III

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—¡Mira nada más! El príncipe Albert es toda una caja de sorpresas—Debrah disparó sus finas cejas curveándolas hacia arriba con diversión y fingiendo al menos una pizca de sorpresa mientras leía el diario del duque—, si yo estuviese en el lugar de la reina Victoria pondría mi fe en gente más capacitada; es como el Steve de la familia real. Sin ofender, querido hermano.

Steve tenía la respuesta para ello en la punta de la lengua y la estaba mordiéndosela con fuerza o la que se ofendería profundamente sería ella, pero se conformó con sonreírle irónico. Por cierto, ya estaba cansado de repetir el gesto; jamás había estado tan exhausto desde su último baile, le dolían las mejillas. De todos modos, su madre estaba presente y lo último que quería era otro regaño. Después de ahuyentar a Lord Charles de casa...¡Su casa! Era claro que Sarah no lo dejaría respirar usando como pretexto haber arruinado el futuro de Natasha.

«¡Ja! ¡Pero por supuesto que no!»

No creía en absoluto haber arruinado el futuro de Natasha, todo lo contrario. ¡La salvó de la desgracia, de la ruina junto a Gregory Charles! ¡Deberían premiarlo, condenación! « ¿Era que se imaginaban al tipo en las cenas familiares o a Natasha acariciándole el bigote?» Era simplemente asqueroso, inaudito, no podría ser. ¡Tenerlo en las cenas, santo cielo!

Bufó y Sarah lo miró mal desde su esquina, donde se mantenía bordando colibríes alegremente hasta que lo escuchó.

En esos momentos más le valía ser precavido porque su madre y su padre, cabía resaltar, lo tenían atado de pies y manos y cualquier excusa sería válida para que ellos creyesen propicio cortejar un sinfín de señoritas...adecuadas a su posición. Frívolas... completamente inexpertas, aunque con una dote muy llamativa. No necesitaba de las damas en apuros, era un Rogers. Sabría que todo se volvería tan pasivo y monótono. Su matrimonio sería un fiasco si acababa con... En fin... unas completas idiotas, que Dios lo amparara, como la hija de los Chesterfield o peor aún, de los Carter.

Rezaría cien veces un ave maría postrado en la iglesia antes de tener que cortejar a Margaret Carter. No importaba si le caía un rayo encima. De hecho, era conveniente que un rayo le cayera encima bajo esas circunstancias.

—Debrah, no molestes a tu hermano.

El duque apareció en el salón verde cortando la risa ligera de Debrah en un segundo.

—¡Pero padre! Si se lo he dicho como un cumplido, lo he puesto al nivel de un príncipe. Uno idiota, pero príncipe al fin y al cabo.— murmuró aquello último y se encogió de hombros sin la menor culpa, volviendo a su lectura.

Natasha observaba la escena ocultando su sonrisa tras una novela de portada desgastada; apenas se podía ver el nombre de Emily Bronte sobre ella. Para ser honesta, mientras menos se hiciera ella partícipe de esa conversación, mucho mejor, no quería ser el centro de atención...Al menos no ese día. Y ya había pasado una semana y media del incidente con Lord Charles, lo que la llevaba a preguntarse si había salido de Londres. Aunque mejor así, no tendría que encontrárselo en alguno de sus paseos matutinos.

Desgraciadamente, estaba a miércoles, lo que significaba que estaba más cerca de comenzar su primera temporada. ¡Y a los veintiuno!

Todo se lo debía a Steve, si hubiera dejado pasar su último "asuntito" con lord Charles, en realidad no sabría si asistiría al primer baile de temporada de cualquier modo. Todavía tenía fe de dejar de aparecer en el mercado de esposas dentro de pocos años...

«Y convertirse en una solterona como Debrah». Le echó una rápida miradilla de reojo. Bueno, tan mal no acabaría.

—Natasha, tenemos una cita con la modista esta tarde, querida.

