Noche 2: ¿Solo un juguete más?

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¡Hola a todos!  Aquí Coco, volviendo a traerles las místicas, sensuales y hermosas noches árabes. Les confieso que, cuando volvía leerlo para hacer las correcciones, me emocioné mucho e incluso llegué a ruborizarme. ¿Qué tendrá la cultura del desierto que hace que la encuentre tan... no sé, seductora? [cara traviesa] Pasen a leer para que me digan si están de acuerdo conmigo o no. Ya saben qué hacer [cara pícara].

¡GRACIAS POR LLEGAR A LOS 200 CONMIGO!

***

—Mmm... ¡Hmmm! —La sensación era increíble. Los labios de Meliodas sobre los suyos eran exigentes y apasionados. Lo único que ella pudo hacer fue aferrarse a la tela de su camisa mientras él la tomaba de la cintura y con la otra mano acariciaba su cabello.

Meliodas se sentía en el cielo. Cada vez estaban más cerca, y en un arranque, la soltó para poder levantar sus manos y frotar sus pechos sobre la delgada tela. Eso provocó que ella gimiera, dándole la oportunidad para meter su lengua e iniciar una lucha sensual con la de ella. El beso se hacía cada vez más intenso, y justo cuando Elizabeth comenzó a sentir que un calor ardiente despertaba en su vientre, tuvieron que separarse por falta de aire.

—¿Y dices que es tu primera vez? —Ansioso por descubrir más, Meliodas deslizó la mano por su cuello, pasando entre sus pechos y vientre hasta llegar a su entrepierna. Lentamente comenzó a acariciar su intimidad por sobre la tela de su ropa, provocando gemidos aún más fuertes que ella intentó ocultar escondiendo la cara en su cuello.

—¡No te resistas! Quiero oírte gemir, ¡quiero oírte gritar! —La fricción de sus dedos sobre ella aumentó aún más, hasta que ya no pudo reprimir los sonidos lujuriosos que salían de su boca.

—¡Ahhh!, ¡mmm!... mi señor... ¡ah!

—Eso es, así preciosa. —Sin ser consciente de ello, la albina comenzó a restregar su cuerpo contra el de él, anhelante de algo que aún no comprendía.

Luego ese contacto les fue insuficiente. Decidieron que querían sentir piel contra piel. Con dedos temblorosos, Elizabeth desató sus lazos para abrir la camisa de Meliodas, deslizándolos por todo el musculoso pecho y abdomen del rubio. Sus manos subían y bajaban por su torso y, ansiosa por conocer más de aquel cuerpo masculino, se aventuró a llegar a sus hombros para quitarle la prenda mientras acariciaba sus brazos.

La respiración de él se hizo más agitada. En su ansiedad por tenerla, la apartó de un golpe y tomó una daga que estaba al lado de la cama. Al principio esto la asustó, temió que los horrores que había oído sobre la familia real fueran ciertos, pero todo temor desapareció cuando, en vez de hacerle daño, simplemente cortó las ropas que aún cubrían sus cuerpos para que quedaran completamente desnudos.

En cuanto la tuvo vulnerable ante él, la arrojó sobre la cama y se detuvo a contemplar su enorme belleza. Luego comenzó un nuevo asalto de besos, desde la oreja hasta el cuello y más abajo, mordiendo, lamiendo y deteniéndose en sus pechos. No pudo resistirse y se llevó uno de sus rosados pezones a la boca, haciéndola soltar un largo gemido que era música para sus oídos. Al mismo tiempo que la saboreaba con la lengua, su mano se deslizó otra vez hacia su intimidad, provocando grandes espasmos de placer a la chica e incrementando ferozmente su propia excitación. Volvió a besarla.

Eran todo bocas y gemidos, se frotaban con desesperación en el cuerpo de otro; él disfrutaba de sentir los turgentes senos de ella sobre su pecho, mientras ella movía cada vez más las caderas para que su intimidad rozara contra su firme erección. Cuando metió dos dedos en su interior, estaba tan húmedo que ambos se sorprendieron.

—Creo que estás lista para esto. —De repente, todas sus caricias pararon, dejando a la pobre con una terrible sensación de abandono.

—Por... ¿por qué se detuvo? —preguntó ella entre jadeos.

—Para tomar lo que es mío —Entonces Meliodas se posicionó entre sus piernas, frotando su miembro contra su entrada ansiosa y haciéndola gemir aún más fuerte. Pero justo antes de reclamarla como suya para siempre, un pensamiento se clavó en su mente haciéndolo parar; había algo que necesitaba de ella por encima de todo—. ¿Cómo te llamas?

—¿Eh? —Elizabeth estaba tan aturdida por las sensaciones de su cuerpo que apenas pudo reaccionar.

—¿Cuál es tu nombre, mujer? —El corazón de ella se expandió de gozo ante esa pregunta, ya que significaba que tal vez, y solo tal vez, podía guardar la esperanza de convertirse en algo más para el sultán que una simple propiedad.

