Noche 30: El nuevo visir

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Hola a todos, aquí Coco, feliz de iniciar mi semana con ustedes, y super alegre de ver que ya llegamos al capítulo treinta de esta historia, ¡viva! ^w^ Pequeño spoiler: esta historia consta de cuarenta capítulos (así es, como los cuarenta ladrones °u°), así que finalmente puedo decir que estamos viendo la recta final, ¡muchas gracias por apoyar esta historia. Los dejo para que disfruten un buen momento Geldris, y como además hay limoncito... bueno, ya saben qué hacer, fufufu <3 

***

—Gelda... ¡Ahhh! Para... alguien nos podría ver. —La rubia estaba nuevamente oculta bajo el escritorio del príncipe Zeldris, pero esta vez, no era por miedo o vergüenza. Se encontraba disfrutando el placentero sabor de su miembro, arrodillada entre sus piernas y chupando con ternura. No había vuelto a sentirse avergonzada desde que él había correspondido a sus sentimientos, cada día se iba volviendo más atrevida en lo que a mostrarle su amor se refería, y siempre se encontraba teniendo hambre de él. Así que, en vez de obedecer aquella temblorosa orden, le dedicó una mirada lánguida de sus ojos color rubí y le sonrió de forma traviesa. Un nuevo temblor, una lamida, y se interrumpió un par de segundos para poder hablar.

—Me gusta su nuevo uniforme, mi señor. Es casi como si trajera vestido, y eso es muy conveniente.

—Ya te lo dije, ¡se llama togaaaaaahhh! Mmmm... —Aún riendo, Gelda lo metió aún más profundamente en su boca mientras empezaba su vaivén erótico. Deslizó sus labios a todo lo largo, succionando cada vez con más fuerza mientras sus uñas acariciaban la suave piel de su entrepierna, y el efecto en su hombre fue tal que incluso logró que le vinieran temblores—. ¡Para, por todos los dioses!

—Vamos. Nadie vendrá, no se preocupe. Después de que dio órdenes de no ser interrumpido, ¿quién se atrevería a molestar al nuevo visir? —Aquello era totalmente cierto. Aunque aún faltaban un par de horas para el nombramiento, todos los oficiales del rey ya lo asumían como tal, y el respeto y temor que se había ganado como verdugo era una garantía casi total de que lo que él dijera se cumpliría al pie de la letra. Viendo esa conclusión en los ojos de su amado, la ojiroja sonrió aún con más ganas y acercó la boca nuevamente a su sexo.

—Pero... —dijo él mientras relajaba el cuerpo y acunaba su cabeza—. No quiero ensuciarte. Ese es tu primer vestido fino y... aaahhh... no quiero que se manche con mi...

—No hay problema mi señor —Aquella era la última de sus preocupaciones. Enternecida por el gesto, pero completamente segura de querer continuar, la joven sujetó su firmeza entre sus manos y la apuntó directo a su pecho—. Yo me aseguraré de que ni una gota se desperdicie, así que no tiene qué temer.

—Gelda... —El siguiente paso de la rubia consistió en bajar el escote de su elegante traje, atrapar la virilidad de Zeldris entre sus senos, y comenzar un masaje que provocó que el moreno se arqueara de placer—. Ahhh... ¡Ahhh! —Una risa traviesa, ojos cerrados, sonidos suaves y lujuriosos. Y entonces unos fuertes toquidos en la puerta lo sacaron de concentración.

—¡Mi señor Zeldris! —Su fiel sirviente y asesor real le hablaba desde el otro lado—. He venido a comunicarle que ya está todo listo. La junta de concejales logró reunirse antes, y ahora, la gente ha comenzado a congregarse en la sala del trono.

—S... sí Cusack. Me estoy preparando, iré en unos momentos. —Hubo un breve e incómodo silencio tras esas palabras, sobre todo porque Gelda no se había detenido. Ahora chupaba el interior de sus muslos, acercando peligrosamente su boca hacia su asta palpitante. El pelinegro rogó a los dioses porque uno de sus dos siervos se rindiera, y por suerte, el que lo hizo fue el pelimagenta que se encontraba afuera.

—Muy bien, mi señor. Anunciare a todos que está por llegar. —Se escuchó cómo sus pasos se alejaban por el pasillo, y Zeldris exhaló aliviado. Apenas había logrado contener sus gemidos.

—¿Lo ves Gelda? —dijo con un tono ligeramente acusador—. Será mejor que terminemos con esto.

