano. Perdí la conciencia luego de minutos de intentar subir a la superficie y no lograrlo.

Desperté en la orilla de la nada, todavía era de noche pero ya no llovía. La luna llena resplandecía en el cielo y el agua corría con calma, no parecía que hace unos minutos una tormenta me había arrastrado con la corriente. Lo único que veía a mi alrededor era puro bosque, así decidí caminar sin rumbo hasta encontrar algún lugar donde pasar la noche antes de ir en busca de madre.

Los pies me dolían y la cabeza me palpitaba del cansancio, sorpresivamente no tenía frio, pero mi piel se notaba pálida ante la luz de la luna. Caminé por horas hasta que llegué a las orillas de una carretera solitaria, seguí ese camino hasta el sonido de casquetes de caballos me advirtieron de la llegada de alguien. El hombre iba junto a su familia, mientras cruzaban a mi lado todos me miraron, especialmente un niño pequeño quien le pedía a su madre que detuvieran en carruaje y gracias a Dios lo hicieron.

—Jovencita, ¿Estás bien? —preguntaron y yo negué ligeramente— ¿Vives cerca?

—No sé donde estoy —dije y el hombre miró a su esposa con algo de miedo en el rostro— Le juro que no lo sé. La corriente me arrastro hacía el bosque y he caminado por horas. Haré lo que sea, pero ayúdeme —me arrodillé con lágrimas en los ojos y la señora se acercó.

—No tienes que suplicarnos por ayuda, niña —me puso de pie y me encaminó hacia el carruaje.

Dentro estaba el niño, no parecía tener más de siete años y a su lado se encontraba una niña de aproximadamente trece años.

—¿Cómo te llamas? —preguntó inmediatamente me acomodé frente a ella.

—Alice... Alice Müller.

—Hola Alice Müller, yo soy Katherine y él es Klaus.

—Y yo soy Anaelise, quien conduce es mi esposo David Morgan.

—Gracias —susurré con los ojos llorosos— No sé que hubiese hecho si no encontraba a nadie en este lugar.

—Tuviste suerte, niña —comentó el hombre mientras acarreaba a los caballos— Este es un camino sumamente solitario. ¿De dónde eres?

—Soy de Prusia, al norte de Berlín —respondí bajo la atenta mirada de los niños.

—¿Cómo terminaste en el sureste entonces? —estaba en el sur. El rio me arrastro hacía el sur.

—¿Sureste? —pregunté nerviosa.

—Estás en el área norte de Hannover, a miles de kilómetros de Berlín —respondió con cuidado— ¿Cómo has llegado hasta acá?

—No lo sé, señor —mentí, no podía decirle que había caído de un risco de mas de cien metros de alto y milagrosamente, aun siendo arrastrada por la marea, estoy aquí.

—Te recibiremos en nuestra casa —comentó la señora— Algo de ayuda no caería mal mientras estés con nosotros.

Fui afortunada he de admitir. Los Morgan simplemente me abrieron las puertas de su casa y me permitieron unirme a su familia como una más. Los días eran simplemente increíbles, ayudaba a la señora en casa, le daba clases de piano al pequeño Klaus y algunos días jugaba ajedrez con Katherine, pero las noches eran tortuosas porque volvía a recrear la noche en que mi padre quiso asesinarme. La noche en la que sin saberlo, mi vida cambió por completo.






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