CUENTO. Milagros en Navidad.

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«Si no quieres ver tus deseos frustrados no desees jamás sino aquello que solo de ti depende».

Epícteto de Frigia

(año 55 a 135).

¿Sabes? Nunca pensé que un humano me llamaría de forma tan brusca y que caería encima de luces navideñas y de algún árbol marchito. Y, menos todavía, que tuviera que utilizar la magia para ayudarlo a resolver su gran obsesión... Pero mejor te relato lo ocurrido como si fuese un cuento y no la realidad. 

     ¡Ah, y  no vuelvas a convocarme de este modo tan impersonal! Llámame por mi nombre, Scheherezade. Ahora escucha, así comienza esta historia...

     Jungkook apenas levantaba los párpados por culpa de la monumental resaca de Nochebuena y las punzadas le taladraban la cabeza. ¡Todo era culpa de Abigail y de Bryan por besarse delante de él!

     Se hallaba desparramado boca abajo sobre el suelo, pegado a los botes de basura que había en el campus de la Universidad Nacional de Seúl. Había vomitado sobre ellos el exceso de alcohol durante gran parte de la madrugada y el hedor era atroz. Además, Jungkook vacilaba en ponerse de pie porque un peso sobre la nuca lo aplastaba. Con gran esfuerzo enrolló el brazo hacia atrás y enredó los dedos en algo pegajoso.

     Lo olfateó: era la piel de un plátano vuelta del revés, enredada en guirnaldas de Santa Claus. La rugosidad le hizo cosquillas al rozarle la nariz y le produjo un estornudo. Recordó cómo su amigo Jacob se la había colocado a modo de guinda del pastel. Luego se había ido y lo había abandonado a su suerte. Lo odió: nunca se dejaba a un colega en la estacada. Y menos cuando se le partía el corazón.

     Sabía que lo había hartado mencionando a Abigail cada dos segundos, pero ¿cómo no hacerlo? Era guapísima y tenía una voz increíble, por eso le hacía los coros al grupo. Poseía un cabello rubio —liso e interminable — y unos enormes ojos verdes, que siempre lo miraban despectivos... Y ahora había arruinado cualquier posibilidad, al montar un escándalo causado por los celos.

     Jungkook se paró con la lentitud de un anciano y le costó mantenerse erguido. Trató de dar un paso y tropezó con un objeto metálico. Lo pateó encima de las cajas de regalos descartadas y se cayó sobre el pavimento. Curioso, cogió el artefacto y lo analizó con movimientos pausados. Era una lámpara de aceite muy antigua, parecida a la de Aladino.

—¡Ay, genio! ¿Qué te pediría? —murmuró, en tanto la frotaba—. Primero, que me quitases la resaca. Segundo, una botella de agua, tengo la boca reseca.

     Enseguida comenzó a salir del pico de la lámpara una humareda azul. Al principio era ligera —igual que la neblina tenue sobre un río—, pero poco a poco se espesó. Contempló, extasiado, cómo se modelaban dos brazos y dos piernas femeninas. Luego se materializó una máscara de medio rostro, elaborada en plata auténtica. Debajo se formaron un par de ojos grises, una nariz delicada y unos labios pintados de rojo.

—¡Concedidos! —pronunció una voz sensual, que le puso la piel de gallina.

     Jungkook pensó que su problema con la bebida era mayor del que sospechaba. En especial, cuando el botellín le apareció de la nada en la mano derecha y la jaqueca se le fue de repente.

—¡Uy, el champán no es lo mío! —susurró y escondió la cara entre las palmas, pero cuando las retiró la hermosa muchacha seguía allí, como si aguardase algo de él.

—Espero a que me digas cuál es tu último deseo, Jungkook.

—¿Último deseo? —repitió con cara de tonto.

—Tienes el agua y el dolor de cabeza se fue, solo te queda uno.

—¡¿Me estás diciendo que eres una genio de verdad y que he malgastado dos deseos con pedidos ridículos?! —La cara del joven era un poema.

—Sí, Jungkook, aunque nunca juzgo las solicitudes, soy tolerante. —Y se inclinó a levantar la lámpara, con lo que la corta falda en tono rojo se le subió más—. Te aconsejo que medites bien antes de volver a pedirme algo. —Se trajo la exótica cabellera roja hacia adelante—. Por supuesto está descartado convertirte en Dios. Ni ser emperador, salvo que sea de Japón.

—¿La idea ha sido de Jacob? —le preguntó a bocajarro.

—¿De Jacob? —se extrañó ella.

—Sí, la idea de hacerme esta inocentada. —Jungkook movió el brazo como si intentase descifrar un acertijo.

—Yo solo cumplo con mi trabajo. —La chica se esfumó y luego se materializó con el rostro pegado al del cantante—. ¡Venga! Levántate y vayámonos de aquí. Pronto la calle estará repleta de gente y no querrás que las Army te vean así. —Y tiró de Jungkook para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿A tu casa o a la mía? —se burló el joven.