—Tiene razón mi señor —Un nuevo suspiro de alivio salió de su pecho pero, cuando apenas había hecho el mote de levantarse de la silla, la rubia lo sujetó de las rodillas impidiendo que se moviera—. Sin embargo, yo aún no estoy satisfecha. Descuide, acabaré pronto. Sé exactamente qué es lo que necesita.

—¿A qué te refieres con...? ¡Ahhhhh! —La sensual rubia había mordido su entrepierna, y ahora bebía su sangre mientras le apretaba el miembro con la mano. Aquello era demasiado. El pelinegro se arqueo por completo y tuvo que poner ambas manos sobre su boca para evitar que sus gritos de placer se oyeran hasta el pasillo. Luego, la rubia siguió devorándolo mientras él le agarraba el cabello y empujaba su cabeza para que fuera más rápido. La piel de su sexo llegó al punto máximo de tensión, su grosor apenas le cabía en la boca a su amante, y sus cálidas esferas estaban contraídas esperando el desenlace. Una pequeña mordida en la punta y, por fin, la hermosa ex-esclava cumplió su deseo. Bebió todo el líquido blanco de su amo sin desperdiciar ni una sola gota, se relamió con fruición, y soltó un suspiró de pura alegría.

—¿Lo ve? Su sierva siempre le cumple —Zeldris estaba casi desmayado en su silla mientras Gelda salía de debajo del escritorio y se arreglaba el vestido—. Ahora sí. Vamos mi señor, que hay muchas otras personas además de mí que quieren disfrutar con su presencia.

*

—Y a partir de hoy, te proclamo el nuevo visir real.

La sala se inundó de aplausos mientras Zeldris se inclinaba y recibía el collar de oro que su hermano le estaba poniendo. Tras él, en formación, se encontraba el recientemente formado escuadrón de los Diez Mandamientos, cuyo décimo puesto en realidad seguía vacío, y ocupaba simbólicamente el mismísimo sultán. Cuando la ceremonia se terminó y el banquete dio inicio, Meliodas llevó aparte al pelinegro y comenzó a hablarle de los asuntos del reino.

—Mañana es la recepción de los comerciantes, y el orden y la seguridad del palacio van a ser de máxima prioridad. Sé que lo harás muy bien.

—Obviamente —El joven príncipe se veía estoico y miraba hacia el frente, pero donde los demás sólo verían a un hombre serio y capaz, su hermano mayor vio otra cosa.—El rubio se inclinó para ver mejor el rostro de su hermano, y permitió que una sonrisa asomara a sus labios.

—No te pongas nervioso, Zel. Lo has hecho excelente hasta ahora —Aquellas palabras no parecieron convencerlo ni un poco, ya que lo único que hizo fue apretar los labios y asentir con severidad—. Y además —dijo el rubio, a punto de decir algo que sí creería—, tienes a Gelda a tu lado. Con esa mujer bajo tu servicio, sé que lograrás lo que te propongas. —El visir se ruborizó un poco y asintió de nuevo mientras buscaba a su escribana con la mirada.

—Sí, yo... Espera, ¡no! ¡No es así como me siento! —Meliodas se rió abiertamente de su reacción pero, al ver que Zeldris mudaba el gesto por una expresión muy seria, de inmediato recobró su solemnidad y se dispuso a escucharlo—. Además, no es lo que yo haga lo que me preocupa, sino lo que haga nuestro hermano Estarossa —El ex-visir se encontraba hablando con los generales Grayroad y Fraudrin al otro lado del gran salón, con una copa en la mano y riéndose de algo que ellos no alcanzaban a escuchar—. No sé cómo tome estos cambios. 

Aunque al sultán también le preocupaba, en realidad, no había más por hacer en ese momento. Ya tenía a su equipo de espionaje vigilando sus movimientos, a dos nuevos aliados en su escuadrón de los Diez y, además, a sus Siete Pecados fortificando los puntos débiles del castillo. Sabía que en realidad el principal problema era que en el fondo aún no quería aceptar la idea de una traición, y eso aún le provocaba un dolor agudo en el pecho.

—No hablemos de eso. Hoy no es su día, sino el tuyo, y me complacería que las cosas fueran tranquilas y agradables. Hablando de eso, veo que no puedes encontrar a tu escribana real.

—No puedo encontrar a Gelda. —dijo el pelinegro, ya sin disimular su inquietud.

—No te preocupes. Conociéndola, no se alejara mucho de ti. Tal vez ella solo...