Natasha dejó caer el libro su regazo y miró a Sarah, perpleja.

—Iremos antes de las cuatro, si te parece, debemos volver antes de la hora del té, tendremos visitas.— continuó. Sus grandes ojos astutos la atravesaron, su mirada podía ser tan intensa como la de Steve o la de Debrah, incluso más. Sumado a su insistencia, a Natasha no le dejaba muchas opciones.

—¿No podemos ir mañana? Es que creo que me siento algo...Eh...indispuesta—asintió—. Tengo un terrible dolor de cabeza, yo supongo que pescaré un catarro.

Llevó dos dedos hacia su sien y fingió un estornudo. Fue un pedazo de actuación paupérrima.

Steve la miró, no había que ser adivina si estaba sentado justo a su lado, podía sentir el juicio crítico sobre ella. Podía escuchar a Steve diciéndole ¿En serio? ¿Es lo mejor que se te ocurrió?

Abrió un ojo y ahí estaba él, expectante y de brazos cruzados. Natasha lo habría mirado mal si no tuviera que mantener la fachada de mujer convaleciente.

—En ese caso la modista podría venir aquí— dijo el duque. Natasha por poco y le suplica que no lo hiciera—, pero mi dulce niña, eso no sería apropiado con Henry en casa. Se correría el rumor como la pólvora y es lo menos que necesitamos ahora...

Su perorata continuó, por razones que Natasha apenas comprendía. Lo que sí comprendió fue la reacción instantánea de Debrah; se había puesto de pie en un salto y su rostro estaba tan pálido como el de un fantasma.

—¡Oh, con mucho gusto las acompaño! Necesito nuevos vestidos.

—Debrah, mandaste por tres la semana pasada.— acusó Joseph, exhausto, quitándole su diario para tomar asiento en su enorme sillón individual de piel.

Nadie nunca se atrevía a sentarse en ese horrible sillón y era una lástima que Sarah no pudiera deshacerse de él.

—Bueno, nunca son suficientes.

—Yo tengo suficientes, podría quedarme y así Sarah no pierde la cita con la modista.—Natasha sonrió como si el asunto fuera una cosa de nada y estuviera solucionado.

Pero Steve la consideró demasiado generosa y él no estaba de acuerdo con ello. Si Debrah podía ser insufrible, pues él también.

—No, no, por supuesto que no. Opino que Debrah debería quedarse en representación de la familia...recibí una invitación de Lord Williams ayer por la tarde y sería descortés de mi parte declinarla a estas alturas y padre no puede quedarse solo. Henry es un muy, pero muy querido amigo—Steve miró a Debrah y se llevó una mano al pecho dramáticamente—. ¿No es así, Debbs? Sería un desplante si llegase antes y no hubiese ninguna dama para recibirlo junto a padre.

Debrah gruñó por lo bajo, lo que a oídos de Natasha sonó como un "Imbécil", algo en lo que ambas coincidían, pero para Steve fue como la más melodiosa pieza de Mozart. ¡Ah, sí! Nada como el sonido de la venganza para amenizar una buena mañana.

—Qué conveniente, Steve, que de pronto Lord Williams, a quien detestas, te hiciera una invitación. ¿A qué? Si se puede saber.

—Debbs, tus oídos aún son demasiado jóvenes para oír ese tipo de cosas.

—¡Soy mayor que tu!

—Con el ingenio de alguien de cuatro años.

—¡Basta!—intervino Joseph—. Steve, vete ya y más te vale regresar temprano, Natasha; irás con Sarah y Debrah se queda en casa. Fin de la discusión. Recibiremos a Henry y seremos una familia educada. Está decidido.

Las dos chicas cayeron sobre el largo sofá como si estar de pie se hubiera convertido en un suplicio.

Esa misma tarde, apenas a cinco minutos de las tres, Steve había tomado rumbo hacia el club de caballeros donde, en efecto, se encontraba lord Williams. Y, por supuesto, lo detestaba tanto como un lunes repleto de deberes. Pero entre eso y darle la razón a Debrah...Bueno, un caballero debía de hacer sacrificios.