—Mejor vamos a la tuya, no creo que te gustara estar dentro de la lámpara. —Sonrió y a Jungkook su sentido del humor le pareció fascinante.

—No eres una genio —insistió, como estrategia para resistir su atractivo.

—Lo dices porque tu cerebro todavía está confuso. —Le apoyó los índices sobre las sienes y recitó—: «Y la vida le ha sido dada al hombre para que desarrolle la belleza, poniéndose por encima de los errores. Hazle ver con claridad».

—¿Es de Las mil y una noches? —inquirió, extrañado.

—Algo así... ¿Te sientes mejor, Jungkook?

—Sí, gracias por preguntar. Empiezo a convencerme de que eres auténtica —admitió con cara avergonzada.

—No te preocupes, no eres el único que ha dudado. —Le tendió la mano con una sonrisa de oreja a oreja—. Mi nombre es Scheherezade.

—Encantado. —Jungkook correspondió el gesto—. No te digo el mío porque tú ya lo sabes.

—Gajes del oficio y de la prensa rosa. —La muchacha levantó los hombros como pidiéndole disculpas—. Si deseabas mantener la privacidad no deberías haber frotado mi lámpara.

—La próxima vez que me encuentre con una no la tocaré. —El artista se rio a carcajadas.

—Bueno, vamos. —Lo sujetó de la cintura: era más baja que él, le llegaba a la altura del mentón—. ¡Cierra los ojos!

     Y cuando los volvió a abrir notó que se hallaba en la sala de su piso.

—Por favor, Scheherezade, siéntate. —Le indicó el sillón individual, próximo al abeto de Navidad, mientras él se acomodaba en el sofá, pero la genio se le sentó al lado—. ¡No tengo idea de qué deseo pedirte!

—¿Me permites un consejo? —La joven se acariciaba la mejilla con movimientos armoniosos.

—Por supuesto, ambos estamos en el mismo barco —le respondió enseguida y la contempló embobado.

—Puedes pedir más poder y más riqueza, como hace la mayoría, pero lo que de verdad te va a servir es aquello que guardas aquí. —Y le apoyó la palma sobre el pecho—. Piensa en por qué te embriagaste casi hasta el coma etílico...

—Sé por qué lo hice y por qué todo se descontroló. —Jungkook se dio cuenta de que ahí tenía la oportunidad de conseguir a Abigail—. ¿Puedes concederme cualquier cosa que te pida?

—Sí, menos ser Dios. Por eso piensa bien cómo planteas el deseo porque tal como lo expreses se te concederá —le advirtió, seria.

—Entonces lo tengo muy claro: quiero que Abigail me preste la atención que le he prestado yo y que me quiera tanto como yo la he querido —expuso con cuidado.

—¡Deseo concedido! —exclamó Scheherezade, de los dedos le salían luces azules que despedían aroma a regaliz.

     Cuando Jungkook vio que se ponía de pie, decepcionado, la interrogó:

—¿Te vas?

—Sí, claro. Has solicitado tu último deseo y mi labor aquí ha concluido.

—¿Nos volveremos a encontrar alguna vez? —balbuceó, apenado.

—Es poco probable, Jungkook, solo puedo conceder tres deseos y tú ya los has utilizado. —La muchacha le guiñó el ojo—. De cualquier modo, tú estarás ocupado en los próximos meses —le señaló el móvil y prosiguió—: Te han llegado varios mensajes.

     Mientras hablaba, sin querer rozó la máscara de filigrana de plata y esta cayó sobre la alfombra.

—¡Qué hermosa eres! —musitó Jungkook, deslumbrado: se agachó y se la entregó como si estuviese hipnotizado.

—¡Qué mono! —Le dio un pico cariñoso sobre los labios—. ¡Te deseo la mayor de las suertes! —Se alejó de él y se esfumó.

     El joven se volvió a sentar sobre el sofá. Se frotaba donde Scheherezade lo besó y sentía un descomunal vacío. ¿Cómo podía añorarla? Interrumpió este pensamiento porque le entraba una llamada por el móvil.

—¿Diga?

—¡¿No has visto mis whatsapps, Kookie?! —La entonación de Abigail era de enfado—. ¡¿Tan poco te importo?!

     Observó la pantalla y descubrió, pasmado, que en el corto espacio de unos minutos ella le había enviado diez.

—No podía, estaba con una amiga —le explicó, pretendía apaciguarla.

—¿Qué amiga? —inquirió Abigail, frenética—. ¿Acaso la conozco? ¡Seguro que te estás vengando porque bailé con Bryan en Nochebuena!

—Si comerse a besos y darse el lote es «bailar», habría que cambiarle el significado a la palabra en el diccionario —le comentó, sarcástico.

—¡No tuve la culpa! —y con un murmullo erótico, agregó—: Sabes, conejito, que yo solo te quiero a ti.

—Vale, Abigail, nos vemos más tarde. —Y Jungkook colgó, desconcertado, pues tanta dedicación lo abrumaba.

     Leyó el primer mensaje:

¿Dónde estás, corazón? Necesito que nos veamos urgente.