—Aquí estoy, mi señor. —La susodicha venía empujando un ingenioso aparato que había convertido una silla común en una con ruedas. La pasajera se veía terriblemente avergonzada pero, al mismo tiempo, no podía dejar de sonreír a los dos hombres que la veían.

—¡Elizabeth! —El sultán se les acercó prácticamente corriendo y con los ojos como platos—. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en cama descansando.

—Pero mi señor, ¡ya me siento bien! Incluso creo que la silla es una exageración, pero Gelda insistió. Dijo que, si no la usaba, usted no permitiría que me quedara. ¿Es cierto? Si me muevo en ella, ¿usted me dejará quedarme? —La astuta rubia sonrió dulcemente a los dos hermanos quienes, al ver esos ojos como rubíes, concluyeron que debían aceptar su inevitable derrota.

—Está bien. —El rey tomó el lugar de la sierva, y empujó a su amada hacia el siguiente punto de reunión, mientras el nuevo visir y su escribana intercambiaban una mirada cómplice.

*

Ante Estarossa estaba formado un pequeño ejército personal de los guerreros más infames del reino. Cuarenta de los famosos mercenarios rojos del desierto lo miraban con ojos torvos, esperando sus últimas órdenes para poner en marcha el plan de conspiración que terminaría con el reinado del actual sultán.

—Esta misma noche muchachos, se deleitarán con la sangre de los traidores. Por fin podré tomar lo que mi hermano me ha negado por años y años, y ustedes tendrán derecho a lo que les corresponde.

—¿Cuáles son las condiciones del botín, mi señor? —preguntó el líder de ellos con la voz sibilante de una víbora—. Se ha acordado el pago, pero no qué se nos permitirá tomar del saqueo y qué no. —Aquellos chacales del desierto eran verdaderamente profesionales, y se apegaban a un retorcido código de honor que estipulaba que sólo harían lo que aprobara su empleador. El hombre de ojos negros sonrió macabramente mientras caminaba con las manos a la espalda y le decía la parte del plan que más lo complacía.

—Saqueo total. Tomen el oro, maten a quien se interponga, y destruyan lo que no sirva. Hagan exactamente como harían los Cuarenta ladrones, para que quede claro en quién queremos que quede esa mancha. —Cuando el coro de risas siniestras finalmente dejó de escucharse, el líder volvió a hacer una pregunta.

—¿Y las mujeres? —El peliplateado se relamió perversamente y pensó en cierta chica recién salida de la convalecencia que había visto en silla de ruedas.

—Hagan lo que quieran con todas, excepto con la favorita del rey. Traigan a la albina de ojos azules ante mí, que de ella me encargo yo.

*

Las chicas estaban encantadas con el alboroto que había en el palacio. A pesar de que sabían que era peligroso abrir las puertas tan pronto, tenían plena confianza en que los hombres del rey lograrían conservar la paz y el orden en el castillo. Por lo oficial, había soldados en todas partes, varios miembros de los Diez Mandamientos en puntos estratégicos, y guardias rotativas para vigilar en todo momento. Y en lo clandestino, el grupo secreto de los Pecados Capitales había estado moviéndose con gran destreza. Los pequeños ejércitos privados del rey King, Escanor y Ban cubrían aquellos lugares que solían escapar a las miradas de la guardia real y, además, la comunicación entre los amigos había creado un círculo de seguridad fortísimo. No había nada de qué preocuparse y, por tanto, al tercer día de fiesta las doncellas de harem decidieron relajarse un poco.

—Vamos Gelda, quédate a jugar un rato con nosotras. —La princesa Elaine había intentado sobornar a su amiga con dulces y flores, pero la fiel escribana del visir no había querido separarse de su amo más que lo indispensable, justo como en ese momento, en que simplemente había acatado sus órdenes para informarles que era seguro que se movieran al ala oeste. La demostración de los mercaderes joyeros estaba apunto de empezar.

—Lo siento chicas, pero no puedo. Mi señor Zeldris me necesita y, además, yo no les sería de ninguna utilidad para escoger alhajas. La verdad es que no tengo ningún conocimiento sobre eso, y no es un tema que me interese mucho —Eso dijo pero, al mismo tiempo que lo hacía, había tocado de manera inconsciente el collar de plata que le había dado su amo—. Tal vez después. Con permiso. —Tras una reverencia y una sonrisa graciosa, la joven rubia se alejó del alegre grupo, no sin antes alcanzar a oír el último comentario de Diane.