Lord Williams era un ávido apostador, para nada idiota, si debía ser sincero; pero egocéntrico como el demonio y el condenado era atractivo. Ligeramente. Y algo mayor que él, pero atractivo. Un imán para cualquier mujer soltera en busca de marido. E incluso para las que no.

Si debía incluir en ello su buen juicio, diría que era un alboroto innecesario, pero como prefería mantenerse fuera del círculo de señoritas casaderas en esas épocas del año, le venía bien.

Sin embargo la duda asechaba su mente al grado de desconcentrarlo. Esa misma mañana le había sucedido. Y desde que recibió su carta...

Lord Williams solo se pondría en contacto con él por una obvia razón.

Debrah había salido del mercado matrimonial hace un par de años, lo que le daba completamente igual, en el fondo respetaba la decisión de su hermana; sabia, admitiría. Pero era conocido que a Lord Williams siempre le había interesado...Debrah no cumpliría los veinticuatro hasta el año próximo y el hombre tenía los pies rozando los cuarenta.

—¡Rogers!

«Por un demonio».

Steve sonrió forzado, lo que pareció más ser una mueca que un gesto amistoso. Se dirigió a Lord Williams, y le hizo una seña al camarero del bar para que le llevase una copa de bourbon.

—Williams, creí que estabas en Irlanda.

—Estaba—le hizo un gesto para que se sentara, Steve lo hizo, mirándolo atento—, pero como debes saber, la temporada está a punto de comenzar y odiaría retrasarme y no tener listo un traje de noche.

—¿Entonces vamos a discutir asuntos de moda como lo hacen las damas?—rió contra el cristal de su copa recién llegada—, porque déjame decirte que ni siquiera me he tomado la molestia de encargar el mío.

—¿El inalcanzable lord Rogers se hará presente esta temporada? Debo admitir que siento envidia, eres una competencia fuerte, al igual que Lord Seymour...

—Oh, entonces por ahí iba el asunto...

—Sé que no te agrado, Rogers—le dirigió una sonrisa ladeada que por poco hace a Steve asentir sin remordimientos—. Y tú a mí tampoco...Sin embargo tengo que reconocer que hacer negocios contigo no sería un desperdicio. Te he visto, has sabido muy bien como duplicar tus ganancias y a excepción de tu fama como conquistador, creo que eres un hombre bastante serio e inteligente.

—Gracias. Pero me temo que sé cuáles son los fines de dichos negocios. No se me olvida que estuvo interesado en mi hermana Debrah y ella, muy gentilmente, lo rechazó.

—Debrah es muy hermosa, no lo niego—Steve apretó los puños y los relajó, como si se arrepintiera de pensar en atestarle un puñetazo. O mejor dicho, se calmó porque sería un comportamiento impropio durante una conversación aparentemente civilizada—, pero he tenido el tiempo suficiente para informarme sobre ella.

—Habla de mi hermana como si fuera un peligro, Williams, ¿Sucede algo malo? Si me permite, no creo que sea Debrah la del problema.

—No hace falta el sarcasmo. Solo diré que cualquier hombre que atesore su buen juicio no se casaría con su hermana. No tiene modo de refutarlo, Rogers. Y no me mal interprete, ella es inteligente, sumamente inteligente; pero también testaruda y algo brusca. Sin embargo, la otra...a la que usted le profesa una especie de...amor fraternal. ¿Así se le dice ahora?.. Es muy adecuada, diría yo. Es bien sabido que el marquesado cayó en manos de su primo, pero la ha dejado con una increíble cantidad a su nombre. Incluso dobla la dote del duque. ¡Vamos, eres hombre! Rumores como estos son valiosos, saber que será presentada en sociedad es una oferta que todos quisieran tomar, Rogers...Pero se sabe que la mejor manera de llegar a ella...eres tú. Todos aquí sabemos lo que le pasó al idiota de Charles.