—Elizabeth. Me llamo Elizabeth, mi señor.

Elizabeth... —A Meliodas el nombre le pareció tan hermoso como la chica.

—Pues bien, Elizabeth. Desde este momento eres mía, solo mía. —Lentamente comenzó a hundirse en ella sacándole un grito, y a él, un gruñido de placer.

El brillante líquido rojo le comprobó al sultán que la vendedora no había dicho mentiras, pero al ver su mueca de dolor, decidió quedarse quieto hasta que se acostumbrara a él. Elizabeth sintió como el dolor en su vientre empezaba a desaparecer, transformándose rápidamente en éxtasis. Agitó sus caderas, incitando a Meliodas mientras le rodeaba el cuello con los brazos para tenerlo más cerca. Entonces él comenzó a moverse, a moverse en serio, a aumentar la fuerza con cada embestida, y para ellos no había nada más que su unión, un mar de sensaciones, y la necesidad de estar uno dentro del otro. Meliodas ya ni siquiera podía detener sus propios gemidos.

—¡Ahhh! ¡Uhm! ¡Más...! ¡Más, mi señor...! ¡Por favor! —Él se perdió en sus ojos y decidió pedirle algo que hasta ese momento hubiera considerado absurdo con cualquier otra mujer.

—Di mi nombre.

—¿Qué...? – ante su tardanza en contestar, él incrementó el ritmo en sus caderas, hasta el punto en que ambos jadearon por el esfuerzo.

—¡Di mi nombre! —Ya nada le importaba a Elizabeth. No le importaron los terribles rumores sobre su crueldad, o el miedo que sentía por el futuro, ni siquiera le importó el panorama de ser convertida en poco más que un objeto de la colección del sultán. Se había enamorado de ese hombre, por lo que decidió entregarle su virginidad, su nombre y su corazón.

—¡Me... Meliodas! —Y esa palabra se convirtió en su perdición. Ambos culminaron con un orgasmo arrasador, que los dejó boqueando por aire. Él dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre ella, descansando la cabeza sobre sus pechos mientras entrelazaba los dedos de sus manos.

Cuando al fin lograron recuperarse un poco, Meliodas salió de Elizabeth, robándole un último gemido, y los  cubrió a ambos con delicadas sábanas de seda. A pesar de estar aturdida y somnolienta, ella sintió como le daba la vuelta gentilmente y la abrazaba contra él.

—Elizabeth... —Y con el dulce sonido de su nombre en los labios de su amado, la joven cayó dormida.

*

Meliodas se despertó al sentir los rayos de sol sobre su rostro. Se sentía de maravilla, con el cuerpo deliciosamente cansado, y la satisfacción de no haber tenido ninguna pesadilla. Inconscientemente estiró la mano como buscando algo, y al darse cuenta de que no estaba ahí, se despertó por completo.

—¿Elizabeth? —Se apoyó en un brazo y comenzó a buscarla con la mirada, pero al no hallarla, decidió levantarse y salir de la habitación. En cuanto llegó al pasillo, una voz chillona lo saludo.

—Buenos días, alteza. ¿Durmió bien? Justo venía a despertarlo para anunciarle el desayuno y el inicio de sus deberes.

—Chandler —La voz de Meliodas sonó fastidiada incluso a sus propios oídos—. Disculpa, ¿tú sabes qué le pasó a mi compañía de anoche? —De inmediato, la sonrisa zalamera en el rostro de su sirviente desapareció, sustituida por una mueca de desagrado.

—¡Ah!, ¿esa ramera carísima? Sí alteza, mandamos a su esclava a recogerla temprano para llevarla a sus nuevos aposentos junto con las otras. Sería impropio que una mujer de esa calaña durmiera en los aposentos reales.

Todas y cada una de las palabras que salieron de la boca de su siervo hicieron que hirviera la sangre de Meliodas. Estaba a punto de convocar sus dagas de oscuridad para castigarlo, cuando de pronto un terrible pensamiento lo asaltó.

Espera... Chandler tiene razón. ¿Por qué me interesa lo que pase con ella? Al fin y al cabo, solo es un juguete, una propiedad más... ¿o no? —Tan solo el hecho de dudarlo dejó al oscuro monarca terriblemente confundido.

—Vamos amo, tenemos muchas cosas que hacer. —Temeroso de tener que reflexionar más sobre los sentimientos que esa mujer le despertaba, el sultán decidió tratar de olvidarlos y continuar con las labores del día.

*

—¡Increíble! ¡¿Entonces de verdad te acostaste con el sultán?!

—Je... ¡Jenna! No lo digas de esa forma, yo solo...

—Tranquila, no tienes de qué avergonzarte. Después de todo, para eso nos trajeron —Las tres chicas estaban desayunando en fuentes de oro, envueltas en vestidos nuevos y joyas—. Además, se ve que el sultán no es tan malo como todos decían, ¡mira que generoso ha sido con sus regalos!