—Creo que Gelda lo necesita tanto como él a ella. —Era cierto, no podía ocultarlo. La verdad de sus palabras la hizo reír un poco y, completamente refrescada tras ese descanso, se dedicó en cuerpo y alma a cumplir sus otras labores. El trabajo de Zeldris era perfecto, la vigilancia era realmente estricta, y era obvio que nada que no hubiera pasado por su revisión podría entrar o salir del castillo. Cuando llegó el atardecer, por fin ambos pudieron parar un momento para descansar.

—Buen trabajo Gelda. Parece que aquí termina nuestra jornada del día, y ahora solo tengo que ir a darle los reportes a mi hermano. Espero que siga sobrio, ya que todos los mercaderes de vino le han estado llevando sus barricas para que las pruebe —A pesar de parecer molesto, ninguno pudo evitar reírse un poco. Había sido un día perfecto, y solo faltaba algo para hacerlo mejor. Con ojos oscuros y una sensual sonrisa de lado, el visir se levantó de su asiento—. Luego de esto, ¿vamos a mi oficina?

La escribana estaba deseosa de decirle que sí. Después de todo, tenía hambre otra vez, el cuerpo de su amado olía aún mejor debido a la embriagadora mezcla de sudor e inciensos en su ropa, y casi se relame ante la idea de degustar su piel tras una copa de vino. Sin embargo, justo cuando iba a responderle, algo se lo impidió. Un extraño presentimiento recorrió su cuerpo, y sintió un escalofrío tremendo que poco tenía que ver con el frío o el placer de unos minutos atrás. La cara del temible Estarossa pasó con toda claridad por su mente y, sabiendo que aún quedaba algo por hacer, reunió toda su fuerza de voluntad para rechazarlo.

—Aún no puedo, mi señor. Yo... debo revisar una última vez la mercancía que viene del desierto rojo. No pasó la última prueba de inspección, así que... —Zeldris alzó ambas cejas sorprendido, pero simplemente le sonrió, orgulloso de su dedicación.

—Comprendo. Está bien, entonces nos vemos más tarde. —En cuanto él se fue, ella puso todos sus sentidos en alerta, se dirigió a la zona sur del palacio, y se adentró a las bodegas en busca de algo que luciera sospechoso.

*

Nada. No había nada que la hiciera pensar que había algo fuera de lo común. Y es que Zeldris era demasiado profesional para permitir que algo pasara, pero aun así, Gelda no había podido quitarse ese extraño sentimiento de incomodidad. Decidió que iba a buscar una última vez en el lote de vinos, cuando escuchó unos ruidos raros viniendo desde la otra habitación. Era como de murmullos. Se acercó a la puerta aún cerrada con tablas, que además olía a medicinas fuertes y, en cuanto encontró al intruso, lanzó un gritó asustada. Solo que no fue la única en hacerlo.

—¡Aaaaaaaaaah!

—¡Demonios! ¡¿Diane?! ¿Qué haces aquí?

—Lo siento. Pero oye, ¿tú qué haces aquí?

—Yo estoy revisando por última vez la mercancía. Es mi trabajo.

—¿A sí? Pues yo... ahm... —La castaña soltó una risita nerviosa al no encontrar una excusa coherente, y suspiró derrotada mientras salía de entre los barriles donde se había ocultado—. En realidad, yo también. Solo que de forma ilegal. Verás, Elizabeth tuvo un presentimiento...

—Oh no... —No tuvo que decir nada más. Sus presentimientos ya le habían salvado la vida al sultán una vez así que, ahora aún más convencida de que había hecho bien en revisar de vuelta, volvió a concentrarse en su misión—. Tranquila. Creo que yo también lo tuve. ¿Solo estás tú?

—No, también están Elaine, Jenna y Zaneri. ¡Salgan chicas! —En el momento en que lo dijo, todas aparecieron entre cajas y frascos.

—¡Qué irresponsabilidad de estos mercaderes! —gritó la pequeña rubia—. ¿Sabían que si mezclas las pócimas del fondo se puede hacer un veneno muy potente? Y estas otras son inflamables. No deberían poner unas sustancias tan peligrosas juntas.

—Por eso no pasaron la revisión. Pero chicas, concentrémonos. Hay algo aquí abajo, estoy segura, así que es mejor que sigamos buscando. —Pasaron un rato haciéndolo y, sin embargo, no encontraron nada. La rubia estaba por rendirse y regresar cuando, de pronto, sintió algo extraño emanando al fondo de la última bodega. Un escalofrío recorrió su espalda, unas náuseas tremendas le subieron por la garganta, y alcanzó a percibir el olor a muerte por encima de las medicinas.