Steve jamás pensó que golpear a Williams resultara tan, pero tan tentador. Casi podía imaginar los colores en su rostro cuando le rodeara el cuello con las manos. Pasando de rojo a un azul violeta. Y mientras lo sopesaba, bebió su borbón de un solo trago.

—Guardas silencio...—dijo Williams. Steve asintió, aunque lo que quería salir de su boca fue un: Pensaba de qué manera me resultaría más fácil acabar contigo.

Debrah era su hermana, la adoraba como ella no tenía idea, pero Natasha era su cómplice, su amiga, su confidente...¡Vivía con ella! Santo Dios...No podría dejarla a su suerte, menos en su primer debut. Sería como enviarla con lobos hambrientos. Y en definitiva, Heimlish Williams era uno de ellos. No la respetaría, no la querría de la manera en que ella se merecía. No. Si Natasha iba a debutar esa temporada encontraría a alguien a su altura o él mismo se encargaría de eliminar cada uno de los pretendientes. Aplicaría lo mismo con Debrah de ser necesario, aunque en algo tenía razón sobre ella lord Williams, era tremendamente inteligente como lo era de terca.

En realidad, no debería temer por alguna de ellas, estarían muy bien. Pero él debería tomar la responsabilidad de defenderlas, ¿No?..¿No?

—Solo pensaba en cómo podría beneficiarme a mi hacer tratos usted? Pero, principalmente, en por qué querría yo acceder a ello y ayudarle. No es de mi agrado, su reputación no me agrada y mientras no me agrade...supongo que a Natasha tampoco.

—Lo dice con tanta propiedad—se burló, clavando en él sus acerados ojos—. Solo trataba de resolver el asunto por las buenas, pero también me considero un digno rival, Rogers. Más aún con mis años.

—Oh, créame, si hablamos de rivales, le concedo que competir conmigo será un campo de flores comparado con...

—¿Con el duque?—preguntó con impaciencia.

—En absoluto. Con lady Romanoff—dicho eso, se levantó con una sonrisa triunfal. Si existía alguien el doble de testarudo que Debrah, con un sentido de la competencia muy elevado, esa era Natasha—. Que disfrute su whisky.

A Natasha le encantaría disfrutar un whisky, sobre todo porque la situación la estaba agobiando, sobrepasándola. Podría fingir un desmayo ahí mismo con la intención de retirarse lo más pronto posible a casa, pero Sarah sería capaz de contratar al mismísimo médico real de suceder.

No pudo hacer más que cruzarse de brazos y suspirar por enésima vez. «¡Oh, el precio de ser una dama!» Si se quedaba solterona sería la vergüenza de la alta sociedad, aunque no le importaba en realidad. No más que a Debrah.

—¡El verde es sin duda tu color!—Sarah dijo, acercándole la seda al rostro—¡Combina con tus ojos! ¡Es espléndido!

Bien, al menos alguien estaba emocionado...

—La señorita debe estar muy feliz por su primer debut. —mencionó la modista mientras tomaba otra tela de un azul pálido.

¡Caracoles! La felicidad debía estar saliéndosele por los poros. ¡Sí, claro! Estaba mucho más emocionada por sus clases de tiro al blanco que por vestir como un obsequio navideño.

—Dicen que los nietos de la reina se encuentran ávidos por una esposa, en especial el príncipe George, quien asistirá acompañando a su majestad.

—¿Oíste eso, Natasha, querida? Sin duda es un excelente partido.

—Por supuesto—masculló—, al igual que los otros cincuenta caballeros que mencionaste antes.

—Lo nuestro no es cotilleo en absoluto, lady Romanoff.— la modista le guiñó un ojo como si tuvieran una especie de complicidad.

—Oh, claro que no—la duquesa cubrió su sonrisa con una mano enguantada—, una dama jamás cotillea. Simplemente es el más puro intercambio de información que a nosotras nos viene muy bien, Madame Jane.