—No te confíes, hermana —Zaneri partió a la mitad una hogaza de pan y lanzó a Elizabeth una mirada llena de amargura y envidia—. Al fin y al cabo, solo ha sido por su virginidad. Tarde o temprano vendrá por nosotras, y entonces también nos convertiremos en simples rameras a su servicio.

—¡Zaneri! —Jenna volteó a ver a su amiga, temerosa de que pudiera haberse ofendido ante las crueles palabras de su gemela. Sin embargo, Elizabeth solo mostró una sonrisa serena y ojos tristes.

—Tal vez tienes razón. Pero al menos nos tenemos entre nosotras, y tenemos el baile, que debería ser suficiente para que podamos ser felices.

—Sí, y hablando de eso... —De pronto, interrumpiendo el desayuno, apareció una hermosa y voluptuosa joven de cabello castaño y ojos morados.

—¿Qué tal chicas? ¡Es un placer conocerlas a todas! Mi nombre es Diane, y a partir de ahora entrenaremos juntas el sagrado arte del baile.

—¡¿Qué?! —Todas se quedaron atónitas ante la escandalosa y alegre entrada de la chica que, sin dudarlo, se fue sobre Elizabeth para abrazarla y levantarla de su asiento.

—¿Tú eres su favorita, no? Hace mucho que el amo no mostraba interés en algo que no fuera la guerra, ¡estoy segura de que seremos buenas amigas! —La mirada de Zaneri no podía ser más venenosa, pero a pesar de esto, Elizabeth no pudo evitar asentir y contagiarse con la vibrante energía de Diane.

—¡Claro que sí! Será un honor para mí el considerarme tu amiga.

*

Habían transcurrido varios días sin grandes novedades y Meliodas, como siempre, había cumplido con todos sus deberes; pero al mismo tiempo, se sentía insatisfecho e intranquilo. Por más que había intentado distraerse atiborrándose de cosas que hacer, su mente no paraba de regresar al rostro de aquella hermosa mujer con la que había compartido la cama, y eso hacía que se sintiera irritable y furioso consigo mismo.

—Eso sería todo, mi señor. —Al escuchar esto, volvió al presente de golpe y le lanzó un ceño fruncido a Chandler.

—Tiene que haber algo más en la agenda.

—Nada urgente para hoy, alteza.

—Vamos, vamos hermano. Has trabajado como loco por días, ya me estoy cansando de seguirte a todos lados —Estarossa se frotó la nuca mientras con la otra mano sostenía unos registros y dedicaba a su hermano mayor una evidente mueca de fastidio—. Pienso que deberías relajarte, ¿por qué no vas y te diviertes con tus nuevos juguetes?

El peliplateado había dicho esto con toda la intención de molestar a su rey y de retarlo indirectamente. Esperaba oírlo gritar y regañarlo en cualquier momento; en cambio, lo que vio lo asustó aún más que si su monarca hubiera desenvainado su espada. El sultán estaba sonriendo.

—¿Tú crees? —Incluso el verdugo se quedó con la boca abierta al ver el insólito gesto del rubio—. No es una mala idea... ¡Chandler!

—S...¡sí, amo!

—Dile a Diane que dispense a Elizabeth de los entrenamientos de la tarde, y llévenla al jardín de los jazmines. —Las mejillas del anciano siervo se tiñeron de rojo, pero aunque Meliodas no supo decir si se debía a la vergüenza o al enojo, en realidad no le importaba. Solo sabía que deseaba tener de nuevo a la dulce albina en sus brazos, y nada podría interponerse en su camino.

Mientras, en los muros exteriores del palacio, un joven de dieciséis años con el pelo castaño claro y ojos violetas lanzaba una mirada intensa a lo que él sabía era la zona del palacio dedicada al harem.

—Tranquila, Eli —Arthur se cubrió el rostro y apretó los puños con decisión—. Pronto iré a rescatarte, te lo prometo.

***

[Suspiro] Cuántos bellos recuerdos. Creo que viene a mi memoria que muchos estaban preocupados de que Arthur resultara un villano en esta historia. Además, en esta etapa de la trama, el sultán es muy oscuro, y las chicas del harem aún no están completas. Lo que se vendrá va a ser muy emocionante [risita traviesa].

Y ahora, datos curiosos sobre esta obra: ¿sabían que antes Coco practicaba Belly Dance? Siempre he sido rellenita, así que eso no salió muy bien, pero aunque no luciera guapa con una ombliguera, aprendí algunos movimientos sexys que me ayudaron a plasmar ese sentimiento en esta obra. Por cierto, la habitación está basada en cierto bazar hindú muy famoso en el centro de la ciudad de México. El estilo es muy similar al árabe, y me pareció lo más sexy del mundo disfrutar de un velo sobre la cama con el aroma a incienso flotando en el aire [se ruboriza y ríe más]. 

Muchas gracias por seguir aquí, y nos vemos el martes para más <3

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