—Gelda, ¿qué pa...? —La rubia cubrió la boca de Zaneri mientras le hacía un gesto de silencio y luego se acercó a una de las enormes jarras donde se suponía que guardaban vino. Pegó su oído al barro, con todos sus sentidos en alerta... y lo que escuchó la hizo estremecerse de miedo por completo. Había latidos y respiraciones dentro de ellas.

—Hay gente dentro.

—¡¿Qué?! —La escribano volvió a hacer el gesto de silencio mientras se alejaba un poco y concentraba todos sus sentidos al máximo.

—Déjame ver cuántos son. —Entonces, por primera vez en su vida, Gelda agradeció haber nacido descendiente de la raza maldita del desierto. Beber la sangre de Zeldris la había hecho tan asombrosamente fuerte, que ahora sus sentidos se habían desarrollado a un punto sobrenatural. Y fue por eso que, sin temor a equivocarse, supo decir que había cuarenta hombres donde debería haber vino—. Trae a Elaine. Necesita decirnos qué es lo que ve.

La expresión de Zaneri se hizo absolutamente seria y, sabiendo qué era exactamente lo que la rubia iba a pedir a la princesa, se apresuró a ir lo más pronto posible por ella. En cuanto estuvo presente, Gelda le explicó lo que sentía y le pidió que usara el don que solo las mujeres del harem sabían que tenía.

—Pero Gelda, si estás segura, ¿por qué no simplemente llamamos a los guardias?

—No sabemos de dónde viene esta gente, ni lo que quieren, ni si tienen otros compinches dentro del palacio. Si damos la alarma sin más, las personas que orquestaron esto podrían escapar, y habría un derramamiento de sangre innecesario. Le prometo que iré a avisar a las personas correctas pero, mientras tanto... por favor alteza, escuche sus pensamientos. —Un denso silencio se hizo entre las dos, y la pequeña rubia bajó los ojos con incomodidad.

—Yo... yo no hago eso querida. Solo puedo percibir las emociones, y... —Era por eso que ella no se había casado con los antiguos pretendientes de su reino, y también, la razón por la cuál se había enamorado locamente de quien parecía ser un vil ladrón. La joven princesa era capaz de sentir la maldad y bondad en las personas que la rodeaban, así como vagas impresiones de lo que pasaba por sus mentes en ese momento, de modo que los corazones y deseos de todos eran para ella como un libro abierto. Si en verdad había cuarenta personas en esos barriles, ella sabría exactamente cuáles eran sus intenciones.

—Por favor, Elaine. Esto es de vida o muerte.

—No estoy segura de poder lograrlo pero... Lo intentaré.

—Gracias. —Cerrando los ojos con fuerza, la pequeña rubia se concentró en aquellos objetos y las personas que ahí había. En cuanto encontró lo que quería, se puso pálida como la muerte, comenzó a temblar y sus ojos se dilataron por el terror—. Ellos... quieren asesinarnos. Quieren matar a todos en el castillo, destruir, quieren violarnos y... van tras Meliodas y Zeldris.

A Gelda le pasaron varias cosas al mismo tiempo. Por un lado, le entró un miedo pavoroso, rallando en pánico; luego, volvió el asco, no toleraba la idea de que aquellas horribles criaturas desearan poseerla y a sus amigas; por último, sintió ira. Una ira tan grande que creyó que se volvería loca. A ella podían hacerle lo que quisieran, el reino podía caerse a pedazos, pero si se atrevían a amenazar a Zeldris, era capaz de lo que fuera para acabar con sus enemigos. Su enojo, crueldad y sed de sangre se mezclaron en un cóctel mortal y, mientras sonreía a sus amigas diabólicamente, fue a por los frascos peligrosos que había dicho Elaine mientras emprendía su plan.

—Tengo una idea.

***

Fufufu *w* Ahora si se van a armarlos guamazos del desierto XD Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que esta parte sí que está inspirada en el cuento clásico de Alibaba de las Mil y una noches árabes? Gelda vendría a representar a la esclava Morgana, y creo estar en lo correcto al decir que las dos tienen la misma inteligencia peligrosa *u* Si alguno ya ha leído aquella obra y sabe lo que va a pasar con los ladrones... ¡favor de no hacer spoiler! XP jajajajxnasubchdnsk

Bien, eso es todo por ahora cocoamigos. Nos vemos mañana para más, ¡muchas gracias por estar aquí! <3 

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