Natasha se reclinó contra el sofá.

—¿Es cierto que lord Seymour de Emberfield estará acompañándolos como su invitado esta temporada?

—¡Santo cielo, jamás se me permitiría decir tal cosa! Tendría a las mujeres haciendo fila tras de mí en cada evento. Sin embargo, estará aquí...

—Acompañando a Lord Rogers.

—Mi hijo ciertamente nos acompañará este año.

—Las damas lo perseguirán como abejas a la miel.

—Bueno, Stevie...—aclaró su garganta y Natasha evitó soltar la risa—, quiero decir, Lord Rogers tiene un atractivo natural. Y no lo digo porque sea mi hijo.—suspiró—¡Ah! Necesita una esposa adecuada, aunque aún es muy joven....Pero esta temporada será muy especial, tengo un presentimiento.

Natasha dejó que sus labios formaran una perfecta "O" aunque viéndola de frente lucía indignada. «¿Por qué diantres Steve sería demasiado joven si incluso era un año mayor que ella?»

Sí, había visto y oído, gracias a la señora Brown, que más de una señorita se desmayaba en su presencia. Lo encontraba ridículo por el ángulo en el que lo analizara. Bien, pues era una suerte no pertenecer a ese grupo. Además, ¿Qué sabían ellas de Steve? Nada. Absolutamente nada.

Él no quería un matrimonio, por muy beneficioso que resultara. Y además era tan libertino e irresponsable que...Bueno, quizá estaba exagerando. Al menos agradecía el gesto de Joseph y de Sarah, si ella iba a debutar, Steve debería pasar por el mismo infierno para saber lo que se siente ser ahogado por un buen número de personas cuyos intereses no iban más allá de propiedades, fortuna y procrear.

Eso último la estremeció hasta el tuétano.

Pero los duques de Kensington no esperaban dos fallos más respecto al matrimonio y ni ella ni Steve serían la excepción.

Pues bien, todo el mundo comentaba su doble dote...Cosa que sabía bien gracias a la señora Brown...de nuevo. Pero eso era lo único que poseía, su título seguiría en reposo hasta que su primo decidiera casarse. Y aunque poco le importaba puesto que estaba bajo la tutela de los Rogers, Joseph siempre decía que su padre odiaría que el título recaiga en manos de los Pussett, sobre todo por la detestable y ambiciosa Lady Pussett. Esperaban conseguirle un buen matrimonio, esperaban que ella fuera feliz...

Lo era, ¿En realidad necesitaba más? Podría sentirse una particular extraña con cualquier otra familia que no sean los Rogers. ¿No podría quedarse soltera por siempre y vivir en Blooming hall el resto de su patética vida?

Aunque eso sin duda implicaría que Steve no contrajera matrimonio o estaría fuera de la casa y sin una libra que la respalde. En especial si la mayoría de mujeres que lo perseguían eran iguales a Margaret Carter.

Natasha echó un vistazo rápido a Sarah que platicaba animadamente con la modista. Jamás en su corta vida le había hecho a Sarah un desplante. Pero siempre había una primera vez para todo, ¿No? Podría pedir disculpas después, pero eso era asfixiante.

Se levantó con toda la discreción que fue capaz de reunir y se escabulló hasta salir de la tienda.

En un corto momento Sarah volteó con un vestido color violeta entre sus manos.

—Nat, ¿Qué te parece este, queri...? ¿Nat?

Natasha decidió que podía ser una dama en otra ocasión, pero la sola idea de estar en un baile de debutantes la estaba agobiando y necesitaba aire.

Se enderezó tanto como pudo y procuró mantener su postura respetable mientras caminaba por la acera a toda prisa.

—¡Lady Romanoff! Un placer verla esta tarde.— la presencia de la señorita Carter la hizo detenerse en seco, ambas hicieron una corta reverencia sin saber cuál de las dos estaba más cargada de hipocresía que la otra—. ¿A dónde va con tanta prisa?