     El segundo decía:

     ¿Me estás poniendo los cuernos? ¡El whatsapp que te he enviado ni siquiera está en visto!

     El tercero:

     No sé qué tengo, no puedo parar de pensar en ti.

     En el cuarto le confesaba:

     No consigo dormir ni desayunar. ¡Respóndeme de una vez!

     En el quinto le proponía:

     ¿Y si me voy a vivir contigo?

     Y en el último llegaba al absurdo:

     ¡Jungkook, te odio! Te quiero con toda mi alma y no me respondes. ¡¿Por qué eres tan cruel conmigo?! Estoy preparando las maletas y cuando me des el O.K me voy a tu piso. Necesito ver qué haces en cada segundo del día.

     Noqueado, bebió un café y salió del edificio. Apenas superó la plaza de la esquina se sintió observado. Se giró de improviso, pero no vio a nadie, así que se escondió en la entrada de un negocio. Poco después pasó frente a él Abigail.

—¿Me estás siguiendo? —la interrogó y la muchacha, nerviosa, dio un saltito.

     Jungkook comprendió que su deseo la había convertido en una acosadora y en una persona insufrible. Efectuó un análisis de conciencia y se preguntó si a Abigail la había embargado este estrés cuando él le iba detrás. Por desgracia, la respuesta solo podía ser un sí rotundo.

—Sé que te estás acostando con alguien y no estoy dispuesta a compartirte. ¡Eres mío, Jungkook, jamás te librarás de mí! ¡O conmigo o con nadie!

     Un día atrás se hubiese sentido halagado al escuchar esta confesión, pero en el presente se asemejaba a una cadena perpetua o a una condena a muerte. Siendo así Abigail no le gustaba, había perdido su atrayente personalidad.

—Bryan y tú hacéis una mejor pareja. Si todo fluyera normal ahora estaríais juntos —le comentó con remordimientos.

—¡¿Cómo puedes empujarme a los brazos de otro hombre?! Me perseguías todo el tiempo cuando te ignoraba. Y ahora que me has conseguido te aburres de mí.

     La joven se puso a llorar a gritos y llamó la atención de los viandantes, que observaron a Jungkook con caras de reproche por suponerlo el causante de ese brote de sensibilidad extrema.

—Asumo toda la responsabilidad, Abigail, pero reconoce que no estamos destinados a ser pareja.

—¡Esa tía te gusta más que yo y por eso me das el portazo! —Se mesó el pelo rubio y lo enredó de tal forma que le confería aspecto de demente—. ¡Te detesto!

     Jungkook se escabulló mientras Abigail le daba la espalda. Resolvió, en vista de las circunstancias, que lo mejor era regresar a casa y recluirse. Una vez allí, se tiró sobre el sofá. Olió el almohadón —que todavía guardaba el fondo almizclado del perfume de Scheherezade— y se llamó idiota porque jamás la volvería a ver. 

     Lo distrajo de su miseria un golpe en la terraza. Se aproximó a la ventana y la vio: Abigail acababa de treparse por la escalera de servicio e intentaba acceder a la vivienda. Trancó la puerta con todas las llaves y bajó la persiana.

—¡Por favor, Scheherezade, te necesito! ¡Ayúdame! —bramó, pretendiendo superar los chillidos histéricos de Abigail—. ¡Se ha vuelto loca!

—Lo siento, Jungkook —le respondió la genio, apareciendo—. Un deseo concedido no se puede revertir.

—¡¿Y cómo voy a vivir de este modo?!

     Ahora Abigail la emprendía contra la persiana, la aporreaba con la silla que él utilizaba para desayunar bajo los rayos del sol.

—Te dije que meditaras bien lo que ibas a pedir. —Scheherezade le colocó el índice en la frente.

—¡Pero debe de haber algo que pueda hacer yo por ti a cambio de que borres este deseo! —le imploró, sofocado—. ¡Por favor, no la soporto! ¡Está desquiciada!

—Imagino que ahora te percatas de lo pesado que eras al atosigarla. ¿Te asombra que Abigail nunca te hiciera caso?

—No me asombra, pero ¡ayúdame, porfi! —le rogó con voz lastimera y una mirada compradora.

—Conoces el proverbio chino, Jungkook: «Ten cuidado con lo que deseas, porque es posible que se cumpla». De ahora en adelante deberás hacerte responsable de la obsesión que has provocado en Abigail. Tendrás que protegerla durante el resto de tu vida... A no ser que... Quizá podría...

—¿A no ser? —la apuró el artista con mirada apremiante.

—Por norma general no resulta admisible alterar un deseo, pero yo preciso un ayudante. Si me echas una mano, la lámpara no se opondría... Y tendrías que proporcionarme una habitación en tu piso para ella y para mí... Si me aceptas como inquilina haríamos esta única excepción.

     Apenas acabó de pronunciar las palabras, Jungkook la cogió de la cintura y empezó a girarla alrededor de él. Después le dio un beso sobre los labios, que poco tenía de amistoso.



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