—Señorita Carter, tan encantadora como siempre. Lamento muchísimo no quedarme a charlar un poco, es que debo...esto...ir a casa, el carruaje me está esperando por allá.— señaló un punto inexistente, aunque esperaba que se hubiese tragado su mentira.

Por supuesto, la mujer no era tan estúpida. Si bien lo era, al menos tenía una vista de águila. ¡Y cómo no! Sino como podría estar enterada de casi, absolutamente, todo.

Sus ojos oscuros la observaron con diversión y Natasha se sintió incómoda.

—Oh, por favor aguarde, solo quería hacerle una simple pregunta. Ya que es usted quién más cerca está de Lord Rogers y ahora también lo estará de Lord Seymour cualquier mujer inteligente sabría que es de conveniencia ser amiga suya.

«Y también las no tan inteligentes» Natasha pensó. En lugar de decirlo, sin embargo, sonrió forzada.

—Lady Rogers—Debrah, supuso—, es encantadora...

«Pero»

—Pero—continuó Margaret—, es tan arisca como un gato callejero.

¡Eso fue ofensivo! Tanto para Debrah como para los gatos callejeros. Natasha sin duda no conocía mujer más superficial y hueca que Margaret Carter, pero meterse con su familia y una causa de caridad era, sin duda, bajo.

De hecho, ahora que lo pensaba, debería visitar la pequeña escuela refugio que construyó en Kensington.

—Lady Rogers es una mujer que sin duda sabe escoger bien a su círculo, y no la culparía, de ningún modo. Lamento tener que decepcionarla, señorita Carter. No sé nada en absoluto sobre Lord Rogers; apenas lo he visto para la hora del desayuno el día de hoy. En cuanto a Lord Seymour, no hemos tenido noticias recientes. Así que no tengo ni remota idea de cómo podría serle útil— hizo una corta reverencia—. Si me disculpa...

—Veo que es tan grosera como se le describe, Lady Romanoff—Margaret dijo en voz baja—. No me sorprende el cuidado riguroso de sus excelencias sobre usted.

Natasha se detuvo en seco y apretó su puño. Cómo le gustaría tener su arco y su flecha en esos momentos e imaginar que Margaret era la roja manzana a la que debía atravesar.

Giró con la más forzada de sus expresiones, fingiendo no darle la importancia suficiente. O haciendo como la mayoría de señoras de sociedad, mantenerse ignorante a cualquier insinuación. Eso lo había aprendido muy bien de Sarah.

—Oh, no, no apreciable señorita Carter...Es que una dama jamás cotillea.

Y con un guiño sutil y una última reverencia cargada de gracia, siguió su rumbo sin la menor preocupación.

Preocupación que Debrah sin duda sentía, terminaría partiéndose en dos de los nervios, sobre todo porque el muy pedante acababa de asomarse por la puerta de su carruaje y el lame botas de Nagel fue a colocarle el banquillo por el que su honorabilísimo señor caminaría.

¡Ja! Ella ni siquiera tendría por qué estar ahí, lo último que Henry querría sería verla y compartía el sentimiento.

Ese...ardor incandescente que subía por su garganta le estaba cortando la respiración. ¡Se negaba rotundamente a compartir el mismo aire que semejante idiota!

¡Ah, pero su padre..!

—¡Henry! Que alegría verte, estamos encantados de tenerte aquí. ¿Cómo te fue en escocia?

—Su excelencia—se inclinó con exagerada reverencia. Debrah rodó los ojos. «Vaya remedo de adulador»—, mi estadía en escocia ha sido agradable y...provechosa— Debrah se contuvo de hacer una mueca por lo desagradable que sonaba su tono sugerente— . ¡Ah! Pero si luce tan bien como recuerdo. Goza usted de muy buena salud. Mi padre desea remitirle a usted sus más sinceros agradecimientos y también es de mi agrado compartirle el aprecio de mi madre.

—Tus padres son mis más queridos amigos, Henry. Mi casa es su casa.

Debrah murmuró las palabras de su padre con marcado descontento, atrayendo la atención de Lord Seymour. ¡Que ni pensara que haría una reverencia!

Sus ojos azules acerados se clavaron en ella con notable diversión. ¡No era su condenada diversión! Su sonrisa ladeada se volvió más amplia en cuanto se acercó y por acto reflejo, Debrah retrocedió lo más que le fue posible.

—Lady Rogers—dijo, con ese tono suave y convincente—. Usted no ha cambiado para nada.

Henry se acercó y tomó su mano, casi por la fuerza, porque Debrah estaba reacia a ofrecérsela para que posara sus labios de seductor sobre ella.

—Debo suponer que no lo dijo como un cumplido.—susurró.

—En absoluto— él le respondió del mismo modo. «¡Insufrible! » luego él se aclaró la garganta y se enderezó—. ¡Sigue tan encantadora como la recuerdo!

Ella se quedó estática. Su querido padre...tan adulador de Henry como lo recordaba.

—Henry, es bueno saber que siempre eres tan encantador con la dulce Debrah...

«¡Ja! Dulces mis pantaletas...» Debrah se cruzó de brazos en el instante en que Henry elevó una ceja oscura y espesa. Era casi un pecado capital el hecho de que algunas mujeres encontraran ese gesto endemoniadamente encantador. Muchas. ¡Ella jamás!

—¿Y Steven? Me encantaría verlo, ¿O es que ha salido de cacería?

Joseph rió incómodo, porque muy posiblemente, era justo lo que su hijo habría hecho.

—Ha ido con lord Williams al club, pero no tarda en llegar. ¡Nagel!—el hombrecito apareció de un salto al lado de su excelencia y Joseph le hizo un gesto para que subiera las maletas—. Debes estar exhausto, la conmoción de las damas y el viaje debe ser algo agotador.

—Oh, pero no me siento casado en absoluto, ¿Dónde está su esposa, la duquesa?

—Fue con Natasha a la modista, me temo que solo estás en compañía mía y de Debrah...De Debrah, en realidad, mientras le escribo una carta a tu padre de inmediato. Asumo que querrá saber que has llegado con bien y qué mejor que su anfitrión para confirmarlo. Mientras, Debrah, querida, deberías darle un recorrido a Henry por los jardines.

Debrah por poco se desmaya de la conmoción en ese preciso momento. ¡Su padre había perdido la cabeza!

—No creo que lady Rogers se encuentre dispuesta.

El muy manipulador había le había dirigido...¡No! ¡No iba a tolerar la expresión de cachorro abandonado bajo en un día de tormenta!

Ella se llevó una mano al pecho con total indignación.

—Padre, no creo que yo...

—¡Por supuesto que no está indispuesta! Debrah te enseñará las remodelaciones que hicimos el año pasado, han florecido las peonias.

—¡Qué encantador!

«¡Hombres!» Se dijo Debrah, era lo único que no carecía de sentido que explicaba la cantidad de sandeces que podrían desatarse en esa irritante conversación.

—¿Debrah?—preguntó su excelencia, parpadeando con encanto hacia su hija en un gento que a Debrah le recordó a su manipuladora madre.

Ella soltó un gruñido ante la expresión complacida de Henry. Aunque en un instante se enderezó o se llevaría un sermón de su padre por ser descortés con los invitados.

—¿Me haría el honor de seguirme, Lord Seymour?

—Me encantaría, Lady Rogers. No hay nada que me llene de dicha como un paseo junto a usted.

Debrah le dirigió una última mirada de súplica a su padre, a lo que Joseph solo dijo:

—¡Nagel! Creo que Debrah necesitará un chaperón.

¡Bueno! Incluso el mismísimo duque de Kensington podría estar preocupado por los dotes de seducción del honorabilísimo Lord Seymour.

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